En un mundo cada vez más competitivo basado en plazas de trabajo profesional con requisitos elevados en el nivel de conocimientos que debe tener el que vaya a aspirar para dicho cargo, se vuelve de imperante necesidad armarse de títulos universitarios, doctorados, maestrías, y diplomados, con el fin de poder demostrar la erudición de uno.
Por medio de los conocimientos que uno tiene, puede alcanzar nuevas cimas para uno mismo, siempre y cuando sean la voluntad de Dios en cada una de nuestras vidas. Mientras avanza el mundo, las exigencias crecen; en cambio, girando la mirada hacia la situación eclesial actual, vemos todo lo contrario. Observamos una relajación casi total de las expectativas de conocimiento para los laicos, una desidia abrupta por parte de los pastores de las almas en negarse, no solamente a dejar de lado la enseñanza de lo más elemental, sino de descartar la prédica imperante de la perenne doctrina de la Santa Madre Iglesia. Esta distensión del nivel mínimo de formación obligatoria que el Católico debe tener, ha resultado en calamidades en la fe universal de los fieles alrededor del mundo, consecuencias que hoy en día sufrimos en todo su lúgubre desenlace.
La línea retrotraída
Imaginemos por un momento una línea horizontal cruzando la tierra justo detrás de donde tenemos nuestros pies plantados. Es una línea roja, gruesa, bastante marcada, que se extiende de izquierda a derecha sin fin, hasta desafiar los límites del horizonte. Miramos esta línea inusual para descubrir que tiene una inscripción escrita en oro puro que dice “Lo que el Católico debe creer… Precaución: NO ir detrás de esta línea ni cruzar la misma”, justo al lado vemos una placa de titanio pequeña que puso el autor de dicha línea, la placa dice “Hecha por: La Esposa de Cristo, Su Cuerpo Mistico; en obediencia a lo mandado por el Salvador del mundo.”. Echando una mirada más cercana a este curioso fenómeno, vemos que esta línea tiene una lista que se extiende también horizontalmente con una serie de ítems elaborados utilizando piedras preciosas; leyendo con detenimiento se puede distinguir que dice: “Teología sacramental básica, Los Mandamientos de Dios, los Mandamientos de la Iglesia, Combate Espiritual elemental, piedad basada en la enseñanza perenne de la Iglesia, Liturgia que cumple con las 4 cualidades necesarias para ser considerada como Católica…” entre otros requisitos de sentido primordial.
Esta constituye la línea básica de lo necesario que un Católico debe creer, conocer, y profesar.
Esta línea es asombrosa, ya que concreta lo mínimo que se debe creer para profesar la Fe Católica en su integridad espléndida. Se ve que no es difícil cumplir con estos requisitos, que con un poco de estudio y empeño se pueden conseguir de la misma forma que los Santos por los siglos han podido hacerlo. Estamos agradecidos con nuestra gentil madre, la Santa Iglesia, por haber dado la respuesta a una especie de hombre moderno, a un tipo de hombre que se conoce por su descaro de pragmatismo que sólo quiere “cumplir por cumplir”, no importando si sale bien o mal el resultado. Esta línea es apta para los que la mantienen con el fin de alcanzar la salvación de las almas. Existen otro grupo de personas que respetan las delimitación, viendo que es su deber aumentar su conocimiento, y en consecuencia de esto, elevar la gloria en el plano temporal de la Santa Madre Iglesia; estos individuos les corresponde esta labor por las obligaciones consignadas a sus deberes de estado como son los Obispos, Sacerdotes, laicos comprometidos, entre otros.
Pasan siglos con esta magnífica frontera intachable de protección para cuidar a la grey Cristiana; manteniéndose dentro del borde, ha dado los más abundantes frutos a la Santa Iglesia. Todo esto se mantiene en orden hasta que el hombre Revolucionario, después de haber clavado sus fauces en la tierna Cristiandad, decide que es necesario dar el golpe final a Dios y su obra. Sucede que un día se escucha un sonido estruendoso, repentino, y violento; salimos a ver qué sucede con tanto escándalo. Nos fijamos que la marca en la tierra se llegó a retrotraer considerablemente, se puede ver desde lejos que la línea ha perdido parte de su grosor y elegancia, se han cambiado los detalles escritos en ella. Una lectura cuidadosa revela quién fue el autor de dicho movimiento inesperado, y de esta forma lee la inscripción nueva: “Autor: La jerarquía eclesial. Establecido por: el Concilio Vaticano II, un nuevo periodo en la Iglesia.”, escrito en madera deteriorada, leemos las nuevas pautas a seguir: “Libertad religiosa es aceptable; Condenas del Magisterio previo son opcionales y debatibles; apertura al mundo es un deber humano; la Revolución es un concepto conspiranoico, en caso de ser cierto, es bueno; Papolatría es exhortada; Novedades son bienvenidas, incluso exhortadas; La obediencia ciega/falsa -condenada como vicio por Santo Tomás de Aquino- ahora pasa a ser la virtud por excelencia; La liturgia de siempre pasa a segundo paso -en el mejor de los casos-; Los Monumentos de nuestra fe, son susceptibles a todo tipo de modificaciones; el Liberalismo se ha convertido en la norma para el mundo, por ende, es obligatorio tolerarlo; el pasado fue y es malo…”. Esta disminución de los límites, con tinte de laxitud, ha provocado la mayor cantidad de confusiones en medio de la grey cristiana. Minoración de responsabilidades que no invitan a las personas a convertirse, sino que permiten lo que antes era impermisible, ideas tachadas como locuras y erróneas.
