Para el órgano oficioso del episcopado alemán, lo de París fue “una pequeña fiesta inofensiva”

Inauguración Juegos Olímpicos París
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Christoph Paul Hartmann es el periodista de Katholisch.de, órgano oficioso online del episcopado alemán, encargado de quitarle hierro al espectáculo anticristiano en la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024, lo que no debe extrañar a nadie.

Como tantos obispos y laicos de renombre, por no hablar de la ingente masa de fieles de todo el mundo, se ha sentido ofendida y escandalizada por la abierta burla de los organizadores de los Juegos Olímpicos de París en su chabacana inauguración, era de esperar que los alemanes, desde hace ya tanto a la contra, solo entrar en el asunto para mirar por encima del hombro a los ofendidos.

Es lo que hace en Katholisch.de uno de sus redactores, Christoph Paul Hartmann, en una tribuna titulada ‘Qué “cena” queer tan inofensiva en los Juegos Olímpicos’.

Para Hartmann, los obispos franceses que protestaron en bloque contra la irreverencia, si no blasfemia, de la parodia de la ‘Última Cena’ son, en el mejor de los casos, unos exagerados para quienes no fue suficiente “la disculpa de los organizadores olímpicos de que nunca tuvieron la intención de denigrar a un grupo religioso”.

Hartmann no entiende cómo nadie pudo sentirse molesto, ya que “la referencia a la Última Cena es obvia, pero breve”. Ofender deprisa no es ofender, en opinión del periodista. “No se trata de una «burla» que vaya más allá de la dócil sátira, sino de una pequeña fiesta inofensiva en un puente sobre el Sena. La figura del centro, con su tocado, recuerda mucho más a la Estatua de la Libertad de Nueva York que al Salvador poco antes de su arresto”.

El que se ofende es porque busca ofenderse, insiste. “La fiesta queer no se refiere directamente a la Última Cena en sí, sino al mural de da Vinci y, por tanto, a la obra de un artista queer crítico con la religión. Además, el lenguaje de diseño es tan vago que se necesita mucha voluntad para sentirse ofendido por él”.

Solo los grupos ‘victimizados’ oficialmente, al parecer, tienen derecho a la piel fina, finísima. Los cristianos debemos tomarnos a la ligera los insultos a nuestra fe. Como acaba diciendo Hartmann, “tratar de manera lúdica los símbolos y la iconografía religiosos es una de las características distintivas de la libertad artística en las sociedades libres. No a todo el mundo tiene por qué gustarle, ni todo el mundo tiene por qué pensar que tiene valor artístico. Pero como cristiano, actuar como víctima en tal contexto dice más sobre el quejoso que sobre su actuación”.

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