La educación en la cultura cristiana. La educación de los niños y jóvenes

Cultura cristiana
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro El nacimiento de la cultura cristiana de Rubén Peretó.

¿Cuáles fueron los hitos fundamentales que marcaron el nacimiento de la cultura cristiana en el mundo occidental? Este libro trata de cerca a los personajes clave y los hechos culturales decisivos en torno a los cuales Europa llegó a ser lo es, o lo que ha sido.

Fueron personajes que, en medio de los acontecimientos que se desplegaban frente a ellos, tomaron las decisiones adecuadas para hacer de un mundo caído uno más agradable a los ojos de Dios, en el que los frutos de la redención de Cristo pudieran crecer con vigor y lozanía.

La educación en la cultura cristiana. La educación de los niños y jóvenes

Los niños, antes de llegar a la pubertad, se educaban generalmente en sus familias. Los predicadores recordaban insistentemente y con palabras duras a los padres su deber: «Desgraciado sea el padre que descuida esta tarea»; «No corráis el riesgo de cerrar a vuestros hijos las puertas del Reino de los Cielos», decían. Y esa educación familiar debía hacerse in disciplina et correctione, pues toda buena educación, afirmaban, necesita de la represión de las malas tendencias. Y los padres de esas épocas solían ser más severos y drásticos en esos castigos que los actuales, y eran frecuentes, entonces, las tundas y tirones de oreja que servían para aplacar los berrinches infantiles.

En otros casos, sin embargo, los niños eran llevados por sus padres a los monasterios para que recibieran allí su educación. Estas edificaciones poseían espacios destinados a la schola. Si se trataba de un monasterio importante, contaba con pequeñas aulas que eran ocupadas por las decadas, grupo de diez alumnos. Para tomar sus notas y practicar su escritura, cada uno de ellos tenía tablillas de madera o de hueso recubiertas de cera sobre las cuales escribían con un estilete, ─graphium─, de hierro, hueso o plata. Luego, la cera se alisaba y la tablilla se ocupaba con nuevos ejercicios o nuevas notas.

Cuando necesitaban conservar lo escrito o cuando buscaban otros modos de ejercitarse en la escritura, utilizaban el papiro o corteza de árboles, pero este soporte ya en los primeros siglos medievales dejó de utilizarse en favor del pergamino o membrana, confeccionado con piel animal, que tenía no solamente la ventaja de la durabilidad, sino que también podía ser utilizado varias veces. En efecto, era posible borrar la escritura anterior raspando la piel con un instrumento romo, y de ese modo el pergamino era reutilizado. Es este el origen de los palimpsestos.

La desventaja de la utilización del pergamino era que se trataba de un material muy caro. Pensemos que el cuero de una oveja, animal que era el más utilizado, proveía de un corto número de «páginas», y poseer una «resma», que tan fácilmente compramos en la actualidad, implicaba un rebaño completo de ovinos muertos y despellejados. Y no sólo eso, ya que luego de obtenida la piel, era necesario tratarla a fin de que fuera apta para escribir sobre ella, lo cual suponía un proceso largo que involucraba mano de obra que encarecía aún más la obtención del material de escritura.

Una vez superadas estas dificultades técnicas e instrumentales, el niño o el adolescente recibía las primeras lecciones que eran referidas al alfabeto. Es decir, aprendían cada una de las veintitrés letras del alfabeto latino, las que eran copiadas y vueltas a copiar en las tablillas o papiros, hasta adquirir el hábito de la escritura. Luego, se pasaba al aprendizaje de las sílabas, y de allí, al de las palabras.

Como ya hemos dicho, el conocimiento del latín era una etapa central en la formación. Para eso utilizaban algunas de las gramáticas que circulaban, por ejemplo, la Ars minor de Donato o, más adelante, la Cunabula grammaticae artis, de San Beda, escrita en forma de diálogo, que era mucho más apropiada para los principiantes. El vocabulario latino lo aprendían, en cambio, a través de glosarios, que eran una suerte de diccionarios en los que aparecía el término latino con su correspondiente en lengua vulgar. Pero esto planteaba un problema ya que existían muchas palabras latinas que no tenían su correspondiente en las lenguas habladas, recurrían, entonces, a concisas definiciones. Por ejemplo,, ariopagus= nomen curiae; bibliopola = qui códices vendit; platonis ideas = is est species. Beda escribió para sus monjes de Yarrow un De ortographia en el cual daba la explicación de las palabras por orden alfabético, el género de los sustantivos, los tiempo de los verbos, la etimología y las variantes ortográficas. Era una suerte de manual para uso permanente de quienes debían manejarse con la lengua latina.

Llegados a este nivel, los alumnos sabían leer y conocían el significado de lo que estaban leyendo, pero era preciso que supieran también de qué manera leer un texto de modo tal que pudiera ser entendido por los otros y por Él mismo, es decir, la prosodia. Como hablantes de lenguas germánicas, los estudiantes desconocían el sentido del valor de la vocal clásica latina ─que puede ser larga o corta─ o del verso, y debían aprenderlo, puyes les resultaba necesario tanto para el canto de los himnos, los salmos y demás piezas litúrgicas, como para saber dónde introducir las pausas en la frase o cómo acentuar las palabras. De ese modo el estudiante podría convertirse en lector. Recordemos que en la Edad Media se leía en voz alta a fin de que aprovechara la lectura del libro no solamente el lector sino también a sus eventuales oyentes. Todos estos saberes y los modos de adquirirlos los expone el gran pedagogo que fue San Beda en su obra De arte metrica.

Sin embargo, tanto Beda como el resto de los autores de su tiempo, tenían en claro que la enseñanza se orientaba a brindar las herramientas necesarias para poder leer con mayor fruto las Sagradas Escrituras. En otra de sus obras, una muy breve titulada De schematibus el tropis y dedicada al estudio de las figuras retóricas, escribe:

«Los griegos se enorgullecen de haber inventado estas figuras o tropos. Pero, amado hijo, para que tú y todos los que deseen leer esta obra sepan que la Sagrada Escritura supera todos los demás escritos, no solo en autoridad porque es divina o útil porque conduce a la vida eterna, sino también por su antigüedad y su composición artística, he elegido demostrar mediante ejemplos recogidos de ella que los maestros de la elocuencia secular de cualquier época no han podido proporcionarnos ninguna de estas figuras y tropos que no aparecieran primero en la Sagrada Escritura».

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Este fragmento ha sido extraído del libro El nacimiento de la cultura cristiana (2021) de Rubén Peretó, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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