Omella a los jóvenes: «Os pido que si oís que el Señor os llama al sacerdocio, no sucumbáis a miedos ni a temores»

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El cardenal Omella ha mostrado su preocupación por la escasez de vocaciones en la carta pastoral que ha escrito para este Adviento.

En la misiva dirigida a los fieles de la archidiócesis de Barcelona, Omella reconoce que «la secularización ha llegado a muchos lugares y a muchos corazones».

Haciendo un primer recordatorio de la llamada universal a la santidad a la que todos estamos llamados (laicos, consagrados y sacerdotes), el cardenal Omella centra la carta en una reflexión sobre la vocación al sacerdocio que compartimos a continuación:

Estimados diocesanos,

Me dirijo a vosotros al inicio del Adviento con esta carta sobre la pastoral vocacional, siguiendo el deseo y mandamiento del Señor, que, conmovido al ver a las multitudes, nos invita a pedir al dueño de los sembrados que envíe más sembradores, porque la cosecha es abundante, pero los segadores son pocos (Mt 9,36-38).

Dios, en su sabiduría infinita y con una mirada más profunda que la nuestra, ve una cosecha abundante en unos campos que, a menudo, nosotros, más limitados, vemos secos y baldíos.

Nuestra archidiócesis de Barcelona tiene retos muy grandes. Vemos cómo la secularización ha llegado a muchos lugares y a muchos corazones. Nuestra sociedad actual tiene un gran desconocimiento de Dios y su proyecto salvífico. Muchos de nuestros conciudadanos, ignorando la bellísima propuesta que nace del corazón de Cristo, no viven la gracia de la experiencia de su inmenso Amor. En demasiadas personas de nuestra archidiócesis «el día ya ha empezado a declinar» (Lc 24,29), y aunque Cristo está cerca, todavía no lo saben reconocer en sus vidas.

Jesucristo, con una mirada llena de cariño y misericordia, como cuando miraba al hombre rico (Mc 10,21) o a la samaritana (Jn 4,1-42), o al publicano Mateo (Mt 9,9), ve el corazón de todos y cada uno de nosotros, lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Y donde nosotros vemos dificultades y retos, Él ve oportunidades. La cosecha es abundante (Lc 10,2), nos dice el Maestro, y nosotros, creyendo en su palabra, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68), volvemos a mirar los campos con esperanza y ponemos de nuevo la mano en el arado (Lc 9,62). Y para llevar a cabo su voluntad y cumplir con nuestra misión, necesitamos más segadores. Necesitamos corazones generosos que lo den todo por el Reino y por amor a Cristo y a los hermanos.

La llamada universal

Desde su nacimiento, cada persona está destinada a la bienaventuranza eterna, al cielo. Dios crea a cada uno con un propósito, una misión. Esa misión es lo que llaman vocación.(Catecismo de la Iglesia Católica, 1604 y 1703)

El papa Juan XXIII, hablando de la vocación cristiana, decía: «La vocación consiste en seguir la Voz que nos llama y que nos llama precisamente para encontrar la propia vida[1]», porque Jesús es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 5-6). El Papa nos recuerda que todos estamos llamados a vivir una vida llena de sentido, pensada y amada por el Creador, incluso antes de que existiéramos. Escuchar la voz del Creador nos lleva a descubrir la razón de nuestra existencia. Es la llamada universal, la vocación cristiana, que nos hace una triple propuesta: una vida laical como discípulos misioneros en medio del mundo, una vida dedicada a los carismas y a la belleza de la vida consagrada o una vida dedicada al ministerio y servicio sacerdotal.

La mayoría de los cristianos que han recibido la vocación laical optan, si encuentran a la persona adecuada, por el amor conyugal. Es en este hogar de amor y de fe donde nacen las llamadas a las diversas opciones de vida cristiana. Todos venimos de una familia. Ya lo decía san Juan Pablo II, que en la familia, la Iglesia doméstica, se cultivan las vocaciones. Es en la familia donde se encuentra la tierra buena que da fruto (Mt 13,8). Desde el ejemplo de los padres, los hijos aprenden lo maravilloso que es el amor conyugal, así como la grandeza y belleza de la paternidad y de la maternidad. Es a partir de los contactos y vivencias que tiene la familia con diversas realidades de la vida consagrada (en escuelas, iglesias, conventos, movimientos…), donde a menudo se cultivan los carismas y se conocen las diversas propuestas de vida religiosa. Y a menudo es en la familia en la que, desde la implicación y participación en la vida parroquial o en diversos movimientos, surgen las vocaciones sacerdotales. Las tres vocaciones (laical, vida consagrada y ministerio ordenado) son un regalo y una bendición para la Iglesia y el mundo. Como tales son reconocidas y agradecidas, puesto que «toda llamada de Cristo es una historia de amor única e irrepetible[2]».

