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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Últimas noticias del hombre (y de la mujer) de Fabrice Hadjadj. Este libro de artículos es una sucesión de pistoletazos de salida, líneas rectas y apuradas llegadas a la cinta de meta. El espacio preciso para alcanzar la máxima punta de velocidad. Últimas noticias del hombre (y de la mujer) es un trepidante conjunto de vertiginosos sprints de un velocista nato.
El Fabrice Hadjadj de siempre escribe un libro combativo como nunca. Porque esta vez se enfrenta contra la más rabiosa actualidad. Últimas noticias del hombre (y de la mujer), al ser una colección de artículos de prensa, implica, además, una limitación en el espacio de los capítulos y una ampliación de la diversidad de los temas tratados.
En La muerte de Iván Ilich, Tolstoi no se contenta con hablar de la incapacidad de un hombre para admitir su muerte por la sencilla razón de que es el consejero del tribunal de lo contencioso-administrativo, mundano y más acostumbrado a juzgar que a ser juzgado; muestra también la incapacidad de la lógica pura para llegar a una evidencia. El silogismo más conocido conserva su pertinencia, pero silogística, concluyendo de manera abstracta y sin conseguir, por lo tanto, atrapar la vida: «Ilich había aprendido en el tratado de lógica de Kizeveter este ejemplo de silogismo: “Cayo es un hombre; todos los hombres son mortales; por consiguiente, Cayo es mortal”. Este razonamiento le parecía enteramente justo cuando se trataba de Cayo, pero no cuando se trataba de sí mismo. Era algo que atañía a Cayo, o al hombre en general, y entonces lo veía natural, pero él ni era Cayo ni era el hombre en general, era un ser aparte: él era Vania, con su mamá y su papá, con Mitia y con Volodia, con sus juguetes, el campanario, la criada, después Katenka, con todas las alegrías, todas las penas y todos los entusiasmos de su infancia, de su adolescencia y de su juventud. ¿Era Cayo el que había estado enamorado? ¿Era Cayo el que dirigía de forma tan magistral los debates del tribunal?»
En Viaje al fin de la noche, Céline emite una opinión que completa bastante bien la de Tolstoi: «Cuando no se tiene imaginación, morir es poca cosa, cuando se tiene, morir es demasiado». Un razonamiento no nos afecta concretamente si no es a través de un cortejo de imágenes. El lenguaje bíblico lo demuestra: Dios no se revela a través de silogismos, sino sacando de su primera palabra, la de la Creación, fuego, viento, roca y agua, pasando las paginas de un libro de imágenes rurales, con sus rebaños que llevar y sus campos que cosechar. Hasta lo digital se somete a este orden: sus bits nos seducen únicamente porque producen un torbellino de efectos visuales y sonoros. Con sus pantallas, la informática se ve forzada a rendir homenaje a lo sensible, aunque lo haga a regañadientes, negándole su primacía y pretendiendo reconstituirlo al arbitrio de un código binario.
Nosotros no somos ni ángeles ni sistemas expertos. La analogía es más fundamental para el logos que para la lógica misma. La imaginación no es lo contrario de la razón, sino lo que hace que la razón sea humana. Permite pasar de un asentimiento nacional a un asentimiento real (J. H. Newman)… Esto no vale únicamente para la muerte (porque podríamos reducir las dos citas precedentes a ese solo objeto huidizo). Vale también para mi mujer, y para todo lo que existe y debe afectarme… Yo puedo saber qué es el matrimonio, mediante las nociones de unidad, de fidelidad y de fecundidad, pero si no tengo caras, anécdotas y ejemplos a mi alrededor, tendré «poca cosa»; pero si los tengo y buenos, «es demasiado», puedo entrever la aventura inagotable que prometen esas tres palabras.
Sin embargo, el imaginario que hace tomar carne a nuestros conceptos no es el mismo según las épocas. Depende de nuestro entorno. En ese sentido, la cuestión de la verdad se desplaza de la lógica a una eco-lógica. Para nosotros, el entorno nunca es el de la pura naturaleza, sino el de una naturaleza mediada por la cultura. Nuestro «mundo primordial» es el uso, como observa Heidegger. Un río nos parece un sitio diferente según que sea un sitio para pescar, para tender un puente, para pasear o para colocar una central hidráulica. Y si, como yo también hago uso de la poesía, el río me recuerda la metamorfosis de una ninfa, yo lo concebiré con una frescura diferente.
Nosotros tenemos también «maneras de ver», es decir, que nuestra visión está condicionada por lo que hacemos, generalmente con nuestras manos. Ora et labora, dice la divisa benedictina. Más allá de una complementariedad entre elevación espiritual y trabajo manual, afirma que, en nosotros, la razón contemplativa no podría estar separada de la razón instrumental, y que ambas se condicionan recíprocamente. Por lo tanto, se equivocan los que critican la tecnología como ámbito de la «razón instrumental» y oponen a ella una «razón contemplativa». Olvidan que su contemplación depende de cierta instrumentalidad y, por lo tanto, abandonan la instrumentalidad, los medios de producción, al control del sistema vigente. En ese sentido, la «contemplación» y la «meditación» ya no son más que actividades «burguesas» (Marx). Para denunciar lo «virtual», dirán: «Hay que volver a conectarse con lo real», sin darse cuenta de que la modalidad de vuelta a lo real que preconizan sigue siendo la de la tecnología. Si la palabra «nexo» remitiera a la obra minuciosa del tapicero, o al nudo de una intriga cuyo desenlace se nos escapa, la «reconexión» podría adoptar un sentido más crítico. Pero, como ese término sigue asociado a la imagen internáutica del vínculo instantáneo y pulsional, su esfuerzo conceptual queda arruinado por la miseria de sus manos.
Esta es la afirmación fundamental de los trabajos de Matthew Crawford: «El sentido del “problema de la tecnología” es prácticamente el opuesto de lo que se suele presentar en general: lo que causa un problema no es la “racionalidad instrumental”, sino el hecho de que vivimos en un mundo que, precisamente, no solicita la instrumentalidad encarnada que es consustancial a nuestro ser». La maquinaria desencarnada no se combate con bellos discursos ni con la mindfulness, sino mediante una lucha social para restablecer una «instrumentalidad encarnada». La única forma de resistir a la digitalización globalizada es oponerle una verdadera digitalización (todavía la imagen puede darle la vuelta al concepto), es decir, volver a aprender la paciencia de un saber hacer con los propios dedos. Si el entorno de mi matrimonio ya no es el de una cultura de crecimiento lento y cosechas precarias, con sus instrumentos de música en donde la labor obra con trozos de madera y cuerdas de metal el infinito de las sonatas y de las canciones; si ya solo es el del «surf» sobre las «apps» ultrarrápidas, entonces las nociones mismas de fidelidad y de fecundidad se transforman: la fidelidad se transforma en exactitud de reloj, desprovista de drama y, por tanto, cerrada al perdón; la fecundidad, en experiencias innovadoras, en las que el hijo aparece ante nosotros menos novedoso que una blockchain.
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Este fragmento ha sido extraído del libro Últimas noticias del hombre (y de la mujer) (2018) de Fabrice Hadjadj, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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