(First Things/Jayd Henricks) Alguien tiene que decirlo en público: el Santo Padre no entiende a la Iglesia católica en los Estados Unidos y le está haciendo un gran daño. En una entrevista publicada el 14 de junio dijo que «hay muchos «restauradores» en Estados Unidos que no aceptan el Concilio Vaticano II… El restauracionismo ha llegado a amordazar al Concilio. El número de grupos de «restauradores» -por ejemplo, en Estados Unidos hay muchos- es significativo». Los comentarios del Santo Padre son desconcertantes para cualquiera que conozca a la Iglesia en los Estados Unidos, salvo los que están cegados por la ideología. Desgraciadamente, Francisco ha insistido en este sentido suficientes veces como para que no se le pueda excusar como si fuera solo un desliz de lenguaje. Está claro que eso es lo que cree.
Es posible que haya algunos católicos aquí, en Estados Unidos, que rechacen el Concilio Vaticano II, pero su número es muy pequeño, se podría decir que insignificante. Puede que su voz resuene en algún rincón remoto de internet (donde deberían ser ignorados), pero no ocupan los bancos de las parroquias y ciertamente no tienen posiciones de liderazgo en la Iglesia. No hay un solo obispo aquí en los EE.UU. que rechace el Vaticano II, y hay que buscar mucho para encontrar un sacerdote que esté atascado en un túnel del tiempo preconciliar. Esos sacerdotes existen, pero ciertamente no son «muchos».
Hay algunos en el “ala derecha” (el padre James Altman y Church Militant, entre otros) cuyas voces son estridentes y divisivas, pero no me consta que rechacen el Vaticano II. Habrá que ver cómo actuar con ellos, pero tienen un número relativamente pequeño de seguidores y no tienen influencia en el gobierno de la Iglesia. Concederles tal influencia es darles demasiada credibilidad. Lo mismo puede decirse de los del “ala izquierda”, que son igualmente poco representativos y con una fijación por denunciar todo tipo de cosas.
Según todos los indicios serios, el Vaticano II ha sido adoptado por la Iglesia en los Estados Unidos tan a fondo como en cualquier otro país. El Novus Ordo es la misa a la que asiste el 99% de los católicos. San Juan Pablo II, que no era un rígido tradicionalista, es querido por la inmensa mayoría de los católicos de este país. El latín se ha casi extinguido. El clericalismo del período preconciliar y la lealtad ciega a sacerdotes y obispos es sólo un recuerdo de tiempos pasados. El “manualismo” en la moral católica ha muerto. La música contemporánea en la misa es la norma. El diálogo ecuménico e interreligioso se toma en serio. Se ensalza la libertad religiosa. La lista es prácticamente interminable.
Hay ciertamente un tradicionalismo vigoroso que resulta atractivo para algunos, pero nada que se oponga al Concilio. Este enfoque se aferra a la belleza intemporal de las expresiones clave de la fe, pero no rechaza nada del Vaticano II. Forma parte del mosaico del catolicismo que permite la diversidad dentro del contexto de la misma fe profesada; lo que se ha descrito como la pluriformidad de la fe. Quizá no se entusiasme con la guitarra acústica, pero tampoco rechaza la fe de los últimos sesenta años.
Si el Santo Padre quiere decir que hay muchos aquí, en los Estados Unidos, que han rechazado el «Espíritu del Vaticano II», sea lo que sea eso, entonces es posible que tenga razón, pero eso es muy diferente a rechazar el Concilio mismo. El «Espíritu del Vaticano II» no vino del Concilio y ha demostrado ser estéril. La Iglesia de 1978, su experimentación litúrgica y su confusión moral, fue y es un proyecto fallido, pero no es la Iglesia del Vaticano II. Erigir a Karl Rahner como la única y definitiva voz de la Iglesia post-Vaticano II es una actitud tan anquilosada como las formas más arrogantes del escolasticismo preconciliar.
Los que rechazan las claras enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica (1992), o el Código de Derecho Canónico (1983), o las numerosas encíclicas de los pontificados de San Pablo VI (1963-1978), San Juan Pablo II (1978-2005), o el Papa Benedicto XVI (2005-2013) -todos los cuales deben entenderse como fruto del propio Concilio- son quienes más se oponen al Vaticano II. Y merecen ser señalados.
