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Hoy les ofrecemos este extracto del libro 100 películas cristianas, del Páter José María Pérez Chaves. La influencia del cine en nuestras vidas cotidianas salta a la vista en las modas, en las expresiones coloquiales, en los hábitos personales y en las corrientes de opinión; pero hay un detalle que me pasma. ¿Se han fijado ustedes en la cantidad de parejas que escogen el destino de su viaje de bodas por el escenario en que se rodó una película?
Sólo es una anécdota más (también se ponen nombres a los hijos o se escoge la raza de perro), pero me estremece que en la intimidad naciente de un matrimonio se cuele con tanta fuerza un director de fotografía. La influencia del cine sobre la imaginación y la inteligencia contemporáneas no puede exagerarse. De ahí la importancia de la existencia de películas cristianas. La fe ha buscado sus cauces de expresión en el arte desde el principio, pero ahora resulta, si cabe, más urgente.
Feliz Navidad
Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados franceses, alemanes y escoceses realizan un alto el fuego no autorizado. El motivo es que, juntos, quieren celebrar la Navidad. Esto traerá unas consecuencias terribles para todo el mundo, puesto que, a pesar de la amistad que trabarán, deberán seguir siendo enemigos al día siguiente.
La película.
La Primera Guerra Mundial (o Gran Guerra) cambió el curso de la historia para siempre. En primer lugar, porque sentó los cimientos de la guerra total, del enfrentamiento violento de la masa anónima contra la masa anónima; y en segundo lugar, porque conmovió los pilares de la cultura cristiana. Así es, pues, pese a que todas las naciones en liza compartían una misma religión, la de la paz, esta no sirvió para nada a la hora de evitar el conflicto. Por suerte, durante la conflagración, se dieron numerosos episodios de reconciliación, que demostraron que la fe en Cristo aún estaba presente. Esta película da testimonio de uno de ellos.
Y es que, en efecto, a pesar de lo sorprendente de su argumento, este filme se basa en un emotivo caso real: la tregua llevada a cabo en 1914 por las tropas asentadas en la frontera francoalemana. Allí, con motivo de la Navidad, los soldados británicos, franceses y germanos, convinieron un alto el fuego, se felicitaron tan señalada fecha, pactaron una entrega de rehenes, se permitieron las inhumaciones en tierra de nadie y hasta se celebró una misa conjunta para festejar el nacimiento del Salvador. Pero esto no fue todo, pues, una vez acabadas las ceremonias, los militares continuaron confraternizando, compartieron alimentos, recuerdos… ¡y hasta jugaron un partido de fútbol!
Por supuesto, los altos mandos de los bandos implicados desaprobaron taxativamente esta tregua espontánea, por lo que instaron a ponerle fin de inmediato. Pero, como no solo había tenido lugar allí, sino también en otros muchos puntos del frente occidental e incluso del frente oriental, decidieron recurrir a medidas más drásticas. Para ello, resolvieron que fueran destituidos o licenciados los jefes intermedios que la habían consentido, y que muchos de los soldados que habían participado en ella, fueran arrestados o sancionados. Por este motivo, cuando al año siguiente se intentó pactar una nueva pausa para celebrar otra vez la Navidad. Fueron muy pocos los que accedieron, y en las fechas sucesivas, ninguno.
Sin embargo, el hecho había corrido ya como la pólvora, pues hasta la prensa internacional se hizo eco de él; más aún, lo interpretó como un clamoroso grito de paz por parte de sus protagonistas. Por esta razón, las autoridades militares censuraron rápidamente toda noticia relativa al caso y hasta ordenaron que las tropas implicadas guardasen silencio absoluto acerca de él. En este sentido, Francis fue el país más severo, puesto que atajó por completo la comunicación entre los soldados de la tregua y sus familiares. Incluso el mismísimo general De Gaulle les espetó que habían sido una vergüenza nacional. Y este es un sentimiento que ha perdurado prácticamente hasta nuestros días, ya que, hasta el estreno de la película, la historiografía oficial del país vecino pasaba de puntillas por este armisticio.
