Naamán, los nazarenos y los alemanes

Naamán
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(George Weigel/First Things)-Parafraseando a Oscar Wilde, la vida litúrgica de la Iglesia imita a menudo al arte al ser sorprendentemente apropiada para un momento concreto.

Así sucedió el lunes de la tercera semana de Cuaresma de 2023, un día en que las Escrituras de la liturgia eucarística nos invitan a reflexionar sobre el mayor de los pecados capitales, la soberbia, a través de la historia de Naamán, el general sirio, y el enfrentamiento de Jesús con sus compañeros nazarenos. Este año, el tercer Lunes de Cuaresma sucedió inmediatamente a la reunión de clausura del «Camino Sinodal» alemán. Y aunque hay muchas razones por las que el catolicismo institucional alemán se precipita hacia la apostasía, y puede despeñarse hacia el cisma, el orgullo es sin duda una de ellas.

Naamán busca una cura para su lepra en el «hombre de Dios», Eliseo, sucesor de Elías como «profeta en Israel» (2 Reyes 5:8). El sirio está dispuesto a hacer un viaje largo y difícil para conseguir lo que busca. Está dispuesto a compensar al profeta por la curación con oro y plata. Pero cuando Eliseo le dice que se bañe siete veces en el Jordán, Naamán se resiste. ¿Por qué iba a tener ese insignificante arroyo israelita más poder curativo que los grandes ríos de Damasco? Está a punto de volver a casa enfadado cuando sus criados le ruegan que se bañe en el Jordán, argumentando que, ya que habría hecho algo difícil si el profeta se lo hubiera pedido, ¿por qué no hacer algo fácil?

Naamán se baña siguiendo las instrucciones de Eliseo, se cura y luego declara: «Reconozco ciertamente que no hay otro Dios en toda la tierra sino el Dios de Israel» (2 Reyes 5, 15). El orgullo de Naamán había sido el obstáculo para su curación y, en última instancia, para su fe en el único Dios verdadero.

La lectura del Evangelio del tercer lunes de Cuaresma ofrece a la Iglesia un paralelismo neotestamentario con la historia de Naamán y Eliseo. Justo antes del pasaje del Evangelio de San Lucas leído ese día, Jesús había tomado el rollo del profeta Isaías un sábado en la sinagoga de su ciudad natal, había leído sobre el que «promulgaría el año de gracia del Señor», había declarado que «hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír», y se había ganado los elogios de todos, «que daban testimonio en favor de él» (Lucas 4, 20-22). Sin embargo, el ambiente cambia rápidamente, y el relato que se lee el tercer lunes de Cuaresma muestra una cara distinta de los nazarenos.

Pues, en su orgullo, empiezan a preguntarse por este advenedizo. ¿No es el hijo de José, un carpintero? ¿Quién se cree que es? ¿Y qué clase de mesías es éste? Teníamos en mente algo diferente, algo mejor. Así que expulsan a Jesús de Nazaret y están a punto de arrojarlo desde un promontorio cuando, «pasando por medio de ellos, se marchó» (Lucas 4:30). El orgullo, una vez más, ha sido un obstáculo para la fe. Nosotros, los nazarenos, sabemos qué tipo de mesías debería haber enviado Dios, igual que Adán y Eva, en su orgullo, pensaban que sabían más que Dios sobre lo que era bueno y malo, haciendo gala de una arrogancia que los expulsó del paraíso en Génesis 3.

Cuando el Camino Sinodal alemán declara que sabe más que Dios sobre lo que constituye una vida recta, la felicidad y la bienaventuranza final -que es lo que hace el Camino Sinodal cuando rechaza la antropología bíblica del Génesis 1 y abraza la ideología de género y la agenda LGBTQ-, los alemanes se comportaron exactamente como Adán y Eva, Naamán antes de su conversión y los nazarenos. Cuando el Camino Sinodal alemán respalda una especie de sistema parlamentario de gobierno eclesiástico en desafío al orden que Cristo mismo estableció para su Iglesia, los alemanes estén haciendo precisamente lo que han hecho todos los pecadores orgullosos desde Adán y Eva hasta el leproso Naamán y los despreciativos nazarenos: rechazar la revelación divina. De ahí la notable e ingeniosa simetría de esas lecturas para el lunes de la tercera semana que sigue inmediatamente a la conclusión del Camino sinodal alemán, que deconstruía el catolicismo en nombre de la cultura supuestamente superior de hoy en día.

