LAS TRES VIDAS DE FRAY LOPE DE OLMEDO (XVIII)
Pilar Abellán OV
La historiografía ha asumido generalmente que la propuesta de reforma de fray Lope de Olmedo a la Orden de San Jerónimo fue de carácter “observante”, dada su llamada a una vida más penitente y su referencia al modo de vivir de san Jerónimo, y porque el ambiente en que se da es el de una abundancia de reformas de este tipo en las diversas órdenes y congregaciones religiosas en toda Europa. Veamos pues en qué consistió el fenómeno de la “observancia” y lo que la propuesta de Lope tiene en común con él.
El movimiento “observante”
Se suele considerar que el siglo XIV fue de gran crisis en la sociedad y en la Iglesia, marcado por la peste negra de 1348 y el gran Cisma de Occidente, que llevó a la relajación en la vida religiosa. La religiosidad se volvió más personal, la piedad, más interior y la devoción, más sentida. Son los tiempos de la devotio moderna. Grandes cambios están teniendo lugar en el campo de las ideas y de la espiritualidad, que pondrán fin a la Edad Media y darán comienzo a la Modernidad, no sólo como periodos temporales, sino como categorías de pensamiento.
En este contexto, las quejas sobre el declive de la vida religiosa estaban muy extendidas tanto en las órdenes mendicantes como en las monásticas y comenzaron movimientos de reforma de manera independiente en las diferentes órdenes en toda Europa. Las reformas que posteriormente se conocerán como “observantes” comienzan como un movimiento reformador en Italia en la segunda mitad del siglo XIV. Se trata de intentos de reforma destinados a corregir los abusos y a renovar la disciplina, proponiendo el retorno a la observancia de la regla original: la reforma consiste en renovar la vida religiosa volviendo a los orígenes, como muy bien ha afirmado Pol Bridgewater.
Cronológicamente, el movimiento observante como paradigma se sitúa aproximadamente entre 1388 y 1520. Se trata de un periodo socialmente convulso en el que la Observancia se presenta como un movimiento reformista de religiosos regulares que reclaman el retorno a la «primera observancia» de la regla, explica el portal “Observer l´Observance”, que recoge estudios académicos sobre movimientos observantes, con el fin de comparar y cuestionar diferentes puntos de vista historiográficos, con un enfoque internacional e interdisciplinar.
El profesor James D. Mixson, de la Universidad de Alabama, es mi gran referente en los estudios sobre el movimiento observante, puesto que su dedicación principal es el destacar líneas generales a partir de los estudios de caso realizados por otros investigadores. Ha sido además muy generoso a la hora de responder a mis preguntas sobre la observancia y la propuesta reformista de fray Lope de Olmedo. En su artículo “Vida religiosa y reforma observante en el siglo XV” (History Compass, 2013, vol 11 número 3), el Dr. Mixson plantea cómo “en toda Europa después de 1400, los llamamientos a la reforma resonaron en las filas de casi todas las órdenes religiosas importantes. Surgieron y arraigaron de forma independiente, de maneras tan diversas como el propio paisaje religioso y político bajomedieval, aunque también compartieron una serie de objetivos y características comunes. Conocidos colectivamente como el Movimiento Observante, estos esfuerzos de reforma produjeron algunas de las figuras religiosas más importantes de la Edad Media (Catalina de Siena y Savonarola, Bernardino de Siena y Juan de Capistrano, Jiménez de Cisneros, Tomás de Kempen, incluso el joven fraile observante Martín Lutero). También reflejaron e inspiraron mucho de lo que llegó a ser fundamental en la religión y la cultura bajomedievales”.
Afirma Mixson que “el periodo de las llamadas reformas observantes fue mucho más dinámico de lo que pensó tradicionalmente la historiografía sobre el declive de la vida religiosa en los últimos siglos de la Edad Media”. “Lo más impresionante – continúa – fue la oleada de iniciativas observantes en las órdenes mendicantes, y en particular en la orden franciscana. Las reformas observantes entre los ermitaños agustinos comenzaron en el eremitorio de Lecceto, cerca de Siena, en 1385, y pronto dieron lugar a la primera congregación agustina observante. Hasta la década de 1460, la difusión de las reformas observantes dominicas moderadas fue un fenómeno muy dirigido y moderadamente exitoso, sin conceder mucha autonomía específica a las casas observantes. La congregación de la reforma de Letrán tuvo su primer impacto en Italia, pero pronto influyó en muchas casas de canónigos regulares de Europa central y oriental, especialmente en Polonia. La injerencia de los observantes en la vida religiosa de los laicos fue significativa para el conjunto de la sociedad bajomedieval.
Las consideraciones del profesor Mixson abren paso a planteamientos realmente interesantes, como la conexión de la Observancia con el humanismo y los vínculos entre la reforma observante y las historias posteriores de la llamada Reforma protestante, sobre los que espero que, en relación a la espiritualidad de fray Lope de Olmedo, tendremos ocasión de tratar más adelante.
Sobre la “Reformatio”, decía Raimundo de Capua, primer general de los dominicos que promovió la reforma (1380 – 1399): «la palabra reforma en sentido propio significa que un objeto vuelve a tomar la forma que tenía antes. Así que cuando hablo de la reforma de nuestra Orden no puedo pensar en una mejor manera de llevarla a cabo que mirando a la Roca de la que fuimos tallados y a la Cantera de la que fuimos excavados: a saber, a ese Abraham «padre de muchos pueblos», el Beato Domingo que es nuestro padre a través del Espíritu Santo, y a esa Sara, nuestra Santa Orden que es nuestra madre» (Los reformadores dominicos de la segunda generación, como Johannes Nider, también definieron reformacio como la “introducción renovada de una forma perdida”)…. Para Raymond y sus seguidores, la reforma significaba un retorno a la observancia de la regla agustiniana y las constituciones tal y como los primeros dominicos las habían escrito y seguido. Como muestra la definición de reformatio de Raymond, los observantes tenían el ímpetu de mirar hacia atrás, hacia ese pasado en el que sus reglas habían nacido y supuestamente se habían observado plenamente. Por lo tanto, los observantes creían que eran los verdaderos herederos de la orden dominica, y utilizaron la historia para probar esa afirmación.
No fue un periodo sereno y de reformas voluntarias en muchas casas, sino convulso y cargado de historias violentas, en la que los observantes impusieron su narrativa, exponiendo a los monasterios que no se reformaron como “relajados”.
En Castilla, tal como afirma resumidamente Lorenzo Alcina (Yermo, 1964), “tenemos en esta época bastantes congregaciones de observancia. En el monasterio de san Benito de Valladolid, fundado en 1390 por Juan I de Castilla, se guardaba estricta y perpetua clausura, hasta el punto de tener una mandadera y poner rejas en los locutorios; el monasterio vallisoletano se convirtió en centro y cabeza de una Observancia benedictina. También los dominicos tuvieron su Congregación de Observancia, creada por el beato Álvaro de Córdoba hacia 1423 en el convento de Scalaceli. Bastante antes, en 1403, fray Pedro de Villacreces iniciaba en el convento de La Salceda (Alcarria) una observancia franciscana, después de asesorarse con el prior de los jerónimos de Guadalupe”.
*“Fuga” de monjes jerónimos a congregaciones observantes
Como tuvimos ya ocasión de ver, la reacción de los jerónimos a la propuesta de Lope fue de un rechazo casi unánime, alegando que su estilo de vida no se había deformado ni relajado desde la fundación en 1373.
Sin embargo, consta el “goteo” de monjes jerónimos que abandonaban los monasterios para dirigirse a casas con un régimen de vida más austero y penitente.
El mismo Lorenzo Alcina, en su narración de fundaciones observantes en los reinos peninsulares afirma que “de la misma orden de san Jerónimo procedía fray Martín de Vargas, quien, habiendo sido jerónimo entre 1411 y 1418 en la abadía de Piedra (Aragón), logró autorización del papa Martín V en 1425 para fundar la congregación cisterciense de la Observancia”. La cuestión es algo confusa, puesto que, al respecto del mismo monje, afirma Sophie Coussemacker que “se hizo dominico después de 1418”.
