Perdónalos, Padre

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(Mary Cuff en Crisis Magazine)Las personas más difíciles de perdonar son aquellos hombres llamados a ser nuestros padres y pastores espirituales que están infligiendo descarada y públicamente heridas al cuerpo místico de la Iglesia.

Hace unas semanas, cuando salía de la iglesia, me encontré con otra madre. Se había perdido la mayor parte de la liturgia debido a un niño pequeño que decidió que simplemente había tenido suficiente justo alrededor del Evangelio. Yo misma he estado en esta situación muchas veces, y pensé que necesitaba una palabra de aliento.

«Siento que después de hoy tengo que cambiarme el nombre y buscar una nueva parroquia», bromeó en respuesta.

«No creo que a nadie le importe demasiado», respondí. «Además, ¿qué son un par de miradas malhumoradas? Una vez me gritaron desde el púlpito en plena misa».

Cuando volvía a casa, me di cuenta de que hacía años que no pensaba en aquel episodio. Había estado intentando crear el hábito semanal de asistir a una misa diaria en una iglesia cercana con dos niños pequeños y un bebé sin la ayuda de mi marido, que tenía que estar en el trabajo durante la hora de la misa para jubilados. Era difícil manejar a dos niños pequeños y a un bebé en aquel espacio, tan mal diseñado que el suelo resonaba como un tambor y las sillas -no los bancos- chirriaban por el suelo a la menor presión.

Para colmo de males, no había ningún sitio donde llevar a un niño, salvo fuera, en un aparcamiento nevado. Y un día especialmente difícil, me gritaron desde el púlpito en plena misa porque estábamos haciendo demasiado ruido. Tal vez una madre más fuerte se habría presentado estoicamente la semana siguiente sin inmutarse. Yo no lo hice y, por desgracia, mi hábito de ir a misa entre semana se tambaleó.

Años después, volviendo a casa en coche, pensé que probablemente el cura tenía buenas intenciones, aunque su enfoque pastoral había sido atroz. Alguien me había dicho que el cura había sido acosado la semana anterior por un gruñón empedernido que había exigido silencio absoluto. Atrapado entre un parroquiano arengador y un bebé llorón, el cura había tomado una mala decisión.

Ahora, mientras intentaba desechar ese mal recuerdo, una voz surgió en mi cabeza para preguntarme: Bueno, ¿le perdonas ahora? Hice una pausa. No estaba segura. Finalmente, decidí que sí. Como madre llamada a mantener santas dosis de paciencia ante situaciones absurdas, no debía empezar a tirar piedras… podrían rebotar. Te perdono, pensé y me quité el tema de la cabeza.

Más tarde, esa misma semana, descubrí que el sacerdote había muerto ese domingo por la mañana, posiblemente justo en el momento en que yo pensé en él y le perdoné. Creo que su ángel de la guarda, que había estado volando en busca de una gracia extra para acelerar su regreso a casa, había desenterrado el recuerdo en mi mente. Me alegro de haber conseguido en ese momento, sin conocer la urgencia, perdonarle.

La primera lección, y la más constante, que aprendemos los cristianos es que debemos perdonar como Cristo perdonó. Perdonar sin tener en cuenta el coste. Perdonar setenta veces siete. «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6,14-15). Tenemos como modelo el acto de perdón más perfecto de la historia del mundo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34).

Sin embargo, personalmente he luchado con el perdón, especialmente de mis compañeros cristianos, desde que el mundo se puso patas arriba en 2020. Hay personas con las que me encuentro cada domingo a las que, si las miro durante demasiado tiempo, me doy cuenta de que aún no he perdonado de verdad por gritar a uno de mis hijos por no distanciarse socialmente o que me negaron airadamente el acceso a la comunión porque hice valer mi derecho a recibirla en la lengua. Es difícil perdonar, sobre todo porque sé que no están arrepentidos y que lo volverían a hacer a la primera de cambio.

Las personas más difíciles de perdonar son aquellos hombres llamados a ser nuestros padres espirituales y pastores que están infligiendo descarada y públicamente heridas en el cuerpo místico de la Iglesia; heridas que, incluso si se dirigen a un miembro, nos desgarran a todos. Un rápido recorrido por las redes sociales católicas deja claro que no soy la única que tropieza para perdonar la crueldad y la mezquindad que se abaten sobre nosotros. A veces es demasiado duro sentarse en la iglesia, sintiendo la aguda pérdida de lo que nos han arrebatado con rencor. Rezar por ellos es como arrancar una muela.

Pero del mismo modo que el escándalo público de un mal católico hiere a todo el cuerpo místico, los fieles católicos de a pie pueden vendar algunas de esas heridas, en un intento de modelar el perdón heroico de Cristo en la Cruz. A menudo pienso en los ratoncitos narnianos que mordisqueaban las cuerdas que ataban el cuerpo ensangrentado y profanado del sacrificado Aslan en El león, la bruja y el armario de C.S. Lewis: un gesto tan aparentemente infructuoso e inútil y, sin embargo, tan amoroso y lleno de gracia y poder. El perdón cristiano es sobre todo una especie de ingrato mordisqueo en la oscuridad, con la fe de que hace más de lo que parece.

