No podemos decir que no estamos advertidos

Por Pedro Abelló
infierno
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No; no podemos decir que no estamos advertidos… ¿Pero hacemos algún caso de las advertencias? Me temo que ninguno, porque, si no creemos en Dios, ¿cómo vamos a imaginar siquiera que Él nos esté advirtiendo incesantemente del peligro que corremos? Es más, si no creemos en Dios, no creemos tampoco en Su Justicia, ni en una vida eterna… Entonces, ¿de qué peligro hablamos? ¿El infierno? En esas supersticiones ya no creemos, eso son cuentos de viejas.

Por otra parte, incluso si creyésemos en algo, ¿no está la propia autoridad de la Iglesia diciéndonos que el infierno está vacío, que Dios es tan bueno que lo perdona todo sin más? Si ni la propia Iglesia cree en el infierno, ¿cómo vamos a creer nosotros en él? ¡Dejadnos en paz con esas historias! Sólo se vive una vez y hay que disfrutar de cada momento… y pensar poco… mejor: ¡nada!

¿Y no os parece que, aunque sólo sea por una mínima prudencia, por aquello de “¿y si fuera cierto?”, sería tal vez conveniente tomar alguna precaución? Ya digo, sólo por si acaso, como el que se lleva el paraguas por si llueve, aunque esté haciendo un día espléndido…

No. Para tomar precauciones, hay que aceptar al menos la posibilidad de que el riesgo exista, pero nuestro rechazo de Dios es tan radical, tan absoluto, que ni siquiera somos capaces de aceptarlo como hipótesis, como supuesto. Podemos aceptar cualquier cosa, todo menos Dios.

Podemos creer que la Tierra se está derritiendo y que pronto vamos a morir hervidos, aunque la plataforma de hielo antártico haya crecido 5.305 kilómetros cuadrados entre 2009 y 2019, aumentando en 661 gigatoneladas la masa de hielo, tal como revela European Geosciences Union (https://tc.copernicus.org/articles/17/2059/2023/

Podemos creer que “no tendremos nada y seremos felices”, como predica incansable el gurú Schwab. ¿Se incluirá también él entre los felices desposeídos?

Podemos creer que somos los buenos y que por eso matamos a los malos aquí y allí, donde sea.

Podemos creer cualquier cosa, especialmente lo que salga mucho en la tele. ¡Podemos creer incluso lo que dicen los políticos, que ya es el colmo! Todo menos Dios.

Y, sin embargo, las advertencias son tantas, forman una montaña tan inmensa, que la única excusa que tenemos para no verla es que estamos ciegos, que el mundo y los medios de comunicación nos han cegado completamente y andamos a tientas, apoyados en esas ideas preconcebidas que han conseguido hacernos aceptar como verdades absolutas hasta el punto de ser incapaces de admitir siquiera como hipótesis cualquier cosa que las contradiga. Eso se llama disonancia cognitiva, y es la mayor causa de mortalidad espiritual de nuestro tiempo.

Me gustan particularmente las advertencias antiguas, porque indican que ya entonces entendían claramente por dónde iban a ir las cosas, lo que demuestra que eran mucho más inteligentes que nosotros, y he seleccionado estas tres en Mateo 24 y 2 Pedro 3:

«Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio, estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.» (Mt 24:37-39)

«(…) en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos (2 Pedro 3:5-7)

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche…” (2 Pedro 3:10)

La primera pone el diluvio universal como ejemplo y recordatorio para nosotros. Nos cuenta que, en aquel tiempo, pasaba exactamente lo mismo que ahora. La vida seguía su curso normalmente, los hombres ignoraban a Dios tanto como ahora y lo ofendían igual que nosotros, y ni se les pasaba por la cabeza que eso pudiera traer consecuencias, a pesar de que Noé no dejaba de advertirles, ¡pobre loco paranoico!

Pero el loco paranoico tenía razón, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos. Se fueron al otro mundo sin haber entendido, o tal vez lo hicieron en el último momento, un segundo antes de ahogarse, ¿quién sabe? Incluso tal vez pensaron, en ese último segundo de lucidez, ¿por qué no le escuchamos?, pero ya era inútil.

Y sigue la advertencia: así será también la venida del Hijo del Hombre. ¿Pero de qué “venida” y de qué “Hijo del Hombre” me estás hablando? ¿Qué es eso del diluvio universal? Ni mis padres ni mis maestros me han hablado nunca de tal cosa. No entiendo lo que dices. ¿Que hubiera debido leer la Biblia? He oído hablar de ella, pero dicen que es una colección de fábulas antiguas. ¿De qué pueden servirme?

Tienes razón, si ni siquiera sabes qué es el diluvio, quién es el Hijo del Hombre y qué significa esa venida, mal voy a impresionarte diciéndote que será lo mismo cuando venga. Debería empezar a explicarte desde el principio, pero me saldría un artículo demasiado largo. Déjame que siga para los que tengan cierta idea sobre todo ello. Busca una Biblia y lee Génesis 7. Puedes empezar por ahí, que ya es algo.

Mateo nos dice que va a pasar lo mismo cuando venga el Hijo del Hombre, que estaremos enfrascados en nuestras cosas, habiendo dejado a Dios totalmente de lado e ignorando la posibilidad de que ello tenga consecuencias. Y de repente las consecuencias caerán sobre nosotros.

Pero, en cualquier caso, eso va a ser dentro de mucho tiempo ¿no? Y Pedro responde: el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. ¿Acaso el ladrón avisa de su llegada? El día y la hora nadie los conoce salvo el Padre, pero nos ha dejado pistas suficientes para poder juzgar sobre su proximidad, aunque eso es materia de otro artículo.

Entonces, lo que me estás diciendo es que, si el Hijo del Hombre viene, y viene sin avisar, cuando menos lo esperemos, lo cual puede suceder en cualquier momento, no necesariamente lejano, ¿vendrá otro diluvio y nos llevará a todos?

No exactamente. Pedro, que recibió en Pentecostés con los demás apóstoles todos los dones del Espíritu Santo, entre los cuales están los de Sabiduría, Entendimiento y Ciencia, de lo que podemos deducir que sabía muy bien de qué hablaba, nos dice que el mundo de entonces pereció por el agua, pero que el de ahora está guardado para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.

Esa es la advertencia: el fuego puede sorprendernos a nosotros exactamente igual que el agua los sorprendió a ellos, y si no entendemos por qué ellos fueron sorprendidos de ese modo, difícilmente podremos entender por qué a nosotros nos puede pasar lo mismo, y difícilmente podremos tomar medidas para que eso no suceda, porque la medida esencial, la definitiva, es aceptar de nuevo a Dios como Padre, reconocernos culpables de haberlo despreciado, pedir humildemente perdón e intentar reparar de algún modo tantas ofensas… Ese sería el principio.

Y por cierto, los que dicen eso de que el infierno está vacío y que Dios lo perdona todo incondicionalmente, sin previo arrepentimiento y reparación, no representan la Iglesia que yo conozco y que lleva existiendo 2000 años sin haber cambiado nunca de opinión al respecto, puesto que la Verdad no es opinable ni está sujeta a cambio.

Pedro Abelló