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Hoy les ofrecemos este extracto del libro El alma católica de España de Gonzalo Pérez-Boccherini Stampa. Si tratáramos de resumir la tesis histórica del libro que presentamos del joven autor, doctor en Teología y sacerdote, D. Gonzalo Pérez-Boccherini Stampa, sobre D. Marcelo —cardenal González Martín; obispo de Astorga, arzobispo de Barcelona y arzobispo de Toledo y primado de España—, diríamos que el autor trata de demostrar que éste representa una de las versiones sacerdotales y pastorales más luminosas de lo que podríamos llamar «el modelo de obispo del Concilio Vaticano II» en su realización concreta en la España contemporánea: tanto en la vida de la Iglesia, como en la de la sociedad española de los últimos cincuenta años de su historia.
La actitud de Don Marcelo hacia España
Hemos visto que Marcelo González Martín «se declaraba siempre español y castellano. Castellano de amplios horizontes, mirando a todo el mundo, con visión admiradora de la historia de España».
Su amor por esta alma católica de España y su papel activo por ella han sido reconocidos por otros importantes personajes de la Iglesia.
El cardenal Bernardin Gantin, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, señalaba que la enseñanza de monseñor González Martín acerca del humanismo cristiano en su patria «ha alcanzado cimas que le sitúan entre los grandes maestros no solo de la Iglesia en España, sino además de toda la Iglesia que habla, reza y canta en la universal lengua de Castilla».
El cardenal Antonio María Javierre, siendo secretario de la Congregación para la Educación Católica, escribió que el arzobispo toledano era el «experto consumado» que rezumaba experiencia y transparencia, en uno de los momentos más críticos, para los seminarios y la vida sacerdotal en España y en Europa.
El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal cuando falleció González Martín, impartió una conferencia en la Academia de Ciencias y Morales y Políticas sobre el primado fallecido, con el título El cardenal Don Marcelo González Martín y el horizonte universal de la Iglesia. En ella recordó que «Don Marcelo, en sintonía con Juan Pablo II, no dejó de reclamar una mayor atención a las raíces católicas de Europa y, por supuesto, de España». El purpurado madrileño destacó «el servicio prestado a la Iglesia universal, pero de un modo singular a la Iglesia que peregrina en España y a la sociedad», como quien «ya pertenece para siempre a este grandioso acervo de la gloriosa tradición de la Iglesia Primada» de Toledo, de «la más primigenia tradición hispana», y como «sucesor de figuras que son inseparables de la historia de España y de Europa».
Rouco quiso levantar acta de sus «desvelos» y «creciente preocupación por España» y por el «eclipse de Dios» en el humus cultural nacional, que se hacía especialmente presente en la pérdida del sentido de lo sagrado, con las gravísimas consecuencias que esto estaba teniendo para el país. Y recordó la manera en que vivió su responsabilidad con los orígenes de la España católica en el siglo VI:
«Bien captó Don Marcelo la gracia de las visitas pastorales del papa a España y sus huellas de una auténtica lectura del Concilio y de la manifestación pública de la vieja y creadora tradición católica, siempre capaz de aportar nuevas energías espirituales al pueblo cristiano. Su permanente referencia al legado religioso de España —tierra fecunda en santos— se deja traslucir en las ricas y abundantes meditaciones sobre la santidad y los santos españoles —homilías, cartas pastorales, conferencias y estudios—, y en el empeño con que Don Marcelo preparó las celebraciones del Centenario del III Concilio de Toledo con el fin de no dejar caer en el olvido el papel de la Hispania visigótica, en el primer milenio, en relación con la configuración de Europa y en la primera singladura de la unidad de la Europa ante litteram, tal como recordaría Juan Pablo II en su segunda visita a Santiago de Compostela en 1989».
También se hizo eco de los latidos de su corazón español universal en lo que supone su compromiso con la América hispana:
«“América a la vista”, así reza el título de otra Pastoral en la que pedía disponibilidad eclesial para prestar ayuda a los pueblos evangelizados por España. La responsabilidad pastoral, sobre todo de la Iglesia y de los católicos españoles por América viene subrayada vigorosamente por Don Marcelo con motivo de las celebraciones del V Centenario del descubrimiento y evangelización del nuevo continente, la más sorprendente de las gestas hispánicas y una de las más grandes de la historia de la Iglesia católica».
