¿Qué es lo que atrae a los homosexuales al sacerdocio?

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(Francis Magister/Crisis Magazine)-Hace aproximadamente un mes, en la revista Crisis, Kevin Wells sugirió que una de las causas de la destitución del obispo Strickland fue el enfado de otros obispos por haber planteado la cuestión de la homosexualidad en el sacerdocio en la reunión de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos en 2018. Independientemente de si esa fue la causa, el tema de los homosexuales en el sacerdocio es divisivo.

Asumiendo, como lo hago, que hay un número influyente de homosexuales, o de aquellos que simpatizan con la homosexualidad, en el sacerdocio, quiero preguntar no tanto cómo ha llegado a ser así sino, lo que es más importante, por qué sigue siendo así. En otras palabras, ¿por qué un joven homosexual elige hoy el sacerdocio?

Esta columna se publica bajo seudónimo. Antes de escribirla consulté a dos fuentes mucho más «informadas» que yo sobre esta cuestión. Ambas pensaron que era una buena pregunta, y una de ellas se mostró de acuerdo con mi planteamiento. Curiosamente, sin embargo, ambos dijeron que no querían escribir sobre ello ahora por miedo a las consecuencias. Debo añadir que ambas fuentes son de una integridad y valentía absolutas. Digo esto sólo para demostrar que, se piense lo que se piense sobre la cuestión, es un tema en el que te la juegas pues en él no se hacen prisioneros. No temo personalmente las repercusiones, pro sí me preocupan mis seres queridos. Una vez aclarado esto, permítanme continuar.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta obvia es el diablo. ¿Qué mejor manera de paralizar a la Iglesia? Las herejías pueden combatirse porque los hombres pueden discutir y la Verdad puede conocerse. Destruir nuestra creencia en los hombres mismos, sin embargo, es disolvente. El Cardenal X puede ser tan brillante como Santo Tomás de Aquino, pero si es un pervertido nadie le escuchará. Y las lealtades sexuales, especialmente las clandestinas, son notoriamente más fuertes que las ideológicas.

Las causas de la homosexualidad son complejas. Además, nunca ha habido una época en la que el sacerdocio haya sido intachable. Pero si decimos que la homosexualidad es un problema mayor hoy que en épocas pasadas, una razón puede ser la pérdida de hombres durante las dos guerras mundiales. Se trata de una afirmación general y, aunque conjetural, también es plausible.

La población masculina de Europa se vio gravemente mermada tras la Primera Guerra Mundial. Esto volvió a ocurrir en la Segunda Guerra Mundial. Los hombres católicos que sobrevivieron a las guerras y querían casarse se encontraban en un mercado ventajoso, donde los hombres eran relativamente menos que las mujeres, por así decirlo. Para los hombres católicos que “no eran de los que se casaban” pero deseaban una carrera respetable, el sacerdocio era una buena alternativa. No era la regla, pero podía ser una excepción suficientemente significativa. Además, como bien sabemos, Satanás no sigue las reglas.

Los años sesenta echaron gasolina al fuego. La revolución sexual se infiltró en la Iglesia casi tanto como en cualquier otra parte. La Iglesia se defendió con la Humanae Vitae, pero las reacciones contrarias fueron tantas, incluso entre su propio clero, que guardó silencio sobre cuestiones sexuales durante algún tiempo. En los seminarios no se preguntaba por cuestiones sexuales, y mucho menos se enseñaba.

A finales de los años sesenta la Iglesia sufría una escasez de vocaciones y de sacerdotes. Muchos sacerdotes habían dejado la Iglesia para casarse; eso dejaba dentro a muchos que “no eran de los que se casan”. En los años setenta, las diócesis, desesperadas por encontrar vocaciones, no indagaban demasiado en las inclinaciones sexuales de los solicitantes; además, los que hacían esas evaluaciones podían querer precisamente a ese determinado tipo. El «espíritu del Vaticano II» también tuvo un efecto aplastante.

Así que, a mediados de los 80, teníamos un sólido bloque de clérigos homosexuales. El Papa San Juan Pablo II, cualesquiera que fueran sus defectos al no afrontar esta cuestión, inspiró sin embargo a una generación de jóvenes entusiastas en la Fe. Eso puede restaurar cierto equilibrio al entrar en el Tercer Milenio; pero lo que cuenta es la influencia, no el número, y la influencia parecía estar claramente del lado de los homosexuales.

