Francisco y el segundo mandamiento: No tomarás el Papado en vano

Francisco y el segundo mandamiento: No tomarás el Papado en vano

El segundo mandamiento es claro: “No tomarás el nombre de Dios en vano” (Éx 20,7; Dt 5,11). Su interpretación más evidente prohíbe la blasfemia y el uso irreverente del nombre divino, pero su alcance va mucho más allá. Este mandamiento también condena el abuso de la autoridad divina para imponer agendas personales, manipulando la fe y la Iglesia en función de intereses propios.

En este sentido, hay que plantearse una cuestión grave: ¿Está Francisco tomando el nombre de Dios en vano al utilizar el papado para imponer su visión ideológica sobre la Iglesia y el mundo? Porque si la Cátedra de Pedro es utilizada como una plataforma política y no como el trono de la verdad, entonces el papado deja de ser testimonio de Cristo para convertirse en un instrumento de poder.

El papado es una institución divina, no un proyecto personal

El Evangelio es claro en su fundamento del papado: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). La autoridad del Papa no es una propiedad privada ni una tribuna para promover causas particulares. *Su misión es custodiar la fe y confirmar a los hermanos en la verdad revelada* (Lc 22,32). Sin embargo, en los últimos años, Francisco ha convertido el papado en algo distinto: Un vehículo para su particular visión política y social; un escenario donde sus simpatías y antipatías marcan la agenda de la Iglesia; un espacio de poder que se utiliza para promover determinadas narrativas y castigar a quienes no las aceptan.

Si el Papa deja de actuar como guardián de la Tradición y se convierte en un actor político más, está profanando su autoridad y usándola en vano, pues no se le concedió para fines personales.

El abuso de la autoridad papal: de la doctrina a la ideología

Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha usado su cargo para moldear la Iglesia a su medida, manipulando la autoridad del papado para imponer su visión del mundo. *No estamos ante un pontífice que se limita a custodiar la fe, sino ante uno que la instrumentaliza.*

Ejemplos de ello abundan:

– La guerra contra los institutos tradicionalistas, no por cuestiones doctrinales, sino por su rechazo a la liturgia tridentina.
– La política de purgas y nombramientos estratégicos, donde sus aliados progresistas ascienden mientras que los ortodoxos son marginados.
– El uso de documentos pontificios para hacer propaganda ideológica, como con Laudato Si’ (ecología), Fratelli Tutti (fraternidad universal) o Fiducia Supplicans (bendiciones a parejas homosexuales).
– La manipulación de sínodos para forzar reformas que debilitan la doctrina y consolidan una agenda modernista.

Todo esto no es ejercicio legítimo del papado, sino abuso de poder. Usar la investidura de Pedro para imponer un programa ideológico es tomar el nombre de Dios en vano, porque el papado no le pertenece a Francisco.

Un papado marcado por filias y fobias

Uno de los signos más evidentes del abuso de autoridad en este pontificado es la manera en que las filias y fobias personales de Francisco determinan la orientación de la Iglesia.

Sus amigos están protegidos, sin importar lo que hagan. Ahí están figuras como Gustavo Zanchetta (condenado por abusos), Vincenzo Paglia (promotor de la eutanasia) o James Martin (activista LGBT).
Sus enemigos son perseguidos y despreciados, incluso si son fieles a la doctrina. Basta ver cómo trata a los sacerdotes tradicionalistas, a los obispos conservadores o a los cardenales que le piden aclaraciones (Burke, Müller, Zen).
Su retórica contra el “clericalismo” y la “rigidez” parece más bien una cruzada contra quienes no se ajustan a su visión progresista de la Iglesia.
Su obsesión con ciertos temas (migración, ecología, “fraternidad”)* contrasta con su desprecio por la defensa de la vida, la lucha contra el relativismo doctrinal o la formación en la fe.

Cuando un Papa actúa según su simpatía personal y no según la verdad del Evangelio, toma su cargo en vano, lo vacía de su verdadero sentido y lo convierte en un medio para su propia agenda.

 “No tomarás el nombre de Dios en vano” significa no usar el papado para dividir la Iglesia

El segundo mandamiento nos recuerda que Dios no es un instrumento de manipulación. Sin embargo, Francisco ha permitido que el papado se use como un arma de división, separando a la Iglesia entre “los buenos” (sus aliados) y “los malos” (quienes no se pliegan a su agenda).

La Iglesia siempre ha tenido diferencias internas, pero nunca un Papa había hecho tanto por fomentar la polarización dentro de la institución que debería unir a los cristianos.

Los sínodos han dejado de ser espacios de reflexión para convertirse en mecanismos de imposición de ideas. Las intervenciones doctrinales ya no buscan aclarar la fe, sino sembrar ambigüedad y la ortodoxia ya no es un criterio para ascender en la jerarquía; ahora lo es la adhesión al programa del Pontífice.

En este contexto, el papado se usa en vano cuando se transforma en un instrumento de facción, en lugar de ser signo de unidad en la verdad.

El segundo mandamiento no es solo una norma sobre el lenguaje, sino un principio sobre la reverencia debida a Dios y a sus instituciones sagradas. El papado no es una plataforma para imponer la visión de un Pontífice, sino un ministerio al servicio de la Verdad eterna.

Cuando Francisco utiliza su autoridad para favorecer a unos, castigar a otros y promover una agenda personal, no está ejerciendo su misión, sino abusando de ella.

Tomar el nombre de Dios en vano es usar lo sagrado con fines personales o ideológicos. Y esto es precisamente lo que hace Francisco cuando usa la autoridad de Pedro para deformar la Iglesia según su criterio. No se puede pedir obediencia a la Cátedra de Pedro si la Cátedra de Pedro se usa para otra cosa que no sea confirmar en la fe.

Francisco es Papa, pero el papado no le pertenece. Si sigue tratándolo como si fuera un vehículo para su agenda, será uno de los grandes responsables del daño infligido a la Iglesia en nuestro tiempo. Y eso sí que es tomar el nombre de Dios en vano.

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