Pío XII y la política del Cuerpo Místico

Pío XII y la Virgen del Pilar
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(Theresa MacArt en The Public Discourse)-En junio de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, el papa Pío XII promulgó la encíclica Mystici corporis Christi, una profunda reflexión teológica sobre la Iglesia como «cuerpo místico de Cristo».

El papa pretendía, en parte, corregir algunos errores teológicos relativos a la Iglesia. Pero también tenía ante sus ojos la devastación sociopolítica de Europa y del mundo, y también esto inspiraba su reflexión sobre el corpus mysticum en aquel momento. El papa lamenta «la futilidad y la vanidad de lo terrenal, cuando se destruyen reinos y naciones». Pide a los fieles que «vuelvan sus ojos a la Iglesia» y «contemplan su unidad recibida del Cielo ―en virtud de la cual todos los hombres de cualquier estirpe que sean se unen con lazo fraternal a Cristo».

¿De qué manera la contemplación del cuerpo místico de Cristo -un modo eminentemente eucarístico de concebir la comunidad de los fieles- puede influir en nuestra reflexión sobre la política? En Mystici corporis Christi, Pío XII ofrece lecciones políticas de dos maneras. Reprende a las instancias políticas ordinarias subrayando lo que no son, y propone una visión positiva de la Iglesia como único vehículo eficaz de auténtica paz y unidad en el mundo.

La enseñanza de Mystici corporis merece nuestra atención, porque está a caballo entre las concepciones premoderna y moderna de la Iglesia en el mundo. Por un lado, Pío XII trata a la Iglesia visible como una institución jurídica estructurada con la debida autoridad sobre sus miembros. Por otra parte, se aparta de los anteriores defensores del corpus mysticum al prescindir silenciosamente de afirmaciones explícitas sobre el poder político de la Iglesia, y se anticipa a la Dignitatis humanae al condenar la coacción física de la práctica religiosa. En resumen, Pío XII nos muestra que una eclesiología premoderna no tiene por qué desembocar en una política eclesial premoderna. Por el contrario, subraya el papel de la Iglesia en la transformación de la sociedad política desde dentro.

Distorsiones del Corpus Mysticum

El logro de Pío XII se entiende mejor frente a los cambios históricos en el significado del término «cuerpo místico». Como explicó el teólogo Henri de Lubac, los primeros padres de la Iglesia enfatizaron la unidad del cuerpo de Cristo, subrayando la misteriosa unidad de 1) el Cristo histórico, 2) el velo sacramental bajo el cual su sacrificio es re-presentado en el altar y 3) la comunión eclesial efectuada por la participación en la Eucaristía. El Corpus mysticum se originó como descriptor de la segunda de estas tres dimensiones del único cuerpo de Cristo. «Místico» aludía al misterio de la Eucaristía, o al poder oculto por el que el signo producía lo que significaba: la Eucaristía daba vida a la Iglesia. La Eucaristía y la Iglesia eran realidades inseparables.

Sin embargo, de Lubac muestra que en el siglo XII el término «cuerpo místico» se había desplazado de la Eucaristía a la Iglesia. En reacción a algunas tendencias excesivamente espiritualizadoras, los estudiosos empezaron a subrayar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, describiéndola como «cuerpo natural», «cuerpo verdadero» o simplemente «corpus Christi«, el cuerpo de Cristo. A esta realidad carnal se contraponía la presencia «mística» de Cristo en la Iglesia. La consiguiente transferencia del corpus mysticum a la Iglesia culminó con la promulgación en 1302 de la bula Unam Sanctam por el papa Bonifacio VIII, quien declaró que la Iglesia representa «un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo». Bonifacio VIII sostiene que el papa, representante de Cristo en la tierra, es la única cabeza de la Iglesia visible, en posesión tanto de espadas espirituales como temporales, y por tanto está facultado para subordinar a sí mismo a los gobernantes terrenales.

