San Pedro se vacía mientras el rito antiguo tiene un ‘boom’

El Vaticano vacío en el evento por la fraternidad humana

Corpus Christi a hurtadillas en el Vaticano y fracaso total del evento organizado por el cardenal Gambetti: cinco horas de espectáculo, la enésima declaración y una plaza tan vacía como la cháchara sobre la «fraternidad humana» demuestran que los fieles buscan algo eterno y acuden a otras fuentes. Como las realidades vinculadas a la liturgia tradicional, cuya vitalidad debería plantear más de un interrogante.

En Roma, ni siquiera se dieron cuenta del Corpus Christi. El papa estaba en el hospital, así que no hubo procesión. Aunque bien mirado, parece que sí hubo procesión, que partió del Colegio Teutónico y llegó a los Jardines Vaticanos. Pero nadie se dio cuenta. Ni los organizadores ni los medios de comunicación vaticanos hicieron nada para mostrar al mundo que la Divina Presencia sacramental es el corazón de la Iglesia. Una procesión a hurtadillas, presidida por monseñor Josef Clemens, antiguo secretario especial del cardenal Ratzinger, porque evidentemente los cardenales no tenían tiempo que perder.

Ya el año pasado no hubo procesión solemne «debido a las limitaciones impuestas al papa por la gonalgia» y «las necesidades litúrgicas específicas de la celebración», explicó la Oficina de Prensa del Vaticano. Como si el papa tuviera que hacer a pie toda la procesión. Y pensar que el papa Francisco ha trasladado la procesión solemne del jueves al domingo por la tarde por razones pastorales, presumiblemente para permitir que participe más gente.

En la víspera del domingo del Corpus Christi había mucho ajetreo en San Pedro. ¿Para las primeras vísperas de la solemnidad? No. Para el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana, señores; y con un hashtag: #notalone. Un hashtag, sin embargo, que ha gafado a la Fundación Fratelli Tutti y al factótum de turno, el cardenal Mauro Gambetti, el que permitió que la basílica vaticana se convirtiera en escenario para los nudistas. Sí, porque en realidad no solo no estaba el papa, que estaba alone en el hospital, sino que además había muy poca gente. A pesar de restringir el encuadre a las primeras filas, se tomaron algunas fotos desde lo alto de la plaza (ver aquí y aquí). ¿Resultado? Un fracaso total. Se dispusieron cuatro sectores, de los cuales uno quedó completamente vacío y los otros se llenaron quizá solo en un tercio.

Casi cinco horas de charlas, representaciones, vídeos y la firma por parte del secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, de la Declaración sobre la fraternidad humana, enésima hoja de palabras vacías, exageradas, donde -afortunadamente- ni siquiera aparece por error el nombre de Nuestro Señor: «Todo hombre es mi hermano, toda mujer es mi hermana, siempre. Queremos vivir juntos, como hermanos y hermanas, en el Jardín que es la Tierra. El Jardín de la fraternidad es la condición de vida para todos». Amén. Y por si fuera poco, el cardenal Gambetti, para la ocasión, transformó el atrio de la basílica de San Pedro en un centro de restauración, con bancos «ecológicos» hechos con palets de madera (ver aquí): un manicomio.

Y mientras San Pedro se vacía, las misas de rito antiguo están llenas de niños y familias jóvenes. La impresión que ha dejado la peregrinación París-Chartres (ver aquí) de hace quince días sigue conmocionando al mundo católico francés. El diario La Croix ha dado cabida a una interesante reflexión de Jean Bernard, colaborador del diario La Nef, quien señala que «muchos observadores, incluidos los de los grandes medios de comunicación, se han quedado impresionados por el fervor y la fe de los peregrinos, en total contraste con la desolación general de la Iglesia en Francia, paralizada por el escándalo de los abusos».

La vitalidad de esta realidad era bien conocida incluso hace años en Roma. Bernard recuerda que un cardenal, presente en la Sesión Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de enero de 2020, expresó su deseo de que se restringiera bruscamente el Rito Antiguo, precisamente por el éxito de aquellas peregrinaciones. Al año siguiente se publicó la Traditionis Custodes; el resultado ha sido un nuevo aumento del número de participantes, hasta el punto del lleno total. «Y todo hace pensar», prosigue el periodista francés, «que la misa tradicional no solo no desaparecerá, sino que […] seguirá creciendo, tanto en términos absolutos como relativos, teniendo en cuenta el progresivo abandono de un cierto número de parroquias de rito ordinario».

