Satué, el obispo ‘telefunken’

La sentencia del caso Gaztelueta está escrita desde que el Papa desautorizó públicamente la resolución del equipo del cardenal Ladaria. Ya solo hace falta el paripé de los testigos, quienes da igual lo que digan porque de nada van a servir las pruebas, la falta de ellas o los testimonios. Entretanto, Joseba Segura, obispo de Bilbao con su calculada ambigüedad al respecto, es connivente, cuando no alentador, de un escandaloso proceso perpetrado dentro de su territorio jurisdiccional.

Cuando el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en el año 2015, ordenó restituir a José María Martínez tras la investigación practicada y que, como mínimo, no pudo desvirtuar la presunción de inocencia, nada hacía presagiar que el caso se reabriría por una suerte de decreto papal televisado en Prime Time.

Bergoglio, decidió subir varios puntos la audiencia y arrogándose más poder del encomendado, comenzó a pisotear algunas instituciones del milenario derecho canónico y del eterno derecho natural como la irretroactividad de la norma, la presunción de inocencia, la seguridad jurídica, el principio de legalidad mientras Évole se frotaba las manos. Fue una especie de “¡Aquí mando yo y punto, que para eso soy el Papa, carajo!”

Me pregunto si las bravuconadas en plan “Sujétame el cubata que voy” acabarán convirtiéndose en verdad revelada en virtud de algún motu proprio venidero.

Francisco decidió que las resoluciones de la Doctrina de la Fe eran “fofas”, sin haberlas ni siquiera leído y que como el resultado de ese trabajo no era el que más convenía -jamás se pensó en la justicia- habría que cambiar lo que hiciera falta. Ya saben: si el resultado no me gusta cambio al juez, o la valoración de las pruebas o todo lo que haga falta.

Tras la machada había que darle forma al caprichito, pero era complejo encontrar lacayo tan servil, incluso en territorio vaticano, que pudiera atender tales deseos del amo sin rechistar y sin una conciencia suficientemente justa como para no tener problemas de insomnio. Desautorizar en público al Prefecto para la Doctrina de la Fe, en vivo y con las cámaras de televisión por delante, facilitado todo ello por un ateo cuyos ataques a la Iglesia son recurrentes, es un hueco que la Historia tenía reservado para Jorge Mario. 

Imagino a su entorno en ese momento. Los estómagos agradecidos aplaudiendo al líder y los más cuerdos guardando silencio ante la monumental metedura de pata del argentino. A ver cómo salimos de esta -pensaron. 

El porteño ha pedido volver a juzgar algo ya juzgado, a alguien a quien el derecho canónico no podía juzgar, sin más pruebas que la palabra de uno contra el otro, utilizando normas inexistentes y desautorizando públicamente al Santo Oficio. Ningún canonista de prestigio estaría dispuesto a mancillar de ese modo su ciencia participando en tamaña atrocidad.

Y con el mundo por montera se nombra un tribunal específico para ello. Sí, un tribunal creado Ad Casum con la dificultad de elegir bien a quién se pone al frente para que pueda garantizar una sentencia que no vuelva a contradecir el resultado deseado por Bergoglio. Existen Tribunales de la Rota en Roma, en España, existe el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, existen tribunales metropolitanos y un amplio abanico de grandes canonistas, pero se antoja difícil encontrar quien tenga pantalones tan flojos como para contentar al argentino sin ultrajar la más elemental deontología jurídica… 

Esos condicionantes merman mucho el elenco sobre el que elegir. La mejor opción entonces, casi la única, sería poner a Satué, un titulado civil en FP electrónica, ¡toma ya!, cuyas notas le impidieron doctorarse en canónico, pero aseguraba una resolución al gusto de quien le ascendió a Obispo y además, si tienes problemas con el tubo de imagen de un televisor Telefunken o se te peta la antena del transistor, te hace unos apaños maravillosos que para eso sí es un tío fino. Obispo y cuñao todo en uno.

El acusado de Gaztelueta está sentenciado, no hay duda. Y Satué podrá enmendar a Ladaria, cosa que ni en sus sueños más íntimos alcanzó a contemplar; solo espero que el corrector ortográfico de Word no lo abandone más a su suerte, porque es lo que faltaba para completar el escarnio. Yo también fantaseo a veces con que algún día seré presidenta de los Estados Unidos y el ejemplo de Satué me da esperanzas para seguir pensando que los sueños se cumplen, cual pueril moraleja de Disney, el canal preferido en Roma últimamente.

Si no fuera porque alguien se va a comer una profunda injusticia, el tema sería de lo más esperpénticamente gracioso. Espero que en el futuro algún estudioso del Derecho haga una tesis global sobre este procedimiento para ver si se hubiera respetado algún elemento mínimo (con uno solo me conformaría) del derecho natural o del derecho canónico. De clemas, cables y enchufes vamos bien servidos. Gracias.

Aurora Buendía