La apología del abuso

Pelosi y Cordileone Nancy Pelosi y el arzobispo Cordileone (CNA)
|

Un colega mío, al que respeto mucho, acaba de enviarme un artículo de la revista America, una publicación jesuita por la que siento muy poco respeto. «Léelo y llora», me aconseja. Esto es lo que he hecho obedientemente, junto con una buena cantidad de furia, por la que puede que tenga que confesarme.

El título del artículo, que llega tras la decisión del arzobispo Cordileone de prohibir la eucaristía a Nancy Pelosi, lo dice todo: «I Don’t Think We Should Be Banning Anyone from the Eucharist» [«No creo que debamos prohibir a nadie la eucaristía»].

¿De verdad? ¿No hay límites en absoluto? ¿Y los no bautizados? ¿Son libres de recibirla? ¿Y los satanistas? ¿Debemos extender la etiqueta eucarística a los enemigos declarados de Dios? ¿Gente que, según admiten, se presenta regularmente en las colas de la comunión para obtener hostias para profanar en las misas negras? El autor no lo dice. 

Por cierto, el autor es un jesuita (no es de extrañar) llamado John Whitney, cuyo actual destino en una parroquia de San Francisco le sitúa a poca distancia del lugar donde vive el arzobispo. Lo cual no importa, creo, ya que hay mucho escupitajo en el propio ensayo. Todo ello arrojado astutamente, por supuesto; el padre Whitney no tiene la suficiente saliva para decirle a su arzobispo en la cara lo que realmente piensa de él. En su lugar, tenemos declaraciones de elevada santurronería como las siguientes, que son bastante típicas en estos días entre los elementos progresistas dentro de la Iglesia: «Aunque debemos respetar, con humildad, la autoridad de los maestros en la Iglesia, aquellos que pretenden enseñar reteniendo la Eucaristía abusan del mismo sacramento que dicen defender. Aunque reconozcamos que, mediante un proceso justo y en circunstancias extremas, un católico bautizado puede ser sancionado por la Iglesia, debemos cuestionar al obispo individual que utiliza la Eucaristía de manera preventiva, sin proceso ni apelación. Quien pretende enseñar reteniendo la Eucaristía abusa del mismo sacramento que dice defender».

Seguramente hay que preguntarse ante afirmaciones como esta: ¿cree realmente que lo que ha hecho el arzobispo Cordileone equivale a un «abuso» de la Eucaristía? ¿Que la política católica que está a favor del aborto y que se presenta a comulgar no está abusando del sacramento? ¿Y que el modo en que ha ejercido su autoridad episcopal con respecto a Pelosi ha sido tan «preventivo» que le inhabilita para decidir? ¿Sabe siquiera el significado de la palabra? ¿Que indica un procedimiento que no deja espacio para la discusión, con la expectativa de que el oponente se someta instantáneamente a la autoridad superior? 

¿Es tan ignorante sobre la historia entre Cordileone y Pelosi que simplemente no es consciente de los años que se han dedicado a un esfuerzo incesante para conseguir que ella se presente siquiera a una conversación? ¿A una discusión? No ha habido ninguna. Se podría calificar de «perentoria» la declaración de guerra de Churchill a Adolf Hitler, en la medida en que supuso un fracaso de la diplomacia británica para mantener el diálogo. En la mayoría de los casos, sí, es mejor seguir hablando; pero no cuando el otro bando está decidido a acabar con toda Europa.

Por cierto, no es una comparación del todo descabellada cuando el bando representado por la presidenta Pelosi ha estado, en estos últimos cincuenta años, acabando con la vida de sesenta o más millones de niños. Y en el caso de Pelosi pretendiendo justificar todo ello basándose en su fe católica.

El descaro de esta mujer es más de lo que la carne mortal puede soportar. Y en algún momento, sin duda, es necesario llamarla al orden aplicando la única sanción disponible que podría despertarla del peligro en el que se ha metido.

Pero busca en vano el que quiera encontrar algo remotamente cercano a la preocupación por su alma por parte de nuestro autor jesuita. Está demasiado obsesionado con los delitos de su propio arzobispo, al que acusa de clericalismo, el pecado más grande que uno se puede imaginar. «El pecado original de la iglesia», lo llama, «el clericalismo surge cuando los llamados a administrar los sacramentos comienzan a creer que los sacramentos les pertenecen, o que son producto de su poder especial como vasijas elegidas por Dios». En otras palabras, no contento con seguir siendo el siervo del Señor y de su pueblo, «el ministro ordenado empieza a actuar como si fuera el anfitrión, facultado para establecer criterios de recepción que no están presentes en el ejemplo de Cristo».

Una vez que esto sucede, advierte, y el clericalista se ha asegurado «el acceso a la Eucaristía», es libre de «utilizar el cuerpo y la sangre de Cristo como un garrote para castigar o entrenar», asumiendo en efecto «el papel de guardián del altar o de segurata del banquete, usurpando el papel de Cristo que llama a todos a la mesa».

Entonces, ¿el arzobispo Cordileone se ha convertido en el propio «segurata» autoproclamado de la Iglesia? Bueno, ciertamente se ha tomado su tiempo para asumir ese papel, ¿no es así? Años y años, de hecho, dejando a no pocos de sus partidarios preguntándose si alguna vez lo haría.  

En cuanto al que llama a todos a la mesa, ¿hay alguien que lo niegue? Desde luego, no el arzobispo. Pero en cuanto a la invitación de Cristo, ¿no depende más bien de si todos los llamados se ven principalmente como pecadores que necesitan la misericordia sanadora de Jesucristo? ¿Y si creen que no la necesitan, porque sus almas se han calcificado tanto por el pecado que ya no ven la verdad de quiénes son y en qué se han convertido? Pero persisten en presentarse de todos modos, tan convencidos están de su esencial impecabilidad. Y cómo se indignan si alguien se lo señala, incluso cuando su propio obispo trata de decírselo. 

Pero el padre Whitney no está de acuerdo con nada de esto. Simplemente no lo entiende. Nancy Pelosi simplemente no considera su estatus en la Iglesia como el de una pecadora. Es, más bien, su gran arzobispo el que es pecador, y que Dios le ayude si intenta negarle el acceso a la fiesta.

Publicado por Regis Martin en Crisis Magazine

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana