LAS TRES VIDAS DE FRAY LOPE DE OLMEDO (XXI)
Pilar Abellán OV
Afirma el monje Dom Norberto Caymi en 1754 que, “cuando (Lope) hubo construido el monasterio de la Cella y le dio una estructura adecuada, pensó inmediatamente en dotarlo de leyes sagradas, según el sistema que había propuesto de antemano, y en inculcar su observancia a sus primeros seguidores y a todos los que habían acudido allí para alistarse como nuevos soldados bajo su bandera. Propuso un modo de vida que recogen los estatutos y el ordinario redactados por Lope y aprobados por el Papa Martín en la bula de institución, Piis votis fidelium”.
El estudio de los Estatutos y el Ordinario nos ayuda a bosquejar el modelo monástico jerónimo de fray Lope y a establecer comparaciones con la OSH. Como afirma la Dra. María del Mar Graña, “es innegable el valor de los documentos jurídicos pese a las dificultades que a veces ofrecen para una lectura espiritual”. En el caso que nos ocupa, disponemos, además de los documentos jurídicos, la narración de Dom Norberto Caymi en el siglo XVIII, él mismo monje jerónimo de la rama reformada de fray Lope de Olmedo.
En nuestra investigación, trabajamos con un traslado (copia) del mismo s. XV de estos documentos que se encuentra en dos códices distintos en la Real Biblioteca del Monasterio del Escorial: por una parte, f-IV-24, “Ordinarium et Statuta ordinis monachorum S. Hieroymi”, y f-IV-15, “Fr. Lupi de Olmeto regula monachorum ex operibus S. Hieronymi collecta; Statuta et ordinarium O. S. Hieronymi. Eusebii Cremonensis epistola de norte S. Hieronymi”.
Según estos estatutos y el Ordinario que los acompaña, la espiritualidad – o carisma – de los monjes ermitaños de san Jerónimo, que se puso en práctica en el eremitorio de San Jerónimo la Cella en la Sierra de Cazalla – diócesis de Sevilla – debía dirigirse principalmente a Dios, por medio de las alabanzas divinas que debían recitarse en el coro, Oficio Divino que Lope reguló sobre el rito antiguo de la Iglesia romana, según indica Caymi. Indica este monje italiano del siglo XVIII que “estos ejercicios seráficos del coro se hacían con pleno recogimiento, con una pausa adecuada, con pronunciación distinta, pero sin cantar (…), para que, por la larga ocupación de esto, no disminuyese el tiempo para los otros empleos espirituales”. Resulta muy interesante que fray Lope legislara para su nueva orden un Oficio Divino recitado en el coro, y no cantado, teniendo en cuenta cómo la liturgia cantada en su máxima solemnidad era el signo distintito de la Orden de San Jerónimo, cuyos monjes pasaban en el coro alabando a Dios ocho horas diarias. Para los sábados, Lope estableció un Pequeño Oficio doble de la Madre de Dios, teniendo para ello el Privilegio del Pontífice.
Además de las horas prescritas de salmodia, había también las destinadas a la oración personal o mental, por medio de las cuales “estos santos ermitaños – dice Caymi – se elevaban a Dios, desprendían sus pensamientos de los asuntos terrenales y se sumergían en las cosas celestiales”. Siguiendo la sentencia de san Jerónimo según la cual, “cuando rezas, eres tú quien habla a Dios, pero cuando lees las Escrituras, es Él quien te habla a ti”, parece ser, como sigue Caymi, que, “para que, conversando cada día con Dios en la meditación, obtuvieran por correspondencia que Él conversara con ellos en la Lectio, fray Lope estableció que los monjes se reunieran para escuchar la lectura de las Sagradas Escrituras, siguiendo la antigua costumbre monástica, a las horas que el Superior juzgara conveniente”.
No existían los espacios diarios de ocio, pues bien sabía Lope – como bien había dicho san Jerónimo y es patrimonio de la historia del monacato – que los vicios son propensos a brotar de la inactividad. Por lo tanto, para evitar las tentaciones que se derivan de la ociosidad, Lope había distribuido las horas del día con sus seguidores en tal orden que ninguno de ellos quedaba libre de cualquier trabajo beneficioso para el espíritu. Además de los salmos, las oraciones y la lectura de libros devotos, había reservado tiempo para ciertas tareas manuales, tanto para evitar la ociosidad como para poder mantenerse con el trabajo de sus propias manos. Afirma Caymi que “esta ocupación del cuerpo, por muy gustosamente que Lope o sus seguidores se adaptaran a ella, no dejaba de ser muy dura y difícil, debido sobre todo a su dieta muy frugal y modesta, además de los largos y continuos ayunos que practicaban: además de los ayunos prescritos por la Iglesia, los monjes de Lope ayunaban desde el día de Todos los Santos hasta el día de Navidad; y desde éste, excepto los domingos, y los días de rito doble y semidoble, hasta la Cuaresma; así como todos los viernes del año en recuerdo de los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo. El uso de la carne les era completamente desconocido, ni la veían o probaban jamás, excepto en casos de enfermedad o debilidad corporal manifiesta, y en un lugar apartado, lejos de la comunidad.
