El Padre Martin hace distinciones de valor entre las fases del ser humano

Sacerdote en oficina representando estudio sobre sacerdotes homosexuales en EE.UU.

Para la Iglesia no hay ley de plazos sobre el nasciturus: el ser humano empieza su vida en el momento de la concepción, y eso hace que destruir esa vida sea un crimen inefable. Pero el mediático jesuita, que no podía dejar de opinar sobre el asunto en Twitter, establece distinciones.

De haber escrito yo mi propia declaración habría dicho probablemente tres cosas que considero ciertas, comenta el jesuita padre James Martin, director de la revista America, asesor vaticano y autodenominado apóstol de los LGTBI. Primero, que toda vida es sagrada y debe ser reverenciada como un don de Dios. Segundo, que un cigoto de un minuto de vida no es lo mismo que un niño de nueve meses a punto de nacer. Y tercero, que las mujeres tienen una conciencia que debe oírse, escucharse y respetarse.

¿Qué quiere decir Martin con ese no es lo mismo? Si se refiere a que las fases de la vida humana son perfectamente distinguibles, incluso a simple vista, parece una perogrullada demasiado estúpida para mencionarse. Estamos seguros de que el pequeño Jimmy que correteaba con cuatro añitos por el hogar de los Martin era igualmente distinguible del sacerdote de mediana edad que nos da sus sabios consejos en las redes.

Pero esa distinción no tiene peso alguno, por lo que no vale la pena mencionarla, así que deberá referirse a alguna otra cosa, y aquí viene el problema. Porque lo que da dignidad a la vida humana, dignidad igual en todos los hombres y mujeres, es el alma, que, o está presente en el cigoto, o no lo está.

Si no lo está, entonces el aborto no está acabando con nada más valioso que un quiste. Y si lo está, como no puede estar a medias, ese cigoto tiene la misma dignidad e idéntico derecho a la vida que el padre Martin. Por otra parte, si el alma aparece en cualquier otro momento, la pregunta es cuándo, y por qué se establece ese momento arbitrario.

Porque no hay nada arbitrario en el cigoto: aun diminuto, es otro ser distinto de la madre, con su propio ADN único en el universo. Cualquier otro momento que se establezca será completamente arbitrario: ¿por qué la semana 12 y no la 14 o la 8? ¿Un segundo antes no es humano y un segundo después sí lo es?

Tampoco entendemos también lo de la conciencia de las mujeres, y en qué sentido hay que respetarla en el que caso de que concluya una acción errónea. ¿No le han enseñado a todo un sacerdote jesuita lo que es una conciencia mal formada? ¿Por qué tendríamos que respetarla en cualquier caso, incluso si decide algo erróneo? ¿Le parecería respetable la decisión de linchar a una persona por su raza si la conciencia del perpetrador da el visto bueno?

No creo injusto hacer notar que los clérigos más entusiastas de la renovación, de escuchas atentas y gritos de la Madre Tierra y aceptación de los LGTBI no suelen prestar una atención desmedida a la cuestión del aborto, y cuando tienen que hacerlo se consagran a extraños malabares de distinciones absurdas y matices sin sentido, quizá porque todos sus aliados en la palestra secular son fanáticamente partidarios del aborto libre y sin condiciones, plazos o motivos.

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