El martirio de san Tarsicio según Fabiola

Fabiola primeros cristianos
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro «Fabiola» del cardenal Wiseman. Cualquiera que lea Fabiola con la sensibilidad despierta apreciará ahí un amor, un deleite curioso y sorprendente en la descripción de la campiña italiana, de las ruinas romanas, de un país sureño, luminoso, exaltado y bello. Lejos de los postulados del arte por el arte y de la exclusión de toda trascendencia, la Fabiola del Cardenal Wiseman aún nos habla de la literatura y la moral, que no es sino otra manera de conjugar la literatura con la vida, sin que aquí o allá se encuentre todavía para el arte otro propósito más alto.

El martirio de san Tarsicio según Fabiola

Preparado ya el Pan sacrosanto, el sacerdote que oficiaba tendió una mirada por los congregados, para calcular quién con más seguridad podría encargarse de aquella suprema y arriesgada misión. Pero antes de que otro alguno hubiera podido adelantarse, ya estaba ante él, arrodillado, el acólito Tarsicio, que, mudo e inmóvil, pero con las manos extendidas en actitud de recibir el sagrado depósito y animado su rostro por una expresión de angelical inocencia, parecía implorar la gracia de que fuese él el designado.

Brillaban las lágrimas en los ojos del niño y la emoción tiñó de púrpura sus mejillas. Con los brazos tendidos hacia el sacerdote, mostraba tan ferviente anhelo que no era posible resistirse. El celebrante tomó, pues, el divino Sacramento, lo envolvió con cuidado en un blanco lienzo, este en otro, y lo puso en las manos de Tarsicio diciéndole: 

—No olvides, hijo mío, que es un tesoro celestial el que confiamos a tu débil custodia. Evita en tu camino los sitios más frecuentados, y ten presente que las cosas santas no deben ser pasto de los perros, ni las margaritas echadas a los cerdos. Dime: ¿guardarás con fidelidad estos dones de Dios? 

—iMoriré antes que entregarlos! —contestó ocultando en su pecho bajo la túnica el celestial depósito. 

Hizo una respetuosa reverencia al sacerdote y dirigióse a cumplir su misión. Atravesaba con paso firme y rápido las calles de la ciudad, poniendo su atención en evitar tanto las muy concurridas como las demasiado solitarias.

Al acercarse, con los brazos cruzados sobre el pecho, a un magnífico palacio, le vio venir su dueña, señora rica y sin hijos. […] Siguió su marcha con los ojos, y después de algunas vacilaciones se decidió a seguirle. Al poco rato oyó la dama desaforadas voces, que la obligaron a detenerse, hasta que, apaciguadas del todo, continuó de nuevo su camino.

Mientras tanto, Tarsicio, con el pensamiento ocupado en algo más elevado que la herencia de la opulenta dama, continuaba con paso acelerado en dirección a la cárcel Mamertina, de la cual le separaba sólo una gran plaza en la que una porción de muchachos salidos de una escuela próxima se disponía a jugar. 

—Falta uno para estar completos —dijo el que parecía capitanearlos— ¿En dónde lo encontraremos? 

—¡Magnífico! —gritó otro— Ahí viene Tarsicio, a quien no he visto hace mucho tiempo; buen compañero y muy hábil en toda clase de juegos… Ven acá, Tarsicio (y le cogió de un brazo): ¿adónde vas tan deprisa? Juega un rato con nosotros.

—No puedo, Petilio; ahora no puedo. Voy a un encargo muy importante. 

—Ya irás después. 

—Dejadme continuar —dijo el pobre Tarsicio con acento suplicante— Os lo ruego… 

—¡De ningún modo! Pero ¡calla! ¿Qué llevas escondido en el pecho? iMirad cómo aprieta los brazos! Tenemos que ver qué es eso. ¿Tal vez una carta? iOh! No se perderá porque tarde media hora en llegar a su destino. Dámela y te la guardaré en sitio seguro mientras jugamos. 

Dicho esto, llevó la mano al pecho de Tarsicio, con intención de registrarlo.

—¡Jamás! —exclamó éste alzando sus ojos al cielo. 

—Pues yo he de ver qué secretos son esos —insistió el otro. 

Y comenzó a forcejear para separarle los brazos. Pronto se vieron rodeados de curiosos, que deseaban enterarse del motivo de aquella contienda. Pero sólo vieron a un muchacho que, cruzado de brazos, parecía estar dotado de una fuerza sobrenatural, a juzgar por lo que resistía los esfuerzos de otro mayor y más robusto, que se obstinaba en descubrirle lo que llevaba en el pecho. Golpes, puntapiés, nada podía contra la heroica firmeza y constancia de aquella pobre víctima, que lo sufría todo sin proferir una sola queja, concentrados todos sus esfuerzos en defender y proteger el sagrado depósito que se le había confiado. 

¿Qué será? ¿Qué no será? Preguntábanse los circunstantes, cuando acertó a pasar por allí Fulvio. Acercóse al corro para enterarse de la causa del tumulto, y reconoció en seguida a Tarsicio por haberle visto en la ordenación de diciembre; y como al reparar en su elegante porte le preguntaran, contestó con acento despreciativo y volviendo la espalda: 

—¡Qué ha de ser! Un asno cristiano que lleva los misterios. 

No fue preciso que dijera más.

Fulvio desdeñaba una presa tan insignificante; pero, cruel y maligno, estaba seguro del efecto que producirían sus palabras. […] Así fue que, al instante, alzó un grito unánime y amenazador, exigiendo a Tarsicio que enseñase lo que llevaba oculto. 

—¡Jamás! —repetía el niño— ¡Primero moriré! 

Un hombretón le descargó en la cabeza tan terrible puñetazo que le dejo aturdido y le hizo manar sangre por boca y nariz. A dicho golpe siguieron otros, que le derribaron en tierra sin sentido, pero con los brazos siempre cruzados sobre el pecho. Se lanzó sobre él la despiadada turba y estaban a punto de lograr su intento, cuando de repente se vieron lanzados con ímpetu irresistible unos a la derecha, otros la izquierda, otros derribados por un terrible manotazo, y otros, finalmente, dando volteretas por el aire, mientras los restantes, apelando a sus piernas, dispersáronse al ver un soldado de talla gigantesca, que no era otro que el autor de aquel zafarrancho. Despejada la plaza, se arrodilló junto a la víctima, y con los ojos inundados de lágrimas incorporó al moribundo niño con el mismo cuidado y ternura que una madre. 

—¿Sufres mucho, Tarsicio? —le preguntó con cariñoso acento. 

—No pases cuidado por mí, Cuadrado —contestó el niño, abriendo los ojos y sonriendo como un ángel— Llevo los divinos Misterios… Cuida de ellos. 

Lo alzó en sus brazos el soldado, con doble respeto, pues llevaba en ellos no solo a la tierna víctima de un heroico sacrificio, al generoso niño que acababa de conquistar la palma del martirio, sino también al mismo Rey y Señor de los Mártires, a la divina Víctima inmolada por la redención del linaje humano. Tarsicio apoyaba confiado la cabeza en los hombros del soldado, pero sus brazos aún seguían apretados contra el pecho. Cuadrado parecía no sentir el peso de tan preciosa carga y con ella siguió caminando con firme paso, hasta que al doblar una esquina encontróse con una dama que, mirándole de hito en hito y como espantada, se acercó […]. Conmovida la dama, quedó contemplando el rostro de Tarsicio. Este abrió los ojos, los clavó en ella, se sonrió y expiró. 

De aquella mirada debió salir un rayo vivísimo de fe divina, pues la matrona no tardó en hacerse cristiana. 

Cuando el venerable Dionisio separó los brazos de Tarsicio y descubrió intacto e inviolado en aquel pecho el depósito glorioso, no pudo reprimir las lágrimas ni ahogar sus sollozos. Ahora que dormía el sueño de los mártires le pareció aún más un ángel que cuando una hora antes respiraba lleno de vida. El mismo Cuadrado lo llevó al cementerio de Calixto, en donde fue sepultado en medio de la admiración de muchas personas piadosas, que no se cansaban de contemplarle.

***

Este fragmento, editado, ha sido extraído del libro Fabiola (2021) del cardenal Patrick Wiseman, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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Comentarios
2 comentarios en “El martirio de san Tarsicio según Fabiola
  1. Cerca de ochenta años que leí la vida de este sensacional mártir, por el cual tenía una predilección especial, lo mismo que Fabiola, en centurión San Sebastián y una pléyade de grandes mártires.

  2. Este santo es un modelo de virtud para los chavales. Lo he usado muchas veces en mis catequesis. Otro libro que narra su historia para niños es «Tarsicio y los leones». Muy recomendable!

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