(Robert P. Imbelli en First Things)-Henri de Lubac, S.J., uno de los más grandes teólogos católicos del siglo XX, fue una de las figuras prominentes del movimiento del ressourcement que preparó el camino para el Vaticano II. De hecho, muchos de sus escritos influyeron en los propios términos empleados por el Concilio, especialmente en las constituciones sobre la Iglesia (Lumen Gentium) y sobre la revelación (Dei Verbum).
Durante su largo ministerio teológico, que se extendió desde principios de los años 30 hasta principios de los 80, no solo insistió en el vínculo íntimo entre teología y espiritualidad, sino que también dio testimonio de la inseparabilidad de lo dogmático y lo pastoral en su valiente oposición al nazismo y al antisemitismo. Su última gran obra teológica, terminada a pesar del declive de sus fuerzas físicas, fue el volumen de casi mil páginas La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore. Sus reflexiones son muy útiles hoy, cuando consideramos el actual Sínodo de la Iglesia sobre la Sinodalidad y su recientemente publicado Instrumentum Laboris (documento de trabajo).
De Lubac había tratado por primera vez en profundidad al místico del siglo XII en el tercer volumen de su Exégèse Médiévale. Se centró en el enfoque distintivo de Joaquín sobre las Escrituras, en particular su opinión de que habría una «tercera edad» del Espíritu que sustituiría a las edades del Padre y del Hijo (representadas por el Antiguo y el Nuevo Testamento, respectivamente). Según de Lubac, la visión profética de Joaquín ponía en tela de juicio la finalidad salvífica de Jesucristo. En la «tercera edad» de Joaquín, el «Espíritu» se separa de Cristo y alimenta movimientos pseudo-místicos y utópicos. Porque sin el referente y la medida cristológicos objetivos, la apelación al Espíritu cae fácilmente presa de ideologías y fantasías subjetivas.
Ya aquí, de Lubac vislumbró la larga y problemática «vida después de la muerte» del joaquímismo, incluyendo sus propensiones cismáticas. Comenzó a explorar la variedad de movimientos, tanto seculares como cuasi-religiosos, que, al igual que Joaquín, preveían que el arco del progreso se inclinaba hacia la realización de la «tercera edad», ya fuera en formas hegelianas, marxistas o nietzscheanas. En todos estos movimientos se consideraba a Jesucristo, en el mejor de los casos, como la penúltima palabra, y a la Iglesia como la reliquia de una época no iluminada.
De Lubac emprendió la ingente tarea de escribir su libro sobre la posteridad de Joaquín porque discernió que el período posterior al Concilio estaba marcado en muchos círculos de Francia y de otros lugares por un recrudecimiento de las sensibilidades y proyectos joaquinistas. Estas tendencias joaquinistas trazan un camino más allá del parroquialismo de la «Iglesia institucional», hacia la celebración de una humanidad universal, liberada de las constricciones de la ley y del orden jerárquico.
En sus conmovedoras memorias, Memoria en torno a mis escritos, de Lubac comenta las «circunstancias que ocasionaron sus escritos». Deja claro que su libro sobre la posteridad de Joaquín no estaba animado por intereses meramente académicos, sino por su sentido de un peligro presente: el peligro de traicionar el Evangelio transformando la búsqueda del reino de Dios en una búsqueda de utopías sociales seculares.
Escribió mil páginas antes de que su precaria salud le impidiera dar a la obra la conclusión doctrinal que pretendía en un principio. Pero se dio cuenta de que ya había ofrecido una conclusión en su libro anterior, Meditación sobre la Iglesia. Dirige al lector al capítulo sexto de esa obra, «El Sacramento de Jesucristo».
El capítulo comienza así: «La Iglesia es un misterio» -palabras que, diez años más tarde, formaron el título del primer capítulo de la Constitución del Vaticano II sobre la Iglesia, Lumen Gentium. De Lubac precisa inmediatamente el contenido de este misterio: «La Iglesia en la tierra es el sacramento de Jesucristo». También en este caso Lumen Gentium sigue el ejemplo de De Lubac, al declarar en su primer párrafo: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».
