Así habla el Señor: “Hijo de hombre, Yo te he puesto como centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte. Cuando Yo diga al malvado: ‘Vas a morir’, si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, en cambio, adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se convierte, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”
Ezequiel, 33, 7-9
Cometimos una locura. No os transmitimos lo que nos transmitieron nuestros padres, y habéis crecido, por causa nuestra, en la ignorancia de las cosas de Dios. Nos dejamos hechizar por lo que el mundo nos ofrecía y olvidamos el deber sagrado que une la cadena de las generaciones. Por eso la nuestra, la de los que nacimos en los 50 y los 60, es la generación del desierto, como la de aquellos israelitas del Éxodo que no fueron dignos de entrar en la Tierra Prometida por haber puesto a prueba a Dios. Tampoco nosotros somos dignos de entrar en aquella nueva Tierra Prometida que nos espera al final, a ese final al que se refiere María en Fátima cuando afirma: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Pero, ¿al final de qué? Al final del tiempo que nos ha tocado vivir, el momento más crítico que haya vivido nuestra humanidad en toda su historia.
Vuestra ignorancia de las cosas divinas, de la que nuestra generación es culpable, os impide comprender cuanto viene de arriba y provoca en vosotros una reacción de rechazo ante el Misterio con mayúscula. Sin embargo, nuestra generación del desierto tiene la gravísima obligación y responsabilidad de tratar de reparar su culpa y, a pesar de vuestra incomprensión y de vuestro rechazo, intentar haceros comprender lo que puede llevaros a entrar en esa nueva Tierra Prometida de la que os hemos alejado.
Por eso, y también por la severa advertencia de Ezequiel sobre la obligación de advertir a quien ha tomado un camino que aleja de Dios, bajo la pena de padecer las mismas consecuencias. La mayor caridad es exponer la verdad, afrontando rechazo e incomprensión, con la esperanza de que esa verdad pueda abrir con su resplandor los corazones más cerrados.
Vivimos en el tiempo que las Escrituras llaman Juicio de las Naciones, Fin del Tiempo de las Naciones o Fin de los Tiempos, un tiempo que concluye con el Día de la Ira de Dios. No se trata del fin del mundo, sino del tiempo que Dios ha concedido a los gentiles, a los no judíos, para acogernos a Su Palabra.
Dios eligió al pueblo de Israel, del que debía nacer su Ungido o Mesías, y firmó con él una Alianza, pero al llegar el Mesías, el pueblo elegido había ya olvidado que debía tratarse del varón de dolores de Isaías 53, del Cordero del Sacrificio Único que debía cargar con el peso terrible de todos nuestros pecados y ser degollado para salvarnos, y lo esperaba como un guerrero libertador venido para edificar el dominio de Israel sobre el resto de las naciones. Y no lo reconocieron, lo rechazaron y lo ejecutaron como a un criminal. Y la cortina del Santo de los Santos se rasgó de arriba abajo. La primera Alianza quedó rota.
Dios estableció entonces su Nueva Alianza con los gentiles, con los pueblos no judíos que acogieron esa Palabra, a los que la Escritura llama “las naciones”, y dio a esas naciones un tiempo para vivir según esa Palabra, tiempo que concluye ahora. Por eso, al final de su tiempo, las naciones van a ser juzgadas.
El hombre tiene un alma inmortal. Por eso su juicio no tiene lugar en esta vida, sino en la vida futura, tras la muerte, y ese juicio determina el destino eterno del hombre, dichoso o desdichado, según su proceder en esta vida de acuerdo o en desacuerdo con la Palabra.
Pero las naciones no tienen alma. Son entidades abstractas que, pese a carecer de alma, tienen un comportamiento colectivo que debe ser objeto de juicio divino, y ese juicio tiene lugar en esta tierra, precisamente ahora.
Las Escrituras reflejan con precisión las características de este tiempo, y las revelaciones privadas – reconocidas por la Iglesia – de los últimos 200 años ayudan a trazar su desarrollo.
Es el tiempo caracterizado por una Gran Apostasía, por el rechazo generalizado de Dios y de Su Ley, por el hombre que se libera de Dios para hacer su propia voluntad autónoma y seguir su propia ley, la ley de sus deseos desordenados, tomando así el puesto de Dios y haciéndose dios a sí mismo.
