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Hoy les ofrecemos este extracto del libro La sabiduría de los medievales de Stefano Fontana. En este libro escrito con un estilo sencillo, directo y divulgativo -y no especialmente dirigido a cristianos-, Stefano Fontana se enfrenta a cierta corriente impuesta que, desde el Renacimiento hasta hoy mismo, tilda el pensamiento medieval de oscuro, bárbaro y carente de vitalidad cultural e intelectual.
Muy al contrario, Fontana demuestra que la época que levantó la gloria gótica de nuestras catedrales fue, al mismo tiempo, la era en la que se logró una síntesis abierta y perfecta entre fuentes filosóficas asombrosamente dispares; una gesta del pensamiento y de la creatividad humana sin parangón que sentó las bases de la Civilización cristiana y, por ende, de la occidental.
Las herejías del siglo II
La gnosis
La gnosis no fue propiamente una herejía cristiana, ya que se trató, sobre todo, de una religión sincretista, es decir, que asumía elementos de distintas religiones y los fundía. Sin embargo, representaba un gran peligro para el cristianismo, porque asumía algunos de sus aspectos y los desvirtuaba. La gnosis está caracterizada por la idea de poder acceder a la salvación mediante un conocimiento (gnosis) para iniciados que, en lugar de situarse dentro de la fe y a su servicio, la englobaba en sí. Todos los tipos de gnosis, más o menos, consideraban que mediante una forma de conocimiento era posible unirse, ya desde este mundo, a la divinidad; que dicho conocimiento era para pocos y, por tanto, que la salvación no estaba destinada a todos; que en el mundo había dos principios, el del bien y el del mal, en lucha entre ellos; que la materia y todo lo que tiene que ver con ella era negativo y pecaminoso.
Los peligros que derivaban de todo ellos eran, para el cristianismo, muchos y graves. Ante todo, se consideraba el conocimiento superior a la fe, ya que solo él y no la fe daba la salvación. En segundo lugar, se consideraba la salvación como algo que era únicamente para los «iluminados»: algunos textos gnósticos hablan de una revelación que Jesús habría hecho a los apóstoles, pero que no se expresó en los evangelios y había sido transmitida de otras formas porque no estaba destinada a todos, solo a algunos; dado que Jesús es quien habría transmitido el conocimiento que salva, no se toma en consideración el valor salvífico de su pasión, muerte y resurrección.
Dado que la gnosis parte de un dualismo radical materia-espíritu, no admite la encarnación y, por ende, tiende al docetismo (de dokein, aparecer), según el cual Cristo habría asumido un cuerpo aparente y no real. Hay una neta contraposición entre Antiguo y Nuevo Testamento, mientras que el cristianismo habla de una relación de continuidad, en el sentido de que el Nuevo es el cumplimiento del Antiguo, del cual no rechaza nada, sino que más bien lo perfecciona. El mal está considerado algo que existe en la creación y en la materia, por lo que no es responsabilidad humana: hay, por tanto, una valoración negativa de la creación y una atenuación de la responsabilidad moral personal. Los sacramentos son sustituidos por ritos gnósticos cercanos a la magia. Es más, en la gnosis, más que de creación se debe hablar de emanación. De hecho, del ser supremo surgen varios «eones» o entidades divinas subordinadas en escala jerárquica; la liberación del alma del pecado es sustituida a menudo el espíritu en sentido psicológico. El dualismo radical empuja a muchos gnósticos a condenar todo lo que es material, incluso el matrimonio o la utilización del vino en las celebraciones eucarísticas. A una condena del sexo correspondía en algunos un libertinaje sexual, como sucedía para los nicolaítas, que usaban el abuso de los placeres sexuales para vencer la concupiscencia.
Los mayores exponentes de la gnosis fueron Isidoro, Saturnino, Basílides y Valentín.
Es útil recordar que Valentín diferenciaba a los hombres en tres tipos: los hombres materiales o hylicos (de hyle, materia), los hombres psíquicos (de psiqué, alma) y los espirituales (o pneumáticos, de pneuma, espíritu). Los primeros están irremediablemente perdidos, los espirituales se salvan desde el principio dado que son solo espíritu y los psíquicos pueden salvarse solo con ritos gnósticos.
La gnosis es también una mentalidad que se da continuamente en las distintas épocas históricas y está presente incluso hoy. Una vez puestos en marcha los medios gnósticos de salvación, la Ciudad de Dios ya se habría realizado en este mundo, por lo que todos los movimientos religiosos o políticos que prometen un paraíso en la tierra o una sociedad perfecta tienen una vena gnóstica. Dado que la gnosis desprecia a este mundo, fruto de la creación, ha influido sobre muchos movimientos milenaristas y revolucionarios que predican el rechazo de este mundo como incurable. Las dos tendencias —promesa de un paraíso en la tierra y desprecio del mundo real—, confluyen en muchos movimientos milenaristas y apocalípticos, de los que hemos tenido ejemplos en la historia, desde el anabaptismo hasta la Revolución francesa. Tiene origen gnóstico la idea de que el cristianismo debería ser depurado de sus aspectos míticos y reconducido a su núcleo racional y, por tanto, gnóstico. Podemos encontrar claramente esta idea en la Ilustración, en Hegel (1770-1831), con la idea de que la fe cristiana no sería más que el envoltorio mítico de un núcleo racional que coincide con el sistema idealista hegeliano, en Bultmann (1884-1976) o en Rahner (1904-1984). Para el gnóstico, la relación con lo divino sucede sin mediaciones; de ello depende el espontaneísmo, el espiritualismo y la intolerancia hacia las instituciones, muy presentes en Montano o en el protestantismo, el pauperismo de muchos movimientos medievales y demás. La negación gnóstica de la naturaleza y el intento de plasmarla de nuevo están presentes hoy en día en la ideología de género o en los proyectos del transhumanismo.
Un aspecto importante son las características gnósticas de la Reforma protestante, que ha influido de manera determinante en todo el pensamiento de la modernidad. La condena de la naturaleza como irremediablemente corrupta, el rechazo de la mediación y, por tanto, de la estructura eclesiástica, del Magisterio, de la Virgen, la posibilidad de ser santos y pecadores al mismo tiempo, la nueva plasmación de la realidad a partir de la conciencia, la indiferencia hacia el Cristo de la historia en favor solo del Cristo de la fe, la desmitificación del cristianismo son solo algunos de los muchos elementos gnósticos del protestantismo.
Contra la gnosis maniquea combatieron san Ireneo y san Agustín; contra la gnosis cátara lucharon los dominicos con la santidad y la predicación, y los cruzados de Simón de Montfort con la espada; contra la gnosis del aristotelismo heterodoxo combatió santo Tomás de Aquino con la recta filosofía y la recta teología; contra la de los espirituales y Joaquín de Fiore combatió san Buenaventura; contra la gnosis modernista lucharon Pío X y el cardenal Merry del Val.
Marción y Montano
Marción de Sinope (85-160) contrapuso el Antiguo Testamento al Nuevo. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios creador, señor despiadado y severo, mientras que el Dios del Nuevo es redentor y misericordioso. Admite dos divinidades, una positiva y la otra negativa, pero a diferencia de los gnósticos, las subordina la una a la otra: Cristo es superior al Dios de los judíos. Marción también sentía un gran desprecio por la materia. Y también se inclinó hacia el docetismo. Consideraba que solo san Pablo y el evangelio de Lucas eran fehacientes, y rechazó los otros escritos neotestamentarios porque estaban demasiado contaminados por el espíritu judaico. La Iglesia de Marción se difundió en todo el Mediterráneo.
Sus ideas tuvieron muchos desarrollos a lo largo de la historia. La contraposición entre Antiguo y Nuevo Testamento y, por tanto, entre dos concepciones distintas de Dios, está presente en la exégesis bíblica de Ernst Bloch (1885-1977) y en muchas lecturas materialistas (es decir, guiadas por los principios del marxismo) de la Biblia, como también en la teología de la esperanza de Jürgen Moltmann (1926-) y de la liberación de Gustavo Gutiérrez (1928-).
Montano contraponía la institución y la profecía, los sacerdotes y los profetas. Creía que la Iglesia se había institucionalizado ahogando el espíritu y la tensión hacia la salvación. Por esto, sus seguidores practicaban un ascetismo exasperado: ayunos y penitencias, castidad absoluta también en el matrimonio, condena irremediable de quien comete pecados graves como la apostasía, el homicidio o el adulterio. A su Iglesia se adhirió también Tertuliano (c. 155-230), importante Padre de la Iglesia en Occidente.
Los montanos no consideraban que la Revelación hubiera llegado a su conclusión con el Nuevo Testamento, sino que creían que continuaba a través de ellos: con su predicación habrían tenido un papel en la distribución a los hombres de los dones salvíficos de la resurrección de Cristo.
Por una interpretación literal de un pasaje del Apocalipsis (20, 21), consideraban que Cristo volvería a la tierra para resucitar solo a los justos, con los que gobernaría durante mil años una época de paz y felicidad. Al final de dicho milenio, el diablo sería derrotado definitivamente y tendría lugar la segunda resurrección general, con los buenos y los malvados separados para la eternidad. Cuando, en el siglo III, se dio una lectura alegórica y espiritual de este pasaje del Apocalipsis, también el milenarismo se retiró; sin embargo, nunca desapareció y a menudo alentó en la historia el nacimiento de sectas religiosas con grandes deseos de cambio social.
Las versiones de Marción y de Montano de la religión cristiana sufrían las influencias gnósticas. Lo vemos en la contraposición entre los dos Dioses del Antiguo y Nuevo Testamento, en el desprecio por la materia, en la idea de ser portadores de un conocimiento salvífico, en la espera de un inminente paraíso en la tierra, en la exaltación de carácter profético de un nuevo Milenio, en el que el espíritu triunfaría sin la institución.
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Este fragmento ha sido extraído del libro La sabiduría de los medievales (2021) de Stefano Fontana, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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