Chesterton se convirtió hace cien años, uniéndose a la buena y alegre compañía

Chesterton
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El gran escritor ingresó en el catolicismo y se convirtió en un «defensor de la fe», del hombre común y del sentido común.

Querido director, es tiempo de “centenarios”, que nos recuerdan la grandeza de muchos hombres y mujeres que han honrado su vida, ayudándonos a vivir mejor. En 2022 conmemoramos al Siervo de Dios don Luigi Giussani, nacido el 15 de octubre de 1922.

Ese mismo año, el gran Chesterton ingresó definitivamente en la Iglesia católica, cuando tenía algo menos de 50 años, en plena madurez, tras haber escrito en 1908 (nada menos que 14 años antes) su obra maestra “teológica”, Ortodoxia. Entró oficialmente en la Iglesia tras madurar su decisión con varios sacerdotes inteligentes y algunos grandes amigos. Una hermosa y alegre compañía le ayudó en su conversión final, aunque esta maduró mirando sin prejuicios la realidad de las cosas y la gran historia de la propia Iglesia, donde, según él, todas las verdades, incluidas todas las contradicciones, confluían.

Defensor de la fe

Se trata, entonces, de un centenario, el de la conversión de Chesterton, que hay que recordar y estudiar. Esta conversión nos testimonia, en una época en la que muchos dan la espalda a la Iglesia (con los desastrosos resultados, incluidas las guerras, que están a la vista de todos), que,  en cambio, como hombres maduros e inteligentes aún podemos entrar en la Iglesia, porque ella es la única que salva y proclama (a pesar de la actual y excesiva timidez) todo lo que hace grande e irrepetible a cualquier ser humano.

Uno puede, incluso en este siglo (aún por definir), entrar con orgullo y alegría en la experiencia católica, porque es la única que evita la locura del “mundo”. Ser católico es bueno para nuestro equilibrio psicofísico y nuestra capacidad de ser útiles (gracias a la fuerza de Otro). Espero que al menos la intelectualidad católica se detenga a recordar el “centenario” de Chesterton, a quien el papa Pío XI definió como un «defensor de la fe», lo que efectivamente fue, con toda su inteligencia, su enorme cultura, sus numerosos escritos, su fantástica ironía, que hizo que entablara amistad incluso con sus adversarios (en esto me recuerda a Luigi Amicone).

El hombre común

En una época de “locuras” como la nuestra, se echa de menos a alguien como Chesterton. Por esta razón estoy releyendo uno de sus libros más significativos, El hombre común, publicado en Italia por Lindau, que subtituló así el libro: «Elogio del sentido común y la tradición».

Contiene una serie de ensayos que tratan una gran variedad de temas, todos ellos verificados desde el punto de vista del sentido común que se desprende de las verdades que profesa el cristianismo. Una lectura muy agradable y estimulante. Me detendré brevemente en dos de estos artículos.

El progreso persecutorio

El primero, que es también la introducción del libro y que se titula “El hombre común”, es una crítica mordaz al poder intelectual que quiere dominar el mundo (no solo el cultural), poder que ha aumentado mucho en nuestros días. Un poder que margina y persigue (también en el sentido más negativo de la palabra) el pensamiento del hombre común, que se basa en una sabiduría popular que respeta las dimensiones “elementales” de toda existencia. Son las extravagancias de los intelectuales las que llevan a cometer los mayores errores y las más increíbles aberraciones.

Chesterton escribió estas cosas hace más de cien años, pero la situación se ha deteriorado enormemente. Basta pensar en que se quiere hacer pasar la supresión de una vida humana por un “derecho” y que se quiere definir al hombre y a la mujer, no basándose en datos biológicos irrefutables, sino en el capricho, aunque sea totalmente momentáneo, del individuo, lo que Chesterton define como «afán y locura provocados por la volubilidad de la clase culta». Chesterton afirma, con razón, que «el progreso, entendido como el progreso que ha progresado desde el siglo XVI, ha perseguido sobre todo al hombre común […] el progreso solo ha sido una persecución del hombre común».

Esto es especialmente evidente hoy en día, ya que el pensamiento del hombre común también está siendo perseguido por leyes liberticidas. Y Chesterton añade una evidencia que es real: normalmente, la clase dirigente que persigue al hombre común es también la más rica, por ser la más poderosa. ¡Qué gran verdad! Es cierto que la clase culta y rica persigue a la clase común y pobre. Una observación que puede parecer trivial, pero que nadie hace.

Las escuelas católicas

El segundo artículo se titula “Un nuevo argumento a favor de las escuelas católicas” y el nuevo argumento consiste en que el hombre no se conforma con cualquier educación, porque necesita una «cultura completa, basada en su propia filosofía y religión». Es decir, se necesita una educación llena de sentido para que la persona esté totalmente abierta para, así, afrontar las obligaciones de la vida.

Chesterton utiliza una figura inusual para decir que las escuelas católicas van en esa dirección cuando escribe que «el conocimiento nunca puede encerrarse en compartimentos estancos» y que los críticos de las escuelas católicas deberían saber que estas garantizan la plenitud de la educación a través del «ambiente católico», es decir, a través de un conjunto coherente de instrucción y significado.

Creo que muchas escuelas “católicas” deberían releer este artículo de Chesterton ya que muchas de ellas, especialmente las más grandes, seguras de poder sobrevivir gracias a sus acaudalados clientes, me parecen más preocupadas por salir primeras en las encuestas de la Fundación Agnelli que por asegurar un “ambiente católico” que ayude al alumno a crecer como persona “nueva” y completa antes de crecer como una herramienta eficiente de trabajo y negocio que tanto agrada al “mundo”.

Inteligente ironía

Todos los que se avergüenzan de declararse públicamente católicos deberían dirigir su mirada al testimonio de Chesterton que, en 1922, se unió a la Iglesia, escribiendo posteriormente decenas de libros para decir al mundo entero que pertenecer a la Iglesia es lo único que verdaderamente le conviene al ser humano, porque Jesús prometió a quien le sigue nada menos que el ciento por uno.

Sus libros destilan positividad, agudeza crítica, una profunda cultura y una ironía inteligente. Pero, sobre todo, junto a toda su maravillosa (¿y santa?) vida, emanan un gran amor hacia el hombre “común”, el querido por el Dios creador y no por las ideologías malsanas.

Publicado por Peppino Zola en Tempi

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
2 comentarios en “Chesterton se convirtió hace cien años, uniéndose a la buena y alegre compañía
  1. Necesitamos leer a Chesterton. Es el antídoto contra la locura del mundo en que vivimos. Yo lo descubrí, por tradición familiar, en mi adolescencia. No he dejado de releerlo. La sensatez, el humor, la bondad, la cultura… es oro puro. Gran escritor, defensor fidei, e inteligente y divertido como nadie.

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