La despedida de san Juan Pablo II de España: «He pasado por vuestra patria predicando a Cristo Crucificado y Resucitado»

San Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982 San Juan Pablo II en Santiago de Compostela en 1982
|

El 9 de noviembre de 1982, Juan Pablo II ponía fin al que fue su primer Viaje Apostólico a España. Un viaje, que se prolongó por toda la geografía española durante diez días.

De norte a sur y de este a oeste, el Pontífice visitó Madrid, Ávila, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola, Javier, Zaragoza, Montserrat-Barcelona, Valencia y el último día Santiago de Compostela.

Desde la capital gallega, san Juan Pablo II celebró la Santa Misa del peregrino para cerrar el Año Santo Compostelano. Juan Pablo II pronunció su homilía en tono de despedida dirigida a todos los católicos españoles que arroparon al Papa polaco durante su estancia en España.

Homilía de Juan Pablo II en la Misa del peregrino:

Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Llego hoy a la última etapa de mi viaje por tierras de España, precisamente en el lugar que los antiguos llamaban “Finis terrae” y que ahora es una ventana abierta hacia las nuevas tierras, también cristianas, que están más allá del Atlántico.

He pasado ya por diversas Iglesias locales, diseminadas por la espléndida geografía de este querido país. He visitado también algunos santuarios, y en este momento me encuentro cerca de uno de los lugares sagrados más célebres en la historia, famoso en el mundo entero: la catedral basílica que encierra la tumba de Santiago, el Apóstol que —según la tradición— fue el evangelizador de España.

Esta hermosa ciudad, Compostela, ha sido durante siglos la meta de un camino, trazado sobre la tierra de Europa por las pisadas de los peregrinos que, para no extraviarse, miraban los signos estelares del firmamento. Peregrino soy yo también. Peregrino-mensajero que quiere recorrer el mundo, para cumplir el mandato que Cristo dio a sus Apóstoles, cuando los envió a evangelizar a todos los hombres y a todos los pueblos. Peregrino traído a España por Teresa de Jesús, he admirado los frutos de la tarea evangelizadora que tantos miles de discípulos de Cristo han realizado a lo largo de veinte siglos de historia cristiana. Peregrino que ha recorrido las benditas tierras hispanas, sembrando a manos llenas la palabra del Evangelio, la fe y la esperanza.

Ahora estoy con vosotros, queridos hermanos y hermanas, venidos de todas las diócesis de Galicia y de tantas partes de España. En esta Misa del peregrino, el Obispo de Roma os saluda a todos con afecto eclesial: a vuestros prelados y a todos los participantes. Me alegra veros aquí tan numerosos y saber que durante todo el Año Santo Compostelano, diversos millones de peregrinos —más que en los precedentes Años Santos— han venido a Santiago en busca de perdón y de encuentro con Dios.

Vamos a celebrar la Eucaristía: el culmen y centro de nuestra vida cristiana, la meta a la que nos lleva la ruta de la penitencia, de la conversión, de la búsqueda incesante del Señor, actitud propia del cristiano, que siempre debe estar en camino hacia El.

2. Depositada en el mausoleo de vuestra catedral, guardáis la memoria de un amigo de Jesús, de uno de los discípulos predilectos del Señor, el primero de los Apóstoles que con su sangre dio testimonio del Evangelio: Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo.

Los representantes del Sinedrio pretendieron imponer la ley del silencio a Pedro y a los Apóstoles que “atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús, y gozaban todos ellos de gran favor” (Hch 4,33); “os hemos ordenado— les dijeron— que no enseñéis sobre este nombre, y habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre” (Ibíd., 5, 28).

Pero Pedro y los Apóstoles respondieron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. Pues a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y la remisión de los pecados. Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo, que Dios otorgó a los que le obedecen”(Ibid., 5, 29-32).

La misión de la Iglesia comenzó a realizarse precisamente gracias al hecho de que los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo recibido en el Cenáculo el día de Pentecostés, obedecieron a Dios antes que a los hombres.