Resumen y exposición del problema
El cuento pintoresco previo solo fue una manera visual de ilustrar el meollo del problema que se está intentando exponer. De una vez por todas, ¿En qué consiste este problema? Desde el tiempo del Concilio en adelante, a pretexto de una nueva apertura al mundo Revolucionario, cada vez más se minimiza lo que el Católico está obligado a creer y profesar para ser considerado como parte de la Iglesia; a su vez, se le dispensa de la materia estipulada para poderse salvar. Es innegable este hecho de la continua reducción de lo que se le pide oficialmente a la feligresía en materia de lo que deben profesar, pública y privadamente, sobre nuestra santa fe. El aumento audaz tanto de la velocidad y la aceleración de esta merma de la quintaesencia de la religión se ha podido materializar, a tal punto, que parece que el único requisito para ser Católico es sentir o experimentar el “sentimiento religioso” de la fe en tu propia expresión; la regla para discernir si alguien es parte de la Iglesia hoy en día es que haya sido Bautizado y que pueda dar su propio concepto de lo que percibe como la fe.
De década en década, desde el Concilio Vaticano II, se puede evidenciar como la línea de conocimiento obligatorio se rebaja de forma tácita, pero consentida voluntariamente por el beneplácito de la grey Cristiana, infestada por el letal error del inmanentismo religioso; error teológico-filosófico que hace ver que la fe nace y se hace desde adentro, que no hay verdad objetiva que vaya a dictaminar la realidad de la fe, sino que todo lo que proviene de lo más creativo del hombre, a lo interno, se eleva a la categoría de dogma infalible, igual de (o más) valioso que cualquier doctrina confiada por Nuestro Señor a su inmaculado Cuerpo Místico. “La fe va cambiando -dicen los Revolucionarios- con el pasar de los años, lo que se creía hace unos años, quizas no es idéntico a lo que hoy en día creemos por la sencilla razón de que las circunstancias del hombre en 1980, por dar un ejemplo, no son las mismas que en 2024.” Esto plasma la insultante manera de pensar de estos innovadores, seguramente alguno de los lectores habrá escuchado la misma idea expresada de una u otra forma dentro del plano eclesial moderno.
Un poco jocoso es escuchar a personas -en su mayoría inocentes- decir con buen ánimo a una persona que explica un punto rudimentario de la doctrina Cristiana con elegancia y fineza: “¿Es usted seminarista?…¡Impresionante! ¿Es usted catequista?…¡Ay, claramente es un maestro de teología en alguna escuela!…» Este espíritu de inocencia en las personas que profieren este tipo de afirmaciones revelan en negativo una seria sequía en la formación de la feligresía a nivel mundial. Para que se pueda suscitar esta admiración a una persona cuando explica algo básico de la fe, cuestión que todo buen Cristiano debe saber, expone un mal más inmerso que consisten en la naturaleza pre-programada del Católico actual, que se le exhorta a ser ignorante; esto se comprueba fácilmente examinando caso tras caso de este plan de ruta, patente en la práctica, confirmado con la firma dolosa por la multitud de Revolucionarios infiltrados en la Iglesia en puestos altos de autoridad.
El norte que se ha vuelto sur y viceversa
Seamos sinceros y sumarios: Predominantemente en la actualidad -desde hace una cantidad notable de años- se ha alimentado a la grey Cristiana con litros de mala doctrina, galones de enseñanzas frívolas o sin sentido, y barriles de exegesis paupérrima sin fundamento en dos mil años de Iglesia. El norte ha dejado de ser norte, transformándolo de lo que es, a ser sur, por la pura fuerza de voluntad desprendida de la realidad objetiva. Este cambio antinatural de todo el Depósito de la Fe hacia las tendencias nuevas y curiosas constituyen, para la feligresía, un atentado directo al objetivo de su vida, que es conocer la fe para poder amar a Dios de forma ordenada. El momento que se cambia, aunque sea un solo punto de la enseñanza de la Iglesia, esto representa un quiebre en la Comunión de la Iglesia con su pasado; este no es un pasado muerto o quizas distante, sino que constituye la viva transmisión fiel de la fe hasta nuestros días.
