Francisco: «La cuaresma es el tiempo favorable para convertirnos»

Francisco miércoles de ceniza (Vatican Media)
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El Papa Francisco presidió ayer la Misa del Miércoles de Ceniza.

El Papa y los cardenales participantes, entre los que se encontraba el cardenal Becciu, salieron en procesión desde la iglesia de san Anselmo hasta la Basílica de Santa Sabino, donde tuvo lugar la celebración eucarística.

El Santo Padre dijo en la homilía que «la Cuaresma ciertamente es el tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita escondido entre las cenizas de nuestra frágil humanidad».

«La Cuaresma es un tiempo de verdad para quitarnos las máscaras que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para luchar, como nos ha dicho Jesús en el Evangelio, contra la falsedad y la hipocresía», agregó el Pontífice.

Esta vez sí, el Papa Francisco invitó a los fieles durante esta Cuaresma a cumplir y vivir la limosna, la oración y el ayuno.

Les ofrecemos la homilía completa de Francisco en el Miércoles de Ceniza:

«Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación» (2 Co 6,2). Con esta expresión, el apóstol Pablo nos ayuda a entrar en el espíritu del tiempo cuaresmal. La Cuaresma ciertamente es el tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita escondido entre las cenizas de nuestra frágil humanidad. Volver a lo esencial. Es el tiempo de gracia para llevar a cabo lo que el Señor nos ha pedido en el primer versículo de la Palabra que hemos escuchado: «Vuelvan a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Volver a lo esencial, que es el Señor.

El rito de la ceniza nos introduce en este camino de regreso, nos invita a volver a lo que realmente somos y a volver a Dios y a los hermanos.

En primer lugar, volver a lo que realmente somos. La ceniza nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos, nos reconduce a la verdad fundamental de la vida: sólo el Señor es Dios y nosotros somos obra de sus manos. Esta es nuestra verdad. Nosotros tenemos la vida mientras que Él es la vida. Él es el Creador, mientras nosotros somos frágil arcilla que se moldea en sus manos. Nosotros venimos de la tierra y necesitamos del Cielo, de Él. Con Dios resurgiremos de nuestras cenizas, pero sin Él somos polvo. Y mientras inclinamos la cabeza, con humildad, para recibir las cenizas, traigamos a la memoria del corazón esta verdad: somos del Señor, le pertenecemos. Él, en verdad, «modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida» (Gn 2,7), es decir, existimos porque Él ha exhalado el aliento de la vida en nosotros. Y, como Padre tierno y misericordioso, Él también vive la Cuaresma, porque nos desea, nos espera, aguarda nuestro regreso. Y siempre nos anima a no desesperar, incluso cuando caemos en el polvo de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, porque «Él conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo» (Sal 103,14). Escuchémoslo de nuevo: Él sabe muy bien que no somos más que polvo. Dios lo sabe. Nosotros, sin embargo, muchas veces lo olvidamos, pensando que somos autosuficientes, fuertes, invencibles sin Él; usamos maquillaje para creernos mejores de lo que somos. Somos polvo.

La Cuaresma es por tanto el tiempo para que recordemos quién es el Creador y quién la criatura; para proclamar que sólo Dios es el Señor; para desnudarnos de la pretensión de bastarnos a nosotros mismos y del afán de ponernos en el centro, de ser los primeros de la clase, de pensar que sólo con nuestras capacidades podemos ser protagonistas de la vida y trasformar el mundo que nos rodea. Este es el tiempo favorable para convertirnos, para cambiar la mirada antes que nada sobre nosotros mismos, para vernos por dentro. Cuántas distracciones y superficialidades nos apartan de lo que es importante. Cuántas veces nos centramos en nuestros deseos o en lo que nos falta, alejándonos del centro del corazón, olvidándonos de abrazar el sentido de nuestro ser en el mundo. La Cuaresma es un tiempo de verdad para quitarnos las máscaras que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para luchar, como nos ha dicho Jesús en el Evangelio, contra la falsedad y la hipocresía. No las de los demás, sino las nuestras; mirarlas a la cara y luchar.