Las reacciones políticas contra el papa fueron fuertes. A medida que la Iglesia se modelaba a sí misma sobre una política imperial, los gobernantes políticos trataban de santificar y exaltar su propio poder tomando prestadas prácticas, símbolos y terminología de la Iglesia. Ernst Kantorowicz explica que estos préstamos hicieron que el lenguaje del «cuerpo místico» pasara gradualmente de sagrado a secular. Una vez que el término corpus mysticum se vinculó a la dimensión política de la Iglesia institucional, se trasladó fácilmente a otras sociedades humanas y acabó siendo intercambiable con conceptos como el de «cuerpo político». De Lubac informa de que en el siglo XIX, los obispos del Vaticano I estaban en general asombrados y perplejos por la descripción de la Iglesia como «cuerpo místico de Cristo».

De este modo, la idea del «cuerpo místico» sufrió un proceso gradual de distorsión, hasta el punto de caer en manos de los Estados-nación modernos que surgían entonces y que se aferraron a las reivindicaciones del derecho divino. Ampliando los argumentos de De Lubac, el teórico político Sheldon Wolin argumentó que la transferencia de los lazos místicos de unidad de la Iglesia al Estado moderno condujo a una nueva forma de política cada vez más nacionalista y cuasi religiosa. En el siglo XX, esta tendencia culminó en las ideologías totalitarias del nacionalsocialismo y el comunismo. El error político que Pío XII corrige en Mystici corporis es precisamente esta fusión de sociedades sagradas y profanas: quiere reivindicar el significado de «cuerpo místico» para la Iglesia y distinguirlo de las sociedades políticas ordinarias, rechazando así toda idolatría política.

Desmitificar lo político

En la encíclica, Pío XII repasa sistemáticamente la expresión «cuerpo místico de Cristo», explicando cómo se aplica cada término a la Iglesia: ¿cómo es la Iglesia un cuerpo? ¿Por qué el cuerpo de Cristo? ¿Por qué un cuerpo místico? Como un cuerpo, la Iglesia es una «unidad intacta» que es «definida y perceptible a los sentidos». Tiene una «multiplicidad de miembros» bien estructurada que cumplen diversas funciones como los órganos corporales, todos interdependientes y orientados al florecimiento del conjunto. Al igual que un cuerpo necesita alimento y agua, Cristo dio a la Iglesia los sacramentos -especialmente el sacramento de la Eucaristía- para nutrirla y sostenerla. A través de las Escrituras, el papa describe a Cristo como «Fundador, Cabeza, Apoyo y Salvador» de su cuerpo eclesial.

La importancia política de la encíclica reside principalmente en su tratamiento del corpus mysticum. Pío XII define el «cuerpo místico» por comparación con otros dos tipos de cuerpos. Un «cuerpo natural» es un organismo único en el que las partes están totalmente subsumidas en el todo y no pueden subsistir separadas de él, como mi riñón no puede subsistir separado del resto de mí. Por otra parte, un «cuerpo moral» es un grupo social ordenado cuyos miembros conservan su propia individualidad; están unidos no físicamente sino por «el fin común y la cooperación común de todos a un mismo fin por medio de la autoridad social». Una auténtica comunidad, un cuerpo moral, está unida por la búsqueda compartida de un bien común por parte de sus miembros. Pío XII destaca también los vínculos jurídicos de un cuerpo moral: reglas externas, prácticas y estructuras de autoridad que ayudan a dirigir a los miembros hacia su fin.