Y sin embargo, el Papa Francisco ensalza el análisis de personas como el P. Antonio Spadaro, S.J., que escribió lo que sólo puede calificarse como un relato vergonzosamente superficial de la situación en los Estados Unidos en su artículo “Evangelical Fundamentalism and Catholic Integralism: A Surprising Ecumenism”. Ha elevado a prelados que no pueden ser elegidos para ningún puesto de gobierno en la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos porque no reflejan el sensus fidelium de la Iglesia católica.
Tal vez el Santo Padre esté simplemente prestando oído a unas pocas voces selectas que tienen sus propios prejuicios y agendas eclesiásticas. Pero después de nueve años desde que se convirtió en el sucesor de Pedro, eso ya no es excusa. A quién elige uno escuchar es en sí mismo un acto de discernimiento. Hay jesuitas que tienen una perspectiva sobre la vida de la Iglesia aquí en los Estados Unidos, pero es simplemente una perspectiva y además una que es profundamente poco representativa y, por lo tanto, ofrece una imagen distorsionada de la Iglesia en los Estados Unidos. El Santo Padre dice que quiere que la Iglesia sea una Iglesia que escucha. Si es así, debería escuchar una amplia variedad de voces de los Estados Unidos antes de lanzar piedras y afirmar que hay un número significativo de católicos en este país que rechazan el Vaticano II. Los hechos no apoyan esta afirmación, y quienes proponen esta narrativa demuestran un sesgo contra la Iglesia en los Estados Unidos que parece estar impulsado por una eclesiología de exclusión que rechaza cualquier forma de catolicismo que no se ajuste a sus gustos teológicos y estéticos. Este estrecho partidismo es desafortunado para cualquier católico, pero es peligroso viniendo del Santo Padre.
Jayd Henricks fue director ejecutivo de relaciones gubernamentales de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.
Publicado en First Things por Jayd Henricks
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Somos muchos los que no entendemos al Papa Francisco. ¿Por qué dice cosas contra la recta doctrina? ¿Por qué tiene animadversión obsesiva hacia los que insulta llamando rígidos? ¿Por qué dice que la multiplicidad de religiones es expresión de la sabia voluntad de Dios? ¿Por qué exhorta a obedecer a la ONU, a la OMS y a otros organismos supranacionales? ¿Por qué calla ante el aborto y el lgtbi? ¿Por qué fomenta el reinicio económico y demás iniquidades de la Agenda 2030? ¿Por qué hace ritos idolátricos pachamámicos y en cambio suspende la procesión del Corpus? ¿Por qué permite la comunión de abortistas y adúlteros? ¿Por qué le felicita la masonería? Etc.
Porque está claro que es el falso profeta, el que está preparando la Silla de Pedro al anticristo y provocando gran desconcierto en los fieles, que al final perderán su alma por culpa de éste servidor de satanás (y de algún otro anterior, que ya fue sembrando el camino del cambio) de su dudosa preparación religiosa, su creencia en Dios y en sus mandamientos. Estos fieles creen que la palabra de Dios está obsoleta y que se puede cambiar, cuando Él dijo que: «todo pasará menos sus palabras». ¿Tan difícil es creer en Él y seguir su Evangelio? ¿Quiénes somos nosotros (en este caso el papa y cardenales) para cambiar su doctrina?
Todo está escrito y se ha de cumplir (el cisma, la apostasía…)
Saludos
¿No entiende a los obispos que cumplen con su deber cuando recuerdan a las autoridades civiles que deben recibir dignamente los sacramentos, y no provocar con su actos escándalo público? ¿Qué tienen que hacer, callarse ante los «poderosos»?
Seguro que entiende mejor a la Iglesia Alemana.
Creo que Francesco no entiende la Iglesia a secas. Y punto.
Entiende de… de… de nada?
En este caso no creo que siquiera importe si la entiende o no, pues lo que está claro es que lo que sí entiende de Ella, sea mucho o poco, no le gusta y quiere (y cree poder) cambiarla a su gusto, aunque dichos gustos no coincidan con lo que ES la Iglesia.
La comprensión de la realidad por parte de Francisco es muy deficitaria, y es lo que provoca el fracaso de su demoledor pontificado.