Estos días asistimos a la celebración de los JJOO 2024. París se convierte en escaparate del mundo y miles de deportistas compiten dando lo mejor de sí mismos, asombrando con su ejemplo de respeto, superación y entrega a través del deporte.
Frente al espíritu olímpico unificador y de paz, el mundo ha asistido, atónito, a la ceremonia de apertura de los juegos, que nos ha ofrecido otra imagen: un París tomado por la policía, rememora, a ritmo de heavy metal, como nuestros valores modernos giran en torno a la cabeza de la pobre María Antonieta rodando por una plaza, y destroza sus ya maltrechos fundamentos morales, riéndose de Jesucristo y de la Eucaristía y mostrando la decadencia de una nación y de un continente.
Por encima de la evidencia, cada vez menos esquiva, y la indignación que nos causa a los ciudadanos honestos pagar con nuestros impuestos estas tropelías, ¿dónde nos sitúan estos acontecimientos? Bueno, Francia ha abierto una gran ventana al mundo y nos ofrece la gran oportunidad de mirar y ver muchas cosas.
¿Qué veo a través de esa ventana?
Como ciudadana europea empiezo a ver la historia con todas sus aristas, y no la falseada o recortada por el bando vencedor y los intereses del momento. La revolución francesa tendría sus cosas buenas, pero como toda revolución, estaba encabezada por los interesados del momento que hábilmente manejan las masas a su conveniencia. Sin entrar en el contexto global mundial y europeo del momento, la Revolución fue una catástrofe humanitaria, en la que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad se produjo una auténtica carnicería, una ola de feroz violencia popular ante la que toda Europa se indignó y horrorizó. Tras la toma de la Bastilla, una corriente de intolerancia impuso a sangre y fuego su revolución aplastando sin piedad todo lo que consideraban relacionado con el antiguo régimen, incluyendo una persecución religiosa que tiene su máximo exponente en el genocidio de La Vendée o en el asesinato de las 16 monjas carmelitas de Compiègne a las que cortaron la cabeza simplemente por ser monjas y no renunciar a su amor por Cristo.
¿Qué orgullo puede sentir un ciudadano del siglo XXI al ver cómo las instituciones financian estas graciosidades y amparan estos movimientos “woke” que no tienen ningún problema en justificar y alardear de determinada violencia?
Sigo mirando por la ventana de París. Entre tanto espectáculo fariseo, veo a los europeos cada vez más perdidos y desarraigados, no resolvemos con lógica ni un solo reto, empezamos a parecer cascarones vacíos, los gobiernos parecen cónclaves de burócratas y políticos acomodados, divididos en no sé cuántos grupos, entretenidos en mil pactos cruzados, inmersos en repartirse el poder, trazando líneas rojas. Se gobierna por oposición, matando civilmente al otro. No hay consensos, no existe el interés del ciudadano, sino el de mi partido. La democracia parece asaltada y la dictadura de las minorías se cuela requebrando las leyes. Los ciudadanos están aplastados bajo millones de leyes. Los gobiernos esconden verdades como el nivel de pobreza, el suicidio juvenil, la creciente tasa de cánceres, la mala gestión económica y los juegos dobles en las guerras que financiamos y condenamos al mismo tiempo. Honradamente, ¿alguien piensa que saldrá algo bueno de esto? Nada de nada. Solo supervivencia por un tiempo.
Todo es líquido, cambiable, modificable, cultura “woke”. El reino de la mentira ¿Por qué? La gran Europa ha renunciado a sus valores y a su tradición judeocristiana, ha elegido tirarlo todo
a la basura. Ya no existe bien ni mal, ni cielo que ganar, todo está permitido. Moral, ¿qué moral? Valores, ¿qué valores? Respeto al otro, ¿qué respeto? Lo que mola es lo pagano y lo woke. Lo demás es ultra. Los franceses, con Macron a la cabeza, nos lo han mostrado muy claramente.
Por la ventana de París aparecen ahora los drag queen de la Última Cena. Todo el planeta lo está viendo. Francia, la república, mientras esconde a los pobres de sus calles, proyecta su gran tolerancia, en realidad, su decadencia moral al mundo. Y, ¿dónde empezó todo? ¿Pudiera ser que, ese empeño en convertirse en superhombres y sacar a Dios de la ecuación, haya sido una muy mala idea y nos lleve a la perdición?