Quién sabe cuánto tiempo deberemos soportar este papado escandaloso, y quién sabe cuánto tiempo deberemos sufrir bajo obispos cobardes o matones. Obviamente, los buenos católicos de todo el mundo debemos oponernos fielmente a la heterodoxia y al escándalo donde y cuando aparezca. Pero también debemos empezar a trabajar para perdonar a aquellos que no quieren y no creen necesitar nuestro perdón, especialmente ahora que parece que varios de estos ancianos se acercan a su juicio eterno.

He empezado a pensar en el perdón cristiano como un proceso y no como un momento. Intento seguir perdonando, sabiendo muy bien que probablemente tendré que intentar perdonar una y otra vez. Quizá esos momentos en los que me descubro a mí misma dándole vueltas a la ofensa sean empujones del atribulado ángel de la guarda de alguien que todavía no se ha dado por vencido con el alma confiada a su cargo. Bueno, ¿le perdonas ahora? Espero que mi ángel de la guarda trabaje tanto también por mí.

Traducido por Verbum Caro

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Comentarios
11 comentarios en “Perdónalos, Padre
  1. La autora de este artículo parece querer justificarse, justificar ciertas actitudes dudosas y perdonarnos a todos en plan paternalista. Quizás no lo he entendido bien.
    En mi opinión, cuando un niño llora o alborota ruidosamente en misa, la actitud correcta de su cuidador es sacarlo enseguida fuera del templo donde los asistentes a la Misa ya no le oigan. Estoy convencido de que Dios valorará más ese acto caritativo hacia los fieles y hacia la solemnidad de la ceremonia que el hecho de que la persona que se sale del templo no complete su Misa.

    1. ¡Dejad que los niños se acerquen a Mí y no se lo impidais! Palabras de Nuestro Señor Jesucristo cuando los Apóstoles intentaron impedir que los niños se le acercaran! En la Santa Madre Iglesia lo que más falta hace es Caridad —paciencia y piedad! Una madre que lleva a sus hijos a Misa merece la consideración máxima de los hermanos, porque está cumpliendo con el Primer Mandamiento! Di eso supone una incomodidad, se estará haciendo y cumpliendo con aquella obra de Misericordia espiritual que dice: soportar con paciencia las molestias que me produce el prójimo! Con la vara que midamos seremos medidos!

      La Santísima Virgen María y San José nos ayuden a vivir como hermanos en y de Cristo Jesús Nuestro Señor!

      1. Cuando hay valientes, cómo lo fueron los mártires por decir con franqueza la verdad aunque les haya costado la vida. La Iglesia desde el principio fue atacada, infiltrada, belipendiada, morbosesda por sus enemigos, eso nunca terminará hasta la Parusia. Por otra parte las pharsemias y bulos de distracción siempre estarán a flor de piel. Aunque seamos un puñado de fieles, la defenderemos. La distorsión de la liturgia e insanos modales en el Santo Sacrificio Incruento, estarán disponibles.

  2. El máximo responsable de la Iglesia Católica envía al Averno a todos aquellos que se ponen a sus decisiones de cambio en el seno de la Iglesia porque hay que adaptar a Jesucristo a los nuevos tiempos. El solo cree en la Pachamama, cambio climático y vacunaciones porque son actos de amor, y si no a la calle . Este es el personaje que ama y perdona, un espejo muy edificante para las almas cándidas que todavía celebran la misa » junto con el Papa Francisco».

  3. La situación actual de nuestra Iglesia es penosa. Son las navidades más tristes que recuerdo. Unas navidades mancilladas por el propio pontífice. Una vergüenza!

    Hay que removerlo. Apliquemosle el derecho canónico.

    1. NO LOS PERDONES PADRE, se están cargando a la esposa de Cristo, y eso es lo mas grave que se puede cometer en el ámbito de la iglesia, peor que la crucifixión del Señor, al fin y al cabo el pueblo judío no sabia lo que hacia, pero estos lo saben perfectamente. Esto es similar a los ángeles caídos, para ellos no hubo perdón, entre otras cosas por que no lo pidieron nunca. Ha llegado la hora de la guerra santa para expulsar a los renegados impíos de la iglesia. Que Dios nos ayude.
      Carlismo Rebelde

  4. Me uno al comentario de CHARLES!!! Totalmente de acuerdo. Y añado:
    1.No someter a los niños a situaciones que ellos no pueden soportar. Es una obra de caridad hacia ellos.
    2.Ponerse en el lugar del sacerdote, que nones un «robot» cuando celebra la Santa Misa sino una persona humana realizando una misión de donación y entrega que requiere una gran concentración etc… Máxime en el momento de la predicación de la homilía.
    Yo invitaría a cualquier papá o mamá de estos que se ofenden (pq el sacerdote tiene dificultades en seguir la misa mientras tiene a varios críos gritando o corriendo por la Iglesia durante todo el tiempo), a que en el ejercicio de sus profesiones (y sé que no es lo mismo. Pq la Misa es muuuucho más…), tuvieran a varios niños en esa actitud. Profes, abogados, funcionarios, médicos….
    3.Una vez le oí decir a una Sra. Católica de toda la vida, lo siguiente: «El Señor dijo lo de dejad que los niños…… Pero a que no tuvo a ningún niño en la Última Cena?».
    Ahí lo dejo.

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