UNA CATÓLICA PERPLEJA
23 diciembre 2023
He asistido en las últimas semanas a tres funerales. Una experiencia espantosa. Exequias católicas todas, en principio, celebradas en parroquias por sacerdotes. Horrible. De católico tenían prácticamente el templo solamente. Ya no era tan sólo el tener que soportar a algunos familiares, al terminar la Misa, en algo que se ha convertido en frecuente, elogiando las virtudes culinarias, por ejemplo, del difunto; sino ceremonias en las que se suprimían sistemáticamente todas las preciosas oraciones por el alma del difunto, para que los ángeles le reciban y le conduzcan al Altísimo; con el sacerdote en el papel de maestro de ceremonias en una “liturgia” en que era difícil reconocer las distintas partes de una Misa. ¿Son siquiera válidas algunas de estas Misas?
Había pensado compartirles algunas reflexiones al respecto; pero después vino el tuchazo del día 18 y una se plantea si es posible hablar de algo más estos días que de la gran demolición de la Iglesia Católica que se está llevando a cabo desde lo más alto de la jerarquía de la propia Iglesia.
Desde hace unos meses, leo todo lo que puedo sobre la reforma litúrgica y he comenzado a asistir a Misa tradicional. Hacía algunos años que venía pensando cómo no se corresponde la celebración de la Misa que uno puede encontrar en una parroquia cualquiera con la definición de que la Misa es el cielo en la tierra; esa sensación de que “se queda corta”, no alcanza, es horizontal, nos deja con hambre. De un infantilismo insultante. Además de las ocurrencias que tenemos que soportar a los sacerdotes, los abusos litúrgicos continuos, la tibieza y decadencia del conjunto, la edad avanzada general de los asistentes. Excepto en algunas parroquias y determinados movimientos neoconservadores, la sensación global es de algo agotado, que se acaba, que no tiene además relevo generacional, en general, ni en el clero ni en los fieles. Frente a esto, los tópicos que conocemos del tipo de personas que asisten a la Misa tradicional y que son ciertos: personas más jóvenes y, especialmente, familias.
Y ante esta perspectiva de un tipo de Iglesia que agoniza porque no da más de sí y una que florece, ¿Roma intenta acabar con la segunda? Ya no hay cómo ocultar o justificar la obsesión del Papa contra la tradición y la persecución de Roma hacia los sacerdotes y obispos ortodoxos, fieles a la sana doctrina de la Iglesia, en un movimiento cada vez más acelerado, al tiempo que la Santa Sede camina por el filo de la herejía y sustituye la enseñanza de las verdades eternas por modas mundanas y temas del gusto personal del santo Padre en que no tiene ninguna autoridad. Pero, en cualquier momento de la historia, ¿qué frutos ha dado en la Iglesia el rebajarse al mundo para agradarle? Y ahora, ¿estamos en el camino de la herejía a la apostasía, como dijo recientemente el obispo Viganò? ¿Por qué? ¿Para qué?
En estos momentos de zozobra y perplejidad, me pasan por la cabeza algunas cuestiones.
Una, la menos optimista (el optimismo no es católico; lo es la esperanza), es el momento eclesial, esta batalla claramente perdida en estos momentos contra el modernismo y todas las herejías que compendia.
Dos, que tal vez esto mismo signifique una gran purificación en la Iglesia. Que se marchen los que ya no son en realidad católicos, que igualmente ya están fuera y sólo hacen que confundir a los demás.
Tres, que el Señor ha vencido al mundo y que viene. Rememoramos su venida en la carne mortal y esperamos su venida definitiva.
Cuatro, que no dejemos de rezar por los buenos y fieles sacerdotes, que son muchos, gracias a Dios, y de pedir al Señor nos envíe más.
Y cinco, permanecer, como decía un joven sacerdote hace unos días. Permanecer en la Iglesia Católica Apostólica; orando, formándonos, resistiendo los errores, para caminar hacia la santidad y poder transmitir el gran tesoro de la fe que hemos recibido.
Feliz y Santa Navidad.
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Muchas misas exequiales desevangelizan, al predicar la falacia de que todo el mundo se va al Cielo, y al negar la realidad del Purgatorio.
Con esa actitud, se confunde a las almas de los vivos al generarles una falsa confianza, y no se ayuda a las almas de los fieles difuntos que sufren en el Purgatorio.
Si veo que una misa es de funeral, me salgo (antes me quedaba, ¿por qué no?). Ya no es la universalidad de la Iglesia. Es como meterte en una (cursi) reunión familiar privada de gente q no conoces
Esas misas de que se habla evidencian muchas veces dos cosas: la poca formación teológica del sacerdote celebrante y su deseo de quedar bien -incluso a costa del engaño- con la familia del difunto y con los asistentes.
Lo primero, porque debería saber -y parece ignorarlo- que en esas misas de lo que se trata es de pedir a Dios por el fallecido, no de canonizarlo. En ocasiones, se llega a oír en la homilía la aberración de que «Fulanito ya está resucitado con Cristo»…
Lo segundo, porque supone un engaño a los asistentes, a los que habría que decirles, con verdad y misericordia: «rezad para que el Señor perdone los pecados con los que Fulanito haya podido entrar en la eternidad».
No es quedar bien, el tema es que paguen bien, para eso hay que intuir qué quiere la familia y dárselo. ¡No! Lo que hay que hacer es lo que quiere la Iglesia, guste o no.
Muy interesantes y acertadas reflexiones las de este artículo “Una católica perpleja”.
Y del infierno, no hablan. Según revelaciones privadas, caen como moscas en él.
No hace falta recurrir a la Misa tradicional (calificativo que no es correcto). Basta con celebrar bien la forma ordinaria. Ésta si se celebra bien, piadosamente y conforme a las rúbricas, es óptima.
«Perpejlísima» vs «Perplejísima»
¿Retorno a la gramática tridentina también?
No sea ganso, reconozca que las faltas de ortografía muchas veces son involuntarias.
Mi parroquia no es «tradicionalista» y hay en la Misa familias y niños. Este texto es bastante exagerado, fruto de la subjetividad de una persona que se siente «perplejísima». Sin embargo, es verdad algunas cosas que dice. Eso es todo.
Agios: No sería verdad si hubiera muchas parroquias como la tuya, compruébalo y verás que no es así. No hay peor ciego que el que no quiere ver.