Lo que hace humano al ser humano es su capacidad de aprender. De aprender la lengua, de aprender oficios, de aprender cómo comportarse. Pero la inevitable consecuencia de aprender es enseñar, transmitir a los demás lo aprendido. Enseñando, además, volvemos a aprender de nuevo.
Esta es la idea que nos trasmite Alfredo Alonso-Allende, autor del libro “Educarse y educar”. Y sabe de lo que habla, porque además de escritor ha sido profesor de Segunda Enseñanza y de Universidad, trabajando también en la Universidad de Bristol (Inglaterra) y en el Salzburg Seminar (Austria).
En su libro más reciente, el autor recoge y explica atentamente las principales virtudes que todo educador debería adquirir. Las más duras, como la firmeza, la planificación, la profesionalidad, el estudio y la experiencia. Pero también las más amables, como la paciencia, el buen humor, la solidaridad, el optimismo y la capacidad de dialogar.
Pueden parecer valores obvios, pero no lo son tanto. Especialmente, cuando entran en conflicto y hay que escoger entre unos u otros. En “Educarse y educar” encontramos profundos debates entre la libertad individual y el compromiso con los demás, entre el bien común y el bien personal, entre la perspectiva de competir o de colaborar.
Pero, sobre todo, estamos ante una obra que nos habla de nuestro tiempo. El subtítulo del libro añade “en un mundo globalizado”. Porque no es lo mismo la pedagogía de los tiempos del pupitre de madera y la tiza del encerado, que en los tiempos de las redes sociales, las nuevas tecnologías y el inglés global (o globish). El autor afirma que, frente a las distracciones y desviaciones de este nuevo mundo, la educación ha de apostar por la identidad, por la pertenencia y por empezar las cosas por la propia casa.
La lectura de este libro ofrece muchas conclusiones de calado, pero nos quedamos con una: la única forma de mejorar la sociedad es mejorar su sistema educativo, y la única forma de mejorar el sistema educativo es mediante la mejora personal de aquellos que se propongan educar.
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