Poco a poco, la escena va transformándose … y ahora aparece la de Verdad, aparece Jesús de Nazareth. Me mira. En un ejercicio de humildad, trato de bajarme, bajar de mi pedestal para poder cruzar la mirada con Él. Y me dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” “sin mí no podéis hacer nada”.
¡Vaya! Pero, ¿quién es Jesús? Si, puedo recordar que Dios en su infinita misericordia, se hizo hombre en Jesús. Jesucristo es Dios hecho hombre, para crear una nueva alianza entre Dios y el hombre, para ser mediador, para interceder por mí, para salvar mi alma.
La mirada de Jesucristo no deja lugar a dudas. Su testimonio en el mundo es puro amor, pasó haciendo el bien, sanando enfermos, y condenado injustamente por el miedo, los intereses y el poder. Aceptó cargar la ira de todos sobre sí, para morir desnudo, con sus brazos abiertos en la cruz… entregándolo todo… Y lo mismo hacen los santos y todos sus seguidores, a lo largo y ancho del planeta: ofrecen su vida por amor, por la salvación de las almas. ¡Es tan fácil meterse con los cristianos!
Nadie habla de eso hoy día… ¿por qué? Y, si todo eso fuera verdad, ¿dónde está mi alma ahora mismo?
La escena sigue en su dinamismo.
Ahora Jesús desaparece, desaparece del mundo. No está, se ha ido es como un eterno sábado santo, el mundo ha quedado vacío. ¿Qué significa para la humanidad que la figura de Jesús desaparezca de nuestros libros, de nuestras calles, de la mente de nuestros hijos? ¿Puedo imaginar mi ciudad sin iglesias, el mapa de mi país sin monasterios y conventos? ¿Puedo imaginar un mundo sin Jesús, sin Dios? ¿sin sagrarios? ¿sin Eucaristía? ¿en que quedaría convertido el ser humano? En la nada. Y, ¿a quién beneficiaría?
Y, ¿no es eso lo que pretenden? Esa ceremonia de los JJOO, sin alma, reducida a un esperpento de mal gusto… Esa Europa desarraigada de su historia y tradición que esconde y desprecia el cristianismo. La masonería necesita sacar a Cristo de la faz de la tierra para tener todo el poder sobre el ser humano. Sería el triunfo del mal. Y el fin de la verdadera libertad.
Por eso, amigos, es la hora de la verdad. Todo está en juego.
La ventana de París nos muestra que no podemos seguir en esta insoportable tibieza. Como judeo-cristianos reconozcamos nuestra historia y con ella la figura de Jesucristo, el don inmenso que Dios nos regaló y nosotros negamos, no tres sino mil veces.
Pilatos sabía bien que estaba ante la Verdad. Pero atrapado en su posición, en el poder, en las tramas de los judíos, lo condenó, se lavó las manos y corrió a esconderse de sí mismo.
Y nosotros, humanos del siglo XXI, europeos, ¿Dónde creemos que está la verdad? ¿en la IA? ¿en el Parlamento europeo? ¿en el gobierno de la nación? ¿en la cultura woke? ¿Macron o Melechon son la verdad? ¿o tal vez Sánchez y su séquito? ¿Qué es la Verdad?
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” dice Jesús.
Los gobernantes no van a hacer nada. Como Pilatos están atrapados. Tenemos que hacerlo nosotros, las gentes de a pie. Reconocer a Jesucristo es ponerse a sus órdenes para allí donde nos ha plantado – como profesionales, maridos, mujer, hijos, religiosos, lo que sea – hacer florecer lo mejor de nosotros mismos, desde la que somos: reconozcámonos criaturas, hijos de Dios, con nuestra vida orientada a Dios y nuestros ojos fijos en las manos de nuestro Señor. Solo desde ahí, desde esa maravillosa pequeñez, podremos ser libres y volver a sembrar consuelo y esperanza en nuestras vidas. Solo desde ahí, nuestros corazones pueden florecer.
Si, amigos. Francia nos ha abierto una gran oportunidad de reencontrarnos a nosotros mismos.
Tocan las campanas de nuestras iglesias, es urgente volver a casa. Lo tenemos todo, tenemos las instrucciones, ¡Usémoslas! Es Jesús, mi relación personal con Él, la palabra de Dios, sus mandamientos, las bienaventuranzas, su misericordia y, por supuesto, la Eucarística, ¡la Última Cena! el gran legado que Jesús nos dejó, la conexión entre lo natural y lo sobrenatural.