Esta obediencia la pagaron con el sufrimiento, con la sangre, con la muerte. La furia de los jerarcas del Sinedrio de Jerusalén se estrelló con una decisión inquebrantable, la decisión que a Santiago el Mayor le llevó al martirio, cuando Herodes— como nos dicen los Hechos de los Apóstoles— “echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada” (Hch 12, 1).

El fue el primero de los Apóstoles que sufrió el martirio. El Apóstol que desde hace siglos es venerado por toda España, Europa y la Iglesia entera, aquí en Compostela.

3. Santiago era hermano de Juan Evangelista. Y éstos fueron los dos discípulos a quienes— en uno de los diálogos más impresionantes que registra el Evangelio— Jesús hizo aquella famosa pregunta: “¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? Y ellos respondieron: Podemos”.

Era la palabra de la disponibilidad, de la valentía; una actitud muy propia de los jóvenes, pero no sólo de ellos, sino de todos los cristianos, y en particular de quienes aceptan ser apóstoles del Evangelio. La generosa respuesta de los dos discípulos fue aceptada por Jesús. El les dijo: “Mi cáliz lo beberéis” (Mt 20, 23).

Estas palabras se cumplieron en Santiago, hijo de Zebedeo, que con su sangre dio testimonio de la resurrección de Cristo en Jerusalén. Jesús había hecho la pregunta sobre el cáliz que habían de beber los dos hermanos, cuando la madre de ellos, según hemos leído en el Evangelio, se acercó al Maestro, para pedirle un puesto de especial categoría para ambos en el Reino. Pero Cristo, tras constatar su disponibilidad a beber el cáliz, les dijo: “Beberéis mi cáliz; pero el sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre” (Ibíd.).

La disputa para conseguir el primer puesto en el futuro reino de Cristo, que su comitiva se imaginaba de un modo demasiado humano, suscitó la indignación de los demás Apóstoles. Fue entonces cuando Jesús aprovechó la ocasión para explicar a todos que la vocación a su reino no es una vocación al poder sino al servicio, “así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).

En la Iglesia, la evangelización, el apostolado, el ministerio, el sacerdocio, el episcopado, el papado, son servicio. El Concilio Vaticano II, bajo cuya luz camina el Pueblo de Dios en esta recta final del siglo XX, nos ha explicado magníficamente, en varios de sus documentos, cómo se sirve, cómo se trabaja y cómo se sufre por la causa del Evangelio (cf. Lumen gentium, 18, 20; Christus Dominus, 15). Se trata de servir al hombre de nuestro tiempo como le sirvió Cristo, como le sirvieron los Apóstoles. Santiago el Mayor cumplió su vocación de servicio en el reino instaurado por el Señor, dando, como el Divino Maestro, “la vida en rescate por muchos”.

4. Aquí, en Compostela, tenemos el testimonio de ello. Un testimonio de fe que, a lo largo de los siglos, enteras generaciones de peregrinos han querido como “tocar” con sus propias manos o “besar” con sus labios, viniendo para ello hasta la catedral de Santiago desde los países europeos y desde Oriente. Los Papas impulsaron por su parte este peregrinaje, que también tenía como metas Roma y Jerusalén.

El sentido, el estilo peregrinante es algo profundamente enraizado en la visión cristiana de la vida y de la Iglesia  (cf. Lumen gentium, 9). El camino de Santiago creó una vigorosa corriente espiritual y cultural de fecundo intercambio entre los pueblos de Europa. Pero lo que realmente buscaban los peregrinos con su actitud humilde y penitente era ese testimonio de fe al que me he referido antes: la fe cristiana que parecen rezumar las piedras compostelanas con que está construida la basílica del Santo. Esa fe cristiana y católica que constituye la identidad del pueblo español.

