La Iglesia Católica es, por definición, universal. Así nos lo enseñan desde pequeños: «una fe, una liturgia, una Iglesia». Suena bien, ¿verdad? Un cuerpo místico unido en la adoración de Dios, donde los fieles, sin importar el país, la lengua o la cultura, comulgan con las mismas creencias y practican la misma liturgia. ¡Qué hermoso ideal! Lástima que la realidad en muchos casos sea completamente diferente. Porque, para ser francos, a veces parece que la única universalidad de la Iglesia es estar a merced de los caprichos del párroco de turno.
Sí, esa idea de que la liturgia debería ser uniforme y respetuosa con la tradición es maravillosa. Pero luego aterrizas en una parroquia cualquiera y te encuentras con un festival de improvisaciones. Que si en esta diócesis puedes comulgar en la boca, pero en la vecina te miran mal si intentas hacerlo; que si en una parroquia el sacerdote respeta escrupulosamente las formas de la consagración, mientras que en otra parece que ha asistido a un curso rápido de «Cómo ser original en la misa». Porque, claro, ¿a quién no le gusta un poco de espontaneidad en lo sagrado?
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con la comunión. Resulta que para algunos párrocos, recibir la comunión en la mano o en la boca no es solo una cuestión de elección personal, sino de un «protocolo litúrgico» que cambia más que el clima. Y no hablo de pequeñas parroquias rurales; esto lo ves en catedrales y basílicas. En un sitio, te arrodillas y comulgas en la boca como se ha hecho durante siglos, en otro, te obligan a ponerte de pie y estirar la mano como si estuvieras pidiendo el pan en una cola de supermercado. Y si intentas hacer lo contrario, prepárate para la reprimenda pública o, peor aún, para ser ignorado completamente. Porque, claro, la unidad de la fe no parece aplicarse a estas cosas.
Recuerdo el testimonio de una amiga que me decía: “Fui a una misa en otra ciudad y cuando me acerqué a comulgar en la boca, el sacerdote se negó. Tuve que dar un paso al lado, mientras todos me miraban como si hubiera cometido una herejía. Me sentí como una extranjera en mi propia Iglesia”. Y esto, en teoría, no debería pasar, ¿no? Pero pasa.
Otro capítulo digno de mención es el de la consagración. Todos sabemos que el Concilio Vaticano II introdujo algunos cambios en la liturgia, pero parece que algunos sacerdotes tomaron eso como carta blanca para convertir la misa en su propio show personal. Me contaba un amigo que en su parroquia, el sacerdote decidió un día que el modo tradicional de consagrar no era lo suficientemente «moderno», y empezó a añadir y quitar palabras al gusto. Total, ¿quién se va a dar cuenta, no? Los laicos que asisten a misa son todos ignorantes, al fin y al cabo. “¡Es solo un detalle técnico!”, le dirían si se atreviera a preguntar.
No, querido lector, no es solo un detalle técnico. Aquí estamos hablando de la esencia misma de la fe. Si la Iglesia es universal, ¿cómo puede ser que una misma liturgia cambie tanto de una parroquia a otra, de una diócesis a otra? ¿Cómo es posible que los fieles tengan que andar preguntando, como quien se informa sobre el menú del día, si en esta misa podrán comulgar en la boca, o si el sacerdote será fiel al rito de la consagración?
La respuesta parece ser que la universalidad es solo para las grandes declaraciones doctrinales, esas que llenan encíclicas y documentos vaticanos. En el terreno de lo práctico, el terreno en el que nos movemos los fieles de a pie, esa universalidad se diluye en una cacofonía de preferencias personales y ocurrencias creativas. Un sacerdote se despierta un día con ganas de hacer algo diferente, y ¡zas!, se acabó la unidad litúrgica en su parroquia.
¿Y qué queda de esa Iglesia universal cuando un fiel se encuentra, en función del lugar en el que viva o del sacerdote que le toque, con prácticas y costumbres completamente dispares? Pues queda un sentimiento de desconcierto, una sensación de que la fe no es tan firme ni tan unificada como nos han enseñado. Al final, uno no puede evitar pensar: «Una fe, una liturgia, una Iglesia… excepto cuando el cura de turno tiene otras ideas».