También había sido jerónimo fray Juan de la Puebla (1453 – 1495), fundador de una reforma de la Observancia franciscana, en la que ingresó más tarde Pedro de Alcántara.
Si bien estamos nombrando solamente dos casos, uno de los cuales es coetáneo y el otro, posterior a fray Lope, no debieron ser ni mucho menos los únicos, puesto que el fenómeno obligó primero al papa Luna a dirigir una bula fechada el 11 de noviembre de 1417 en que “da comisión y facultad a los Ordinarios para que restituyan a los monasterios jerónimos los monjes que sin licencia y grave y justa causa se pasaran a otras religiones” (conservada en el archivo del Palacio Real con la referencia AGP leg 1680, transcrita y traducida por Josemaría Revuelta). Sólo cinco años más tarde, el papa Martín V dirigió una bula a los jerónimos firmada el 10 de marzo de 1422, “por la cual el papa prohíbe que ningún monje jerónimo se pase a otra cualquier orden, aunque sea más estrecha, sin licencia de la Santa Sede (AGP 1680). Es el periodo en que los autores discuten sobre la marcha de Lope a la Cartuja y el retorno a la OSH, “sin ningún tipo de licencia”, como afirmaba Sigüenza.
*¿Estaba proponiendo fray Lope una reforma “observante”?
Lorenzo Alcina considera que “en este ambiente denso de observancias maduró fray Lope de Olmedo su ideología monástica y reformadora”.
En su obra “Epílogo sobre san Jerónimo” afirma fray Lope: «Como algunos de los dichos hermanos, y con ellos yo, indigno, osáramos denunciar que por todas las gentes eramos conocidos como de la Orden de San Jerónimo, y que la Orden que encabezó San Jerónimo fue monacal, cuyas características sustanciales son cuatro, esto es, vivir en un lugar desierto, abstenerse de las carnes para domar la carne, fortalecer el espíritu mediante la oración y la contemplación, y llevar una cogulla por hábito; características todas que los dichos hermanos no cumplen desde el principio de su creación, ni han pretendido cumplirlas; por ello, algunos de nosotros, queriendo imitar como a un padre al Santísimo Jerónimo, razón por la que somos llamados miembros de su Orden, demandamos con gran deseo respetar mediante la praxis la propia y misma Orden monacal que encabezó San Jerónimo, al menos respecto a las antedichas características sustanciales.»
“Quum ex dictis fratribus aliqui, et ego cum eis indignus nominari audiremus, quod per omnes gentes Ordinis Sancti Hieronymi dicebamur, et quod Ordo, quem tenuit Sanctus Hieronymus fuit Monachalis, cuius substantialia sunt quattuor, videlicet: in eremo habitare; carnem domando a carnibus abstinere; sprititum per orationem et contemplationem fulciri; ac cuccullum pro habitu portare; qua dicti fratres a principio sua institutionis non observant, nec ea impetratrunt… Quare volentes aliqui nostrum patrizare Sanctissimo Hieronymo, ex que de eius Ordine nuncupamur, ipsum et eundem Ordinem Monachalem quem teniut Hieronymus, saltem quod pradicta substantialia, per praxim observare cum magno desiderio imperavimus (Lupus Epil. S. Hier. cap 9).
Siguiendo a Caymi, la idea monástica que puso en marcha fray Lope a partir de 1424, una vez que su propuesta fue rechazada por la OSH, de casas con un reducido número de monjes (12 en total: 8 coristas y 4 legos), la propuesta de limitar las rentas y la insistencia en la pobreza puede parecer una reacción a la “opulencia” de Guadalupe. Pueden observarse también similitudes con la Cartuja. No es descartable una influencia de ésta, pues es la Orden más influyente en general en los movimientos reformistas del siglo XV.