Su lecho en verano y en invierno no era más que un tosco saco de paja, o incluso de heno, sobre el que, siempre vestidos con sotana, escapulario y con una capucha en la cabeza, tendían sus miembros durante unas horas. Y así, en lo más profundo de la noche, despertando de su breve sueño, aunque todavía no habían cumplido las exigencias de la naturaleza, urgidos sin embargo por un vivo ardor para dedicarse tanto como pudieran a las alabanzas divinas, acudían al Oficio del Coro. El vestido que llevaban, pobre y de lana raída, servía para cubrir el cuerpo, no para adornarlo, y para dar testimonio no de vanidad, sino de perfección. Consistía en una túnica blanca, un escapulario de color sombrío o negro y un manto de color similar – el mismo hábito que vestían los jerónimos desde 1373 a partir de una visión de santa Brígida, como narra fray José de Sigüenza.
El número de Monjes en san Jerónimo de Acela (nombre con el que pasó a conocerse este primer monasterio, referido en la bula de institución como “la cella” por ser un eremitorio) y en cualquier otro monasterio que fray Lope hubiera que erigir, era de doce, ocho de los cuales habían de ser de Coro y cuatro, legos. Así lo decidió Lope, afirma Caymi, “no tanto por el ejemplo del duodécimo número de Apóstoles, cuanto por el fácil sustento de la familia, y para no agraviar a las gentes de los alrededores, dada la condición de lugar solitario y desierto, y por consiguiente escaso en las cosas necesarias para la alimentación”. Como hemos indicado en otro lugar, este reducido y exacto número de monjes (y monjas) es característico de las comunidades que podemos considerar “observantes”.
En cuanto a la dotación del monasterio, Lope había decidido desde el inicio – no podemos saber si como reacción a la opulencia que había vivido en Guadalupe – que sus monasterios estuvieran dotados de rentas muy bajas, para que no pudiera existir superfluidad, pero tampoco cayeran en la escasez. Con este fin, se sabe que rechazó la generosidad que le ofrecieron familias nobiliarias. Para el mantenimiento de La Cella, así como para cualquier otro que se erigiera, quiso asignar 400 florines de oro de lo que la piedad de los bienhechores le diera, rechazando lo que superase esa cifra. Pero tal vez no calculó las necesidades que podía tener la comunidad, y al parecer, la necesidad no tardó en hacerse sentir en este primer monasterio en Cazalla: el suelo infértil y poco fructífero, el escaso número y la miserable condición de los habitantes de aquellos riscos – indica Caymi- y la dificultad de encontrar sustento en aquellos bosques, redujeron finalmente a nuestros ermitaños a la escasez de las cosas necesarias para la alimentación común, y a tolerar el hambre, el frío, las vigilias y toda clase de privaciones y sufrimientos. De acuerdo a Caymi, Lope y sus monjes “no lo lamentaban en absoluto, sino que daban gracias al Señor de todo bien, y soportaban todo en paz”. Además, por el privilegio que les había concedido el papa Martín V, los monjes tenían la facultad de mendigar en cualquier lugar y jurisdicción donde pudieran proveer a su propia indigencia (“Concedimus – puede leerse en la bula Piis votis fidelium – quod ipsi – Monachi – ostiatim etiam voce alta fidelium eleemosynas, per quecumque terrarum partes, petere; & illas aliaque quovis justo titulo acquirere, habere & in eorum licitis usibus expendere). Mediante estas “santísimas prácticas – afirma Caymi – aquellos hombres penitentes, fieles y fervorosos, caminaron, bajo el ejemplo y las enseñanzas del Venerable Lope por el hermoso camino, aunque áspero, de la perfección”.
El número de los varones que se unieron a la fundación monástica de Lope permanece como una incógnita. Por una parte, desde fuentes jerónimas se insiste en nombrarlo sólo a él, probablemente con la intención de minimizar sus dimensiones y efecto. Algunos nombres han quedado reflejados en la documentación, como veremos en su momento, pero no podemos saber cuántos monjes tuvo la orden de Lope en estos inicios. Lo que parece claro es que inicialmente debieron ser al menos los once que completaban junto a él el número máximo en la primera fundación de Cazalla; pero, como veremos, debieron ser bastantes más, pues el número de monasterios que Lope anexionó a su orden en Italia en los años inmediatamente posteriores a la fundación de su orden es sorprendentemente elevado. Caymi indica que el buen ejemplo de vida de esta primera comunidad “y la altísima opinión de la santidad de Lope y sus seguidores después de la fundación del Monasterio de la Cella, indujeron a muchas personas inspiradas interiormente, y enamoradas de aquella paz e inocencia, que reinaba allí por todas partes, a entregarse a nuestro Instituto. Como el número de los verdaderos jerónimos (sic) había aumentado considerablemente, no era posible que todos ellos vivieran allí, y no era posible observar la ley que el número había tomado”.
