Tras el fallo del Tribunal Supremo de Estados Unidos revirtiendo la sentencia Roe vs Wade, que convertía el aborto en un ‘derecho constitucional’ inatacable en todo el país, el presidente Joe Biden, que se define como “católico devoto” en toda ocasión, ha anunciado su intención de codificar ese ‘derecho’ en una ley federal.
“Tenemos que codificar Roe v. Wade en una ley”, escribía ayer el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reaccionando a la sentencia del Supremo que devuelve el asunto a las legislaturas de los estados. “Y como dije esta mañana: Si el obstruccionismo parlamentario lo entorpece, entonces tendremos que hacer una excepción para conseguirlo”.
Hasta ahora, los demócratas católicos se han librado de condenas eclesiales directas cuando defienden la legislación más rabiosamente abortista de dos maneras: con la doctrina inventada por el difunto cardenal Bernardin, arzobispo de Chicago, de la “túnica sin costuras”. Y con la manida frase de “yo estoy personalmente contra el aborto, pero no puedo imponer mis ideas a las mujeres”.
La doctrina de la “túnica inconsútil” viene a decir que, a la hora de apoyar o rechazar a un político, un católico no debe atender a una cuestión única, como el aborto, sino al conjunto de su programa, y determinar si, en general, sus políticas favorecen más de lo que perjudican la doctrina católica.
La idea era, claramente, encontrar algún vericueto mental para poder seguir apoyando a los demócratas, partido tradicional de los católicos en Estados Unidos, cuando ya el partido se había hecho casi oficialmente proaborto.
En cuanto a la excusa “personalmente católico, pero”, es una constante que el propio Biden, como la ‘speaker’ Pelosi, han repetido a menudo. Pero la sentencia reciente del Supremo les ha dejado desnudos, mostrándoles en toda su repugnante hipocresía. Porque ahora, si de verdad fueran “personalmente” contrarios al aborto, y simplemente se negaran a imponer “sus creencias”, celebrarían el veredicto, que sencillamente deja el asunto en manos de quienes representan la voluntad popular, las legislaturas de los estados. Ya no estarían “imponiendo” nada a nadie, será el pueblo el que libremente, a través de sus representantes, decida.
Pero la reacción de Biden, dispuesto a imponer el aborto libre como sea, ha dado un paso no solo para invalidar la patética excusa, sino para hacer trizas la “túnica inconsútil” de Bernardin. No se trata ya de tolerar el asesinato de niños en el vientre de sus madres, sino de esforzarse por legalizarlo a cualquier coste.
En el Vaticano, desde donde no ha llegado ninguna felicitación por una victoria que se ha hecho esperar medio siglo, que parecía imposible y que salvará cientos de miles de vida, no tiene tampoco nada que decir a esta terrible circunstancia de que sea precisamente el primer presidente católico desde Kennedy el que haya resultado más entusiasta en su apoyo a esta práctica atroz.