(Riccardo Cascioli/La nuova bussola quotidiana)-El periódico oficial del Vaticano lanza un ayuno de combustibles fósiles, considerados ahora como «estiércol del diablo», para la Cuaresma, llamando a los católicos a la «conversión ecológica». En realidad, se trata del patrocinio descarado de fondos de inversión especializados en energías renovables.
Inicialmente muchos pensaron que se trataba de una broma de una web satírica, pero resulta que era cierto: en su edición del 20 de febrero, L’Osservatore Romano dedicaba dos páginas -relanzadas con un tuit y amplias páginas de «ecología verde»- a la invitación a vivir la Cuaresma ayunando de gas y combustibles fósiles. Quienes pensaban legítimamente que se trataba de una broma, evidentemente no se dan cuenta de que la realidad de la deriva ecológica de la Iglesia hace tiempo que superó cualquier límite imaginable. Así, las recetas mágicas se hacen pasar por ciencia, la ideología por fe y el comportamiento irracional por virtud moral.
Y así llegamos a las dos páginas del Osservatore, en las que hay tres artículos a los que se añaden dos noticias sobre catástrofes meteorológicas sólo para confirmar la idea de que estamos en tiempos de emergencia climática. Aunque la atención es captada con razón por el curioso llamamiento al ayuno de gas y combustibles fósiles, al leer los tres artículos uno se da cuenta de que el verdadero centro de la operación editorial del diario vaticano es en realidad el patrocinio financiero. De hecho, culmina con una entrevista al gestor de un fondo de inversión creado específicamente para la gestión del ahorro ecológico, en el que -por supuesto- deberían converger los católicos de «conversión ecológica». Antes, un artículo anterior en el que se ensalzaban las maravillas de la economía ‘verde’, concluía con la necesidad de que los pequeños ahorradores católicos también apuesten por las inversiones ‘verdes’, incluidos los institutos religiosos que incluso -sugiere el experto- podrían estar obligados a ello en virtud del Código de Derecho Canónico (canon 1284).
Pero la pieza central es sin duda la entrevista con Cecilia Dall’Oglio, líder del Movimiento Laudato Si, que -leemos en la página de presentación del sitio- está directamente «guiado por el Espíritu Santo» para reunir a diferentes organizaciones católicas de todo el mundo en un camino de «conversión ecológica». El título de la entrevista podría inducir a error: «Cuaresma: un tiempo para desprenderse de los fósiles». Y uno podría preguntarse: ¿Qué tienen que ver las ammonitas, los gasterópodos y otros restos de animales prehistóricos con las inversiones «verdes»? En realidad se refieren a los combustibles fósiles, pero para ahorrar espacio además de energía, han dejado solo el adjetivo.
En cualquier caso, de la entrevista se desprende claramente que los combustibles fósiles han arrebatado al dinero el título de «estiércol del diablo». Aquí también se insiste mucho en la desinversión en combustibles fósiles, un compromiso que ya han asumido «350 instituciones católicas» por valor de «entre 10.000 y 20.000 millones de dólares». Claro que aquí, para muchos, la verdadera noticia es que hay miles de instituciones católicas que tienen tanto dinero para invertir. Sin embargo, también nos enteramos de que apoyar la transición ecológica, cambiando las inversiones, es un «esfuerzo sinodal» que ya implica a muchas asociaciones y movimientos, desde la Acción Católica hasta el Movimiento de los Focolares, pasando por instituciones como la Alta Scuola Impresa e Società de la Università Cattolica del Sacro Cuore y órdenes religiosas como la Provincia Euromediterránea de los jesuitas. Pero el compromiso debe concernir también a los individuos, a las familias, que deben escuchar el «grito de la Tierra» y el «grito de los pobres», y por tanto cambiar los estilos de vida, limitando en primer lugar el uso de la calefacción: el «ayuno de gas» debe ser en esta clave una forma de proteger el medio ambiente y de «desfinanciar la economía de guerra», en referencia a lo que está sucediendo en Ucrania.
La cuestión, sin embargo, va mucho más allá del conflicto actual; se acusa a la propia «economía extractiva», «causa de conflictos sangrientos y de la devastación del medio ambiente». Y aquí conviene detenerse, porque estas afirmaciones, que ya se han convertido en habituales, revelan hasta qué punto este amor por el medio ambiente es fruto de mucha ideología y poca realidad. Estos nuevos paganos, que ahora constituyen el pensamiento dominante incluso en la Iglesia, creen y hacen creer que bastaría con dejar de utilizar el petróleo y el gas para acabar con la extracción del subsuelo. Evidentemente, piensan que la energía solar y eólica -a la que quieren que nos convirtamos rápidamente- es posible de forma casi mágica, todo ello sin excavar y sin ensuciar.
A este respecto, es útil leer el breve ensayo de Giovanni Brussato, ingeniero de minas, contenido en el libro «Diálogos sobre el clima – Entre emergencia y conocimiento» (editado por Alberto Prestininzi, Rubbettino editore). El título del ensayo es ya una frase: “¿Economía verde? Preparémonos para excavar”. La razón es sencilla: si hacemos caso a un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) de mayo de 2021 y al calendario que quiere imponer para llevar la energía solar y eólica al 36% de la potencia total instalada en 2050 (lejos, por tanto, de eliminar los combustibles fósiles), será necesario construir al menos 19.000 grandes parques «solares» de 1 GW de potencia en los próximos 25 años (actualmente hay muy pocos de este tamaño en el mundo). Pues bien, que se sepa que para construir una sola (repito: una sola) de estas plantas se necesitan: 30 mil toneladas (t) de aluminio, 5 mil t de cobre, más de 200 mil t de hormigón, más de 100 mil t de acero, 46 mil t de vidrio, «así como cientos de toneladas de otros metales como níquel, cromo, molibdeno o titanio», y varios metales específicos.
Peor aún es captar la energía del viento. Una sola turbina eólica de 5 MW (hacen falta 200 para llegar a 1 GW) «pesa unas 900 t en total, además de más de 2.500 t de hormigón. Para construirlo se necesitan 750 t de acero y mineral de hierro; 35 t de fibra de vidrio; 25 t de zinc; 1,5 t de níquel; además de muchos otros metales raros». No hablemos de los minerales necesarios para las baterías de los coches eléctricos, en los que no entraré aquí.
Que quede claro, sin embargo, que para hacer realidad los sueños de quienes escuchan el «grito de la Tierra», habrá que multiplicar las minas y refinar las tecnologías para excavar cada vez más hondo y hacer frente a la enorme demanda de minerales. Baste decir que «aspiramos a extraer en los próximos 25 años tanto cobre como en los 5.000 años anteriores». Tampoco hay que olvidar que para extraer todos estos minerales hace falta energía, mucha energía, y que los lugares donde se extraigan estos recursos presentarán muchos más problemas geopolíticos que el gas y el petróleo.
Es una demostración más de que el ecologismo es una amenaza real para el medio ambiente, y de que estos ecologistas de sacristía, al menos durante la Cuaresma, harían mejor en dedicarse a una sana lectura de los Padres de la Iglesia. Quién sabe, quizá aprendan que el cuidado de la Creación nace de nuestra íntima relación con el Creador.
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