Unos meses después de que Juan Pablo II publicara su encíclica de 1993 sobre la reforma de la teología moral católica, Veritatis Splendor, se publicó un libro de comentarios sobre ese texto -todos negativos- a cargo de teólogos alemanes. El editor del libro escribió en el prólogo que el libro se publicaba porque Alemania tenía una responsabilidad especial en lo que a teología en la Iglesia católica se refiere. A lo que uno puede preguntar: «¿Quién lo dice? ¿Cuándo fue esa elección?».

Ese es el tipo de orgullo que llevó a muchos teólogos alemanes a considerar al brillante Juan Pablo II como un eslavo premoderno y reaccionario, que no estaba a la altura de sus ilustrados estándares. Ese mismo orgullo ha colonizado y corrompido completamente el Camino Sinodal alemán.

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Comentarios
7 comentarios en “Naamán, los nazarenos y los alemanes
  1. De acuerdo con el mensaje de este artículo (cómo no). Pero los ejemplos que pone los veo artificiosos. Quiero decir: la actitud de Natán (despreciando un riachuelito) y la del público de la sinagoga (¿va a ser el Mesías el hijo del carpintero?), humanamente son muy comprensibles (¿quién puede asegurar que no hubiera dicho lo mismo, dado el caso?). El desprecio de los obispos alemanes a todo un Papa, al sucesor de Pedro, es orgullo puro y duro y soberbia bestial. Los ejemplos bíblicos que pone Weigel no sirven (se quedan cortísimos). Los obispos aquí desprecian a su superior, a su «jefe» directo.
    Admiro al autor, pero aquí creo que ha caído en un alarde de conocimiento bíblico que no venía a cuento.

    1. Amalia no se entera usted de nada. Bergoglio piensa muy muy parecido de los alemanes, solo que quiere que se haga mas despacio. Los alemanes lo quieren todo y ya. Que Dios le conserve el oido porque lo de la vista me da que ya no es recuperable.

  2. “Unos meses después de que Juan Pablo II publicara su encíclica de 1993 sobre la reforma de la teología moral católica, Veritatis Splendor, se publicó un libro de comentarios sobre ese texto -todos negativos- a cargo de teólogos alemanes. El editor del libro escribió en el prólogo que el libro se publicaba porque Alemania tenía una responsabilidad especial en lo que a teología en la Iglesia católica se refiere. A lo que uno puede preguntar: «¿Quién lo dice? ¿Cuándo fue esa elección?».”

    Veritatis Splendor no supuso ninguna reforma de la teología moral, sino la aclaración de algunos puntos que estaban siendo puestos en duda (como los actos intrínsicamente malos).

    La segunda parte de la cita recuerda al heresiarca Lutero, que dijo que había que germanizar las escrituras, de ahí su libre (y pésima) traducción.

  3. Si pones a pastar en el mismo campo caballos y yeguas con burros y burras, y no hay alguien que los vigile, es inevitable que tengas mulas. Es lo que ha ocurrido en los países con mayor presencia de protestantes. La ruina de la iglesia empezó en el CV II por la influencia de los obispos alemanes, belgas, y holandeses; y de los teólogos, sus asesores, de los países que han vivido en contacto estrecho con el protestantismo [Ratzinger y Karl Rahner (alemanes); Congar y Lubac (Franceses); Schillebeeckx y Chenu [(belgas). Chenu, era francés de nacimiento, pero , rector de una facultad de teología en Bélgica]; Urs von Balthasar y Hans Küng (suizos).
    Los alemanes son los más peligrosos de todos, porque Martín Lutero, independientemente de sus creencias religiosas, es considerado por ellos el padre de la nación alemana.

    1. No solo harán guiños a su doctrina (al propio Karl Rahner lo escuchó el Cardenal Bea decir que esta vez los protestantes no cometerían el mismo error, y se quedarían dentro de la Iglesia), sino que admiran en él el haberse enfrentado al emperador y al papado.

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