Pongamos nuestra visión interna en el Reino de los Cielos. En la belleza. En lo transcendente. En la humildad de ser criaturas, reconocer que somos ignorantes y volver a aprender lo que nuestros abuelos ya sabían.
Vuelvo a mirar la escena de París. Poco a poco se transforma en la letra de una canción: “Decid a todos que vengan a la fuente de la vida,
Que hay una historia escondida dentro de este corazón,
Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido,
que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios”
María Isabel Lucío Parla
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Los juegos olímpicos muestran la degeneración en la que se encuentra nuestra sociedad, en la que se hace burla del cristianismo, se exalta la infame revolución francesa, se promociona la inmoral ideología de género, y en definitiva, se trabaja en la imposición del nuevo orden mundial anticatólico.
Lo más lamentable, es que hasta el Papa Francisco y los que le siguen, han sucumbido ante esas ideologías perversas y en vez de combatirlas las están apoyando.
Ahora no solo los obispos, sacerdotes y Cardenales deben reclamar al Papa Chico por sus errores y arbitrariedades.
Ahora los laicos deberemos decirle tambien lo que no esta bien , lo que esperamos de el ante su silencio e indiferencia.
Andamos como ovejas sin pastor , pero aun quedan a Dios gracias otros buenos pastores , valientes que hablan con la verdad y el amor a Dios y a su iglesia.
Dios proveera .
Análisis necesario e inteligente (RAE-Inteligencia = capacidad de entender o comprender) el de este artículo.
Un pequeño gesto con el que podemos testimoniar la importancia que damos a no apartar a Dios de la vida pública sería: santiguarnos (serenamente) al pasar delante de una Iglesia.
Me congratulo con Mª Luisa, y su artículo minucioso y veraz. Es estupendo descubrir la belleza, en medio de la fealdad, y hacer hueco a lo que a tantos parece imposible, pero si bien, es POSIBLE, CIERTO, REFULGE y contiene VIDA, Una VIDA que emerge en la Presencia de Jesucristo y en su Palabra, ÚNICA VERDAD.
Gracias por este texto, Isabel.
Pongámonos manos a la obra.
Oración, sacramentos, comunidades de buenas personas que desean seguir fielmente a Jesús.
🙂
La expresión judeocristiana es errónea. Aparece dos veces en el texto.
Somos católicos. El buen pueblo judío de la Antigüedad se convirtió en pueblo cristiano por Jesucristo.
Paciencia. A mí también me disgusta muchísimo ese término.
Jamás existe lo judeo-cristiano.
Diganos que la expresión «judeo-cristiano» es un término técnico y académico y hace alusión a la historia, a los valores y a los orígenes del Cristianismo. No hay ningún problema en usar esa expresión en un texto y contexto como el que nos ofrece la autora. El texto es muy bello y exacto, equilibrado, oportuno y sensato.
Esa academia es la que impuso la élite judeomasónica. Ellos se agarraron hasta el nombre, que no les pertenece, porque es un término histórico. Ellos confunden y mienten, como su padre.
Pero tienen plata, por eso tienen defensores incautos.
Son realmente descendientes de los fariseos.
Negaron a Jesucristo. O pensás que nadie les preguntó.
El Evangelio dice que los que niegan a Jesús como Dios y Salvador nuestro, se condenarán.
E la Antigüedad, si que había un pueblo judío, y los que eran de Dios,escucharon a su Mesías y se convirtieron en cristianos.
Cierto, esa expresión rechina muchísimo.
Gracias por este artículo, Isabel. Comparto cada palabra. Dios te bendiga.
Muy bien, pero yo no soy judeocristiano, soy cristiano, católico, para más señas.
Judeocristiano es un oxymorón.
Desde el evangelio, judío quedó como sinónimo de los que rechazan a Cristo.
Por cierto, que la gorda como personaje central que hacía mofa y befa de NSJ en la última cena es judía.
Desde el mundo musulmán se han posicionado en contra de la blasfemia. No ha sucedido así en Israel.
Si lo pensamos bien los judíos, desde la IIGM han sido los arquitectos del mundo presente. Solo hay que observar lo que acaece en EEUU y desde ahí se ha esparcido al resto de Occidente.