El Papa Francisco y sus amistades peligrosas: Cuando los gestos hablan más fuerte que las palabras

El Papa Francisco y sus amistades peligrosas: Cuando los gestos hablan más fuerte que las palabras

Es curioso cómo los gestos terminan traicionando las palabras. Nos dicen desde el púlpito vaticano que “la vida es sagrada”, que abortar es como contratar a un sicario. Pero luego vemos cómo el Papa Francisco se sienta sonriente al lado de Emma Bonino, una de las figuras más fervientes en la lucha por la legalización del aborto en Italia.

Alguien que ha dedicado buena parte de su vida a promover que los bebés en el vientre materno no lleguen a nacer. Sin embargo, para Francisco, ella no es una simple activista proaborto: es su amiga. ¿Qué clase de mensaje envía este tipo de respaldo?

Para quienes no la conocen, Emma Bonino no es precisamente una desconocida en el ámbito de la cultura de la muerte. Desde su militancia en el Partido Radical Italiano, Bonino ha sido una de las principales impulsoras de la legalización del aborto en Italia desde los años setenta, ayudando a abrir las puertas a leyes que permiten la eliminación de vidas humanas en sus primeras etapas. Fue detenida en 1975 por realizar abortos clandestinos y ha sido una defensora incansable del aborto y la eutanasia. La mujer que hoy vemos sentada junto al Papa es, en esencia, una promotora de una cultura que ve el aborto como un derecho, y no como la tragedia que realmente es.

¿Y qué hace el Papa Francisco? Pues se pasea con ella, le brinda su respaldo, muestra públicamente su «amistad». Así como también lo hace con otros personajes cuyos valores chocan frontalmente con los principios más básicos de la Iglesia. Se deja ver con los poderosos, con los mismos a los que, en teoría, debería cuestionar. Parece que el Papa de los gestos, ese que tanto valora la «periferia existencial», no tiene problema en ponerle alfombra roja a aquellos que están en la cúspide de la sociedad, aunque esos mismos sean quienes promuevan y defiendan la eliminación de vidas inocentes.

Entonces, ¿de qué sirve que Francisco nos diga que abortar es como contratar a un sicario, si luego nos muestra que esos “sicarios” son amigos suyos y merecen alabanza? Lo que realmente importa no son las palabras que se dicen desde el púlpito, sino los gestos que se hacen en la vida cotidiana. Si los gestos del Papa muestran una y otra vez una amistad cercana y casi cómplice con figuras tan contrarias a la moral cristiana, ¿con qué cara se espera que le creamos cuando pronuncia esos discursos a favor de la vida?

Es triste, pero lo cierto es que, al final, sus gestos hablan mucho más alto que sus palabras. Y lo que dicen esos gestos es que los enemigos de la vida, los promotores del aborto, los defensores de la eutanasia, pueden contar con la simpatía del Papa. Que no importa cuántos discursos en defensa de la vida se pronuncien, si luego, en la práctica, se extiende la mano a quienes trabajan activamente por destruirla.

Los católicos estamos cansados. Cansados de las palabras vacías, de los discursos que suenan bien pero que se contradicen con cada gesto, con cada foto, con cada visita. Si el Papa realmente cree que la vida es sagrada, que empiece a demostrarlo. Porque mientras siga elogiando a personas como Emma Bonino, lo único que demuestra es que, para él, los promotores de la muerte no solo son bienvenidos, sino dignos de honores y amistad.

¿Hasta cuándo tendremos que soportar esta hipocresía?

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