¿Cómo sufrir?

Por Yousef Altaji Narbon Dom Columba Marmion OSB:
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“¿Sufrir? ¡Jamás! Eso de andar sufriendo, prefiero cualquier cosa menos eso” Pregunta y respuesta automática del hombre Revolucionario entregado a sus pasiones e inclinaciones desenfrenadas.

Cada vez hay menos católicos -ni siquiera hablar de los que no gozan de la gracia de la fe- que se niegan a sufrir aún de la forma más ínfima posible. Las cruces livianas del Señor son rechazadas a favor de los dulces amargos del demonio; nos enfrentamos a un mundo que ha querido rescindirse de todo tipo de incomodidad por diferentes motivos. El mundo consumido por el espíritu hedonista nos propone dos alternativas: La primera consiste, en palabras de Joseph Campbell (escritor Estadounidense famoso), “Encuentra un lugar dentro de ti donde haya alegría, y la alegría consumirá el dolor”, esto consiste en una perspectiva alejada de una realidad objetiva donde el sufrimiento puede ser evitado si uno mismo se propone a negarlo dentro de su interior, para intentar engañarse a tal extremo que uno jure que es feliz; la segunda posición la resume Arthur Schopenhauer (supuesto “filósofo” Alemán, profesamente ateo) cuando dijo “la forma más segura de no sufrir mucho, es no esperar ser feliz”, esta idea lleva inmediatamente a la desesperación amarga y fría para llevar una vida sin razón de ser y sin propósito de existencia, un engaño común entre la juventud actual que termina en creer que la solución para este vacío son los vicios proporcionados por el mundo.

Situación deprimente y desalentadora es la que vivimos día a día en una época donde la masa animalizada no sabe cómo sufrir. Este espíritu bohemio, hedonista, orgulloso, y vano que el mundo moderno nos ha impuesto, claramente ha fallado en poco tiempo. La solución y respuesta definitiva para afrontar el sufrimiento fue dado hace tiempo. Sí, fue propuesta, meditada, expandida, profundizada, y puesta en práctica en tiempos de antaño. Intentar dar la respuesta completa daría para un libro entero, pero se puntualiza así: Cristo crucificado y María Santísima, Madre Dolorosa. En ellos dos se sintetiza a la perfección cómo sufrir, lo mejor de todo es que es tan claro que no requiere mayor explicación para imitarlos con el fin de la santidad. Sufrir de una manera Cristiana es un arte que todos pueden practicar, no solo va a ser de utilidad para sobrellevar las pruebas que Dios permite en nuestras vidas, sino que también será de enorme ventaja en alcanzar nuestra meta de la bienaventuranza eterna. No importa de qué magnitud o complejidad sea el sufrimiento, puede ser un familiar mayor enfermo, desempleo prolongado, inseguridad económica, matrimonio disoluto, o una situación familiar inestable, todo esto se puede transformar en sublime acercamiento a Jesús, María, y José en sus sufrimientos.  

Un autor que tiene un libro precisamente de este tema, es el Beato Dom Columba Marmion, el gran Abad irlandés de la Abadía Benedictina de Maredsous en Bélgica. El título del libro viene como anillo al dedo sobre este tema, se llama “Sufriendo con Cristo”; las valiosas enseñanzas del Abad Marmion se concentran en mostrar a Nuestro Señor como modelo excelso de sufrimiento y explicado de una forma accesible a todo lector. El sufrimiento es parte de la vida Cristiana, lo cual, eliminándolo, sería dejar a Cristo sin Cruz, a María Santísima sin Hijo, a Dios sin amor. Aprendiendo a manejar el sufrimiento para que pase de ser una espada en el corazón a convertirse en medalla ejemplar en nuestra alma, es lo que nos viene a enseñar este venerable benedictino. Leamos con atención un extracto de dicho libro donde nos da la clave para aprender a sufrir:

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Extracto de Sufriendo con Cristo (Cuarta parte, Fecundidad del sufrimiento aceptado Cristianamente) por Dom Columba Marmion OSB:

La sumisión a Dios en el sufrimiento, fuente de paz:

«Cuando uno se somete completamente a Jesucristo, cuando uno se abandona a Él; cuando nuestra alma no hace sino responder, como la suya, con un perpetuo amén a todo lo que Él pide de nosotros en nombre del Padre; cuando, a ejemplo suyo, permanecemos en esta actitud de adoración ante todas las manifestaciones de la voluntad divina, ante las más insignificantes permisiones de su Providencia, entonces Jesucristo nos da su paz: ‘su paz, no la que el mundo promete, sino la paz verdadera que no puede venimos más que de Él’: Pacem meam do vobis: non quomodo mundus dat ego do vobis.

Y es que, en efecto, una adoración así produce en nosotros la unidad de todos los deseos. El alma solo aspira a una cosa: al establecimiento en ella del reino de Cristo. Jesucristo, en cambio, colma este deseo con gran plenitud: el alma vive ordenada, y posee, por la satisfacción de sus deseos sobrenaturales llevados a la unidad, la satisfacción completa de sus tendencias más profundas; está en orden: vive en paz.

Feliz el alma que de tal manera ha comprendido el orden establecido por el Padre, el alma que no busca sino conformarse por amor a este orden admirable, en el que todo se dirige a Jesucristo: ella disfruta de la paz, aquella paz de la que dice San Pablo que “sobrepasa todo sentimiento”, y que no haya manera de expresar. Sin duda, aquí abajo, la paz no es siempre sensible, sentida; estamos en este mundo en condición de prueba, y casi siempre la paz es el premio de la lucha. Cristo no nos ha devuelto aquella justicia original que establecía la armonía en el alma de Adán; pero el alma que se apoya únicamente en Dios participa de la estabilidad divina; la tentación, los sufrimientos, las pruebas, no rozan más que el exterior del ser, las profundidades donde reina la paz son inaccesibles a la turbación.»