Así que, tal vez sea el momento de recordar a nuestros queridos pastores que la liturgia no es un campo para la improvisación ni para el gusto personal. Si la Iglesia Católica quiere seguir siendo verdaderamente universal, debe asegurarse de que su liturgia también lo sea. De lo contrario, la única universalidad que nos queda es la de nuestra paciencia, sometida a prueba cada vez que vamos a misa.
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Lo que a mí me enseñaron desde pequeño (y soy un anciano, ya) es que el Papa es infalible y todos vosotros sois unos herejes, que os creéis católicos sin serlo. Amen Jesús)
…cuando habla ex cathedra en materia de Fe. En todo lo demás, es tan falible como cualquier otro ser humano.
Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.. El Papa está ejerciendo un cargo y si no es fiel ni al Apóstol Pedro ni a los demás Apóstoles pues estamos en nuestro derecho de obedecer a Dios.. ni herejes ni pamplinas….
Pues deberían haberte enseñado que el «infalible» Papa Honorio I fue declarado hereje anatema por el 3er Concilio de Constantinopla, sentencia que fue revisada y corroborada por los dos Concilios posteriores. Y deberían haberte enseñado que el Papa Juan XXII se arrepintió en su lecho de muerte de haber intentado imponer su doctrina herética de la visión beatífica (e incluso por la fuerza ya que el domínico Thomas Waleys, por su resistencia pública a la doctrina herética sufrió juicio y reclusión).
Cómo dice Jeremías 17:5, «Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre». Al que hay que obedecer es a Cristo; al Papa se lo obedece subsidiariamente, en tanto y en cuanto éste siga a Cristo.
Y cuando tu ancianidad te permita un momento libre, léete el pasaje de Gálatas 2:11-14 en donde San Pablo reprende públicamente al mismísimo San Pedro.
Te enseñaron mal desde pequeño.
Ya conté aquí lo que me pasó en septiembre en Santo Domingo de Murcia –adonde los murcianos hemos podido ir y comulgar en la boca toda la vida– con un jesuita que ensayó conmigo su nueva técnica para erradicarla: me exigió una vez que sacara (más) la lengua; todavía le pareció poco y repitió el seco imperativo. Llegué a oírme exhalando un sonido inarticulado de aceptación y con el húmedo apéndice totalmente fuera… Y entonces sentí vergüenza: ahí, en pie delante de la nave central de un templo enorme, aunque, gracias a Dios, sin demasiada gente. Él terminó su misa todo guay, repartiendo recomendaciones demagógicas a los presentes. Y yo me fui de esa iglesia céntrica meditando cabizbajo sobre la «Revolución de la ternura» de Francisco…
Hay que obedecer al Papa en todo. Quien no le obedece está fuera de la Iglesia.
La obligación de ustedes era formarse en la fe si sus mayores no les catequizaron y ni les explicaron siquiera el cristianismo. Y, en lugar de hacerlo, se pasan el día en las webs catolicas de Internet exhibiendo a las gentes su incultura y fanatismo…
(Vaya, lo de «exhibiendo a las gentes» ha debido de ser un resabio involuntario de aquella canción sobre ‘La puerta de Alcalá’: «… exhibiendo a las gentes sus calvas indecentes…» 😀
Si claro, al Papa hay que «obedecerlo» en todo. Y si te dice que te acuestes con él (como hacía Juan XII) y sodomices, lo tienes que hacer, porque te lo mandas el Papa. Y si te dice que robes para él, también lo tienes que hacer porque te lo manda el Papa.
Es evidente tu intento de trollear, de modo tal que no vale la pena extenderse en la respuesta a un comentario donde lo único que busca es provocar. Pero continúa tú siguiendo ciegamente al Papa, especialmente a Francisco, que Dios, en su sabiduría, dispondrá las cosas para que donde esté Francisco, estés también tú y seas uno con él (con Francisco).
Hay que seguirle, siempre y cuando, lo que predique sea acorde a la Santa Biblia, Tradición y Magisterio.
Si dice herejías o alguna barbaridad, no hay que seguirle y ante Dios, el será culpable y los que le siguen también, puesto que se nos dio la razón para algo.
No cree??
Pues como que al papa, en tanto no diga cosas contrarias a las de sus antecesores que son tan papas como él se le podrá obedecer, mientras respete todos y cada uno de los concilios y no diga contra ellos ninguna cosa, se le podrá obedecer.