(Luisella Scrosati/La Nuova Bussola Quotidiana)-La forma en que se está tratando lo que ahora es a todos los efectos el «caso Rupnik» está desconcertando a muchos. Incluido el desprevenido Il Sismografo, que con razón está dando amplia cobertura al asunto y presiona para intentar romper el silencio vaticano.
En un artículo fechado el 12 de enero, la redacción de Il Sismografo presionaba al Papa aludiendo al hecho de que, con ocasión de su próximo viaje a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur, previsto del 31 de enero al 5 de febrero, difícilmente Francisco podrá eludir las preguntas de los periodistas sobre el escándalo del jesuita esloveno, excomulgado por delitos graves, pero que, al cabo de pocos días, pudo disfrutar de una retirada de dicha pena. Es decir, una excomunión por unos días, una decisión vaticana bastante singular, «motivo de sorpresa, amargura y desconcierto». El Papa no tendrá que dar cuenta de las actuaciones de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, sino de las suyas propias, ya que «la CDF, presidida por el jesuita español Cardenal Luis Ladaria, hizo las dos cosas [decretar la excomunión y retirarla] en el espacio de unos pocos días y eso sólo pudo hacerlo porque recibió órdenes del Papa Francisco. No hay otra explicación. Decir o sugerir cualquier otra cosa no se corresponde con la verdad». Estamos de acuerdo: no hay otra explicación.
El silencio del Papa, que el artículo considera «inexplicable», «rayano en lo enigmático», y que «puede tener un coste muy alto para toda la Iglesia», porque no hace sino desacreditar «seriamente el compromiso de la Iglesia contra el abuso de autoridad, de conciencia y sexual», no es el primero. Y, nos tememos, no será el último: «hay muchos otros acontecimientos en los que se ha comportado de la misma manera. Este silencio es una línea, una orientación, una orden, nada nuevo, y que el Pontífice no parece querer cambiar», explica Il Sismografo.
Mientras en Roma todo se silencia, las víctimas siguen hablando públicamente. Y lo más probable es que lo hagan porque no se están tomando las medidas adecuadas contra Rupnik. Quienes señalan con el dedo, como el cardenal Angelo De Donatis, contra el juicio mediático deberían reflexionar primero que la sed de justicia insatisfecha conduce a la exasperación. Hasta que las víctimas de Rupnik no vean que se van a tomar medidas serias, no sólo contra él, sino también contra quienes han seguido encubriéndole durante décadas, buscarán necesariamente una salida mediática.
Así, una vez más, una mujer que prefiere permanecer en el anonimato, revela nuevas fechorías de Rupnik en el diario La Repubblica. Un testimonio más «ligero» comparado con los anteriores, quizá porque Rupnik no consiguió conquistarla hasta el final. «Agresiones no, gestos inapropiados sí, repetidos y argumentados de forma espiritual», atestigua la mujer, que en los años 2000 estuvo en el Centro Aletti para trabajar en el atelier dirigido por el padre Rupnik. “Me acarició la espalda, intenté apartarme y me dijo: ‘¿Por qué haces esto? ¿No te parece hermoso que podamos hacer esto juntos, soy sacerdote, no te preocupes, tengo una mirada pura sobre ti’. Poco a poco los gestos se hicieron cada vez más insistentes: me abrazaba, y luego esos abrazos que no podía soportar más: en las conversaciones en su despacho acababa aferrándome en un fuerte abrazo del que no podía liberarme. Es una persona muy inteligente, el acoso es sutil. Y con los años aumentó. Sabía medir las cosas en función de mi creciente sumisión”. Una vez más tenemos la confirmación del abuso de su ministerio espiritual, que exige claramente que se le prive completa y definitivamente de la potestad de ejercerlo.
Y luego ese acercamiento gradual, cada vez más insistente y presionante, que Rupnik también utilizó con otras mujeres en el Centro Aletti: «Percibí que con algunas se creaban las mismas situaciones, utilizaba las mismas palabras y gestos. Hoy estoy segurísima de que hay otras personas que han experimentado lo mismo. También porque antes y después de mí he oído hablar de mujeres que abandonaban el centro Aletti de sopetón, “estaba loca, estaba mal de la cabeza, no encajaba con nuestra forma de hacer las cosas”, decían. ¿Por qué esta repetición de mujeres que tienen que escapar?». ¿Y por qué esta constante huida no ha alertado a nadie, ni en la Compañía de Jesús, ni en los responsables de la Diócesis de Roma?
La particular importancia de este nuevo testimonio radica en que se refiere a un espacio temporal que se sitúa entre los abusos de principios de los años 90, ocurridos en la Comunidad Loyola, a los que se refieren las dos entrevistas concedidas a Domani, y el hecho de 2015, que habría desencadenado la excomunión latae sententiae, retirada en tiempo récord a instancias del Papa Francisco. Una señal de que la «actividad» de Rupnik ha sido ininterrumpida.
La mujer, además, revela a Repubblica el ambiente «espiritual» que llevaba a no cuestionar nunca lo que hacía o decía Rupnik: no era exactamente una cuestión de complicidad, sino de «un clima tal que o formas parte del grupo o tu lugar no está aquí. Hay un grupo de mujeres consagradas que han estado ahí desde el principio, marcando el ritmo de la danza». Un baile que continúa con las mismas notas peligrosas, ya que a la directora del Centro Aletti, Maria Campatelli, aún no se le ha ocurrido retirar del sitio web las homilías de Rupnik, que siguen apareciendo en la página de inicio.
Para terminar, un ataque directo al ahora indefendible cardenal De Donatis: «La declaración del cardenal vicario de Roma, Angelo De Donatis, es para mí una tragedia moral: ¿cómo puede decir que es un juicio mediático? Le conozco, era amigo de Rupnik, venía a menudo. De Rupnik en Roma se sabía desde hace mucho tiempo». Así pues, volvemos al principio: ¿para cuándo la remoción de De Donatis? ¿Y del padre Sosa Abascal? ¿Cuándo habrá una visita apostólica al Centro Aletti? ¿Cuánto hay que esperar para que Rupnik sea reducido al estado laical? Y por último, ¿cuándo tendrá el Papa Francisco el valor de decir toda la verdad, nada más que la verdad?
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