Este veto historiográfico era tan duro que hasta el director de la cinta, Christian Carion, conoció el dato gracias a las conversaciones con su familia, no a los libros especializados. De hecho, cuando quiso profundizar en él, se topó con la tozuda negativa de los organismos oficiales y hasta de los historiadores, que no quisieron ver comprometida su carrera. Solo uno de ellos accedió y le mostró el material que guardaba como oro en paño: fotografías de la época, reliquias, cartas e incluso recortes de periódico que atestiguaban la tregua de 1914. Y el cineasta quedó tan fascinado con ella que resolvió dirigir una película que honrase su memoria.
Pero, pese a sus buenas intenciones, Carion volvió a tropezar con el rechazo de las instituciones del Estado. De este modo, no sólo no encontró ningún tipo de colaboración en el Ejército francés, sino que tampoco la halló en el Gobierno del país, que incluso le prohibió rodar en el paraje donde había acontecido la tregua. Por este motivo, tuvo que buscar información por cuenta propia, financiar él mismo la cinta y hasta grabarla en el extranjero (sepamos que tuvo que trasladarse a Rumanía y Escocia para hacerlo). Por suerte, ninguna de estas dificultades fue un verdadero obstáculo para el desarrollo del rodaje, que se desenvolvió finalmente con absoluta tranquilidad.
Y la suerte siguió sonriéndole a Carion, pues, cuando estrenó su cinta, esta se convirtió en un auténtico fenómeno de masas, ya que el público francés le otorgó de inmediato su favor y la encumbró enseguida a los más alto del ranking. Y no solo eso, sino que también comenzó a demandar más información respecto de la tregua, por lo que el Ejército galo tuvo que ceder a esta presión y desclasificar los datos que con tanto empeño había custodiado. De hecho, a partir de ese momento, se comprometió a colaborar con mayor asiduidad en producciones cinematográficas de esta índole. Y hasta el propio Gobierno cedió, pues inauguró un monumento conmemorativo y ordenó que cada año se realizase una recreación teatral del hecho.
Por supuesto, este éxito se reflejó en las galas a las que concurrió, pues obtuvo importantes nominaciones internacionales: el Óscar a la mejor película extranjera, el Globo de Oro en la misma categoría y el BAFTA a la mejor cinta de habla no inglesa. Incluso en su país de origen obtuvo un reconocimiento similar, pues consiguió hasta seis nominaciones a los premios César, aunque al final no recabó ninguno. No obstante, el mayor galardón de la cinta fue el triunfo que cosechó entre el público francés, así como las consecuencias que esto tuvo, de las que ya nos hemos hecho eco.
¿Qué podemos aprender de ella?
Cuando los ángeles les anunciaron a los pastores la noticia del nacimiento de Cristo en Belén, lo hicieron de la siguiente manera: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad» (Lc. 2,14). Y es que, en efecto, si el pecado original trajo consigo el enfrentamiento entre hermanos (cfr. Gén. 4,8), es decir, la guerra, Jesucristo restauró mediante su encarnación la paz en el mundo. Pero no una paz entendida como el mero equilibrio de fuerzas adversas, sino como una acción colaborativa de todos los cristianos, que han de poner asiduamente en práctica la fraternidad que él nos enseñó.
Acerca de la conflagración, sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica dice que esta es, en ocasiones, un mal irremediable. Por este motivo, establece cuatro puntos que han de ponderar antes de recurrir a ella. Es lo que tradicionalmente se ha conocido como «doctrina de la guerra justa» (CCE, 2309): que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de naciones sea duradero, grave y cierto; que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces; que se reúnan las condiciones serias de éxito, y que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. No obstante, el mimo Catecismo reitera que todo ciudadano y todo gobernante están obligados a evitar la guerra en todo momento (cfr. CCE, 2308).
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Este fragmento ha sido extraído del libro Cien películas cristianas (2020) de José María Pérez Chaves, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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