La Iglesia en la tierra es un cuerpo moral unido para un fin «altísimo»: el crecimiento y la santificación de sus miembros para gloria de Dios. Los elementos jurídicos que manifiestan «externamente» esta unidad incluyen la participación compartida en la liturgia, la profesión pública de la misma fe y la obediencia a las mismas leyes de la Iglesia y a la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, como «cuerpo místico», la Iglesia está unida por un principio misterioso que supera sus vínculos jurídicos. Ese principio es el Espíritu Santo, que llena toda la Iglesia e infunde en sus miembros las virtudes teologales que los unen a Cristo y en Cristo entre sí con lazos de amor enormemente superiores a los de cualquier cuerpo natural o moral. En consecuencia, Pío XII escribe que el cuerpo místico de Cristo es «muy superior a todas las demás sociedades humanas, a las cuales supera como la gracia sobrepasa a la naturaleza y como lo inmortal aventaja a todas las cosas perecederas».

Al distinguir el «cuerpo moral» del «cuerpo místico», Pío XII corrige las confusiones problemáticas entre ambos. Deshace las confusas y excesivamente politizadas aplicaciones erróneas del «cuerpo místico» que de Lubac lamentaba, sin comprometer el carácter jurídico de la Iglesia. Al situar el nacimiento de la Iglesia en la efusión de sangre y agua del costado traspasado de Cristo, mantiene la unidad dinámica de las formas histórica, sacramental y eclesial del cuerpo de Cristo. La unidad de la Iglesia se genera por la oblación redentora de Cristo, que se re-presenta continuamente en el sacrificio eucarístico.

La encíclica aborda la situación política de los años cuarenta a través de una vía negativa: al aclarar lo que es el cuerpo místico de Cristo, Pío XII subraya lo que no son las comunidades políticas ordinarias. Despoja lo místico de las sociedades meramente humanas, y subraya la inferioridad de los vínculos políticos y de la autoridad política en comparación con los vínculos y la autoridad de la Iglesia. Afirma implícitamente el mensaje central de la encíclica de 1937 Mit Brennender Sorge («Con viva preocupación») que ayudó a redactar para su predecesor, el papa Pío XI, que denuncia la idolatría política y los impulsos religiosos que subyacen a los regímenes totalitarios. En resumen, la recuperación por parte de Pío XII del corpus mysticum de lo secular subraya el error teológico del totalitarismo.

La Iglesia en el mundo moderno

Sin embargo, la vía negativa cuenta solo la mitad de la historia. La comunidad política no es mística, pero la Iglesia sigue siendo un cuerpo jurídico con un papel sociopolítico. Pero a diferencia de los anteriores defensores de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, Pío XII no reclama para la Iglesia un poder político coercitivo; más bien, su encíclica modela un modo más espiritual y sacramental de compromiso eclesiástico con el mundo moderno, y ayuda así a allanar el camino para el Vaticano II.

Dos fuentes clave para la reflexión de Pío XII sobre la Iglesia son el papa Bonifacio VIII y san Roberto Belarmino. Ambos identifican el «cuerpo místico de Cristo» con la Iglesia de Roma, encabezada por el Romano Pontífice como Vicario terrenal de Cristo. Ambos defienden la supremacía de la Iglesia sobre las sociedades políticas y defienden el poder de la Iglesia para intervenir coercitivamente en los asuntos políticos. La encíclica Unam Sanctam de Bonifacio VIII subordina directamente las autoridades políticas a la Iglesia, mientras que Belarmino defiende un poder más limitado e «indirecto» de las autoridades eclesiásticas para intervenir coercitivamente cuando la política afecta a asuntos espirituales.

Pío XII sigue a sus predecesores en la defensa de la unidad de la Iglesia visible e invisible, la primacía y jurisdicción universal del papa y la superioridad de los órganos místicos sobre los políticos. Mystici corporis está llena de ecos de Belarmino. Sin embargo, el papa guarda un silencio absoluto sobre la cuestión del poder de la Iglesia para intervenir coercitivamente en asuntos políticos. Su comentario más explícito sobre política consiste en una exhortación a que los líderes de la Iglesia ofrezcan «piadosas súplicas» a los gobernantes políticos, para que gobiernen con sabiduría y puedan «con su tutela externa ayudar a la Iglesia». Ni que decir tiene que la oración por la protección de la Iglesia está muy lejos de la intervención directa en política.

El silencio no implica repudio; se desconocen las opiniones privadas de Pío XII sobre el alcance del poder temporal de la Iglesia, ya que no dejó ningún cuaderno personal. Sin embargo, como mínimo, el silencio público de Mystici corporis reconoce la impracticabilidad de modelos más directamente políticos de jurisdicción eclesiástica. Pío XII reconoce que la nueva política, cada vez más secular, del mundo moderno exige que la Iglesia se centre en su papel espiritual de transformar los corazones y las mentes, renovando la sociedad política desde dentro y no mediante imposiciones externas. Como escribió en la primera encíclica de su pontificado, Summi Pontificatus: «La salvación de los pueblos, venerables hermanos, no nace de los medios externos, no nace de la espada, que puede imponer condiciones de paz, pero no puede crear la paz. Las energías que han de renovar la faz de la tierra tienen que proceder del interior de las almas».

Pío XII sugiere que los planos espiritual y temporal se entrecruzan en el anhelo común de paz, que es la clave de su enseñanza política positiva en Mystici corporis Christi. El papa está de acuerdo con santo Tomás de Aquino, que sostiene que, si bien la justicia puede «eliminar los obstáculos a la paz», solo los vínculos sobrenaturales de la caridad pueden lograr verdaderamente la paz. La auténtica paz comienza con el ordenamiento interno de la persona hacia Dios, que luego fluye hacia el exterior en un amor al prójimo que se extiende universalmente. Por consiguiente, aunque las sociedades políticas puedan tener como fin una paz temporal duradera, no pueden conseguirla solo con medios políticos. Para Pío XII, el Estado necesita imperiosamente a la Iglesia, pero su enseñanza deja espacio para una mayor separación institucional entre ambos que la que permitía la eclesiología tradicional medieval o tridentina.

Mystici corporis insinúa esta separación cuando Pío XII condena la coacción física de la práctica religiosa, manteniendo que los «descarriados» deben entrar en la Iglesia «libre y espontáneamente, porque nadie cree sino queriendo». La afirmación no tiene nada especial si se aplica a los no bautizados, pero en este contexto, el papa también incluye entre los «descarriados» a aquellos que «por una lamentable escisión de fe y de unidad, están separados de Nos». La categoría abarca tanto a católicos cismáticos como a miembros de otras confesiones cristianas, sin hacer distinción entre no bautizados y bautizados. La encíclica anticipa así la Dignitatis humanae y combina lo que Thomas Pink llama un modelo de autoridad religiosa «centrado en la jurisdicción» con un modelo de libertad religiosa «centrado en la persona»: Pío XII afirma la autoridad de la Iglesia sobre los bautizados, pero rechaza ciertos medios coercitivos para promover la fe.

De este modo, Pío XII sirve de figura de transición entre el Vaticano I y el Vaticano II. Algunos estudiosos lo califican de tradicional e incluso antimoderno, sobre todo por su firme defensa de la tradición neoescolástica leonina. Sin embargo, en Mystici corporis Christi, su defensa de la libertad religiosa y su énfasis en la contribución de los laicos al corpus mysticum anticipan el Vaticano II, que concede a los laicos un papel especial en la tarea de impregnar la esfera secular con la verdad del Evangelio. Además, el papa allana el camino al Vaticano II al insinuar que lo mejor que la Iglesia puede hacer por el mundo es ser Iglesia: es decir, vivir cada vez más fielmente la misión sacramental del cuerpo místico de Cristo.

Subrayando este último punto, Pío XII pasa a las consideraciones pastorales hacia el final de su encíclica: exhorta a los fieles a participar en la misa diaria, en la confesión frecuente, en la oración personal, en la mortificación y en las obras de misericordia. Les ruega que ofrezcan sus sufrimientos por la redención del mundo. Estas prácticas no son respuestas menores, débiles o irrelevantes a una crisis mundial; al contrario, el papa cree que son poderosamente eficaces y necesarias, fortaleciendo los lazos que unen el cuerpo místico de Cristo y sembrando las semillas de la paz. Su consejo es de naturaleza espiritual, pero de efectos sociopolíticos.

