Seamos creyentes o no creyentes, todos tenemos algo importante en común, y es el uso de la razón. Es cierto que muchas veces la razón se ve ofuscada por los prejuicios, por los apriorismos, pero debo entender que la mayoría de los que lean esto serán probablemente capaces de razonar con cierta lógica, y en base a ese supuesto me dirijo a ellos.
Creo que todos podemos llegar a concluir que no somos dioses, que por lo tanto nuestro conocimiento es limitado y sujeto a error – puesto que quien se considere libre de limitación y error está haciendo un dios de sí mismo –, y en base a esta constatación deberíamos estar dispuestos a admitir la posibilidad de estar equivocados o, dicho de otro modo, de que otros estén más cerca de la verdad que nosotros.
Si eso es así, la buena lógica requiere de nosotros cierta prudencia ante las opiniones que rechazamos, cierta capacidad de preguntarse: “¿y si fuera así?”, y en base a tal interrogante analizar las consecuencias que tendría para nosotros esa eventualidad.
Pasando a lo concreto: vivimos en un mundo que, a diferencia de lo que ha venido sucediendo a lo largo de la historia, cree únicamente en lo que puede ver y tocar, un mundo que, a lo largo de los últimos tres siglos y medio, se ha vuelto completamente materialista, rechazando por tanto toda realidad ajena a lo material, un mundo sin Dios.
Pero analicemos las posibles consecuencias. Todos morimos, y eso nadie puede negarlo. La diferencia fundamental entre un creyente y un no creyente estriba en lo que nos espera (o no) tras la muerte. Para el no creyente, la muerte es un final absoluto, un paso a la nada. Para el creyente, por el contrario, es un paso a otra vida cuya, digamos, “calidad” va a depender de nuestro comportamiento en esta.
Un no creyente, a pesar de esperar sumirse en la nada, puede adoptar en esta vida, por planteamientos humanitarios, una postura ética que determine los límites de su conducta, pero es muy frecuente, especialmente hablando del colectivo – como podemos comprobar en nuestra sociedad – que un gran número de no creyentes decida que no tiene sentido una ética limitativa ya que, en definitiva, a todos nos espera lo mismo, vivamos como vivamos, por lo que es mejor no poner ningún límite a los deseos.
Es cierto que un creyente puede decidir también prescindir de toda ética (o de toda moral), y la constatación es, por desgracia, evidente, pero si es realmente creyente, no puede tomar esa decisión sin incurrir en una grave contradicción que terminará, de un modo u otro, atormentando su conciencia.
¿Y qué es lo que nos jugamos, en un caso o en otro? Para el no creyente, no hay nada en juego, pues el final es el mismo para todos. Para el creyente, sin embargo, lo que se juega es de la máxima importancia, puesto que se trata de una eternidad feliz o infeliz y atormentada, y la diferencia es abismal.
¿Y de qué depende, para el creyente, la diferencia abismal entre esas dos eternidades en juego? Puesto que es Dios, para ese creyente, quien pone las reglas del juego, la diferencia dependerá del cumplimiento o incumplimiento de las leyes dictadas por Dios.
Ahora hagamos una hipótesis. Supongamos, a modo de ejercicio lógico, que Dios existe, que hay un Dios que ha creado el universo y el hombre, que ha puesto sus leyes en ambos, tanto en la materia como en la conciencia humana, lo que los clásicos llaman “ley natural”. Supongamos que es cierto que el hombre es un ser caído que, debido a una rebelión inicial, se ha apartado de Dios y ha dado entrada al mal en el mundo por un mal uso de su libertad, por lo que se encuentra en deuda con Dios, una deuda inmensa que su naturaleza caída es incapaz de pagar. Supongamos que ese Dios, por amor a su criatura, se presta a pagar por Sí mismo esa deuda con su propia Sangre, haciéndose hombre y muriendo por nosotros para sanar la naturaleza humana herida asumiéndola Él mismo. Supongamos que es cierto que ese Dios-hombre vence a la muerte por su resurrección, y que ofrece a los hombres la posibilidad de compartir esa victoria – tras la muerte física – a condición de reconocerlo como Dios y Señor y respetar Su Ley.
¿Qué consecuencia tiene para el creyente la posibilidad de que esa hipótesis sea real? Puesto que eso es precisamente lo que él cree, la consecuencia es afirmarlo en su convicción y estimularlo a cumplir la Ley de Dios.
¿Y para el no creyente? La consecuencia para el no creyente es la posibilidad de encontrarse de forma inesperada, tras la muerte, ante un Juez que determinará su destino para la eternidad, lo cual no es una consecuencia menor ni desechable.