Pero hay también un segundo paso: la ceniza nos invita a volver a Dios y a los hermanos. De hecho, si volvemos a la verdad de lo que somos y nos damos cuenta de que nuestro yo no es autosuficiente, entonces descubrimos que existimos gracias a las relaciones, tanto la originaria con el Señor como las vitales con los demás. Así, la ceniza que hoy recibimos en la cabeza nos dice que cada presunción de autosuficiencia es falsa y que idolatrar el yo es destructivo y nos encierra en la jaula de la soledad; mirarse al espejo imaginando ser perfectos, imaginando ser el centro del mundo. Nuestra vida, sin embargo, es sobre todo una relación; la hemos recibido de Dios y de nuestros padres, y siempre podemos renovarla y regenerarla gracias al Señor y a aquellos que Él ha puesto junto a nosotros. La Cuaresma es el tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones con Dios y con los demás; para abrirnos en el silencio a la oración y a salir del baluarte de nuestro yo cerrado; para romper las cadenas del individualismo y del aislamiento y redescubrir, a través del encuentro y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volver a aprender a amarlo como hermano o hermana.

Hermanos y hermanas, ¿cómo realizar todo esto? Para completar este camino —volver a lo que realmente somos y volver a Dios y a los demás— se nos invita a recorrer tres grandes vías: la limosna, la oración y el ayuno. Son las vías clásicas, no se necesitan novedades en este camino. Lo dijo Jesús y está claro: la limosna, la oración y el ayuno. Y no se trata de ritos exteriores, sino de gestos que deben expresar una renovación del corazón. La limosna no es un gesto rápido para limpiarse la conciencia, para compensar un poco el desequilibrio interior, sino que es un tocar con las propias manos y con las propias lágrimas los sufrimientos de los pobres; la oración no es ritualidad, sino diálogo de verdad y amor con el Padre; y el ayuno no es un simple sacrificio, sino un gesto fuerte para recordarle a nuestro corazón qué es lo que permanece y qué es lo pasajero. Jesús nos hace «una advertencia que conserva también para nosotros su validez saludable: a los gestos exteriores debe corresponder siempre la sinceridad del alma y la coherencia de las obras. En efecto, ¿de qué sirve […] rasgarse las vestiduras, si el corazón sigue lejos del Señor, es decir, del bien y de la justicia?» (Benedicto XVI, Homilía miércoles de ceniza, 1 marzo 2006). Muchas veces, sin embargo, nuestros gestos y ritos no tocan la vida, no son auténticos, quizás los hacemos sólo para que los demás nos admiren, para recibir el aplauso, para atribuirnos el crédito. Recordemos que en la vida personal, como en la vida de la Iglesia, lo que cuenta no es lo exterior, los juicios humanos y el aprecio del mundo; sino sólo la mirada de Dios, que lee el amor y la verdad.

Si nos ponemos humildemente bajo su mirada, entonces la limosna, la oración y el ayuno no se quedan en gestos exteriores, sino que expresan quiénes somos verdaderamente: hijos de Dios y hermanos entre nosotros. La limosna, la caridad, manifestará nuestra compasión con quien está necesitado, nos ayudará a volver a los demás; la oración dará voz a nuestro íntimo deseo de encontrar al Padre, haciéndonos volver a Él; el ayuno será una gimnasia espiritual para renunciar con alegría a lo que es superfluo y nos sobrecarga, para ser interiormente más libres y volver a lo que realmente somos. Encuentro con el Padre, libertad interior, compasión.

Queridos hermanos y hermanas, inclinemos la cabeza, recibamos la ceniza, aligeremos el corazón. Pongámonos en camino por medio de la caridad: nos han dado cuarenta días favorables para recordarnos que el mundo no se cierra en los estrechos límites de nuestras necesidades personales y para redescubrir la alegría, no en las cosas que se acumulan, sino en el cuidado de aquellos que se encuentran en la necesidad y en la aflicción. Pongámonos en camino por medio de la oración: se nos otorgan cuarenta días favorables para dar a Dios la primacía de nuestra vida, para volver a dialogar con Él de todo corazón, no en ratos perdidos. Pongámonos en camino por medio del ayuno: se nos ofrecen cuarenta días favorables para reencontrarnos, para frenar la dictadura de las agendas siempre llenas de cosas por hacer; de las pretensiones de un ego cada vez más superficial y engorroso; y de elegir lo que de verdad importa.

Hermanos y hermanas, no desperdiciemos la gracia de este tiempo santo. Fijemos nuestra mirada en el Crucificado y caminemos. Respondamos con generosidad a las llamadas fuertes de la Cuaresma. Y al final del trayecto encontraremos con más alegría al Señor de la vida; lo encontraremos a Él, al único que nos hará resurgir de nuestras cenizas.

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Comentarios
8 comentarios en “Francisco: «La cuaresma es el tiempo favorable para convertirnos»
  1. Francisco habla de la «coherencia de las obras», y eso es lo que a él le falta.
    A Francisco le hace falta convertirse para ser misericordioso con los no nacidos, con los que son víctimas de la ideología de género, y con los que no piensan como él.
    Francisco debe abandonar la dictadura de la Agenda 2030, y debe abrazar la fidelidad a la enseñanza de sus predecesores.
    Mientras el argentino no cambie, sus discursos son palabrería vacía.
    Y la verdad, pienso que Francisco acabará la Cuaresma igual que la empezó.

    1. Perdóname apreciado sacerdote católico,pero esta vez no me parece bien tu comentario, por lo menos esta vez no aparece la palabra sinodal, ni sinodalidad ni proselitismo.
      A ver si está cuaresma todos dejamos a un lado nuestra soberbia y vemos las cosas positivas de los demás, aunque a algunos les parezcan pocas

    2. Lo que pasa es que como «buen» argentino es peronista, y como es peronista dice lo que no hace, como buen peronista es aliado del progresismo, y como buen progre mando cerrar los seminarios más fructíferos en su tierra por el solo hecho de ser tradicionalistas y acusarlos falsamente de desobedientes cuando muchos seminaristas se negaron a recibir a Jesús Eucaristía en la mano, apoyado por sus obispos lame botas.

  2. ¿Y qué significa la palabra «conversión»?
    Porque eso de convertirse a la única religión verdadera porque fuera no hay salvación es preconciliar y ya no se lleva. ¿Qué significará?¿Conversión de cada uno a la religión de su conciencia, no? Pues qué bien: «Con-versión» para el modernista significa: cada uno con su versión.
    Al diccionario de modernismo-católico va a ir.

  3. Convertere: transformar, hacer distinto. Creo que cada uno debe de dejarse transformar por Cristo y seguir un camino nuevo, que es ya de sobra conocido, pero es a su vez novedoso.
    Dios es Amor y de cada uno sacará lo mejor de sí y andará a su encuentro. Ahora pienso en el drama del aborto y digo como muchos católicos y no católicos – lo que sea: ateos, luteranos… – que hay que evitarlo, porque atenta contra el derecho más fundamental de todos: el derecho a la vida, a ser. Porque es tan fundamental ese derecho, el derecho a la vida, que cualquier persona con un ´mínimo de sentido común, cualquier científico que honre a su profesión, debe de decir: NO AL ABORTO.
    SE deben de unir todas las personas de bien, sean del color que sean, en la defensa de la vida.
    Hay dos víctimas: la madre y el hijo no nacido, que Dios en su misericordia acogerá en su seno, estoy seguro de ello.

    1. «Hay dos víctimas: la madre y el hijo no nacido»

      Como con el terrorismo, ¿no? Hay dos víctimas: el terrorista y la persona a la que asesina.

      O como con un asesino en serie; hay dos víctimas: el asesino en serie y cualquiera de las muchas personas a las que asesina.

      O como con un ladrón; hay dos víctimas: el ladrón y la persona a la que el ladrón roba.

      O como con sus comentarios; hay dos víctimas: el autor de los disparates (usted) y cada lector que tiene que sufrir tanto despropósito.

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