Cortesía de la revista Magnificat:
VÍA CRUCIS
Antonio Lerma Salazar, SdJ
El autor es sacerdote de la congregación de los Siervos de Jesús. Ha ejercido su ministerio en México, Honduras y Alemania. Actualmente realiza su apostolado en Madrid, con especial dedicación al campo de la cultura.
1ª estación
Jesús es condenado a muerte
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 27,22-23.26
Pilato les dijo: «¿Qué haré entonces con Jesús, llamado el Cristo (Mesías)?» Todos respondieron: «¡Crucifícalo!» Y él les preguntó: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban aún más, diciendo, «¡Crucifícalo!» Entonces, él soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, se lo entregó para que lo crucificaran.
Pilato no quiere meterse en problemas a causa de Jesús, a quien hace poco declaró inocente. Con la turba embravecida y en creciente agitación, no se discute. Esta ha hablado: Jesús debe morir y, precisamente, a través de aquella ejecución reservada a los peores criminales: ser clavado en la cruz. Con facilidad nos indignamos ante la crueldad y la ceguera de la turba, olvidando que cada uno de nuestros pecados contiene en sí, muy en el fondo, la misma sentencia: Jesús debe morir. El corazón del Señor se estremece al ver ya próxima la muerte decretada por los pecadores. Mas la recibe como venida del Padre, porque corresponde al acuerdo de amor de la Trinidad que precedió a su venida al mundo. Amado Jesús: concédeme dar mi vida por ti antes que arrancártela por una sentencia inicua.
2ª estación
Jesús con la cruz a cuestas
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 27,27-31
Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y un caña en su mano derecha. Hincando la rodilla delante de él, le hacían burla, diciendo «¡Salve, Rey de los judíos!» Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas, y lo llevaron para crucificarle.
Los soldados romanos —por crueldad contra Jesús, pero también por odio a los judíos— hacen escarnio de la realeza de Jesús a través de una parodia. Esta locura y superficialidad es, sin embargo, incapaz de ensombrecer la verdad: él es Rey, y el más auténtico. Reina a través de la entrega de sí mismo por amor, hasta el extremo. Acto seguido le cargan con la cruz. Él la transformará en el trono desde el cual ejercerá su peculiar domino sobre el mundo. Jesús mío: cuando tenga que tomar el camino de la humillación, concédeme saber que no voy solo, sino que contigo subo de modo misterioso al trono de la gloria.
3ª estación
Jesús cae por primera vez
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Is 53,4-5
Ciertamente, él llevó nuestras dolencias y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y humillado. Mas él fue herido por nuestras rebeldías, molido por nuestros pecados; él soportó el castigo que nos trae la paz, y por sus llagas fuimos nosotros curados.
Ahora, Jesús, que veo cómo te desplomas bajo el peso de la cruz, viene a mi mente el recuerdo del primer pecado cometido con pleno consentimiento. Viene, al mismo tiempo, imponiéndose con más fuerza aún, el perdón sereno y vigoroso de aquella confesión, la primera verdaderamente sentida. Sufriste —más bien, llevaste a cabo— aquella caída para que yo pudiera alzarme fortalecido de aquel quebranto, triste dispendio de la gracia del bautismo. Gracia de la primera caída de Jesús: que por ti permanezca yo firme en medio de los golpes de la tentación.
4ª estación
Jesús se encuentra con su madre
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lc 2,34-35.51
Simeón les dio su bendición y le dijo a María: «Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a ser señal de contradicción, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones; y a ti una espada te atravesará el alma»… Su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón.
A través de la oración y el sacrificio, tu madre se hizo espiritualmente presente a lo largo de tu vida pública. En este momento también está allí, presente de modo físico. Ella es tu compañera, admirablemente asociada por el Padre a tu misión salvadora. Al mismo tiempo es siempre y sencillamente tu madre, la persona que más te ama en este mundo. Su amor y su compasión abren en su espíritu las mismas llagas que laceran tu cuerpo. Padre celestial: en nuestro sencillo camino de la cruz, también nos has dado como compañera y madre a la Santísima Virgen. Que de su mano subamos al monte de la entrega total.