En los últimos decenios se observa una tendencia entre los propios creyentes a subestimar la Justicia divina en la que dicen creer. Parece que hoy, la idea de Dios que tiene la mayoría de los creyentes – o al menos un gran número de ellos – es la de una especie de abuelo bobo que lo tolera todo y lo perdona todo, por lo que no hay que preocuparse demasiado por lo que se hace en la vida, porque ese abuelo bobo meneará la cabeza, nos dará un cachetito cariñoso y nos abrirá la puerta de su reino. Se habla siempre de la gran Misericordia de Dios y nunca o casi nunca de Su Justicia.
Y, sin embargo, no es ese el Dios de la Revelación. Los creyentes deberían leer las Sagradas Escrituras en las que dicen creer, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Si lo hicieran, comprobarían lo equivocada que está esa visión de Dios como abuelo bobo. Dios es Misericordia y Justicia. Su Misericordia le lleva a perdonar, siempre que exista un auténtico arrepentimiento y una auténtica reparación del mal llevado a cabo de pensamiento, palabra, obra u omisión. Pero si eso no se da, Su Justicia toma la palabra, y Su Palabra es una espada de doble filo.
En consecuencia, si esa hipótesis que hemos planteado fuese cierta, el no creyente, por una simple y razonable cuestión de prudencia, debería considerar esa posibilidad y, de la misma forma que se preocupa en asegurar su casa, su vehículo, su renta en caso de enfermedad o accidente y la renta de su familia en caso de muerte, siendo todo ello, en definitiva, cosas materiales y pasajeras, tal vez debería pensar en alguna forma de “seguro” sobre lo que es infinitamente más importante, que es su vida eterna.
No recuerdo si es Pascal quien lo dijo, pero es digno de meditar: “Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe que no creyendo en un Dios que existe”.
Pedro Abelló
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Pues sí. Sólo un matiz;
– hoy no veo tantos ateos confesos, sino una vaga ideaNew Age como de «dondequiera qur esté» para los muertos.
– y los supuestos creyentes, por lo mismo q usted dice (no hay dramatismo salvación-condenación, sino «al cielo vamos todos». Incluso sin bautizar,» Dios no vs a discriminar «..), pues también eso de la otra vida es vago y difuso.
La verdadera diferencia no es entre «creyentes y no creyentes». Sino entre la minoría que se lo toma en serio, y el resto de la población, sean lo que hoy se llama «cristianos» o no.
«Allá donde esté» y «se ha ido al cielo seguro» no cambia mucho… ninguno lo piensa dos veces
La idea del Dios abuelo bobo que toda lo perdona no la han inventado los fieles, es lo que predica la «nueva iglesia» (lo de «nueva iglesia» lo dicen ellos, con lo cual afirman que no es la iglesia que Cristo fundó). ¿A qué sacerdotes, obispos, o papas han oido predicar de las postrimerías? La propia Conferencia Episcopal Española prostituye la sagrada Escritura. En el Magníficat, donde dice: «cuya misericordia se derrama de generación en generación SOBRE LOS QUE LE TEMEN», ponen: «cuya misericordia se derrama sobre sus fieles de generación en generación» («Traduttori, traditori»). Fuera el Santo Temor de Dios (don del Espíritu Santo), que como dice la Escritura es «el principio de la sabiduría» (Proverbios 1:7). Así, los fieles, convertidos en necios y sin que ninguno trabaje por su salvación con temor y temblor (Filipenses 2:12), son conducidos como animales de pezuña en estampida hacia el precipicio.
El error actual y sobre todo de los sacerdotes q ofician los responsorios o Misa por el difunto fallecido predican q el fallecido ya está con Dios, disfrutando de la presencia del Señor. Yo me preguntó xq se reza por el difunto si ya está con Dios. Esta es la confusión más grande y el xq de la disminución de los católicos y de la asistencia a la Santa Misa.
Hay un nuevo fenómeno que va tomando cada vez mas auge, desde el momento en que la ciencia lo ha investigado y después lo ha confirmado. Me refiero a las experiencias ECM llamadas de aproximación a la muerte. Quizás los avances médicos hayan hecho ahora que muchas personas al borde de la muerte hayan conseguido salvarse en el último momento. Y esas personas han vuelto para contar como es el inicio de la otra vida. Esa otra vida que en principio poco se parece a lo que nos han enseñado a los cristianos. Para empezar Cristo no parece por ningún lado, los seres luminosos sí, quizás ángeles, el recibimiento de familiares, si parece que pasa la vida como un examen de conciencia, pero no hay juicio por ninguna parte. Bien pareciera que es un cielo, un Dios amoroso, que acepta a todo el mundo haya hecho lo que haya hecho en la tierra, bien o mal. Esto es lo que defiende el modernismo eclesial, una película fantástica. Lo que nos faltaba.
…que equivocarme no creyendo en un Dios que existe». Blaise Pascal
Exacto, no hay novedad en el planteamiento, el argumento es simplemente la apuesta de Pascal