(Rodolfo Casadei en Tempi)-Al renunciar a la cultura a cambio de la globalización, la humanidad se ha debilitado. Y no serán las normas y los contratos los que le devuelvan el alma.
La tesis de L’aplatissement du monde, el último libro de Olivier Roy, del que pronto saldrá a la venta la versión italiana, es sencilla: la cultura entendida en sentido antropológico (el conjunto de costumbres, hábitos y valores implícitos comunes a un grupo humano) está desapareciendo en todas partes debido a una serie de factores entre los que se cuentan la globalización neoliberal, las tecnologías de la información, etc. El mundo se está empobreciendo, pero sobre todo se está convirtiendo en una jaula de normas y reglas asfixiantes, consecuencia de la desculturización que deja sin los puntos de referencia implícitos de una cultura compartida. Hemos hablado de todo esto con el autor del libro.
Profesor, ¿qué hay que hacer para que el mundo vuelva a ser redondo y deje de estar aplanado? ¿Cómo podemos volver a hacer cultura hoy en día?
La cultura está ligada al vínculo social: para crear una cultura común tiene que haber una sociedad común, que tengamos la misma visión. Tiene que haber relaciones concretas entre personas reales en un espacio real, y no entre personas virtuales en un espacio virtual. El problema es que todas las formas actuales de comunicación favorecen lo virtual y la desterritorialización. Por ejemplo, trabajar desde casa: es obvio que desconecta el trabajo del vínculo social. No debemos esperar que la economía y la política actuales trabajen para reconstruir el vínculo social: esto es algo que debe partir de la gente, de las bases, de las comunidades. Que sean religiosas, políticas, ecológicas, me da igual. Lo que me interesa es que se reconstruya el vínculo social.
¿Cómo debería ser la relación entre lo universal y lo cultural para que no desemboque en la deculturización?
Hasta ahora las culturas estaban territorializadas, por lo que la universalización pasaba o bien por la dominación de una cultura sobre otras, o bien por el diálogo entre culturas. Pero hoy las culturas están en crisis y la universalización se hace a través de la deculturación. Por ejemplo, el globish, el inglés globalizado. Cuando el francés era la lengua dominante en el siglo XVIII, la gente leía y estudiaba literatura francesa. Hoy, la expansión del inglés no implica en absoluto que la gente lea a Shakespeare. El problema entonces es cómo la universalización puede dar lugar a una cultura: si no se basa en una cultura, ¿cómo puede dar lugar a una cultura? Esa es la gran incógnita. Hay puntos positivos, como la expansión de las traducciones, que hacen que la gente domine libros de autores que han escrito en otras lenguas. Se está imponiendo una literatura mundial que no es una suma de culturas nacionales. Creo que la literatura es esencial para la construcción de una cultura universal, que todavía no existe.
¿Cuál es la mayor fuerza que ha producido la deculturación en los últimos cincuenta años? ¿Es la autonomía del deseo?
El yo deseante es el estadio supremo de la individualización, porque el deseo solo puede ser individual. Mientras que el yo racional, el yo de la Ilustración, es universal. Paradójicamente, esta insistencia en el deseo concuerda perfectamente con la globalización y la deculturación.
Una de las fuerzas que han producido la deculturización es, según su análisis, la Unión europea. ¿En qué medida lo ha hecho? ¿Significa esto que los soberanistas tienen razón, o no?
Los soberanistas no tienen razón porque están atrapados en la nostalgia, y a veces en la nostalgia de un pasado que nunca existió. El problema es que Europa se ha construido sobre un aparato burocrático y tecnocrático. Europa ha tenido grandes intelectuales que se pueden llamar intelectuales europeos, como Claudio Magris; hay una cinematografía europea, pienso en Fellini y Godard; sin embargo, hay una desconexión entre esta cultura europea y la Europa de Bruselas, que no tiene una cultura que promover. Bruselas solo conoce la burocracia y la tecnocracia, carece de alma. Dar un alma a Europa es tarea de intelectuales y artistas. En la Edad Media no había intelectuales franceses o italianos: solo había intelectuales europeos. Escribían y hablaban en latín y a nadie le importaba si Tomás de Aquino era de Aquino o de otra ciudad. Deberíamos volver a la Edad Media, ¡no al Estado nación! El Estado nación solo puede promover la cultura en forma de folclore. Lo vemos hoy con la gastronomía: cuando un Estado se ve obligado a proteger la gastronomía nacional, significa que hay un gran problema, y no es el Estado quien lo va a resolver.
Usted dice que está seguro de que la norma no puede producir cultura (en el sentido antropológico del término). Pero en los países donde se han aprobado leyes controvertidas como la legalización del aborto o la introducción del matrimonio entre personas del mismo sexo, el número de los que están a favor de estas medidas ha aumentado con el paso de los años. Un jurista anglosajón solía decir que «la ley aprobada por una generación se convierte en la costumbre de la generación siguiente». ¿No se trata quizás de procesos de aculturación?
