La Asociación de Amigos de Bolturina, en colaboración con el Museo Diocesano Barbastro-Monzón, ha organizado la exposición temporal «De Bolturina a Torreciudad, el peregrinar de una Virgen», que estará abierta al público hasta el 8 de septiembre en la sala de exposiciones temporales del museo. La muestra ofrece un recorrido por la historia de Bolturina, un pequeño pueblo de apenas 60 habitantes, que fue abandonado en los años 70.
Desde el principio, parece evidente un interés por parte del obispo de Barbastro en vincular la historia de Bolturina con el cercano Santuario de Torreciudad. Esta conexión, sin embargo, se presenta como forzada, como si los habitantes de Bolturina hubieran sido los custodios de la ermita durante siglos, cuando la realidad histórica podría ser otra. La exposición, dada su naturaleza eminentemente civil, quizá tendría más sentido en un espacio laico, como el Ayuntamiento, a menos que existan otros motivos menos confesables detrás de su ubicación actual.
Es inevitable preguntarse: ¿qué relación tiene una asociación laica, como la de Amigos de Bolturina, con el santuario de Torreciudad? La respuesta, a todas luces, es ninguna. De hecho, la exposición apenas contiene un par de fotografías del moderno santuario, centrándose en su mayoría en imágenes del pasado de un pueblo que lleva casi cinco décadas deshabitado. Sin embargo, la asociación podría estar siendo utilizada como un instrumento por el obispo para construir un relato. Un relato que, aunque suene creíble, resulta difuso y engañoso: la idea de que la ermita de Torreciudad gozaba de una intensa vida espiritual antes de que el Opus Dei se llevara la imagen de la Virgen a su nuevo y fastuoso santuario.
La realidad es que Torreciudad, antes de la intervención del Opus Dei, estaba apartada, de difícil acceso, y rara vez recibía peregrinos. Es más, la patrona de Barbastro no es la Virgen de Torreciudad, sino la Virgen del Pueyo, cuyo santuario también ha sido intervenido recientemente por el obispo.
Se dice que el señor obispo, Pueyo, que así se apellida, como el santuario, ha recibido presiones para llegar a un acuerdo con el Opus Dei, evitando así que Roma intervenga con una sentencia reprobatoria. En lugar de buscar una compensación económica, lo cual podría generar mala prensa y enfadar aún más al resto de obispos españoles, el obispo parece estar interesado en asegurarse una parte significativa en la gestión pastoral de la región y, especialmente, en que la imagen de la Virgen vuelva a su emplazamiento original.
Para lograr este objetivo, el obispo parece estar construyendo un relato de «florecimiento espiritual» ancestral en torno a la ermita de Torreciudad, apelando a las tradiciones populares y presentándose como el defensor del legado de su pueblo. En este escenario, la verdad histórica se convierte en un factor secundario.
El obispo quiere salir victorioso de este enfrentamiento, pero su margen de maniobra es limitado. Por eso, ha decidido jugar una carta delicada: la Virgen. Utilizar a la Virgen como moneda de cambio en una disputa eclesiástica es arriesgado. Aunque pueda pasar por la mente de algún fiel enfervorizado, uno esperaría que tal maniobra no fuese propia de un obispo, especialmente de aquellos que se dedican a la oración.