Al final de mi visita pastoral a España, aquí, cerca del santuario del Apóstol Santiago, os invito a reflexionar sobre nuestra fe, en un esfuerzo para conectar de nuevo con los orígenes apostólicos de vuestra tradición cristiana. En efecto, la Iglesia de Cristo, nacida en El, crece y madura hacia Cristo a través de la fe transmitida por los Apóstoles y sus sucesores. Y desde esa fe ha de afrontar las nuevas situaciones, problemas y objetivos de hoy. Viviendo la contemporaneidad eclesial en actitud de conversión, en servicio a la evangelización, ofreciendo a todos el diálogo de la salvación, para consolidarse cada vez más en la verdad y en el amor.

5. La fe es un tesoro que “llevamos en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra” (2Co 4, 7).

La fe de la Iglesia tiene su origen y fundamento en el mensaje de Jesús que los Apóstoles extendieron por todo el mundo. Por la fe, que se manifiesta como anuncio, testimonio y doctrina, se transmite sin interrupción histórica la revelación de Dios en Jesucristo a los hombres.

Los Apóstoles, predicando el Evangelio, entablaron con los hombres de todos los pueblos un diálogo incesante que parece resonar con especiales acentos aquí, junto al a testimonio” del Apóstol Santiago y de su martirio. De este incesante diálogo nos habla la Carta a los Corintios en el pasaje que hemos leído hoy durante la proclamación de la Palabra.

Dice San Pablo y parece decirlo aquí Santiago: “Llevamos siempre en el cuerpo el suplicio mortal de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo. Mientras vivimos, estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal” (Ibíd., 4, 10-12).

Los peregrinos parecen responder: “Creí, por eso hablé… sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros . . . para que la gracia difundida en muchos, acreciente la acción de gracias para gloria de Dios” (Ibíd., 4, 13-15).

Así perdura en Compostela el testimonio apostólico y se realiza el diálogo de las generaciones a través del cual crece la fe, la fe auténtica de la Iglesia, la fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para ofrecernos la salvación. El, rico en misericordia, es el Redentor del hombre.

Una fe que se traduce en un estilo de vida según el Evangelio, es decir, un estilo de vida que refleje las bienaventuranzas, que se manifieste en el amor como clave de la existencia humana y que potencie los valores de la persona, para comprometerla en la solución de los problemas humanos de nuestro tiempo.

6. Es la fe de los peregrinos que venían y siguen viniendo aquí de toda España y desde más allá de sus fronteras. La fe de las generaciones pasadas que “ayer” vinieron a Compostela, y de la generación actual que continúa viniendo también “hoy”. Con esta fe se construye la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.

Así, pues, junto al Apóstol Santiago se construye en nosotros la Iglesia del Dios viviente. Esta Iglesia profesa su fe en Dios, anuncia a Dios, adora a Dios. Así lo proclamamos en el Santo responsorial de la liturgia que estamos celebrando:

“El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros; / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. / ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben” (Sal 66 [67], 2-4).

Mi peregrinación por tierras de España acaba aquí, en Santiago de Compostela. He pasado por vuestra patria predicando a Cristo Crucificado y Resucitado, difundiendo su Evangelio, actuando como “testigo de esperanza”, y he encontrado por todas partes apertura generosa, correspondencia entusiasta, afecto sincero, hospitalidad afable, capacidad creadora y afanes de renovación cristiana.

Por eso, en este momento deseo proclamar y celebrar con las palabras del Salmista la gloria y alabanza del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Sea para la “mayor gloria de Dios”—ad maiorem Dei gloriam— todo este servicio del Obispo de Roma peregrino. Con tal espíritu lo comencé y os ruego que así lo recibáis.