Debemos tener en cuenta que nos encontramos ante dos fenómenos. Uno es la adaptación del derecho a los cambios sociales. El ejemplo del matrimonio entre personas del mismo sexo es interesante, porque al principio en Francia lo exigía la izquierda radical, mientras que la izquierda más moderada estaba en contra y solo quería uniones civiles. Después, el matrimonio entre personas del mismo sexo también fue aprobado por mayorías de derechas, estoy pensando en el Reino Unido. En estos casos, la sociedad cambia antes que el derecho. Pero también están las neofeministas, que piensan que hay un problema con la naturaleza masculina, y que para combatirla necesitamos normatividad, necesitamos enseñar a los chicos a «ser menos hombres». Aquí no es la sociedad la que ha cambiado; aquí lo que se manifiesta es una pedagogía autoritaria, que pretende crear una nueva cultura. Tengo muchas dudas de que esto sea posible. Hay gente que le dirá que el código de circulación obliga a los conductores imprudentes a conducir bien, y al final interiorizan el código de circulación y conducen bien, es decir, que se ha producido un cambio cultural. La cuestión de si se puede crear una nueva cultura a partir de una pedagogía autoritaria sigue abierta. Y yo sigo siendo escéptico.
En el libro, usted también explica que se ha abolido la intimidad y que avanzamos hacia la contractualización de las relaciones afectivas: en las relaciones sexuales, el consentimiento explícito en forma contractual se convierte en la norma. Pero, ¿no se trata de una degeneración limitada a las élites estadounidenses, es decir, a sus universidades y a Hollywood? La inmensa mayoría de la gente sigue teniendo relaciones afectivas basadas en un imaginario compartido.
La mayoría de la gente no organiza su vida sobre la base de contratos, eso está claro; este modelo abstracto de contrato pertenece a las nuevas élites sociales e intelectuales. Pero se ve que se está extendiendo. Los jóvenes de entre 20 y 30 años han interiorizado en gran medida esta nueva teoría del contrato. Lo vemos en ciertas formas de citas, como las citas rápidas. No hay tiempo para conocerse, no hay necesidad de compartir un imaginario, se comparte un contrato: tú y yo estamos aquí para esto, tenemos siete minutos para ver si podemos hacer algo juntos. Son formas de relacionarse que se están extendiendo, no necesariamente como un hecho antropológico nuevo, sino como un ideal. Veo una extensión de la contractualización a través de dos factores. Está el factor jurídico, es decir, la obligación de contractualizar, pero también hay un factor cultural: la contractualización se introduce como un ideal de vida. Esto encuentra resistencias: Uber define sus prácticas como contratos entre empresarios, pero los tribunales europeos dicen: «No, son trabajadores autónomos. No son empresarios que hacen un contrato libre con una empresa». Sin embargo, el sistema de contractualización se extiende, cada vez más tenemos que firmar contratos que antes no existían: los padres firman un contrato con la escuela para sus hijos, un contrato de comportamiento; en las universidades, además del contrato laboral, los profesores firmamos una carta de comportamiento, etc.
En la parte final de su libro escribe que la negativa a tener en cuenta la interioridad del sujeto, en las formas del alma y del inconsciente, forma parte del aplanamiento del mundo. Pero el inconsciente y el alma (entendida como aquello que hace al hombre irreductible a cualquier poder) existen. ¿Cuáles son y cuáles serán las consecuencias de no tener en cuenta el inconsciente y el alma?
Podemos llamarlo alma, psique, conciencia, lo irracional, pero en el ser humano hay una parte de no transparencia, algo que escapa a la comprensión, la voluntad, que siempre ha sido objeto de reflexión por parte de las filosofías y las religiones. Estas tienen en cuenta esta profundidad de la persona. Pero las nuevas formas introducidas por la crisis de la cultura hacen que ya no podamos referirnos a lo desconocido, a lo implícito. Pongo dos ejemplos: la confesión y la terapia psicoanalítica, que se basan en la confidencialidad. Pero hoy el Estado tiende a rechazar el secreto: los terapeutas deben informar si sus pacientes tienen pulsiones de muerte, el sacerdote debe informar si una persona que se confiesa ha confesado actos de pedofilia. Hoy es la pedofilia, mañana será otra cosa. No hay lugar donde uno pueda mostrar su misterio, el misterio de la persona. ¿Qué hacemos con esta parte de misterio que hay en el hombre, si ya no se puede aceptar, si no se respeta? Veo en ello una especie de esquizofrenia, una ruptura entre la conciencia y la pulsión. Es interesante ver las nuevas formas de violencia actuales. La gente dice «he tomado cocaína, éxtasis, he bebido demasiado, no soy responsable de lo que he hecho». Así que se acepta una dicotomía entre conciencia y pulsión. De hecho, la violencia hoy en día parece irracional: tenemos las masacres como Columbine, o los asesinatos aleatorios llevadas a cabo por gente que sale a la calle. Estos violentos matan sin motivo. Pasamos de la violencia de los gángsteres, que tenían reglas, a una forma de violencia a menudo sádica y carente de normas. Los sociólogos nos dicen que hoy hay menos violencia que en el siglo XX: se mata menos. Es posible, pero el problema no es la cantidad de violencia, sino su calidad, la forma en que se expresa, que en mi opinión depende del rechazo a comprender la oscuridad humana.
Publicado por Rodolfo Casadei en Tempi
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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No estoy de acuerdo (salvo en lo obvio del mundo dshumanizado que tenemos). A Dios ni lo menciona.¡ Y culpa al Estado- nación !(cuando justo la tragedia, una de ellas, es cómo se debilita). No habla de lo principal. No atina con la causa real.
Algunas obviedades claro que dice
Se equivoca con el matrimonio homosexual, cómo va a analizar con acierto la nuestra nueva Sodoma… Seguro que también es de su agrado la eutanasia… ¿qué critica si parte de malis presupuestos?