Suenan campanas de muerte por Humanae Vitae

Suenan campanas de muerte por Humanae Vitae

Las actas de un seminario promovido por la Pontificia Academia para la Vida acaban de ser publicados, y en ellas puede leerse la resurrección del viejo debate sobre los anticonceptivos artificiales que supuestamente cerró definitivamente Pablo VI con su encíclica Humanae Vitae.

“La responsabilidad en la generación exige un discernimiento práctico que no puede coincidir con la aplicación automática y la observancia material de una norma, como se manifiesta en la práctica de los métodos naturales”, se lee en uno de los párrafos publicado por Vatican News y L’Osservatore Romano. Por tanto, como ocurre con estos métodos, que ya hacen uso de técnicas y conocimientos científicos específicos, existen situaciones en las que los dos cónyuges, que han decidido o decidirán encomendar a sus hijos, pueden hacer un sabio discernimiento en el caso concreto , que, sin contradecir su apertura a la vida, en ese momento, no la prevé”.

¿No notan todo el sabor inconfundible de la ‘moral situacional’ condenada por San Juan Pablo II en Veritatis splendor y que hizo su reaparición estelar en Amoris laetitia?

En realidad, Humanae Vitae lleva en el punto de mira de los renovadores desde su misma promulgación. En 1968. De hecho, no fueron pocos los pastores que se opusieron a ella y la tuvieron desde su inicio como letra muerta, como un documento que parecía contradecir los “aires nuevos” que había traído el Concilio Vaticano II. Y ahora es el momento perfecto para “rectificar el error”.

Para muchos observadores, como señala con su habitual penetración nuestro Specola, estaríamos ante la ‘precuela’ de una nueva encíclica, ‘Gaudium vitae’, que en la práctica aboliría Humanae vitae del mismo modo que Traditionis custodes canceló Summorum pontificum.

El alcance es muy distinto; no hablamos en este caso de discusiones litúrgicas, sino de la misma antropología sexual de la Iglesia, de la doctrina, del modo en el que la Iglesia ve y define al hombre. Sin embargo, de producirse ese bandazo, las dos ‘reformas’ tendrían mucho en común. Especialmente porque en ambos casos no estamos en la ‘clarificación’ de una vetusta doctrina medieval o, en cualquier caso, previa a ese “concilio de los concilios” que fue el Vaticano II, el único al que deben someterse por juramento explícito quienes quieran y aún puedan celebrar siguiendo el Rito Tradicional. No: en uno y otro caso estaríamos ante la reversión de un documento de, al menos, igual valor, promulgado por Papas igualmente legítimos y, sobre todo, recientes y postconciliares.

Con independencia de los fundamentos teológicos en uno y otro caso, nos enfrentamos a un espinoso dilema. Si las conclusiones de la encíclica de un Papa puede revertirla otro posterior, con lo que ambas no pueden ser ‘verdad’, ¿podemos elegir los fieles? O si se impone el criterio de que la más moderna es más atendible que la antigua, ¿no significa eso que una posterior puede igualmente la actual, y así sucesivamente, sin que podamos estar nunca seguros de la verdadera doctrina?

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