5ª estación
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lc 23,26-27
Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo, incluso mujeres que se golpeaban el pecho, lamentándose por él.
Este hombre fue puesto por la Providencia como compañero de Jesús en esta etapa de su camino. Esta misión enorme, aunque breve, le sobrevino de pronto, de modo inesperado. Es posible que la asumiera de mala gana. Pero aquella cercanía a Jesús fecundó su corazón. Metió el hombro bajo la cruz, hombro a hombro con él, y este gesto, esta corta fatiga en el momento supremo de la historia, le valió ser recordado por todas la generaciones de cristianos. Amado Jesús: que yo reciba con espíritu de fe aquellos momentos incómodos a los que me conduce la Providencia. Enséñame a ser generoso.
6ª estación
Verónica enjuga el rostro de Jesús
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Is 53,2-3
Creció en su presencia como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida; no había en él belleza ni majestad alguna, su aspecto no lo hacía atrayente. Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento, como uno ante quien se oculta el rostro, fue despreciado y no le tuvimos en cuenta.
Señor, no apartaste el rostro ante insultos y salivazos, así como tampoco lo apartaste ante el gesto compasivo de esta mujer. Una y otra cosa vienen del Padre y están al servicio de tu obra salvadora. Acoges una y otra con amor. Enjuga tu rostro con un paño. Tu imagen dolorosa queda plasmada en él. Este es tu rostro, el verdadero rostro de Dios hecho hombre, el verdadero rostro del hombre lacerado por el odio y el pecado de la historia. Tú eres la verdadera imagen, vera icona del Dios invisible. A partir de este hecho, la tradición dará a esta mujer el nombre de Verónica. Dios mío: cuando me encuentre un rostro desfigurado y atravesado por el dolor, que sepa encontrar en él tu rostro, como lo hizo la Verónica.
7ª estación
Jesús cae por segunda vez
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lam 3,1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha soportado la miseria bajo la vara de su furor. Él me condujo y me hizo caminar por las tinieblas, y no por la luz… Cercó mis caminos con piedras talladas, entorpeció mis senderos. Partió mis dientes con un guijarro, me revolcó en la ceniza.
Esta caída que sufres, Señor, me hace tomar consciencia de la gravedad de mi reincidencia en el pecado. Ella te robó la energía del alma y del cuerpo. Dilapidé el don de tu misericordia, que me fue otorgado cada vez con la misma frescura y autenticidad con que brotó de tu Pascua. Perdón, Señor. Nuevamente perdón. Perseveras en el don de tu misericordia porque tienes esperanza de que me convierta. Has caído una segunda vez para enseñarme a levantarme de nuevo. Como fruto de este misterio, renueva en mí el propósito de enmienda.
8ª estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lc 23,27-29.31
Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Porque si con el leño verde hacen esto, con el seco ¿qué harán?»
En Jerusalén también hay gente que acompaña tu camino con una actitud compasiva. El evangelista destaca a las mujeres. Ellas están allí con una actitud típicamente femenina: la compasión de una madre, de una hija. En su corazón hay calidez. La recibes agradecido y al mismo tiempo te ves en la necesidad de evocar el destino que se cierne sobre Jerusalén, la destrucción de la ciudad y su templo en el año 70, y que afectará al delicado punto donde germina la vida: la madre y los hijos. Señor Jesús, suscita en mí una sana consciencia del pecado y de sus consecuencias.
9ª estación
Jesús cae por tercera vez
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lam 3,27-32
Es bueno para el hombre cargar con el yugo desde su juventud. Que permanezca solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone. Que ponga su boca sobre el polvo: ¡tal vez haya esperanza! Que ofrezca su mejilla al que lo golpea y se sacie de oprobios. Porque el Señor nunca rechaza a los hombres para siempre. Si aflige, también se compadece, por su gran misericordia.