Pero veamos la cuestión de los últimos treinta años. ¿Por qué un joven homosexual elegiría el sacerdocio hoy en día? O dicho de otro modo, ¿qué atractivo tiene el sacerdocio para un hombre homosexual? La homosexualidad está aceptada hoy en día. Un joven homosexual no encontrará casi ninguna carrera cerrada a causa de su homosexualidad; en algunas esferas, puede incluso ser un punto a su favor. El sacerdocio puede ser uno de los pocos campos en los que el descubrimiento de este «estilo de vida» sigue provocando ciertas recriminaciones. Entonces, ¿por qué elegirlo?

Existe un tipo de joven que puede creer que Dios le llama a ello a pesar de su homosexualidad. Cree que Dios le dará la gracia de permanecer casto mientras pastorea su rebaño. Incluso puede creer que si sigue esta vocación, se «curará» de su homosexualidad. Otro tipo puede creer que está llamado al sacerdocio precisamente por su homosexualidad; que de alguna manera será un «pionero», uno de los que mostrarán al mundo que un hombre abiertamente homosexual puede ser un buen sacerdote y que puede llevar a la Iglesia a reconocer la legitimidad de las relaciones homosexuales. Si cualquiera de estos dos es el caso, corresponde a quienes ayudan al joven a discernir la vocación (suponiendo que les hable de su homosexualidad) explicarle porqué ese no es el camino.

Permítanme plantear otra posibilidad. Es una conjetura, pero creo que tiene alguna base. Después de exponerla la matizaré, así que tengan paciencia. Tiene que ver con cómo hemos llegado a ver el sacerdocio y a los sacerdotes desde el Concilio Vaticano II. Es posible que antes del Vaticano II viéramos a los sacerdotes casi como semidioses. Un sacerdote era una figura misteriosa con sotana y birrete, alejado de la vida de los demás. En la misa, lo más importante era su oficio, no su personalidad.

En el culto del Usus Antiquior, no importaba si celebraba el P. Gregario o el P. Taciturno. El rito le subsumía; las palabras ni siquiera eran suyas, sino de una lengua antigua que no podía manipular. A excepción de la homilía, a uno no le importaba quién era el celebrante, y al celebrante, en cierto sentido, no le importaba quién estaba en la congregación. Podían ser dos o doscientas personas.

Por su postura, su atención no se centraba en la congregación y, al estar ad orientem, la congregación no le veía tanto a él como a través de él. El hecho de que las palabras de la misa fueran a menudo inaudibles, y obviamente dirigidas no a la congregación sino a alguien en el «otro lado» frente a él, hizo de su personalidad un «no-problema».

Si así veíamos al sacerdote entonces, ya no es así ahora. Con razón o sin ella, creo que nosotros -y con «nosotros» me refiero a muchos laicos y a algunos sacerdotes- vemos ahora al sacerdote como una especie de director general de la parroquia. (Esta opinión podría aplicarse a los niveles superiores de la jerarquía eclesiástica).

Yo diría que este sentido del sacerdote ha avanzado y se ha reforzado con el Novus Ordo. Intencionada o casualmente, consciente o inconscientemente, la persona y la personalidad -más que el oficio- del sacerdote cobran importancia. Durante media hora cada día, y durante una hora dos o tres veces el domingo, durante bodas y funerales, él es -como muchas parroquias lo designan oficialmente- el que preside y facilita. Si no fuera una blasfemia decirlo, es sacerdote se ha convertido en el maestro de ceremonias.

No culpo del todo a los sacerdotes que han sido víctimas de esto. Mi propia profesión implica hablar mucho en público, y es un reto constante -y una tentación- encontrar la manera de tratar con los que tengo delante. Para un sacerdote en misa se necesita una cantidad sobrehumana de humildad y recogimiento para no tener en cuenta la reacción de aquellos a quienes habla.

No soy psicólogo ni psiquiatra. Sin embargo, mi experiencia con quienes han sido (y son) tentados por la homosexualidad me ha llevado a creer que tienen una profunda necesidad de afirmación y atención; un deseo de ser aceptados y reconocidos. Todos lo tenemos en cierta medida, pero el homosexual, quizá debido a una herida que escapa a su control, lo siente más profundamente. De ahí su atracción por el teatro y las vestimentas llamativas. Pueden ser dolorosamente tímidos, pero tienen grandes deseos de agradar. He conocido a jóvenes que han caído en la homosexualidad no por una atracción definida hacia los de su propio sexo, sino simplemente por el rechazo de los del otro.

Mi argumento, por lo tanto, es que muchos hombres homosexuales son atraídos al sacerdocio porque con la Misa del Novus Ordo se ofrece una gratificación segura, frecuente e inmediata de esta necesidad de atención y afirmación. En casos extremos, puede ser un ansia de adulación.

Junto a los homosexuales activos, también están los que el P. Paul Mankowski llamó «amansados». En un ensayo de 1996 para The Latin Mass, describe a los » amansados » como aterrorizados por el aislamiento, excesivamente amistosos pero incapaces de una verdadera amistad. Tienen una notable falta de interés por los «primeros principios» -por ejemplo, la metafísica y el dogma- porque tales cosas causan división. Sus convicciones religiosas están hechas a la medida de las fuerzas más influyentes del entorno. Son «hombres de empresa», extremadamente susceptibles al chantaje emocional. Son ambiciosos y arribistas, con una exigencia de lealtad personal proporcional a su incapacidad para adherirse a los principios.

Por eso, aunque quizá no sean activamente homosexuales, se ponen del lado del elemento homosexual en el sacerdocio para no parecer desfasados o correr el riesgo de que se conozcan sus propios pecados pasados. También describe a un sacerdote al que nada le gustaría más que ser el centro de atención tan a menudo como sea posible.

Dicho esto, permítanme dejar claro lo que no estoy diciendo. No estoy diciendo que todos los sacerdotes que prefieren el Novus Ordo sean homosexuales. No estoy diciendo que el Novus Ordo fuera diseñado pensando en los homosexuales. Ha habido problemas con la homosexualidad también entre el clero que celebra la Misa en latín. Estadísticamente, parece ser más raro, pero eso también podría ser simplemente porque los sacerdotes que celebran la Misa en latín provienen de familias de orientación tradicional y seminarios donde las ideas de castidad y pureza se han tomado más en serio. Tampoco estoy diciendo que los sacerdotes extrovertidos o afables sean, por ese hecho, homosexuales.

Lo que digo es que me parece plausible que un joven con un deseo anormal de atención y afirmación se sienta atraído por una carrera que puede -no necesariamente lo hace- ofrecer satisfacción de afirmación y atención a diario, y mucho más que en otras carreras. Lo que digo es que el Novus Ordo permite la gratificación de estos deseos en mayor medida que la Misa en latín, una vez más, no a propósito, sino sencillamente porque está cara a cara e «interactúa» más con la gente y el lenguaje que usa es, en muchos momentos, «suyo».

Todos tenemos nuestras historias de horror de sacerdotes que se saltan las rúbricas; que improvisan las oraciones; que deambulan entre la congregación como un presentador de talk-show durante la homilía; que parecen incapaces de terminar la Misa sin meter algo de humor o de alguna manera llamar la atención sobre él. Las variaciones del Novus Ordo -liturgias para niños, liturgias para adolescentes, liturgias para jóvenes adultos, misas populares- dan más espacio al exhibicionismo. Una vez más, no estoy diciendo que el Novus Ordo se hiciera para esto, sino sólo que esto es posible en el Novus Ordo, mientras que es imposible en la Misa Tradicional.

Entonces, ¿si nos deshacemos del Novus Ordo ya no tendremos homosexuales en el sacerdocio? Esto, claramente, no es así. De nuevo, hay muchos sacerdotes castos, abnegados y maravillosos que celebran el Novus Ordo, y la comunidad tradicional ha tenido sus escándalos. La Misa en latín, sin embargo, ofrece -podría decirse que exige- una idea del sacerdocio más marcada por la discreción y el menor protagonismo. Dice a cualquier aspirante al sacerdocio: «Eres un instrumento y nada más. Tu personalidad no tiene importancia. Si lo que quieres es alabanza, atención y reconocimiento, no busques aquí».

Sé que algunos se enfadarán con esta idea, y otros se burlarán de ella. En cualquier caso, creo que hasta que no volvamos a una visión del sacerdocio en la que la personalidad del sacerdote quede más en segundo plano, tendremos problemas con aquellos que, por la razón que sea, buscan reconocimiento social. Es una idea sobre la que merece la pena reflexionar.

Francis Magister es el seudónimo de un profesor de una escuela católica.