Los seminarios vinculados al rito antiguo registraron 95 nuevos ingresos franceses en 2022, frente a 65 el año anterior. Por el contrario, los seminarios diocesanos agonizan, registrando uno o ningún nuevo ingreso, con el «pico» del seminario de París, con dos nuevos ingresos. También está muy viva la realidad de la Communauté Saint-Martin, que no está vinculada al rito antiguo, pero puede presumir de liturgias hermosas y de una formación seria para el sacerdocio; cuenta ahora con más de 100 seminaristas.

El sentido común y la apertura de mente y de corazón desearían que intentáramos comprender estos signos: allí donde lo demasiado humano invade el horizonte, hay cada vez más deserciones; allí donde, en cambio, se vive con sensibilidad la primacía de Dios, de la adoración, de la vida eterna, la vida no solo revive, sino que se desborda. No es una cuestión de ideologías, sino de supervivencia. Cuando se ve a una larga fila de personas sedientas que van en una dirección, significa que allí han encontrado agua.

Un sacerdote de la diócesis de París, el padre Luc de Bellescize, lo ha entendido muy bien y lo ha expresado aún mejor: «Los jóvenes no tienen nada que ver con las viejas guerras fratricidas. Anhelan la belleza y la verdad. Tienen sed de que sus almas se eleven y se vuelvan hacia el Señor. Tienen sed de una palabra exigente que les ame de verdad, que les invite a liberarse de todo lo que ata al hombre a la esclavitud del pecado. Anhelan pureza, libertad y silencio». Y esto lo encuentran en la bella liturgia, «reflejo, siempre imperfecto, de la liturgia del Cielo, del canto de los ángeles que se postran ante la Trinidad eterna, la belleza infinita de Dios».

El hombre está llamado a contemplar, gozar y disfrutar de esta gloria por toda la eternidad. Todas las demás obras, por muy necesarias y nobles que sean, cesarán. La liturgia celestial nunca cesará. El corazón humano está hecho para esto, verdad que explica la perenne fuerza de atracción de la «bella» liturgia; atracción que es aún más fuerte cuando las cisternas de agua que nos rodean, construidas por los hombres, solo ofrecen pútridas aguas residuales y sequía. Y el aburrimiento mortal de discursos vacíos, como los organizados por Gambetti.

La liturgia antigua ofrece otros dos grandes atractivos. El primero: a finales de los años 60 se inició una carrera cuyo fin era desarraigar al hombre, o más bien erradicar del corazón del hombre el sentido de pertenencia a una historia, una identidad, una tradición viva. Los jóvenes se encuentran desconcertados, desorientados, terriblemente solos, sin historia y, por tanto, sin futuro. ¿Por qué reprocharles que se lancen a una liturgia que puede ofrecerles un sentido claro de pertenencia, un arraigo sólido, un lenguaje que les vuelve a poner en comunicación con sus abuelos, sus antepasados, con la gran familia de los santos de todos los tiempos?

Y luego el ritual. Aún no hemos comprendido la lección de Josef Pieper, ni siquiera la más reciente y «neutra» de Byung-Chul Han. La forma ritual, precisamente por ser estable, repetitiva, inútil (en el sentido de que no se dirige a lo útil), majestuosa, tiene una peculiar capacidad de plasmar y unificar. El rito forja un mundo compartido, un mundo distinto del que nos abruma cada día; interrumpe el flujo caótico y abrumador del tiempo cronológico, de la prisa, del ajetreo. Entonces, ¿por qué enfurecerse contra un rito que es capaz de esto? ¿Por qué no reconocer que el antiguo rito tiene una extraordinaria capacidad para curar el narcisismo, que nos repliega sobre nosotros mismos, haciéndonos volvernos hacia Dios? ¿Un poder para curar nuestro mundo de esa lacerante y triste atomización que lo atenaza?

La explicación del milagro del rito antiguo y del fracaso del Encuentro sobre la Fraternidad Humana está en esa frase tan repetida de san Ireneo a la que se suele despojar de la segunda parte: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios».

 

Publicado por Luisella Scrosati en la Nuova Bussola Quotidiana

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

Ayuda a Infovaticana a seguir informando