Ahora quisiera hacer una reflexión más atenta sobre la última vocación a la que me he referido: la vocación al sacerdocio.

Elegidos por Cristo

«La pastoral vocacional es la misión de la Iglesia destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio». (Pastores dabo vobis, 34)

Cuando a través de la oración entramos en el silencio de nuestros corazones y acogemos el Misterio de Dios, se inicia un diálogo íntimo y personal, un diálogo que, como nos recuerda el lema episcopal del Cardenal Newman, es una conversación de corazón a corazón (cor ad cor loquitur). En este espacio sagrado escuchamos lo que Dios nos dice y también acogemos su propuesta.

Una propuesta destinada a llenar de sentido y felicidad nuestras vidas. Como nos decía el papa Benedicto XVI: «La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración tanto en las comunidades parroquiales como en las familias cristianas[3]».

Como decía san Ireneo de Lyon: «La gloria de Dios es que el hombre viva (Gloria Dei, vivens homo)[4]». Dios nos quiere felices, plenamente realizados, intensamente vivos. Vivir es llenar de luz nuestra existencia y esto se logra desde una entrega generosa y confiada de uno mismo al servicio de Dios y de los hermanos, ya que sólo cuando damos la vida es cuando realmente la recibimos y la vivimos (Mt 10,39). El ministerio sacerdotal es una entrega gozosa y libre al servicio del Reino. Jesús escoge a algunos para seguirle en ese camino.

Llamados a ser apóstoles (Rm 1,1), escogidos por Cristo para dar fruto (Jn 15,16), enviados a anunciar el Evangelio en todo el mundo (Mc 16,15), al servicio de los hermanos, especialmente de los más débiles y pequeños (Mt 25,31-46). Llamados para ser portadores de misericordia (Jn 20,22-23), liberadores de todo mal y sanadores en el nombre de Dios (Mc 16,17-18). Todos hemos tenido la suerte de conocer a sacerdotes que han sido y son una bendición en nuestras vidas personales. Ellos son un ejemplo y testimonio para nosotros.

La alegría de la vocación

«Son precisamente esos religiosos y sacerdotes quienes con su ejemplo animan a muchos a acoger en su corazón el carisma de la vocación».(Sant Juan Pablo II[5])

La alegría de los sacerdotes que hemos conocido ha sido y es un regalo para todos nosotros, y este regalo recibido gratuitamente, gratuitamente debemos darlo (Mt 10,8). Algunos jóvenes, escogidos y llamados desde la misericordia y desde el amor incondicional, son invitados a vivir esta bendición.      A lo largo de la historia de salvación, el Señor ha llamado a niños, jóvenes y adultos a seguirle en este camino de entrega total e incondicional. Nuestros tiempos no son fáciles, tampoco lo eran los de quienes nos han precedido en la fe. No fue fácil para Abraham ponerse en camino (Gn 12,1-4), ni para José la vida en Egipto (Gn 39,20-40,4), ni fue fácil la misión recibida por Moisés (Ex 3,1-10), ni la fidelidad de Elías en medio de una sociedad paganizada (1Re 18,20-39).

Todos ellos fueron hombres generosos que, fiándose de quien les había llamado (2Tm 1,12), entregaron con gozo su vida a una causa mayor que ellos mismos. A pesar de encontrarse en medio de muchas dificultades y pruebas, fueron muy felices, inmensamente felices; porque responder sí a la llamada de Dios, aunque al principio nos pueda dar miedo, nos llena el corazón de una felicidad tan desbordante que apenas puede expresarse (Lc 24,41). Cuando decimos sí a Dios, la vida se llena de una luz inmensa.

El papa Benedicto XVI nos recuerda que la vocación sacerdotal es también como una estrella que nos invita a ponernos en camino para encontrar a Jesús, para conocerle, para adorarle y para ofrecerle lo mejor de nosotros mismos[6]. Éste es el regalo recibido y el que se nos pide que ofrezcamos. Ofrecer un sí como el de María (Lc 1,38), un sí como el de los profetas (Is 6,8) y el de los apóstoles (Mc 1,16-20), un sí como el de Cristo que, por encima de todas las cosas, hace la voluntad del Padre (Lc 22,42), porque para eso ha venido al mundo (Jn 6,38). Como nos dice san Agustín: «Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti[7]».

¡Decid sí al Señor!

«Pregunta siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti». (Gaudete et exsultate, 23)

Durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa escuchábamos como el papa Francisco nos decía: «Si Dios nos llama por nuestro nombre es porque, para Él, cada uno de nosotros es un rostro, una cara, un corazón[8]». Dios nos llama por nuestro nombre, nos mira a los ojos, nos invita a seguirle: «Ven y sígueme» (Mt 19,21). Nos habla en el corazón. Como nos decía el papa Francisco: «Dios nos ama tal como somos»; y cuando esta alegría ha tocado nuestros corazones, como María, debemos salir al encuentro del otro «porque la alegría es misionera, no es para uno mismo, es para el otro[9]». Estamos llamados a seguir al Señor como sacerdotes al servicio de los hermanos. No hay mayor alegría. El papa Francisco, haciendo suyas las palabras de Cristo resucitado, nos pedía que no tuviéramos miedo (Jn 6,20), nos pedía que no sucumbiéramos ante los miedos: «¡Sustituid los miedos por sueños! ¡No seáis administradores de miedos ni de temores, sino promotores de sueños![10]». Nos puede dar miedo o nos puede generar respeto responder afirmativamente a la llamada del Señor. Es normal.

Es humano, pero más humano es saber confiar, fiarse y dejarse amar. Responder desde la confianza, desde la fe, desde la esperanza y desde el amor. ¡Eso sí que es humano! ¡Decid sí al Señor! «Porque quien ama no se queda de brazos cruzados; quien ama corre a ponerse al servicio de los demás[11]».

Jóvenes, os pido que entréis en el silencio de vuestro corazón, en el espacio sagrado de la oración. Os pido que escuchéis la Voz del Amado y que acojáis con paz y confianza lo que os propone como camino lleno de luz y sentido para vuestras vidas. Os pido que si oís que el Señor os llama al sacerdocio, no sucumbáis a miedos ni a temores, sino todo lo contrario. Os pido que, llenos de gran alegría y de reverencia, seáis generosos y agradecidos. Os pido que discernáis este llamamiento acompañados de un guía espiritual y del equipo de pastoral vocacional. Os pido que pongáis el regalo que habéis recibido al servicio de los hermanos. Os pido que, siguiendo la iniciativa de Dios, seáis sacerdotes de Cristo. ¡Os pido que digáis que sí a Jesús!

Orad por las vocaciones

«El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana».(Optatam totius, 2)

 Como nos recuerda el decreto del Vaticano II sobre la formación sacerdotal, «toda la comunidad cristiana debe velar por las vocaciones» (OT 2). También nos lo destaca la exhortación postsinodal Pastores Gregis cuando nos dice: «Es necesario promover una cultura vocacional en el sentido más amplio, es decir, es necesario enseñar a los jóvenes a descubrir la vida misma como vocación» (PG 54). Se trata de una responsabilidad que corresponde de manera particular a los obispos, tal como nos indica la exhortación Pastores dabo vobis cuando afirma que «al ser padre y amigo [el obispo] en su presbiterio, le corresponde, ante todo, la solicitud de dar continuidad al carisma y al ministerio presbiteral, incorporando a él nuevos miembros con la imposición de las manos» (PDV 41).

Por eso, me dirijo a vosotros, fieles de la Iglesia que peregrina en Barcelona, para que ya en este Adviento y en cualquier ocasión, roguéis y pidáis por las vocaciones. Rogad por todas las vocaciones, porque todas son buenas y necesarias. Y, de manera particular, me atrevo a pediros que oréis con fuerza y constancia para que el Señor envíe jóvenes generosos a nuestro Seminario. Os pido que en las oraciones personales y comunitarias pidáis al dueño de los sembrados que envíe más segadores (Mt 9,38). Os pido que oréis con fuerza al Padre del Cielo para que tengamos más vocaciones sacerdotales. Necesitamos vocaciones que, imitando a Cristo Buen Pastor, quieran dar la vida por los hermanos con generosidad y alegría. Rogad en vuestros hogares, en vuestras reuniones, en las celebraciones y encuentros, en la Eucaristía y en las vigilias de oración. Ofreced vuestras incomodidades, enfermedades y sufrimientos con esta intención. Orad y ayunad sin desfallecer, orad con confianza, orad por el bien de la Iglesia de Dios que peregrina en Barcelona, para que nunca carezca de pastores solícitos y serviciales.

Mi petición va ahora especialmente dirigida a todos los presbíteros de la archidiócesis. Vosotros con vuestro testimonio de vida sacerdotal debéis ser los primeros en velar para despertar vocaciones en vuestras comunidades. Vuestro testimonio y entrega gozosa a Dios y a la comunidad despertará la vocación en el joven que ha sido elegido por el Señor para el ministerio sacerdotal. Vosotros tenéis un contacto directo y privilegiado con las familias, con los niños y con los jóvenes, y podéis hacerles descubrir la belleza de la vocación sacerdotal.

Velad, rogad y ofreceos por todas las vocaciones sacerdotales. En el acompañamiento espiritual, en vuestras homilías y catequesis, sed promotores y primeros agentes de la pastoral vocacional, tal como nos recuerda el Concilio Vaticano II en el decreto Presbyterorum Ordinis: «Conociendo los apóstoles este deseo de Cristo, por inspiración del Espíritu Santo, pensaron que era obligación suya elegir ministros «capaces de enseñar a otros» (2Tim 2,2). Oficio que ciertamente pertenece a la misión sacerdotal misma, por lo que el presbítero participa en verdad de la solicitud de toda la Iglesia para que no falten nunca operarios al Pueblo de Dios aquí en la tierra.» (PO 11).

Con el fin de impulsar esta pastoral vocacional en nuestra archidiócesis, he pedido al obispo auxiliar Mons. David Abadías que, junto con los colaboradores del Secretariado diocesano de Pastoral Vocacional, dirigido por Mn. Jordi Domènech, coordinen toda esta acción vocacional de la que todos –laicos y laicas, consagrados y consagradas y ministros ordenados- seamos corresponsables.

Al final de esta carta encontraréis una serie de propuestas en las que os invitamos a participar. Si alguno de vosotros conoce a algún chico que pueda estarse planteando la vocación sacerdotal, por favor, poneos en contacto con el Secretariado diocesano de Pastoral Vocacional en la dirección: [email protected]

Agradezco todo vuestro servicio, oración, atención, ayuno y ofrenda por este ministerio tan necesario para nuestra vida espiritual y sacramental.

Que María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, nos muestre el camino de la perfecta alegría e ilumine el corazón de muchos jóvenes, para que respondan a la llamada del Señor con una entrega incondicional y gozosa en el sacerdocio, al servicio del Reino de Dios.

† Card. Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

 

[1] Primer Congreso internacional sobre las Vocaciones Religiosas, 16 de diciembre de 1961.

[2] Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, L’Osservatore Romano 19 (1984) 306.

[3] Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 15 de mayo de 2011.

[4] Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 20, 7.

[5] Sant Joan Pau II, La promoció de les vocacions, L’Osservatore Romano 12 (1980) 158.

[6] Cf. Benedicto XVI, Encuentro con los Seminaristas en la JMJ de Colonia (19 de agosto de 2005).

[7] San Agustín de Hipona, Las Confesiones, I, 1,1.

[8] Papa Francisco, Discurso de acogida a los jóvenes de la JMJ (3 de agosto de 2023).

[9] Papa Francisco, Velada de Oración con los Jóvenes de la JMJ en Lisboa (5 de agosto de 2023).

[10] Papa Francisco, Encuentro con Universitarios en la JMJ en Lisboa (3 de agosto de 2023).

[11] Papa Francisco, Encuentro con los Voluntarios de la JMJ en Lisboa (6 de agosto de 2023).

