La Iglesia y el fuego de la chimenea

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Mirar una chimenea es un arte perdido. Antes, las familias se sentaban alrededor del fuego como quien se sienta a la misa: en silencio, con asombro, dejando que el calor, la luz y la danza de las llamas llenaran los huecos del alma. El fuego de la chimenea no tiene prisa. Es una verdad que se despliega lentamente, una enseñanza que se recibe al ritmo del crepitar de la madera. Pero hoy, ¿quién sabe mirar una chimenea?

La velocidad de nuestros tiempos nos ha robado esa quietud. En lugar de la contemplación del fuego, vivimos en la pantalla perpetua, con flashes de información que nos encienden y apagan sin dejarnos tiempo para arder. ¿Y qué pasa cuando el hombre pierde la capacidad de mirar el fuego? Pierde la capacidad de escuchar. De esperar. De orar.

En la Iglesia, algo similar está ocurriendo. Hemos sustituido la lentitud del fuego por la urgencia de los focos. Queremos respuestas rápidas, consensos inmediatos, éxitos visibles. El Papa, los obispos, los sacerdotes: todos parecen atrapados en la vorágine de la modernidad, intentando mantener encendida una llama que parece apagarse bajo el viento del mundo. Pero, ¿y si el problema no es el fuego, sino nuestra incapacidad para mirarlo?

El fuego de la verdad

Hoy en la Iglesia necesitamos volver a ese fuego. Pero no al fuego que consume en minutos, como las polémicas de redes sociales, sino al fuego que calienta durante horas, como el carbón de la chimenea. Necesitamos volver a las verdades que no envejecen, a las llamas que no se apagan: la Eucaristía, la oración, la cruz.

La lección de la chimenea

Mirar una chimenea requiere paciencia. Si te apresuras, no verás más que humo. Si te quedas el tiempo suficiente, te darás cuenta de que el fuego vive porque se alimenta de sacrificio: la madera que se quema para dar calor. La Iglesia, como el fuego, vive de un sacrificio perpetuo. Cuando intentamos que la Iglesia brille sin consumir nada –sin el sacrificio de la cruz, sin el abandono al Espíritu– lo único que obtenemos es ceniza.

El problema no es que el fuego se haya apagado. Cristo mismo prometió que las puertas del infierno no prevalecerían. El problema es que hemos olvidado cómo mirar. Nos hemos acostumbrado a la luz artificial, a la falsa claridad de quienes piensan que el mundo se arregla con sinodalidades y comités. Pero la luz de la Iglesia no viene de nosotros. Viene del fuego que arde en su corazón, un fuego que no hemos encendido nosotros y que, gracias a Dios, tampoco podremos apagar.

Un momento para sentarse

¿Qué pasaría si, en lugar de correr de un problema a otro, la Iglesia se sentara frente al fuego? ¿Qué pasaría si dejáramos de intentar controlarlo y simplemente nos quedáramos en silencio, dejando que la luz nos envuelva, que el calor nos toque, que el fuego nos transforme?

La chimenea nos enseña que el fuego no necesita nuestra ayuda. Solo necesita que lo alimentemos con lo que somos: maderas imperfectas, ramas secas, a veces incluso maleza. Pero si se lo damos todo, arderá.

Quizá el verdadero problema en la Iglesia no sea la falta de fuego, sino nuestra incapacidad para mirarlo. Tal vez sea hora de apagar las pantallas, de dejar de correr y de sentarnos, como lo hicieron nuestros antepasados, frente a la chimenea de la Iglesia. Mirar, escuchar, y dejar que el fuego de Cristo nos consuma.

La Iglesia no necesita más luces. Necesita hombres que sepan mirar una chimenea.

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Comentarios
14 comentarios en “La Iglesia y el fuego de la chimenea
  1. El fuego se la iglesia es la eucarística? No sé qué decir. La eucaristía es un misterio, como los misterios de Eulesis. Se tomaba una sustancia psico activa, que producía una experiencia psicodélica. Esas experiencias son tranformativas. Es morir antes de morir, por qué al morir, uno no muere. Pero la eucaristía no es nada a partir del Concilio de Nicea. Es solo una oblea de trigo y trago de vino aguado. Eso no sirve para nada.

    1. Me podría aclarar por que no es nada a partir del concilio de Nicea. Quizás no sea nada a partir de la llegada del modernismo cuando los sacerdotes dejaron de serlo, esclavos del mundo, y quizás perdieron el poder de la consagración cuando sus manos cometieron actos abominables bendecidos por la jerarquía….

      1. Hola EP, con gusto te lo explico. Es en el Concilio de Nicea cuando nacio la ICAR. Hasta entonces, los cristianos eran sectas separadas (no sectas en el sentido destructivo) , con orientaciones diferentes. En muchas de estas sectas (si no todas) la eucaristía consistía en tomar un vino sacado de bayas, que tenían propiedades psicoactivas. Esto lo hacían reuniéndose en catacumbas, o en lugares secretos, porque estaban perseguidos. Ese vino era la Sangre de Cristo, la cual fue ofrecida por Jesús a sus discípulos la noche que iba a ser entregado. Y los discipulos tuvieron la experiencia de Cristo. Eso mismo se hizo hasta el Concilio de Nicea, donde fue prohibido y a los que lo hacían se les excomulgaba. Así que no, no es debido al modernismo que la eucaristía ha degenerado. Viene de mucho antes.

  2. Leyendo su artículo Sr. Gurpegui lo asocie a Santiago 1,2_4. Fe y paciencia unidas.

    Son tiempos para ambas. Y ambas, dan calidez interior, reposo y sosiego.

  3. Desde pequeño siempre hubo chimenea en mi casa familiar que teníamos en el campo. Hoy tengo chimenea en la misma casa antigua del campo. Pero la chimenea tiene sus desventajas, la leña también es cara, se consume rápidamente, hay que cargar los troncos de encina u olivo y con los años se hace pesado. Con el aumento de las temperaturas, cuando ya dejaron de existir las navidades blancas de mi infancia, cada vez se hace menos necesario encender la chimenea. En Noche Buena la encenderé, para quedarme extasiado en mis recuerdos de cualquier tiempo pasado que como decía Jorge Manrique siempre fueron mejores. Al lado del belén centenario de mis antepasados, besaré al niño Jesús como siempre y encenderé una vela. Apagaré las luces, y solo el resplandor de la hoguera con que se calentaban los héroes de antaño de la Tradición, me iluminará hasta el día siguiente…….

    1. Durante diez años viví en una casa del Pirineo francés, donde la chimenea siempre estaba encendida en los meses fríos. Tenía leña de sobra en mi propiedad, que cortaba y almacenaba de forma cotidiana. A menudo estaba nevado fuera y pasaba mucho tiempo delante de la chimenea. Esos recuerdos me hacen sentir bien.

      1. A ver si a partir de hoy se proclama una tregua navideña y nuestros queridos hijos de pu ta pasan a ser nuestros hermanos. Feliz Navidad XXY y a todos los demás comentaristas sin excepción alguna. Dios os guarde….

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