En cualquier caso, y antes de responder definitivamente a los objetivos de las pretensiones reformistas de Lope con la información que aporta la bula fundacional emitida por Martín V en 1424, más allá de las “etiquetas”, de poder responder un sí o no rotundo con sus particularidades y diferencias, podemos afirmar con el Dr. Timothy Schmitz que la propuesta de reforma de Lope y la orden que fundó en 1424, la ORDINIS MONACHORUM SANCTI HIERONYMI (Orden de los Monjes Ermitaños de San Jerónimo), “era coherente con el movimiento observante en el conjunto de la Iglesia” (2015. “The Spanish Hieronymites´ incorporation of the Isidrites in 1567”, A companion to Observant Reform in the Late Middle Ages and Beyond, vol 59, p. 313).
Sin embargo, Melquíades Andrés Martín afirma que los monjes de la orden que fundará Lope han sido mal llamados “reforma o retorno a la primitiva observancia: “Estrictamente no es reforma, sino más bien intento de mutación. A los trece años de vida exenta y unitaria de la Orden, en 1428, Fray Lope de Olmedo, que había sido Mayor o General de la misma, intentó cambiar la sustancia, trocando las constituciones primitivas, aprobadas por capítulo General de Guadalupe en 1415, por otras sacadas directamente de las obras de San Jerónimo. La nueva fundación fue llamada poco acertadamente Congregación de la Observancia de San Jerónimo, a imitación de las existentes en las órdenes mendicantes. Éstas distinguían entre observantes, o partidarios del cumplimiento exacto de la regla, y conventuales, menos exigentes. En el caso de los monjes de fray Lope no se trataba de retornar a la regla primitiva, sino de proponer una nueva”. Éste es sin duda uno de los puntos más polémicos del intento de reforma de fray Lope, puesto que esta “nueva regla” de la que habla Martín pretendía “retornar” a la Orden al modo de vida monástico de san Jerónimo en Belén.
Es cierto que en los primeros siglos no se habló de “congregación de la observancia” en los documentos para referirse a la nueva orden de Lope, sino que fue un nombre con el que se les conoció a partir del siglo XVIII en Italia, con el fin de diferenciarles de otros grupos de jerónimos.
Lo que parece estar en juego desde el principio fue quiénes eran los “verdaderos” jerónimos.
*Fray Lope marcha a Roma en invierno de 1423 con un grupo de monjes jerónimos:
A decir de Lorenzo Alcina, fray Lope debió solicitar audiencia al papa y marchó a Roma en el invierno de 1423/24.
Pero, ¿iba solo? Un interrogante importante es el de los monjes que salieron de la OSH con fray Lope para su nueva fundación: ¿cuántos eran?, ¿de qué monasterios?, puesto que la historiografía de la Orden de San Jerónimo ha pretendido silenciar este aspecto, minimizarlo, nombrando siempre solamente a fray Lope, para hacerlo parecer el proyecto menor de una persona sin apoyo dentro de la Orden y que consiguió fundar una Orden por su íntima relación de amistad con el papa.
Es evidente, empero, que esto no se sostiene, pues fundó un monasterio, por pequeño que fuera, ya en 1424 (como veremos), con 12 monjes, y se anexionó otros entre 1425 y 1426 en el norte de Italia, poniendo al frente a sus monjes. Al respecto, Dom Norberto Caymi afirma que el instituto creció mucho y muy rápidamente, dado el gran nombre y reputación de fray Lope.
Sobre el hecho de que fray Lope abandonase la Orden de San Jerónimo, como decía el cronista Sigüenza, Dom Norberto Caymi explica en su biografía de fray Lope que éste nunca la abandonó, en el sentido de que en ningún momento dejó de ser monje y pasó a la vida seglar. Esto se debió a una nueva bula de Martín V del 20 de junio de 1424, en la que el papa corregía la anterior bula de 1422 para permitir el paso de monjes jerónimos a órdenes de más estrecha observancia sin necesidad de licencia papal. Así, Lope y sus seguidores “pasaron” de una orden a otra, la que fundaron, con autorización de esta bula.
La historiografía, así como las bulas pontificias, confirman que desde finales de 1423 y prácticamente todo 1424, como afirmaba Alcina, fray Lope estuvo en Roma tratando con el papa Martín V la fundación de su nueva orden monástica.
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Muy interesante
Gracias por la información
Muy interesantes artículos sobre la Orden Jerónima y Fr. Lope de Olmedo.