Al otro lado del cedrón

jueves santo lavatorio pies
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(Cortesía de la revista Magníficat)

Teresa Martínez Espejo

Lucrecio Serrano Pedroche

 

Este matrimonio pertenece a la Familia Eucarística Reparadora, que integra los distintos movimientos fundados por san Manuel González, el Obispo de los Sagrarios Abandonados, el Obispo de la Eucaristía, y colabora de la revista El Granito de Arena.

Jesús sabía que lo iban a matar. Su entrada triunfal en Jerusalén, a lomos de un borriquillo, había empeorado el ambiente en su contra. Los gritos de la muchedumbre aclamándolo como rey, hijo de David, que venía a liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de los romanos aún resonaban en sus oídos como un anticipo de su condena a muerte. Todo sucedió el pasado domingo, cuando la gente enarbolaba a su paso ramos de olivo y extendía en el camino las ramas de los árboles. Él no era el Mesías que esperaban, porque su reino no es de este mundo.

Por eso encargó a sus discípulos que prepararan una cena que, además de Pascua, sería una cena de despedida. «Encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidlo. Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparad allí la cena». Ayer mismo, martes, había arrojado a los mercaderes del templo, convertido en una cueva de ladrones. Ponía en riesgo el negocio de la clase dirigente. Y sabía que la clase dirigente judía, los saduceos, estaba tramando su inminente muerte en la cruz.

La cena de este jueves tenía que ser singular, especial. Era la última cena que Jesús, el Galileo, el hijo de José (ya fallecido) y María, Jesús de Nazaret, iba a celebrar en este su corto paso por la vida, su corta vida de apenas treinta y pocos años como profeta itinerante, pero a su vez Hijo de Dios que cumplía el mandato del Padre de dar a conocer su mensaje de amor y redención. Su mensaje más allá del final, clavado en una cruz.

Así, cada Jueves Santo, la abuela Teresa nos convoca a la mesa y cada año nos cuenta la misma historia. «Abuela, el discurso», gritan a la vez los pequeños, y la abuela concluye diciendo que hoy es el día de la celebración del amor, para pedirle a Dios, si así lo quiere, un año más para querernos.

En aquella cena del jueves se humilló ante los suyos, desconcertados ante la actitud inusual del Maestro, lavándoles los pies. Perdonó y descontó por anticipado la traición de un beso, el beso de Judas. Todo estaba ocurriendo en aquella habitación reservada para Jesús y sus doce apóstoles. Y en el salón de al lado también estaban sin duda sus seguidores por toda la geografía de Palestina, hombres y mujeres, y también estaba María, la madre, por si tal vez faltase el vino. ¡Esta cena le recordaba a María aquella otra comida de las bodas en Caná! Ya había llegado la hora.

Lo más sorprendente de todo es que, en el transcurso del banquete pascual, Jesús da a comer el pan partido y dice que es su Cuerpo; y da a beber de su copa de vino y dice que es su Sangre. El Cordero sacrificado para la redención y salvación del mundo entero. Ninguno de los doce entiende nada. Menos aún lo entienden cuando Jesús, su Maestro, los invita a que sigan haciendo lo mismo en conmemoración suya. No cabía todavía en su mente ni la institución de la Eucaristía ni la institución del sacerdocio. Será después cuando lo entiendan todo, cuando Jesús resucitado les diga en este mismo sitio: «Como el Padre me envió, yo también os envío».

Comienza a caer la noche. Todos abandonan finalmente la mesa. Solo Jesús es consciente del destino que le espera y hacia él se encamina. Jesús se dirige con sus apóstoles a orar al monte de los Olivos, su lugar preferido, situado al otro lado del torrente Cedrón. Es un río de poca corriente, que termina en el Mar Muerto. Cuando lo está atravesando, el río saca fuera su pecho y le grita: Jesús, no lo hagas, es una locura, es una locura. Jesús aprieta con fuerza los dientes y con las manos se tapa los oídos. 

Nosotros nos dirigimos a los oficios del Jueves Santo, a nuestra parroquia, al lado de casa. Vamos con nuestra miseria, nuestras incertidumbres, nuestra congoja y también con la confianza en Dios. Así es nuestra vida, un corto tiempo de claroscuros, pesares y alegrías, pero siempre esperando en la misericordia de Dios. La esperanza en Dios.

Y todos duermen. Todos estamos dormidos. Únicamente Jesús vela en el duelo, en la lucha, en la agonía que mantiene consigo mismo y con el Padre. «¿No habéis podido velar una hora conmigo?» Con qué frecuencia caminamos no solo de espaldas a Dios, sino sin Dios. Ideologismo narcotizante, egoísmo devastador, hedonismo mortífero. El hombre ha nacido para amar y ser amado, lo demás sobra, solo Dios basta. En el amor reside la felicidad. Déjanos, Jesús, pasar a la otra orilla, al otro lado del Cedrón, para acompañarte en la decisión más sublime de amor: morir porque nos quieres y, porque nos quieres, quedarte con nosotros entre las cuatro paredes luminosas de un Sagrario. Déjanos orar contigo: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya».

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Comentarios
5 comentarios en “Al otro lado del cedrón
  1. Nuestro Señor instituyó la Eucaristía y luego vino el Papa Francisco ha defender la consubstanciación (catequesis del 29 de marzo).

  2. En cada misa estamos todos presentes en esa última cena. Y después en el Calvario acompañando a nuestro Señor JesuCristo mientras bebe esa cuarta copa del Pesaj. La copa de la «consumación» de la promesa. Esa copa que Pedro quería evitar que Cristo bebiera porque pensaba como hombre, como nosotros muchas veces también pensamos, pq desconocemos los planes de Dios.
    Pero aquellos apóstoles aún sin saber, sin entender, confiaron en Jesús, reposaron en Él,y en Él se abandonaron.

    Hoy es Jueves Santo y todos los cristianos, en nuestra diversidad, acompañamos a nuestro Cristo a beber esa cuarta copa. Todos le amamos y a todos nos ama.

    Que el silencio sea hoy el perfume que acompañe a nuestro Señor en nuestros corazones. Que nada estorbe ese respeto hacia Él. Que no cobijemos pensamientos ajenos a eso, ni críticas, ni resentimientos, ni nada q le reste protagonismo a nuestro Rey. Sólo silencio.

    Unidos en este triduum Pascual 🙏

    1. Ya está otra vez la autoproclamada sacerdota con sus aburridas homilías heréticas, tratando de provocar, como buen troll. En la Misa nadie está presente en ninguna cena: ni en la última, ni en la primera. Deje ya de tomar lo que tome (me da a mí que no necesita ni la cuarta copa, ni las anteriores que se haya tomado) y de contarnos sus viajes astrales en el tiempo. ¡Es que no respeta ni el Jueves Santo!

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