La aceptación cristiana del sufrimiento honra a Dios, atrae sus gracias sobre el alma y sobre la Iglesia, cuerpo místico de Cristo:

«Dios colma de bendiciones especiales al alma poseída del espíritu de abandono. Se siente uno incapaz de decir lo que Dios hace en esta alma, como adelanta en santidad. La conduce por caminos seguros a la cumbre de la perfección. A veces, es cierto, puede parecer que estos caminos contrarían el fin, pero “Dios logra su fines, guiando todas las cosas con fuerza y dulzura: Attingit ergo a fine usque ad finem fortiter, et disponit omnia suaviter. “Todo” decía Jesús a su fiel servidora Gertrudis, tiene su hora en los adorables designios de mi providente Sabiduría.” — (Jesucristo, ideal del monje, p. 525.)

¡Felices las almas a quienes Dios llama a vivir sólo de la desnudez de la cruz! Esta es para ellas un manantial inagotable de preciosas gracias.

Los sufrimientos son el precio y la señal de los verdaderos favores divinos… Las obras y las fundaciones basadas en la cruz y el sufrimiento son las técnicas durables. Los sufrimientos que habéis soportado son para mí señal de una bendición especial de aquel que, en su sabiduría, ha querido basarlo todo en la cruz. — (Cartas de dirección, p. 258.)

Hay en vuestra carta una frase que me satisface mucho, porque en ella adivino una fuente de gran gloria de Dios. Decís: “En mi no hay nada, absolutamente nada en que yo pueda tener un poco de seguridad. Así, pues, no ceso de abandonarme con confianza en el corazón de mi maestro.” Esta es, hija mía, la verdadera alegría, porque todo lo que Dios hace por nosotros es efecto de su misericordia, movida por el reconocimiento de esta miseria; y un alma que ve su miseria y que la presenta continuamente a los ojos de la misericordia divina, da mucha gloria a Dios, dándole ocasión de mostrar su bondad al alma. Continuad siguiendo este atractivo, y dejaos conducir, en medio de las tinieblas de la prueba, a la unión que Dios os prepara con Cristo.»

«Veo que habéis sufrido, yo he sufrido también: ¡estamos tan unidos! Pero, sin embargo, no podía desear otra cosa. Yo os he depositado con Jesús, como su Amén, en el fondo del seno del Padre. Él os ama infinitamente más e infinitamente mejor que yo. Yo os entrego a Él, como María entregó a Jesús, y si El quiere clavaros en la cruz con vuestro Esposo, si quiere para vos la vergüenza, el sufrimiento y equivocaciones, si quiere para vos la inmolación, yo lo quiero también, como lo quiero para mi mismo. No hemos sido hechos para gozar aquí abajo, nuestra felicidad está arriba: Sursum corda (Elevad los corazones). En el plan divino, todo bien viene del Calvario, del sufrimiento. San Juan de la Cruz ha dicho que Nuestro Señor no da casi nunca el don de la contemplación, de la unión perfecta, más que a aquellos que han trabajado mucho y sufrido mucho por Él pues bien, mi anhelo sobre vos, es esta unión perfecta, tan fecunda para la Iglesia y las almas. San Pablo nos dice: Libenter gloriabor in infirmitatibus meis ut inhabitet in me virtus Christi: “De buena gana me gloriare de mis flaquezas, a fin de que la fuerza de Cristo habite en mí.”»

«El Señor es dueño de sus dones, y, sin mérito ninguno de su parte, llama a ciertas almas a una unión más íntima con Él, a compartir sus penas y sus sufrimientos, para gloria de su Padre y bien de las almas: “Yo completo en mi propio cuerpo lo que falta a 1o sufrimientos de Cristo para su cuerpo místico que es la Iglesia.”… Por esto, Nuestro Señor escoge a algunas almas que se asocian a la gran obra de la redención. Son almas selectas, víctimas de expiación y de alabanza. Estas almas hacen mucho por la gloria de Dios y salvación de las almas. Son queridas de Jesús mucho más de lo que se puede imaginar, y las delicias de Jesús están en hallarse en ellas. Pues bien, hija mía, estoy persuadido de que vos sois una de estas almas. Sin mérito ninguno de vuestra parte, Jesús os ha escogido. Si sois fiel, llegaréis a una estrecha unión con Nuestro Señor, y una vez unida a Él, perdida en Él, vuestra vida será muy fecunda para su gloria y la salvación de las almas…Se tendrá que atravesar desiertos, tinieblas, oscuridades, desalientos, abandonos. Sin esto, vuestro amor no sería nunca profundo, ni fuerte. Pero, si sois fiel y abandonada, Jesús os tendrá siempre la mano: “Aunque tenga que pasar por las tinieblas de la muerte, nada temeré, pues Vos estáis conmigo.”»

«¡Cuántas gracias puede reclamar, obtener de Cristo, arrancarle para toda la Iglesia! ¡Cómo cooperas a la conversión de los pecadores, a la perseverancia de los justos, a la salvación de los agonizantes, a la entrada de las almas del Purgatorio en el cielo! ¡Qué fecundidad más admirable la suya!»

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Comentarios
3 comentarios en “¿Cómo sufrir?
  1. En torno al sufrimiento humano son insuperables las Sagradas Escrituras tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.

    Y en este tiempo una obra insuperable es la CARTA APOSTÓLICA SALVIFICI DOLORIS del Papa santo polaco Juan Pablo Magno.

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