¿No es acaso éste el tiempo en que el hombre se hace dios a sí mismo y, con el orgullo de su autosuficiencia, pretende rehacer la Creación de Dios a su manera? Convirtiendo en multitud de sexos los dos únicos creados por Dios, haciéndolos, además, intercambiables; estableciendo la cultura de la muerte contra la cultura divina de la vida mediante la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la promoción de la homosexualidad, la esterilización; cerrando los ojos ante la explotación sexual infantil; modificando al hombre creado por Dios mediante las técnicas del transhumanismo para transformarlo en un “superhombre”, llegando incluso a pretender “crear” humanos de laboratorio, todo ello bajo el principio de que “todo lo que puede hacerse, debe hacerse”, sin reconocer límite alguno moral o ético; manipulando y sexualizando a los niños y a los jóvenes; ocultando sistemáticamente la verdad y la propia historia, sustituyéndola por una realidad inventada, y, en último término, recurriendo al miedo y a la coacción para erradicar la libertad de los individuos y encerrarlos en una cárcel tecnológica de dimensiones globales.
Pero aquello que caracteriza definitivamente a este tiempo es algo todavía más funesto. Jesucristo creo la Iglesia y estableció los sacramentos como medio de salvación para las almas. Mediante el magisterio y la guía de la Iglesia y la participación en los sacramentos, los hombres caminan hacia su salvación eterna. Pero, ¿qué sucede si quien debe enseñar el camino recto se tuerce y enseña a los demás el camino torcido?
Eso es lo más terrible de este tiempo: la apostasía en el propio seno de la Iglesia. Ya en 1965, en Garabandal, la Virgen anunciaba algo que, en aquel momento, resultaba un mensaje casi inconcebible, pero que, con el tiempo, se ha demostrado real: “Muchos sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición y arrastran con ellos a muchas almas”.
Efectivamente, una parte de la jerarquía de la Iglesia está hoy contaminada por ideologías incompatibles con el cristianismo y acciones contrarias a la moral. El Enemigo sabe que la mejor forma de hacer que las almas se pierdan es perder la de los ministros, y en eso lleva mucho tiempo trabajando a fondo. La Iglesia experimenta hoy una profunda división y corre el riesgo cierto e inminente de partirse. Y con ello hará que se cumplan las palabras de su divino fundador Jesucristo: “No es el siervo más que su señor; si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15).
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo y Cristo es su Cabeza. El cuerpo debe pasar por donde pasó la cabeza. Si Cristo pasó por el magisterio, la persecución, la pasión y la muerte para llegar a la resurrección, también la Iglesia recorrerá ese camino. Ha desarrollado su magisterio durante siglos, tal como su Maestro hizo durante tres años, y al igual que su Maestro tuvo persecución, pasión y muerte, también la Iglesia lo tendrá, sufrimiento y muerte (aunque no total) antes de su resurrección. Y esa división en su seno y la ruptura que provocará señalarán el momento de la persecución de los fieles a Cristo y de la muerte aparente de la Iglesia, todo lo cual sucederá en este tiempo, tal como las distintas mariofanías y revelaciones vienen advirtiendo sin descanso.
Los poderes del mundo odian a Cristo y han contribuido poderosamente a esta división de la Iglesia, infiltrándose en ella e inoculando su veneno en las mentes de muchos de sus ministros, que ahora los sirven. Los que permanezcan fieles a la Palabra de Dios serán perseguidos, tanto por los poderes públicos como por los de la falsa iglesia que surgirá de esa ruptura, y todo ello constituye el gran signo de este tiempo.
Vivimos una auténtica batalla escatológica entre el bien y el mal que se desarrolla a través de los hombres, y ninguna de las dos fuerzas puede dar tregua. No puede haber neutralidad en esta batalla. Los campos sólo son dos: con Dios o contra Dios. Los poderes del mundo no sólo perseguirán a los fieles a Cristo, sino que, mediante el engaño o la coacción, exigirán de todos la apostasía, la negación de Dios y la adhesión a una religión universal en la que el hombre ocupa el lugar de Dios. Llegará un momento en que nadie podrá escapar de elegir un campo. Si, arrastrados por el engaño o forzados por la coacción, aceptamos negar a Dios, explícita o implícitamente, asumiendo las exigencias de la falsa religión, ponemos sobre nuestras almas la amenaza cierta de la condenación eterna.