Haciendo hincapié en la unidad de toda la humanidad, Pío XII sugiere que, al igual que la gracia del sacrificio redentor de Cristo rasgó el velo del templo «inmediatamente de arriba abajo», solo la gracia puede romper los tabiques que dividen a la humanidad en el mundo desgarrado por la guerra de los años cuarenta. Y en el nuestro.

 

Publicado por Theresa MacArt en The Public Discourse

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
4 comentarios en “Pío XII y la política del Cuerpo Místico
  1. Solo podrán ser todos UNO en Cristo si cada uno de nosotros procura identificarse plenamente con la doctrina del Maestro, haciéndola vida y dejando que los divinos 3 nos hagan partícipes por medio del Espíritu Santo de ese ser UNO que por Misericordia se nos ofrece.
    Es lo que Jesucristo mismo nos enseña cuando dice: » Que todos sean UNO, Padre, como Tú y Yo somos UNO.»
    Ut UNUM sint.

  2. Se aplica a Pío XII esta revelación privada, pero con destino público en estas líneas de interpretación de Zacarías 11, hechas en tiempos de aquel Papa, pero igualmente válidas para los que le sucedieron, y qué sucedería si la Iglesia usaba sólo uno de sus cayados, el de Gracia, dejando sin uso el cayado Vínculo, con el que debiera haberse amonestado vivamente a los iniciadores de la guerra:
    «Te repito a ti que eres mi Vicario (se trata de Pío XII): Dos varas puse en tu mano y me eres grato por haber usado la del amor. Mas el amor, cuyo poder supera al del mismo Dios, cae, cual piedrezuela lanzada contra una roca, cuando se dirige a quienes tan solo tienen un mínimum de hombre. Golpea pues con la otra vara y vean así los fieles que no eres cómplice en la culpa de los grandes. Se es también cómplice cuando, por falta de valor, se deja de clamar contra sus infamias.

  3. (Sigue):
    Si Yo (Jesús), aun sabiendo que el látigo de mis palabras, más que el de los cordeles -elemento simbólico más que real- me iba a acarrear la muerte, hablé, habla también tú. Y si Yo, por amor de los hombres y tuyo, soporté a un enemigo, a un traidor y el horror de un beso de traición, tú, el primero de entre mis hijos de ahora, no debes arredrarte ante todo lo que, antes que tú, sufrió tu Maestro”.
    Y si, después de todo, no prevalece la Justicia, el Señor retirará su Luz y su Verdad. Y esto sucederá cuando en la Iglesia (entre los grandes de la Iglesia) habrá demasiados sembradores (tercera parte de las estrellas) del Mal, con la diversidad de sus doctrinas. Entonces vendrá el Pastor ídolo, del que habla Zacarías, padre del Anticristo, a preparar el reinado del Anticristo.
    Y eso acaecerá cuando, hasta en mi morada -la Iglesia- habrá demasiados que, por humano interés e indigna debilidad, serán, entre los sometidos, sembradores del Mal con su diversidad de doctrinas».

  4. (Sigue)
    “Mas si después, no obstante haber puesto todos los medios, quebrara la Justicia y, arrastrados más y más por Satanás, tanto los dominadores como los sometidos se apartasen, por mimetismo maléfico, cada vez más de Dios, retiraré entonces la Luz y la Verdad. Y eso acaecerá cuando, hasta en mi morada -la Iglesia- habrá demasiados que, por humano interés e indigna debilidad, serán, entre los sometidos, sembradores del Mal con su diversidad de doctrinas. Entonces conoceréis al pastor que no se cuida de las ovejas abandonadas, al pastor ídolo del que habla Zacarías»

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