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Comentarios
9 comentarios en “Omella a los jóvenes: «Os pido que si oís que el Señor os llama al sacerdocio, no sucumbáis a miedos ni a temores»
  1. Si no les predicáis a Jesucristo porque «el proselitismo es pecado», lo que oirán será «el gemido de la Tierra» y, como mucho, se harán de Greenpeace. Aunque al final harán lo que están haciendo todos los jóvenes: mandaros a los eclesiásticos a pastar del IRPF…

    1. Último ‘mensaje’ del repelente Bergoglio a los jóvenes:
      «El lío de los jóvenes es el sonido de sus sueños…»
      Pero no, no es que estos frescales que borbotan el lenguaje de las sectas estén locos: los locos son los que contemplan impasibles cómo esos infames se posesionan de la Iglesia entera, y luego se van a dormir tranquilamente musitando Jesusitos de mi vida…

  2. Para que luego la jerarquia se dedique a cancelar a los buenos sacerdotes y/o prohibirles que celebren la Misa Tradicional.
    Dios no envia vocaciones a una Iglesia infectada de modernismo. Esta generacion de obispos son incapaces de entenderlo. Ellos son el problema.

    1. Vocaciones hay.
      Solo que el celibato obligatorio es una práctica que ni los buenos sacerdotes célibes por convicción aprobarían.
      Una cosa es ser llamado a vivir célibes y otra que te impongan ser célibe.
      Todo esto ha conllevado a unas prácticas terribles de homosexualismo en los seminarios.
      Muchachos que no saben si son heterosexuales u homosexuales entran a los seminarios y una vez allí deciden reprimir sus sentimientos y practicar a escondidas relaciones sexuales entre ellos, ya que el medio es tentador al estar rodeados de tantos hombres.
      Los curas saben eso, los obispos saben eso, pero nadie quiere decir nada.
      Un cura casado podrá estar más cerca de los fieles, porque tendrá que sudar para ganarse el pan y mantener a su familia y estoy convencido que celebrará la misa con el mismo amor que un sacerdote célibe por opción.
      Es terrible ver a esos cardenales querer ser voceros de Dios. Verlos tratar de decir lo que Dios quiere parece casi una herejía. Disminuyen a Dios.

  3. No es que no haya vocaciones. Es que no hay católicos. Vas a cualquier iglesia de cualquier ciudad y están vacías. Con muy poca gente joven. Esto no es de ahora, es desde hace décadas. Apenas los hay que se casen por la Iglesia. Sin familias cristianas no hay vocaciones. Y si las hay, son muy raras

    1. Es un.problema de familias cristianas, ciertamente. Pero también lo es de la escuela católica que ha dejado de ser semillero de vocaciones. En Catalunya, l’escola Cristiana (nos avergüenza el término católico) y la Fundació Parroquial se dedican a otra cosa. Tenemos en Barcelina unos cuantos chavales en el Seminario menor. Si fueran a colegios católicos y se movieran en ambientes católicos tirarian adelante. Se está frustrando posibles vocacionea.

  4. 1. Se colapsó la Iglesia Doméstica o familias y las dos instituciones de ayuda, la parroquia y escuela. Lo debíais de haber previsto…

    2. Para pasar 7 años de vida seminarista que son esenciales para tus proximos 50 años, lo mejor es seleccionar un seminario y facultad de teología de una diócesis o movimiento ortodoxo y tradicional. Tradición y ortodoxia, no armando líos con las sorpresas del espíritu, a saber qué espiritu…

  5. Pérdida de la fe, no puede ser, ya nos contaron la primavera eclesial, los frutos del concilio, la iglesia en estampida, la transición democrática de Tarancón, el cual tenia que llevar escolta para que no lo inflaran a leches los guerrilleros de Cristo Rey. Al fin y al cabo un mandao de Pablo VI, los que se carcajeaban del viejo general cuando estaban a solas, apoyando el cese del reinado social de Cristo en España, el cese de las leyes cristianas y el apoyo a la constitución atea y criminal, en fin, que siguen apoyando como en estos días, tenemos lo que nos merecemos, y no vamos a levantar cabeza por que han aniquilado la fe del pueblo, el tesoro espiritual de España. A España hay que evangelizarla desde el principio, como en el concilio de Elvira en el siglo III y que vengan los visigodos a cortar cabezas de impíos y empezar de nuevo. Si no hacemos eso, será algo peor los moros nos pondrán a todos mirando a la Meca mientras con sus alfanjes nos cortarán la cabeza.

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