Esta perspectiva cristológica y sacramental proporciona la orientación para la visión y proclamación eclesial del Vaticano II. Ahora bien, aunque el Instrumentum Laboris para el Sínodo, en el párrafo 28, proporciona la cita completa de Lumen Gentium, 1, en dos claras referencias posteriores en los párrafos 46 y 52 (en la importantísima Sección B sobre «Comunión, Misión, Participación») las palabras cruciales «en Cristo» están llamativamente ausentes. Esta omisión difícilmente puede atribuirse a un mero descuido, y suscita preocupaciones legítimas en cuanto a la deficiencia cristológica del documento.
De la insistencia de De Lubac en que el misterio de la Iglesia es el sacramento de Jesucristo (un planteamiento del que se hizo eco y que aprobó el Concilio), extrae consecuencias doctrinales y pastorales cruciales. Escribe: «El fin de la Iglesia es mostrarnos a Cristo, conducirnos a Él, comunicarnos su gracia. En suma, la Iglesia solo existe para ponernos en relación con Cristo».
Por lo tanto, cualquier estratagema para sustituir el reinado actual de Cristo por un futuro reinado nebuloso del Espíritu es introducir «separaciones mortales» en la vida de la Iglesia. «Así, en ningún sentido esperamos la era del Espíritu; porque coincide exactamente con la era de Cristo».
Basándome en este capítulo de Meditación sobre la Iglesia (un libro a menudo elogiado por el papa Francisco), tengo una modesta propuesta para el Sínodo inspirada en De Lubac. Un saludable ejercicio espiritual para los grupos, reunidos cada día para compartir sus «conversaciones en el Espíritu», sería reflexionar sobre el decisivo párrafo final de la primera parte de Gaudium et Spes. Proporcionaría a los participantes una vívida anamnesis sobre a qué Espíritu invocan y buscan servir fielmente.
He aquí la magnífica profesión dogmática de fe cristológica de Gaudium et Spes: «El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. El es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: ‘Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra’ (Ef 1,10)».
¡Aquí no hay ni rastro de la posteridad de Joaquín!
Publicado por Robert P. Imbelli en First Things
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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Resulta difícil y aventuradao saber que hubiera pensado de Lubac sobre el Sínodo sobre la sinodalidad.A pesar de su canonización teológica por parte sobre todo del bonapartismo eclesial hay que tener en cuenta la problematicidad teológica que introdujo con su concepto de inmanencia vital y su confusión de los órdenes natural y sobrenatural.El Sínodo no solo es la consecuencia lógica de su concepción evolutiva de la revelación y por ende de la Iglesia, sino que es sobre todo por parte del staff bergollano una coartada para ejecutar el cambio de paradigma definitivo que se pretende salvando en lo posible al papa de toda responsabilidad en la catástrofe que se avecina y que está en marcha.
¿Me suena a mi que tanto H.de Lubac como Von Baltasar rayaban la herejía?
En el tema del Infierno Von Baltasar era claramente hereje
Muy acertado el concepto de «bonapartismo eclesial» o la revolución con fachada respetable y encubridora de que el mal sigue activo y hasta oficializado.
Francisco tampoco es fiorinista, no entiendo el argumento. Francisco está ahí por de Lubac, entre otros, ambos nombrados cardenales por JP2
Pero no dices que este personaje, fue censurado en su doctrina por Pio xii, y solo despues ensalzado por todo el modernismo, bueno como Lutero tambien sacionado…y ahora era como un santo…menos lobos señores, todo el mal de hoy en la Iglesia, esta en la nueva eclesiologia modernista que todos admiten y que San pio x hubiera condenado..mucha confusion y poca historia de la Iglesia…del buenismo, libranos Señor. viva Cristo Rey.
Si señor! De Lubac NO ES DOCTRINA SEGURA. El hecho de que esté siendo citado como autoridad, es un claro signo del grado de descomposición doctrinal en que ha caído la Iglesia.
De Lubac es uno de los peores heterodoxos que infisionaron la Iglesia, particularmente durante el infausto CVII.
Basta con saber que fue censurado por SS Pío XII para desconfiar de cuanto escribió.