«Nos encontramos ante la mayor confrontación histórica que la humanidad haya experimentado. No creo que el gran círculo de la (…) comunidad cristiana se dé cuenta de ello completamente. Nos enfrentamos a la confrontación final entre la Iglesia y la anti-iglesia, entre el Evangelio y el anti-evangelio, entre Cristo y el anticristo. El enfrentamiento se encuentra dentro de los planes de la Divina Providencia. Está, por lo tanto, en el plan de Dios, y debe ser un juicio que la Iglesia debe asumir y afrontar con valentía. Tenemos que estar preparados para someternos a grandes pruebas en un futuro no muy lejano. Pruebas que nos exigirán estar dispuestos a renunciar incluso a nuestras vidas y una entrega total a Cristo y para Cristo. A través de sus oraciones y las mías, es posible aliviar esta aflicción, pero ya no es posible evitar que suceda. ¡Cuántas veces la renovación de la Iglesia se ha realizado a través de la sangre! No va a ser diferente esta vez» (Cardenal Karol Wojtyla, futuro Papa Juan Pablo II, en el Congreso Eucarístico de Filadelfia, 1976)
Pero todo este desorden desencadena también el Juicio de Dios sobre las naciones. Ese juicio tiene dos vertientes: por una parte es castigo y purificación; por otra parte es oportunidad de conversión.
Los castigos de Dios consisten muchas veces simplemente en apartar de nosotros Su protección y dejarnos a merced de nuestros propios errores. Eso es en gran medida lo que sucede en este momento. Nosotros hemos permitido, por acción o por omisión, que se creen las condiciones del mundo en que vivimos, y esas condiciones llevan el camino de acabar con nosotros: corrupción, calamidades, guerras, pestes, muchas veces creadas por el propio hombre en sus laboratorios, carestía y hambre… Otras veces es la propia naturaleza la que se rebela contra la degradación del hombre y responde con terremotos, inundaciones, maremotos, erupciones volcánicas…
La Escritura advierte que todo ello va a darse en este tiempo en una medida que supera la imaginación. Todo ello, obviamente, va a alterar poderosamente nuestra vida, pero eso tiene también una vertiente positiva. Mientras hemos podido ignorar tranquilamente todo esto porque no nos afectaba personalmente, nada ha exigido en nosotros una reacción. Pero cuando empiece a afectarnos personalmente, a nosotros y a nuestras familias, y ello de forma creciente, en un proceso exponencial, algo se deberá mover en nosotros para hacer que nos preguntemos por qué.
Esa pregunta puede hacer que nos replanteemos muchas cosas, algo que probablemente no hubiéramos hecho en condiciones normales. Todo el proceso del Covid ha hecho que mucha gente se haga preguntas, algunas muy profundas, que nunca antes se había hecho. El exceso de tranquilidad impide el ejercicio de la inteligencia, y posiblemente, a partir de ahora, la tranquilidad será un recuerdo del pasado.
Ese terremoto interno debería llevarnos a preguntarnos por el sentido de la vida y a buscar respuestas que el mundo difícilmente puede dar, abriendo procesos personales de reflexión. Y en ello radica la faceta de esta situación como oportunidad de abrir paso en nosotros a las preguntas fundamentales que pueden devolvernos al camino hacia Dios.
El Juicio de las Naciones es un proceso de purificación en ambos sentidos: purificación del mal mediante su eliminación, incluso física, y purificación de nosotros mismos mediante un proceso personal de conversión.