El nivel de desorientación en la feligresía en general es abrumadora porque vemos diariamente personas que dicen que son Católicas, a su vez participando activamente en prácticas de la Nueva Era, creyendo en la “reencarnación”, en el “karma”, permitiendo que sus hijos puedan caer en cualquier cantidad de vicios, perdiendo el tiempo en basura, una vida disoluta plagada de mundanismo aberrante, y como si fuera poco, tratando la fe tan ligeramente hasta el punto de poner verdades de fe en tela de duda con el fundamento exclusivo de su opinión. ¿Cuántas historias de terror (doctrinal) hemos escuchado o visto, nosotros que guardamos la fe de siempre? ¿Cuántas barbaridades, creídas como correctas, hemos escuchado de personas que alegan ser Católico serios en su fe? Se ha constituido un estado de las cosas plagadas por la inmanencia religiosa, el pleno subjetivismo, y el “poco importa” de lo que se ha podido predicar por siglos como doctrina oficial dentro de la Iglesia. Viendo la cruda realidad, dentro de la mayoría de nuestras parroquias, tenemos que aceptar un sencillo hecho irrefutable: no se está enseñando lo debido para nutrir las almas, para vivir la Fe Católica, como se ha hecho siempre.
Existe un ejercicio intelectual sencillo que puede hacer abrir los ojos a cualquier Católico de la inmensa diferencia de doctrina que existe hoy en día, propuesta como la “oficial o buena”, en comparación con la que siempre se ha profesado. Imaginemos que dos Cristianos se sientan para hablar a fin de determinar lo que tienen en común, dado que profesan la misma fe; la diferencia entre un sujeto y el otro, es de cuándo vivieron: uno vivió en la gloriosa Edad Media, el otro en el 2024. Solo tienen que empezar a expresar lo que profesan como la enseñanza oficial de la Iglesia para cada tema o concepto de importancia para la religión Católica.
En poco tiempo de empezar, se darán cuenta de que existe un problema fundamental entre ambos que consiste en profesar enseñanzas diferentes. Negar esta realidad de la ruptura dolosa que hay entre nuestro pasado, que conforma la regla para medir todo lo futuro, y la falsedad actual, vendida como apta, constituye una omisión de carácter grave en la forma de una ceguera que solamente beneficia a la ignorancia religiosa en conjunto de las nuevas tendencias destructivas dentro de la Iglesia.
Conclusión y solución
El famoso “¿qué hacemos ante esta situación?”, sale a relucir después de leer este Rayos X de la Cristiandad presente. La respuesta es criminal no saberla por su nivel de obviedad, que consiste en hacer lo que la Iglesia siempre ha hecho. Vasta es la experiencia de nuestra madre, prudente es su carácter, y precisas son sus respuestas; las fuentes que podemos explorar son varias para ser autodidactas, en estos tiempos donde los auténticos maestros se han perdido. Se pueden confrontar libros como: el libro de San Juan Bosco sobre la historia de la Iglesia; lectura del Catecismo Mayor de San Pío X para jóvenes y adultos, el Catecismo Romano para personas que desean ahondar en el conocimiento, el Catecismo CREDO de S.E.R. Mons. Schneider es de suma utilidad para varios temas actuales. Otros tesoros de sabiduría Cristiana sobre los diferentes Manuales que adornan nuestra Iglesia, como son los de autoría de Tanquarey, Aumann, Ott, Royo Marín, y Schmitt. Esta es solo la crema del pastel de conocimiento disponible para explorar de forma ordenada y dentro de nuestros límites como laicos. Es cierto que no todos estamos llamados a ser ilustres teólogos que saben de cada minúscula rama de la Teología, esto sería absurdo, como a su vez irreal, esperar que todo el que se llame Católico tenga que ser una enciclopedia andante, por decirlo de una forma. Lo que sí estamos llamados hacer es conocer lo esencial de nuestra fe y a dar asentimiento a todas las verdades reveladas por Cristo Nuestro Señor; es increíble el número de santos que vivieron una vida modesta y discreta, que pudieron adentrarse en las más sublimes secciones de este conocimiento. Hay que fiarnos de María Santísima, Sedes Sapientiae (Sede de la Sabiduría), que nos ayuden en medio de este mar de ignorancia deliberada combinada a un reduccionismo atroz; sea esta Gloriosa Dama del Cielo la que nos guía a poder adquirir la elevación apta de nuestra inteligencia para poder contemplar las delicias que Nuestro Señor nos regala para nuestra degustación espiritual.
Yousef Altaji Narbon
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