El cardenal Rouco abundó en la descripción del corazón de pastor universal del que fue arzobispo de Toledo, preocupado por lo que sucedía más allá de los confines de su diócesis, e incidió en su especial preocupación por todo lo hispano:
«Don Marcelo, aunque se entregó de lleno a su más inmediata responsabilidad pastoral en la Iglesia particular a él confiada, no dejó de estar presente y siempre en los momentos recios por los que pasaba la Iglesia, el mundo y muy especialmente España, dispuesto a indicar nuevos horizontes. Para él España estaba en el corazón de América y esta en el corazón de España. Es iluminadora a este propósito la larga Carta Pastoral que escribe sobre la Virgen de Guadalupe, España y América».
Terminó con las siguientes palabras, intentando captar la esencia del mensaje del primado difunto: «Solo una Iglesia espiritualmente renovada estaría en condiciones de salir al encuentro del hombre y de la sociedad de hoy. Con este convencimiento se esforzó en responder a los retos de la España que le tocó vivir».
Viene a colación desvelar parte del contenido de la conversación que mantuvo la primera noche del cónclave que eligió a Juan Pablo I, en el Patio de San Dámaso de la Ciudad del Vaticano, con el cardenal de Seúl. Allí se encontraron ambos cardenales, dando un paseo al no poder conciliar el sueño por culpa del calor del mes de agosto romano y las pésimas instalaciones en las que los electores estaban alojados.
Según contó Don Marcelo, el coreano no escatimaba elogios a la obra de la España católica:
«¡Oh, Santa Teresa! ¡Santa Teresa! ¡Vida y escritos de Santa Teresa! Para mí, después del Evangelio, no hay otra cosa que haga más bien a mi alma. ¡Espiritualidad de Santa Teresa! Tengo Carmelitas Descalzas en Seúl y quisiera tener más Carmelitas. Venga, venga usted a Corea pronto –me decía– y venga con sacerdotes y religiosos españoles. Yo quiero la espiritualidad de la Iglesia en España; porque espiritualidad de evangelización y de expansión por el mundo para llevar el reino de Cristo a todas partes, como España, ninguna otra nación —me decía él—; vosotros tenéis a Domingo, Ignacio, Javier, Teresa, Juan de la Cruz; unos para el fuego de la vida interior, otros para extender ese fuego en la tierra; como España ningún otro país ha prestado servicios al Evangelio. ¡Lo que habéis hecho en América, lo que habéis hecho también en Asia, Filipinas! ¡Como España, ninguno!».
Ampliando esta anécdota en otra ocasión, cuenta que el prelado coreano le dijo en un momento de la interlocución: «Para mí, como Santa Teresa, nada. Vida y escritos de Santa Teresa. ¡Qué sublime! Tengo Carmelitas Descalzas en Seúl; pero desearía tener más sacerdotes y monjas españolas, porque creo que España es la nación que más se ha distinguido por su espiritualidad evangelizadora». Y el cardenal asiático añadió: «Claro —añadió—, otras naciones, Alemania, por ejemplo, se distinguen por la ciencia teológica bíblica; pero España, ¡espiritualidad para llevar el Evangelio! Ignacio, Xaverius (Javier), Teresa…, —aunque no salió de España—. Como estos no los tiene ninguna nación.» Y el coreano preguntó: —«¿Conserváis la espiritualidad hoy en España? ¿La conserváis? ¡No la perdáis!».
Don Marcelo decía al contarlo:
«Les confieso que en aquel momento sufrí, porque hube de contestar con evasivas: la crisis de la Iglesia…, etc. Pero yo estaba pensando en tantos seminarios y noviciados vacíos, y en la dilapidación de tanta religiosidad sana del pueblo español, que era un tesoro y que se va perdiendo; porque esa espiritualidad, la fuerza que ha tenido España para evangelizar, como ésa no ha habido otra».
Al primado le duele su corazón de pastor cuando observa que los beneficiarios del patrimonio espiritual español son más agradecidos con esta herencia que los propios españoles. Así lo comentaba él, por ejemplo, cuando en el segundo día del cónclave en que fue elegido Albino Luciani para la sede petrina, el cardenal primado de Manila se acercó a él en la sacristía tirándole de la sotana, y con el mismo ímpetu le dijo:
«—Oiga, usted, cardenal primado de Toledo: que al año que viene le espero.
Don Marcelo le preguntó:
—¿Por qué?
A lo que el filipino respondió:
—Porque celebramos el cuatrocientos aniversario de la erección de la diócesis de Manila, y sin España, en Filipinas, no habría Iglesia».
***
Este fragmento ha sido extraído del libro El alma católica de España (2023) de Gonzalo Pérez-Boccherini Stampa, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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