El resultado final dependerá del conjunto de todos esos procesos personales. En la medida en que los hombres vuelvan a Dios, la purificación habrá cumplido su objetivo y el aspecto destructivo, en consecuencia, se limitará, del mismo modo en que la penitencia de los ninivitas evitó la destrucción de su ciudad. Pero en la medida en que los hombres sigan rechazando a Dios, ese aspecto destructivo será dominante en la misma medida del rechazo, hasta llegar incluso, tal como reflejan las Escrituras, a un terrible evento final en el Día de la Ira de Dios:
“Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste” (Lucas 17:26-30)
En cualquier caso, lo que Dios espera de nosotros es nuestra conversión, un cambio radical de vida centrada en Él, y los instrumentos de ese cambio son la oración, el arrepentimiento por el mal realizado, la reparación de ese mal en lo posible, el sacrificio, la penitencia y el recurso a las partes sanas de la Iglesia, que son mayoría, para la recepción de los sacramentos.
Sea lo que sea lo que suceda en el mundo y a nuestro alrededor, nuestra principal preocupación no puede ser otra que la salvación de nuestra alma y de la de aquellos que nos rodean. Por eso es necesario decir la verdad. Algunos la creerán, otros no, pero el tiempo es siempre lo que termina dando y quitando razones. Aunque en principio no creamos, en la medida en que los acontecimientos se vayan desarrollando, deberemos preguntarnos si responden o no a este cuadro y lo que ello supone.
Y siempre debemos recordar las palabras de María en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”. El cielo no engaña. Al final nos espera un triunfo, nos espera esa nueva Tierra Prometida del Reino Eucarístico de Dios en la tierra, y si ya no estamos aquí para celebrarlo, hay que procurar estar en condiciones de celebrarlo con gran alegría allí donde estemos.
Pedro Abelló.
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Sabio artículo. Buena exposición de la realidad actual.
Ahora bien, en lo relativo a sus predicciones de gran sufrimiento de los cristianos en el futuro inmediato, quiero creer y creo que ya toca ir presenciando, con júbilo creciente, el triunfo de Cristo en la Tierra; que ya los cristianos han sufrido enormes sufrimientos y persecuciones a lo largo de la Historia (e incluso los siguen padeciendo hoy en muchos lugares). No digo que nuestra generación de cristianos merezca mejor tratamiento que las anteriores, aunque también es cierto que hemos recibido nuestra buena dosis de sufrimiento (sobre todo en forma de frustración); solo planteo que no descarto que pronto asistamos al principio de nuestra anunciada liberación.
Pedro Abelló, te felicito, una gran disertación, comentarte que todo cuanto afirmas y la Virgen avisa se está cumpliendo ya, en nuestro ahora, pero no sólo la Virgen, sino Jesucristo mismo está avisando a la Iglesia desde hace ya más de dos décadas y media, de la necesidad de proceder a la conversión, como del hambre (no sólo física, cuanto espiritual, «hambre de Dios» que Amos describe, cap. 8, 11-12) y desastres, motivados por todo cuanto describes del comportamiento humano en este siglo, por la irrupción del Mal en nuestras vidas, y la elección de tantos hacia el pecado, de modo que tratan de suplantar a Dios. Estos avisos, se han llevado a la Iglesia vaticana, durante este tiempo sin que haya habido por parte de los que la rigen, capacidad de respuesta ni de modificación. Jesús, está fuera, ahí se le mantiene sin dejarlo penetrar en su Casa. Ahora, me temo que tras el sínodo, lo apartarán y elegirán a Otro, que no a Dios, porque ya se cumple la llegada del impío, y el desastre está
Excelente artículo del cual suscribo el 100 % de todo lo vertido. Estoy finalizando de escribir un libro interpretativo del Apocalipsis, y realmente este artículo sería un resumen extraordinario del mismo. Muchas Gracias !!
Con respecto al comentario de Charles, sólo mencionar que sí, estamos cercanos a nuestra liberación, pero antes deben transcurrir muy fuertes acontecimientos, como por ejemplo la ya inminente manifestación del Anticristo político, el Anticristo religioso o Falso Profeta ya le ha venido preparando el terreno para su aceptación.
Pues parece que después de todo la iglesia, se está convirtiendo en aquello que sus enemigos han señalado, la gran ramera y Babilonia. Triste que vengan a tener razón.
