Las horripilantes casullas que se vieron en la reapertura de Notre-Dame en París, no fue lo único que ha llamado la atención en los días posteriores.
El pasado sábado 7 de diciembre, tras cinco años de reconstrucción, el arzobispo de París Laurent Ulrich reabrió la catedral de Notre-Dame tras el incendió que se desató en su interior hace cinco años.
El arzobispo de París consagró con aceite perfumado el nuevo y polémico nuevo altar de la catedral bajo la atenta mirada del primer ministro de Francia, Emmanuele Macron y Donal Trump, presidente electo de Estados Unidos. España no mandó ninguna representación a la inauguración oficial. Una decisión que ha sido criticada por el siempre valiente arzobispo de Oviedo, monseñor Jesús Sanz Montes quien a través de su cuenta de ‘X’ Notre ha calificado esa decisión del Gobierno de «zafia censura de los gobernantes no dejando ir al Rey. Les falta horizonte de inteligencia y cultura, y les sobra ideología paleta».
Como decimos, además de las casullas de colorines más propias de un circo que de una Misa solemne en Notre-Dame y el feo altar modernista, el medio francés BFMTV emitió el momento en el que la mujer del mandatario francés, Brigitte Macron, se acercó a recibir la comunión.
Notre-Dame: Brigitte Macron et le public s’avancent pour la communion pic.twitter.com/eRypHnKMYg
— BFMTV (@BFMTV) December 8, 2024
La ‘peculiaridad’ de que la señora Macron haya recibido la comunión es que ella está divorciada. Brigitte Macron se casó el 22 de junio de 1974 con el banquero André-Louis Auzière (1951-2019), con quien tuvo tres hijos: Sébastien Auzière, Laurence Auzière-Jourdan y Tiphaine Auzière. El matrimonio se separó en 1994 y se divorciaron en 2006. Tan solo un año más tarde, en 2007 ella se casó con su exalumno Emmanuel Macron con el que había mantenido una relación íntima cuando era su profesora con 40 años de edad, siendo él menor de edad con solo 15 o 16 años.
¿Qué dice la Iglesia?
Este hecho ha producido un grave escándalo ya que el Código de Derecho Canónico establece que: «No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o de la declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave» (can. 915).
Por si fuera poco, el punto 1650 del Catecismo de la Iglesia católica no deja dudas al respecto: «Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo («Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio»: Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia».