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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Defensores de la fe de Charles P. Connor. La historia de la Iglesia está repleta de momentos de crisis y de tribulación, como el auge de las herejías en los primeros siglos, la ruptura protestante o la expansión de las ideologías modernas. No obstante, en esos momentos en que la existencia misma de la institución parecía amenazada, surgieron personajes que la defendieron incluso con su vida.
Sirviéndose del rigor del académico y de la sencillez del divulgador, el padre Charles P. Connor sumerge al lector en los avatares vitales de figuras como san Atanasio, que combatió vigorosamente la herejía arriana; san Juan Fisher, que defendió hasta el martirio la primacía papal; Hilaire Belloc, que puso su brillante formación intelectual al servicio de la fe verdadera; o el cardenal Ratzinger, a quien ya en 2003 se percibía como alguien que, en tiempos de confusión y mentira, contribuyó a avivar el esplendor de la verdad.
San Edmund Campion, el jesuita sedicioso
El jesuita inglés Edmund Campion, hijo de un librero londinense, nació en 1540. La mayor parte de su vida adulta coincidió con el reinado de Isabel I (1558-1603), un periodo muy duro para los católicos en Inglaterra. Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, era la hermanastra de la reina María Tudor, a quien había sucedido en el trono tras su muerte. Isabel restauró la Iglesia de Inglaterra que su padre comenzara, la hizo aún más protestante y, a pesar de que ella era ahora la cabeza de la Iglesia:
«No era ciertamente, una mujer religiosa, pero estaba […] decidida a restaurar la supremacía real en la Iglesia inglesa. Una soberana que, dirigiéndose al Parlamento, amenazó con destituir a sus obispos si no cumplían sus deseos, no aceptaría la supremacía del Papa. Un crítico puritano observó que la única doctrina en la que ella insistía era la de la supremacía real».
La familia de san Edmund fue católica hasta el reinado de Isabel I, pero se amoldaron a la Iglesia establecida algo después de 1558. El joven Campion era un alumno brillante y un orador muy dotado. A los quince años entró en el Saint John’s College de Oxford y dos años después ya era supervisor. Captó la atención de la corte, especialmente tras haber sido elegido para dirigir un debate público frente a la reina en Oxford. Un miembro de la corte no dudó en describirle como «uno de los diamantes de Inglaterra» y un obispo amigo le convenció para que recibiera las sagradas órdenes de la Iglesia de Inglaterra cuando terminara sus estudios. Así lo hizo, aunque colmado de inseguridades. Durante sus años universitarios estudió a conciencia los escritos de los Padres de la Iglesia y, cuanto más estudiaba, más le costaba aceptar la validez de la Iglesia de Inglaterra.
En 1568, Campion fue designado procurador subalterno en Oxford y, una vez que hubo finalizado su labor docente allí en 1569, decidió marcharse a Irlanda para ordenar sus ideas. Su inquietud y arrepentimiento por pertenecer a una Iglesia falta de la verdad en su plenitud parecían crecer por momentos. Campion no era de los que se callaban sus dudas, sino que expresaba abiertamente sus sentimientos. Cuando el papa san Pío V emitió la bula Regnans in Excelsis, que excomulgaba a la reina Isabel y a todo aquel que obedeciera sus órdenes, la sombra de la sospecha ─se ciñó sobre el futuro santo de su tierra natal. Volvió de visita desde Irlanda en 1576 y se dice que estuvo en el juicio de un papista convicto en Westminster Hall, Londres. Sabía que tenía que irse de Inglaterra, pero le fue tremendamente difícil salir del país por no tener el pasaporte en orden: sólo pudo escapar dejando atrás todas sus pertenencias. Cuando regresó era un hombre totalmente distinto.
San Edmund se las arregló para llegar a la localidad de Douai, en Bélgica, que en aquel entonces pertenecía al Flandes español. Felipe II había fundado la universidad de la ciudad en 1559 para promover la Contrarreforma y prosperó hasta convertirse en un gran centro de conocimiento, el entorno académico ideal para los exiliados ingleses que habían sido privados de educación superior católica en su tierra. William Allen, oriundo de Lancashire y futuro cardenal de la Iglesia católica, soñaba desde hace mucho tiempo con poner en marcha una Facultad en inglés. Criado en una familia católica muy devota del norte de Inglaterra, a Allen le preocupaban profundamente sus compatriotas, que se veían forzados a asistir a misa clandestinamente y a asistir además a los servicios anglicanos por miedo a que les multaran si se negaban. Se comenzó a denominar recusantes a los opositores. Allen estaba decidido a mejorar la suerte de los recusantes enviándoles un clero local bien formado. Tras ordenarse sacerdote en Malinas, Bélgica, en 1568, abrió la facultad de inglés en Douai […]. Los jóvenes que entraron en la facultad de inglés no andaban faltos del requerido entusiasmo espiritual. Uno de esos dieciocho jóvenes era san Edmund Campion.