¿Qué les pasa ahí en INFOVATICANA’? ¿También están rechazando LA VERDAD? En tal caso son igual de estériles que ESOS a los que censuran en alardes de liberales. Parecen una cosa que no son. Cada vez que trato de explicar lo que ESTÁ SUCEDIENDO lo censuran. No se preocupen, lo que ahora no aprenden, lo tendrán que aprender después. Me temo que su actitud está muy lejos de confluir con Cristo. Él mismo se lo hará saber cuando llegue el momento, porque como indica: «Los que no están conmigo, están contra mí» Y «quien conmigo no recoge, desparrama». Lo que el Sr. Abelló declara, lo estoy declarando yo hace ya tiempo, con una diferencia grande respecto a él: Él dice lo que ha oído decir de otros, Lo que yo afirmo es la propia Voz de Jesucristo, de modo que,… quien tenga oídos oiga.
Estimada Aura, no se apodere de un contenido que le ha sido dado de primera mano a toda la humanidad en la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios. Lo desarrollado en este artículo por Pedro es un extraordinario resumen de dicha Palabra con correctas interpretaciones.
Excelente artículo. Amén.
EL CARLISMO VOLVIÓ A MONTEJURRA Un año mas en conmemoración de la exaltación de la Santa Cruz, un numeroso grupo de carlistas de todas las Españas, ha realizado el Via Crucis histórico hasta la cumbre del monte sagrado del carlismo, en memoria de los mártires de la Santa Causa Tradicionalista.. Viva Cristo Rey
Amplio reportaje en ahora informacion es
En el » Catecismo de la Iglesia Católica » , el » Milenarismo » esta condenado como » intrínsecamente perverso » .
El milenarismo que ha sido condenado es referente a dos tipos de interpretaciones sobre el milenio que se describe en el Apocalipsis, el cual no puede ser condenado porque es promesa y Palabra de Dios. Esas interpretaciones que se condenan están desarrolladas en los numerales 675 y 676 del Catecismo, y se refiere una al denominado milenarismo llamado «craso» o carnal que indica a una persona que resolverá en apariencia los problemas de la gente, y este no es Cristo sino el Anticristo. La otra interpretación es la denominada como milenarismo mitigado, que se diferencia de la anterior por mencionar un orden espiritual mundial que no es el de Cristo sino el de una perversión de sus inmutables enseñanzas, donde la diferencia con la primera es que esa hace referencia a una estructura de gobierno político global.
Si bien en esos numerales sólo se menciona al Anticristo, el que obra desde la politica, siendo el que se asocia al milenarismo carnal, en el mitigado en cambio lo podemos relacionar con el Falso Profeta o Anticristo religioso. El correcto milenarismo, es el que describe el Reinado de Cristo en los corazones humanos de toda la humanidad, estableciéndose luego de la Gran Tribulación y Juicio a las Naciones, que no del Juicio Universal y Final. Es lo que Cristo nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «…Venga a nosotros Tu Reino. Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el Cielo…»
A este Reinado de Cristo durante el milenio se lo define como Reinado Eucaristico, en que Cristo desde esta Su presencia será Adorado en toda la tierra.
Por la apostasía de los Judíos llega el conocimiento de Dios a los gentiles, y la primera Jerusalem terrenal pierde su primacía que pasa a la Nueva Jerusalem terrenal, Roma. Por la apostasía de los cristianos, Roma deja de estar en la Verdad, y la Iglesia de Cristo sale de ella como profetiza el Tercer Secreto de Fátima, retirándose al «desierto» mencionado en Apocalipsis 12. Son las catacumbas de ocultamiento producto de una extrema y sanguinaria persecución de este Resto Fiel. Pasada la Pasión del Cuerpo Místico, al igual que su Cabeza donde en la primera Jerusalem se dió muerte a Cristo, ahora en esa Nueva Jerusalem, Roma, se le dará muerte a Cristo nuevamente con la Suspensión del Sacrificio Perpetuo, eliminarán la Presencia de Cristo en la Eucaristía.
Luego de pasar la Iglesia y el mundo la Gran Tribulación y el Juicio a las Naciones que está en acto, la Iglesia se establece en toda la Tierra, que será la tercera y última Nueva Jerusalem Terrenal, es el milenio del Reino Eucarístico de Cristo. Pasado este largo período vendrá el Juicio Universal y Fin del Mundo, manifestándose la Jerusalem Celestial por toda la eternidad.