En el espeluznante vídeo del martirio de 21 coptos en una playa de Libia, grabado por los propios perpetradores, vemos a un personaje que es distinto de los otros, Matthew Ayariga, y cuya historia encierra un milagro dentro del milagro colectivo de la persistencia de la fe ante la amenaza de muerte.
Roma ha reconocido formalmente a 21 trabajadores coptos ortodoxos que fueron decapitados por militantes islámicos en Libia como mártires con su propia festividad, en un importante nuevo gesto ecuménico destinado a forjar la unidad entre las iglesias católica y ortodoxa.
El Papa Francisco anunció la inscripción de los 21 trabajadores, la mayoría egipcios, en el Martirologio Romano, el compendio de santos celebrado litúrgicamente en la Iglesia Católica, durante una audiencia el jueves con el Papa copto ortodoxo.
“Estos mártires fueron bautizados no solo en agua y Espíritu, sino también en sangre, una sangre que es semilla de unidad para todos los seguidores de Cristo”, dijo Francisco a Tawadros durante la audiencia en el Palacio Apostólico.
Pero hay uno de ellos que, por lo que sabemos, podría haber sido bautizado solo con sangre: el que rompe el número redondo, el de la historia más impresionante: Matthew Ayariga.
La vida de Ayariga es un completo misterio. Sabemos de él lo que puede deducirse inmediatamente de la imagen: no era un copto, ni siquiera un egipcio. Su piel lo delata como subsahariano, con toda probabilidad un inmigrante que buscó en Egipto una salida laboral dentro de aquella cuadrilla de trabajadores de la construcción.
Esa singularidad evidente llevó incluso a sus captores a darle una oportunidad de salvar la vida, deduciendo que su religión sería probablemente otra que la de sus compañeros de trabajo. Así que le preguntaron, y su respuesta fue terminante: “Su Dios es mi Dios”. Todos eligieron la muerte, pero Ayariga lo hizo explícitamente, y por una fe que con toda probabilidad no había sido hasta entonces la suya y que apenas conocería.
Por no saber, ni siquiera estamos seguros qué edad tenía o de dónde venía Ayariga. La versión más extendida es que procedía de Ghana, un país con un 71% de cristianos, mayoritariamente pentecostales y de otras sectas protestantes, con solo un 13% de católicos. Otros apuntan que podría haber llegado de Chad.
Lo que sí sabemos con seguridad es que, en la hora de la prueba definitiva, eligió voluntariamente morir por Cristo, y que a él se le aplica la frase que Cristo pronunció desde la cruz dirigida al buen ladrón: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
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