(Annalisa Teggi en Il Timone)-Quién quiera tocar de primera mano el espíritu de la fraternidad del santo, debería ir a la provincia de Macerata, donde sor Giovanna y sor Lucia acogen, desde hace once años, a madres e hijos en condiciones precarias. «Esto es el Paraíso», dice un pequeño huésped.
«Nosotros, aquí, acogemos a personas», responde Silvio, de once años, cuando le pregunto dónde estamos. El sentido de esta historia ya está aquí, en ese «nosotros» que es un pronombre muy breve [noi en italiano], pero que tiene un contenido enorme: hay alguien que ya no está solo, se siente sujeto y parte de una familia.
En este caso en particular, el relato de ese «nosotros» empieza desde un convento cercano, abandonado durante treinta años en las colinas de Macerata, las que -el pensamiento surge espontáneo- inspiraron al genio de Leopardi a cantar una alabanza al infinito. En 2003, Giovanna Salvatori y Lucia Stacchio llegaron a Cingoli acogiendo la propuesta de los frailes menores de coger en comodato el convento. Aún no eran monjas, ya trabajaban en el ámbito social y su deseo era dedicarse a la acogida de mujeres. «El qué y para quién, es algo que el tiempo aclararía», me cuenta sor Giovanna, mientras sor Lucía trae café y galletas.
En el nombre de Jesús
Su vocación personal maduró rehabilitando el convento y dando vida, poco a poco, a una obra que desde el principio tiene la impronta franciscana. «Todo empezó con un proyecto que los frailes menores llevaban adelante en las Marcas, llamado ‘La tierra de las florecillas'», continúa sor Giovanna. «Fuimos acogidas en su familia. Construyendo una relación fraterna, espiritual y de estrecha colaboración con los frailes hemos construido todo lo demás». El trabajo, la fraternidad y la oración llevaron a inaugurar en 2011 la Casa de Acogida «San José Esposo», que en once años ha acogido a 67 niños y madres en condiciones precarias.
A Giovanna y Lucía se unió, más tarde, sor Verónica. Juntas forman la Fraternidad de las Hermanas del Santísimo Nombre de Jesús: visten el hábito franciscano e, inspirándose en Santiago de la Marca, sobre su túnica está cosido el emblema del Nombre de Jesús. El velo es beis, un color tenue, elegido como un signo concreto de acogida. El primer paso ante la necesidad es descolorarse, atenuar los tonos encendidos de la propia personalidad para dar espacio al susurro de quienes piden ayuda.
«El día después del Domingo de Ramos de 2012», recuerda sor Lucía, «acogimos a los primeros huéspedes: se trataba de una madre originaria de Benín con dos gemelos». Uno de los dos es Silvio, que me ha fulgurado con su «nosotros» y ha hecho el pase de asistencia para el gol a su hermano Silvano, que ha añadido: «Esto es el Paraíso».
Naturaleza y Gracia
He sido huésped de la Casa de Acogida «San José Esposo», viviendo el tiempo de la jornada marcado por la oración y el cuidado de los niños actualmente presentes, la más pequeña de 17 meses. ¿Quién llega aquí? Madres e hijos en situación de dificultad y también menores no acompañados. Las heridas que marcan estas historias son muy diferentes de los estereotipos que solemos asociar al contexto de marginación y dificultad.
«A menudo ha ocurrido que nos hemos encontrado con madres que no han querido compartir nuestro proyecto de acogida», explica sor Lucía. «Pueden ser víctimas de violencia. En otros casos faltan el vínculo, el cuidado, la capacidad de comprender las necesidades del niño. El hijo ‘no había sido buscado’ y no hay deseo de cuidarlo. Hablamos de parejas italianas e incluso sin problemas económicos, no solo de mujeres extranjeras».
Sor Giovanna es psicóloga, sor Lucía es asistente social, sor Verónica está licenciada en Pedagogía. Poseen una formación adecuada y competencias complementarias para estar al lado de quienes en muy tierna edad sufren una fractura en los vínculos más cercanos e íntimos. Fe y psicología a veces están colocadas en antítesis como horizontes de comprensión y cuidado de las heridas humanas, pero ¿qué es entonces lo que ocurre?
Sor Lucía contesta enseguida: «Incluso la fe es un camino en el que las personas son acompañadas por un padre espiritual que las ayuda en el discernimiento, el Señor nos protege y nos salva dentro de una relación, en el diálogo. La psicología no está alejada de esto. Yo no estoy dividida: no soy o monja o asistente social, soy ambas cosas a la vez. El estudio se ha integrado en toda mi persona. Si fuéramos al encuentro de las personas mal preparadas, no haríamos el bien de quienes nos han sido confiados».
Sor Giovanna añade: «Jesús se ha hecho carne para salvarnos, pero si una persona no es completamente consciente de sí misma, es difícil que sea consciente de la Gracia de Dios y del paso de Dios en su propia historia. Nuestro estilo de vida aquí es el de compartirlo todo con las personas que acogemos, porque son parte de nuestra familia».
Juntos, mirando hacia el Cielo
El vínculo es el rasgo fundamental de la hipótesis cristiana, que se alimenta de todos los instrumentos capaces de suscitar, acompañar y cuidar a un alma para que se sienta querida. E incluso la cocina es una excelente aliada. Nada más llegar, encontré a sor Lucía preparando albóndigas para la comida y enseguida comprendí que no estaba entrando en un lugar aséptico, sino en un hogar. Los niños viven con las monjas en los tiempos y los ritmos de la vida familiar, comidas y cenas, colegio, juegos, sueño.
«Hacen que conozcamos la parte materna de nuestra vocación, una maternidad espiritual pero a la vez muy concreta», confiesa sor Giovanna. Y es una maternidad beis, como su velo, presente pero que permanece de lado y no se sustituye a los padres biológicos o a las familias de acogida o adopción. Se hacen llamar «tías» y son el cariño que no deja de tener un rostro dentro de un camino de vida herido: «Estos niños llevan una carga pesada especialmente cuando se enfrentan a sus preguntas: ‘¿Por qué papá no vuelve?’, y ‘¿Por qué mamá ya no está?’. Intentamos responder, porque deben seguir manteniendo una buena relación con sus padres, tanto si vuelven, como si no. Las explicaciones son necesarias para evitar que se sientan culpables. Deben continuar queriendo a los padres, esto les permite tenerlos en sus recuerdos, no odiarlos y no tener que fingir que no existen. Procuramos decirles la verdad de la manera adecuada a sus edades. Y cuando alguno me pregunta: ‘¿Cuándo vuelve mamá?’, yo contesto: ‘No lo sé. Esperaremos juntos'».
Frente a nuestro tiempo, voraz de respuestas rotundas y rápidas, capaz de poner una tirita temporal sin curar lo que sangra por debajo en carne y espíritu, resalta aún más la novedad original de la compañía cristiana: alguien que está contigo incluso en los momentos de oscuridad, en los interludios en los que te quedas sin aliento. Esperamos juntos a que los tonos oscuros de la noche se desvanezcan en un nuevo amanecer de vida, ese es el asidero seguro de un «nosotros».
Publicado por Annalisa Teggi en Il Timone
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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