Llegados a ese punto, y puesto que la bula de institución permitía a Lope la erección de cuatro eremitorios más en la sierra de Cazalla, además de san Jerónimo de Acela, afirma Caymi que Lope escogió otros lugares para edificar. Sin embargo, aquí, de nuevo, encontramos una de esas informaciones conflictivas con las que nos hemos ido topando en la biografía de fray Lope de Olmedo. Los nombres que da Caymi no son lugares ubicados en la sierra de Cazalla, además de que las fechas de fundación son posteriores a la muerte de Lope de Olmedo en 1433. Es interesante mencionar brevemente cómo, de manera muy curiosa, dom Norberto Caymi se lamenta de que “fray José de Sigüenza, “siempre dispuesto a disminuir la gloria de Lope, sólo habla de la fundación que hizo del monasterio de La Cella, pasando por alto, en silencio, todos los demás de la misma clase fundados en la sierra de Cazalla” (nota b pág 129: Rossi Vit Lat cap II. P. Sigüenza, tom 2 lib 3 cap 7). Como hemos dicho, empero, las ubicaciones y fechas de fundación de los monasterios que menciona Caymi no se corresponden con su afirmación: nombra en primer lugar San Miguel “de Colle”; no podemos saber si se refiere a San Miguel de los Reyes, bien documentado monasterio de la orden de Lope, ubicado sin embargo en Alpechín, Sanlúcar. Sin embargo, según Ruiz Hernando, la fundación de esta casa se produjo desde san Isidoro del Campo – veremos más adelante la incorporación de este importante monasterio en Santiponce a la orden de fray Lope – en 1477. Otras fundaciones mencionadas por Caymi son Santa María de Barrameda (de nuevo, según Ruiz Hernando, la fundación se llevó a cabo desde san Isidoro en 1440, fecha en que fray Lope ya había fallecido); Santa Ana de Tendilla (fundado en 1473, según Ruiz Hernando, también desde san Isidoro, y situado en Guadalajara) y Santa María de la Valle (fundado según Ruiz Hernando en 1486). Es decir, ninguno de estos cuatro monasterios se encuentra en la sierra de Cazalla, que era lo estipulado en la bula, ni fueron fundados durante los años de vida de Lope, si bien Caymi apunta que “sus Instituciones no diferían un ápice de las del primer monasterio, conservando en todas ellas el mismo sistema de vida, y en todo un pleno respeto, y una gran resignación a las determinaciones de Lope”.
Entonces, ¿por qué no fundó Lope los otros cuatro monasterios que tenía permitido fundar en la Sierra de Cazalla? Lo que muestra la documentación es que, poco tiempo después de erigir San Jerónimo de Acela, fray Lope fue llamado a Roma por el cardenal de san Eustoquio, protector de su orden, por orden del papa Martín V. Dom Norberto Caymi, basándose en la biografía de Lope de Olmedo escrita por Dom Pio Rossi, monje de su misma orden, un siglo antes, afirma que Martín V, escuchando las buenas noticias de su fundación, “manifestó entonces (a Lope) su gran deseo de extender las ramas del árbol que había plantado en España, comenzando por Italia, y propagarse desde aquí a las montañas, para gloria del que todo lo mueve, su propia filiación (nota b pág 131: Rossi, vit it)”. Indica Caymi que “bastó (a Martín V) pedirlo para que Lope, que estaba plenamente empeñado en colmarle de beneficios, accediera inmediatamente a la petición”.
Nos encontramos pues a Lope de nuevo en Roma en 1425, con su eremitorio en Cazalla ya fundado y en funcionamiento, aceptando el encargo del pontífice Martín V de fundar monasterios de su nueva orden en Italia.
Vamos a detenernos en la siguiente entrega en comprender el eremitorio de San Jerónimo de Acela, muy importante por ser el arquetipo monástico de fray Lope. Posteriormente, veremos qué ocurrió en Roma en 1425, cuando Lope acudió a la llamada del Papa, y cómo, en el Capítulo General que se celebró ese mismo año, la Orden de san Jerónimo en España, viendo amenazada su existencia, puso manos a la obra para evitar ser suprimida.
- Graña, María del Mar, 2005. “Las monjas jerónimas, Hembras apostólicas”, Separata de Iglesia de la Historia, Iglesia de la Fe, Madrid: Universidad Pontificia de Comillas, p. 163
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