Nueve tesis sobre el populismo 3.0

Pensar lo que más les duele
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Pensar lo que más les duele, de Adriano Erriguel. Al calor del fracaso de las ideologías como explicación del mundo, se ha gestado en el Occidente contemporáneo una inextricable amalgama entre el neoliberalismo, la teoría de género, el posmarxismo, el transhumanismo, el feminismo y la teoría poscolonial, entre otras corrientes. En ella se han fundido izquierdas y derechas hasta el punto de ser indistinguibles unas de otras; en ella conviven el populismo y la derecha alternativa con la corrección política y la teoría queer.

Este batiburrillo conforma el espectro posmoderno, el mundo líquido del que hablaba Baumann. Un mundo caracterizado por la condensación de ideas aparentemente contradictorias y, en consecuencia, muy difícil de analizar. Es precisamente por esto por lo que se antoja necesario un ensayo como Pensar lo que más les duele, en el que Adriano Erriguel nos descubre tanto la naturaleza del Occidente contemporáneo como la génesis y las implicaciones de los apriorismos sobre los que éste se asienta.

Nueve tesis sobre el populismo 3.0

La ciencia política diseña tipologías del populismo e intenta que la realidad se adecúe a ellas. A nuestros efectos esta casuística carece de interés. Lo que nos importa aquí es aventurar las posibles metamorfosis de un fenómeno que, en los años venideros, podrías redefinir el mapa político en occidente.

Intentaremos sintetizar en nueve tesis lo que entendemos por populismo 3.0.

  1. El populismo es conservador, pero también es transformador. El populismo es una defensa de las identidades enraizadas, una preservación de lo particular frente a lo universal. En ese sentido se trata de un fenómeno conservador. Pero la mera conservación es, de por sí, una ambición mediocre, una fórmula de mínimos abocada a la esterilidad. Por el contrario, el populismo es transformador y revolucionario, aspira a poner las bases duraderas de una regeneración.
  2. El populismo es necesariamente un nacionalpopulismo. En una época en la que la derecha ha renunciado a la nación, y en la que la izquierda ha renunciado al pueblo, el populismo se reliega a ambas: a la soberanía del pueblo sobre sí mismo, a la soberanía de la nación frente a las demás naciones. Ambas formulaciones —procedentes de la Revolución francesa— son hoy reivindicaciones transversales. El populismo 3.0 es necesariamente un nacionalpopulismo.
  3. El populismo es la expresión de una lucha de clases. El populismo recupera un enfoque de clase. Frente a la idea posmarxista de que las clases no existen, frente a la idea liberal de que la lucha de clases está muerta, el populismo expresa la virtualidad de una y de otra. La lucha de clases no está muerta sino en plena metamorfosis. En la era de la globalización, la división fundamental no es ya entre poseedores del capital y poseedores de la fuerza del trabajo, sino entre nómadas y sedentarios. Los nómadas son las clases superiores capaces de proyectarse en la economía mundial, a las que se unen los migrantes que, al empujar hacia abajo los salarios, son instrumentales a los intereses de las clases superiores. Los sedentarios son las clases subalternas que, al estar enraizadas en sus territorios, soportan la carga de la solidaridad y la desestructuración social provocada por el multiculturalismo. El populismo es el grito de protesta de las clases periféricas, de los proletarios autóctonos, de los culturalmente relegados, del precariado. El populismo aboga por una repolitización de la economía, por una nueva agenda social. El populismo es una izquierda purgada de la ideología progresista, es una izquierda consciente de que la historia no tiene un «sentido» y de que el mito del progreso es una herramienta del orden (neo) liberal.
  4. El populismo no es moral. El populismo no es un moralismo político, ni un puritanismo que rechace la política en nombre de un pueblo supuestamente virtuoso. Todo lo contrario: el populismo rechaza la invasión de la política por la moral, aborrece de la moralina (el «buenismo»), se opone a esa moral universal que está al servicio del (neo) liberalismo. El populismo recupera la dimensión trágica de la política y afirma su autonomía frente a la moral. […]
  5. El populismo no posmodernista, sino posmoderno. No hay rebeldía posible disociándose del mundo; el populismo es consciente de ello y por eso asume todas las herramientas de la posmodernidad: la importancia de la semántica, los juegos de lenguaje, las guerras culturales, las políticas de identidad, las técnicas de deconstrucción, la sociedad del espectáculo. Pero lo hace para retornar todas esas herramientas contra sus emisarios, aún a riesgo de ser retornado por ellas. El populismo está en su tiempo, pero no está poseído por el espíritu de su tiempo. Es posmoderno, pero no es posmodernista.
  6. El posmodernismo será una política de la identidad o no será. La globalización se acompaña de una reetnización y una tribalización generalizadas. Hay ideas proscritas que retornarán con fuerza inconcebible. Ya está sucediendo, de hecho, en el crisol del multiculturalismo: el concepto de raza recupera su carga reivindicativa y la idea de identidad se asocia a vínculos gentilicios y de sangre —tal y como lo atestiguan las derivas «decoloniales» de la nueva izquierda—. El círculo de la modernidad se cierra y las miradas se vuelven hacia las realidades elementales. El populismo cabalgará las nuevas contradicciones. Veremos alianzas de circunstancia que hoy son difíciles de imaginar. En la sociedad atomizada del neoliberalismo el individuo tiene una imperiosa necesidad de reconocimiento. Por eso, la cuestión se la identidad será central. El populismo se construye sobre la idea de identidad del pueblo. Todo pueblo requiere necesariamente de narradores y de fronteras. El populismo será una política de la identidad o no será.
  7. El populismo es una guerra cultura. Las batallas del populismo son culturales antes que políticas. Más allá de sus programas de gobierno, el populismo propone un encuadre (framing) alternativo, una representación diferente de la realidad. El populismo es el colapso de la corrección política, es un cambio de paradigma cultural. El populismo es Gramsci en acción: no le basta con conquistar el gobierno, sino que aspira a ocupar el «Estado integral»: aparato político + sociedad civil. Más allá de la visión tecnocrática de la política, las «guerras culturales» son la tierra fértil del populismo. Frente al pensamiento único (neo) liberal, el populismo es una inyección de auténtico pluralismo, es un politeísmo de valores.
  8. El populismo es el «después» del fin de la historia. El populismo es antiutópico. Es un desmentido al cristianismo en su idea de hermandad universal, es un desmentido al comunismo en su idea de paraíso igualitario, es un desmentido al liberalismo en su idea de mercado universal, es un desmentido al capitalismo en su idea de crecimiento infinito. Sobre todo: es un desmentido a la idea de globalización como culminación y sentido de la historia. […] El populismo es un acontecimiento post-Fukuyama; es un acontecimiento del «después» del fin de la historia. El populismo es el empuje de las naciones, de las identidades y de los pueblos. La existencia del populismo demuestra que la historia no ha terminado, que no terminará nunca y que además no tiene sentido.
  9. El populismo es una denominación provisional. El populismo no es un corpus ideológico ni un sistema doctrinal cerrado. Hoy por hoy es sólo un cajón de sastre donde se arrojan los fenómenos políticos que rompen los moldes (neo) liberales. En ese sentido es un significante vacío, es una denominación provisional susceptible de transformarse en fórmulas inéditas. En este escenario surge el populismo 3.0.

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Este fragmento ha sido extraído del libro Pensar lo que más les duele (202) de Adriano Erriguel, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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