Más tarde, Campion ingresaba en una institución religiosa muy nueva. San Ignacio de Loyola había fundado la Compañía de Jesús seis años antes del nacimiento de san Edmund. No había ninguna provincia en Inglaterra. La residencia jesuítica más cercana estaba en Viena y, tras pasar un tiempo allí, Campion hizo el noviciado en Praga. Continuó estudiando y fue ordenado sacerdote en 1578. […]
No es de extrañar que el cardenal Allen hubiera convencido al papa Gregorio XIII para enviar jesuitas a Inglaterra, ya que habían logrado grandes avances contrarreformistas en lugares como Alemania, Bohemia y Polonia. La Compañía escogió a los padres Edmund Campion y Robert Persons como avanzadilla de esta misión inglesa. […]
San Edmund partió hacia Inglaterra ─pasando por Roma─ en la primavera de 1580 […]. Uno de sus compañeros, el padre Persons, partió desde Saint Omer, en el Flandes francés, disfrazado de soldado. Campion optó por otro disfraz, haciéndose pasar por un comerciante de joyas que viajaba con su criado, otro jesuita camuflado, un hermano lego llamado Ralph Sherwin. Cuando los tres llegaron a Londres, la probabilidad de que les capturaran era muy alta. Se dispersaron rápidamente: Campion se dirigió a los condados de Berkshire, Oxfordshire y Northamptonshire, donde convirtió a muchos fieles. Regresó a Londres para mantener un breve encuentro con Persons, pero la persecución era tan intensa que tuvo que huir de nuevo, esta vez a Lancashire, en el norte, donde obtuvo de nuevo un gran éxito apostólico, aún bajo la amenaza de ser capturado […].
Durante estos años de intensa actividad misionera, Campion también escribió sus Decem Rationes (Diez razones), una obra apologética que pretendía defender la verdad católica e involucrar a los protestantes en un debate teológico. El gran escollo era cómo hacer circular la obra por Inglaterra: ya habían ahorcado a un editor en Tyburn por publicar libros católicos y no podía volver a darse un caso semejante. La respuesta a este dilema llegó de la mano de los Stonot, una devota familia recusante que vivía en Oxfordshire, cerca de Henley, un lugar conocido por la famosa regata anual que allí se celebra. […]
Con las Decem rationes y el «alarde» en circulación, cada vez era más peligroso quedarse en Stonor Park. Campion partió hacia Norfolk y, de camino, paró en busca de alojamiento en casa de una tal lady Yates en Layford, en lo que parecía ser un lugar seguro. En la mañana del domingo 16 de julio de 1581, san Edmund celebró la Eucaristía para una feligresía de alrededor de cuarenta personas, entre las que se encontraba un traidor. Rastrearon la casa tres veces y al tercer día atraparon a Campion y le condujeron a la Torre de Londres junto con otros dos sacerdotes. Hizo esta ruta con un llamativo cartel prendido a su espalda que decía: «Campion, el jesuita sedicioso».
Ningún interrogatorio, ni aunque le hubiera preguntado la mismísima reina, le habría hecho renunciar a su fe […]. Le aseguraron con gran convencimiento que el pasado caería en el olvido y alcanzaría un sinfín de logros si renunciaba al catolicismo y se unía al clero anglicano. Le sometieron a torturas que van más allá de lo soportable, y aún así no perdió ni la paz ni la capacidad de responder a todas las preguntas, objeciones e insultos. Estaba entrenado en el combate intelectual y sus interrogadores no estaban a la altura.
Finalmente fue acusado de formar una conspiración con el cardenal Allen y los también jesuitas Persons y Morton para asesinar a la reina Isabel y de que Persons y él habían sido elegidos para organizar una rebelión que respaldara su plan. […]
Por supuesto que el juicio no sería justo. Cuando el jurado leyó su sentencia de muerte, Edmund dio una respuesta que pasó a la posteridad:
«Condenándonos, estáis condenando a todos vuestros ancestros ─a todos los viejos sacerdotes, obispos y reyes─ ¡, a todo lo que alguna vez fue la gloria de Inglaterra, la isla de los santos y la más devota criatura de la sede de san Pedro».
***
Este fragmento ha sido extraído del libro Defensores de la fe (2019) de Charles P. Connor, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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