En este lugar de Compostela, meta a la que han peregrinado durante siglos tantos hombres y pueblos, deseo, junto con vosotros, hijos e hijas de la España católica, invitar a todas las naciones de Europa y del mundo— a los pueblos y hombres de toda la tierra— a la adoración y alabanza del Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

“¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben” (Sal 66 [67], 6). Amén.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
15 comentarios en “La despedida de san Juan Pablo II de España: «He pasado por vuestra patria predicando a Cristo Crucificado y Resucitado»
  1. San Juan Pablo II fue un regalo del Espíritu Santo, que hizo mucho bien a la Iglesia. Ahora necesitamos otro pontífice como él, que reconduzca las cosas por la senda de la verdad y de la santidad.

      1. No sólo está poseído: está cegato perdido (de qué «asquerosidades» hablará, si es un elogio a JPII). Más que un troll parece un «bot» usando plantillas ya hechas aunque no vengan a cuento; pero totalmente cegato.

  2. «En la Iglesia, la evangelización, el apostolado, el ministerio, el sacerdocio, el episcopado, el papado, son servicio(…). Se trata de servir al hombre de nuestro tiempo como le sirvió Cristo, como le sirvieron los Apóstoles».

    1. La Iglesia enseña que el sacerdocio es un servicio a Dios, y secundariamente es al hombre sólo en lo referente a Dios y nada más.
      Se empieza invirtiendo los fines del sacerdocio y se termina invirtiendo los principios morales con el tiempo tambien.
      Como es un servicio al hombre el progre interpreta que la Iglesia es una ONG. Porque primero unos predican cosas invertidas y luego otros lo llevan a la práctica, pero nos quejamos del resultado inesperado que en realidad era más que previsible

      1. Por eso, de la misa como servicio a Dios y mirando a Dios que está en el Sagrario, se pasó a una misa de servicio al hombre para entretener a la gente, y para ello hay que estar mirando al hombre y no a Dios. Al cura había que darle la vuelta para que la Hostia sea consagrada dedicándola al hombre y no a Dios, y tanto es así que hasta que el hombre no ve elevarse la forma, el sacerdote no tiene autorizado arrodillarse. Como que es el hombre el que consagra. Jpii lo dice muy claro en otro sitio: «Cristo ha venido para revelar al hombre el propio hombre» ¿Pero esto qué es, una secta ilustrada humanista o es la iglesia católica?

        1. En la Iglesia del hombre, el Sagrario fue sustituido por un trono para que se siente el hombre. Literalmente hablando. «Porque se trata de servir al hombre».
          La Iglesia antropocéntrica que Cristo así no la fundó.
          Fuera ideas masónicas.

        2. Esa frase del santo papa nada tiene que ver con el contexto que utilizas. El hombre solo encuentra su sentido pleno y definitivo en la revelación de Cristo. Una obviedad, por otra parte.

        3. Yo miro al altar, cuando no estoy en su servicio, y miro a la Cruz y a Cristo. El sacerdote era, es y seguirá siendo el ministro de la Eucaristía.

          1. Con jpii no había ninguna cruz sobre ningún altar, la volvió a poner Benedicto. Con lo cual el sacerdote Novus Ordo estaba mirando al hombre y por tanto dando un servicio al hombre. El altar sin Sagrario no es el altar católico.

  3. Es verdad que el Papa San Juan Pablo II incurrió en algún error (nadie es perfecto), pero comparado con Francisco fue una maravilla. Porque el polaco cometió equivocaciones aisladas y puntuales, pero en conjunto su pontificado fue muy positivo. Mientras el argentino es una concatenación de dislates continuados y muy graves. Francisco comete múltiples errores en todos sus discursos, sin que haya precedentes en la Historia de la Iglesia de algo semejante. Pues incluso Honorio I que fue condenado por heterodoxo, sólo cayó en el monotelismo, pero Francisco, en cambio, acumula numerosas afirmaciones y actuaciones contrarias a la doctrina de la Iglesia.

    1. Sí, Francisco es la consecuencia lógica de todo el estropicio anterior, que será sólo muy puntual, pero es bien gordo. Se lo han servido todo en bandeja. El camino bien allanado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles