Cardenales sin fe: ¿quién elegirá al próximo Papa?

Un cardenal pide perdón durante el acto penitencial celebrado en el Vaticano

El próximo cónclave se acerca y con él la pregunta fundamental: ¿quién elegirá al próximo Papa? Es una cuestión que va más allá de los perfiles personales o las afinidades pastorales. Se trata de algo más radical: ¿todos los cardenales que votarán en el cónclave son realmente católicos?

Parece una pregunta absurda, incluso ofensiva. Pero no lo es. A juzgar por la literalidad de algunas declaraciones recientes de miembros del Colegio Cardenalicio, hay serias dudas sobre si todos ellos creen en la plenitud de la fe católica tal como ha sido entregada por Cristo y enseñada por el Magisterio de la Iglesia. ¿Deben poder votar quienes no se adhieren a esta fe?

El problema no es menor. La Iglesia se encuentra en un punto crítico, dividida entre quienes ven en el pontificado de Francisco una oportunidad para reformular el catolicismo en clave más inclusiva (o, dicho sin eufemismos, más diluida) y quienes insisten en la claridad doctrinal, el rigor jurídico y la defensa de la Tradición, sin que ello sea obstáculo para el empuje pastoral y el compromiso social de los laicos.

Pero la cuestión no es solo de enfoque o de prioridades. Es de fe. La Iglesia no es una organización meramente humana donde el poder se transfiere mediante equilibrios políticos. Su fundamento es divino. La autoridad del Papa, que el cónclave debe discernir, no es un cargo más dentro de una estructura eclesiástica, sino un mandato de Cristo mismo. Y si quienes eligen a Pedro no creen en esa realidad, ¿qué sentido tiene todo el proceso?

Antes de entrar en cónclave, que aclaren sus posiciones

El pueblo fiel tiene derecho a saber en qué creen realmente los cardenales que participarán en la elección del sucesor de Pedro. Antes de que se cierren las puertas de la Capilla Sixtina, deberían responder públicamente preguntas esenciales:

¿Creen en la Resurrección de Cristo como un hecho real y no como un mero símbolo? ¿Creen que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y no una simple experiencia comunitaria? ¿Aceptan la moral católica en su integridad o consideran que ciertas enseñanzas han caducado? ¿Sostienen que el sacerdocio es exclusiva y ontológicamente masculino, como ha definido la Iglesia de manera infalible ¿Consideran que la Iglesia es la única y verdadera depositaria de la Revelación, o creen que todas las religiones son caminos igualmente válidos hacia Dios?

No se trata de interrogatorios inquisitoriales ni de puritanismos. Se trata de que la Iglesia no puede permitirse cardenales que, en la práctica, han dejado de ser católicos. No puede aceptar que quienes niegan el núcleo de la fe determinen quién será el próximo Vicario de Cristo en la Tierra.

Un peso que el Pueblo de Dios no debe soportar

El escándalo de un cardenal corrupto o de vida disipada, aunque doloroso, es menos grave que el de un cardenal que no cree. La corrupción puede ser denunciada y corregida; la falta de fe en quien debe confirmar a sus hermanos en la fe es un cáncer. La Iglesia ya ha soportado demasiados años de ambigüedad, de medias verdades y de silencios cómplices. Si en el próximo cónclave van a votar quienes en realidad no creen en la plenitud de la fe católica, la Iglesia tiene derecho a saberlo.

El Pueblo de Dios ha cargado con muchas cosas en las últimas décadas: crisis doctrinales, abusos de poder, escándalos financieros, persecuciones mediáticas. No puede cargar también con la hipoteca de un cónclave decidido por quienes no creen en lo que están eligiendo.

Que lo digan antes de entrar en la Capilla Sixtina. Que se definan. Porque si no lo hacen ahora, será demasiado tarde cuando el humo blanco ya haya salido

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