¿Qué resonancia tendría en Pedro esta caída cada vez que la recordaba? Pedro, el discípulo, el amigo, se convierte en negador reincidente. Lo veo estremecerse y me estremezco yo como él. Tres negaciones suyas, tres caídas tuyas; tres veces la pregunta: ¿Me amas?, tres confesiones de amor, tres confirmaciones de la misión. Alzas a Pedro y me alzas también a mí. Al final, resuena el imperativo de seguirte por el camino que conduce a la cruz, camino de puro amor. Vocación de Pedro y, en mi pequeñez, también mi vocación. Cuando otro me ciña y me lleve a donde no quiero, ayúdame a decir sí.
10ª estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 27,33-36
Llegaron a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario» (que significa «lugar de la calavera»). Allí le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. Una vez que le crucificaron, se repartieron su ropa, echando suertes.
Señor, al venir al mundo te despojaste de tu rango, dejando a los pies de tu Padre las prerrogativas de tu condición divina. Buscabas una inmersión plena en la vida de los hombres. En comparación con aquel paso del seno del Padre al seno de María, parece muy poco este despojamiento de tus vestiduras. Y sin embargo, en este mundo, suele dejarse al hombre despojado la custodia del pudor del cuerpo. No te es permitido. Quedas desnudo. Que aprenda de ti a presentarme en pobreza y trasparencia ante ti y ante los hombres.
11ª estación
Jesús es clavado en la cruz
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 2735-36
Lo crucificaron y repartieron su ropa echando suertes. Y se sentaron a vigilarlo. Encima de la cabeza pusieron por escrito la causa de la condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos».
La sentencia es ejecutada. Extiendes tu cuerpo sobre la cruz y comienza la tortura. Tertuliano dirá: «La carne es el quicio de la salvación». Sobre tu carne se apoya nuestro paso del pecado a la salvación. Por tu carne, triturada por nuestros crímenes, nuestra carne ha sido curada de la enfermedad del pecado. Alzan la cruz y el dolor se acrecienta por tu propio peso. Señor, soy miembro de ese cuerpo que, en palabras de Pascal, padece agonía «hasta el fin del mundo». Concédeme que, cuando la vida me sumerja en el dolor y en la enfermedad, acepte completar en mi carne «lo que falta a tu pasión».
12ª estación
Jesús muere en la cruz
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jn 19,25-30
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Antes de morir nos entregas tu herencia con unas breves palabras. En el vértice de tu obra en la tierra, cuando el sacrificio está a punto de ser consumado, cuentas con tu Iglesia, representada por el discípulo amado, tu madre y las mujeres, y de manera especial cuentas con tu madre en cuanto tal y en cuanto «mujer». Con estas palabras, y con el don del «Espíritu, el agua y la sangre», María y la Iglesia han quedado enlazadas para siempre. Que con toda la Iglesia al pie de la cruz yo sepa acoger el Espíritu, el agua y la sangre.
13ª estación
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 27,55.57-58
Había allí, mirando a lo lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle… Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. Se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y Pilato ordenó que se lo dieran.
María se desprendió de ti cuando te dio a luz, de nuevo cuando emprendiste la vida pública, y muchas veces a lo largo de esta. Hoy se desprende definitivamente de ti para consentir que estés en la muerte. Una espada traspasa su alma y ella, por la gracia, convierte este acontecimiento en un sacrificio. Deseo, Padre, con tu gracia, tomar parte en este sacrificio. «Ea, madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, para que contigo llore».
14ª estación
Jesús es puesto en el sepulcro
- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
- Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Mt 27,59-61
José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
Tú, Señor, desde la oscuridad del seno materno pasaste un día a la luz de este mundo. A esta luz se han cerrado ahora tus ojos. La tumba es el seno abierto de la madre tierra. El sepulcro es nuevo —virgen, como el primer seno que te acogió— e igualmente oscuro. Tu madre deposita en él tu cuerpo, junto con aquella santa comitiva. Cuando la piedra rueda, la Madre dolorosa es como una navecilla que se abandona en el océano del amor y de los designios inescrutables del Padre. Madre, que a tu lado reciba yo la gracia de velar en la fe, en el silencio del Sábado Santo.
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Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al mundo🙏🙏🙏
Muchas gracias, me ha parecido un Via Crucis precioso, con unas santas meditaciones.