Aborto y adopción: algunas reflexiones personales

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Estoy cansado, incluso harto, de las mentiras triviales, y a menudo desagradables, que tantas veces se dicen sobre los provida en general y los padres adoptivos en particular.

«Prefiero abortar a tener un hijo moreno que acabe siendo adoptado por evangélicos blancos».

Así escribió ayer en un tuit Jo Luehmann, una «pastora nacida y criada en Colombia» cuyos escritos se centran en «descolonizar la iglesia, la teología, la espiritualidad y la fe, así como en la importancia de desmantelar la supremacía blanca, el patriarcado y el capitalismo tanto individual como colectivamente». He leído bastantes comentarios extraños, controvertidos e incluso furiosos en Twitter en las últimas semanas, pero este destacó entre los demás. Y el resto del tuit es aún más inquietante: «No es bueno para los niños de la mayoría global entregarlos a personas que los traumatizarán con el odio propio y ancestral. Un aborto es un acto de amor».

Ya no soy evangélico, pero seré blanco hasta el día de mi muerte. Y, además, ¿algún lector racional cree que los comentarios racistas de Luehmann se suavizarían si se dirigiera a los «católicos blancos»?

Antes de ver ese tuit, había estado pensando en escribir sobre la afirmación reavivada de que la mayoría o todos los provida no se preocupan realmente por los no nacidos después de su nacimiento. Nos dicen que estas personas simplemente están «a favor del nacimiento» y no se molestan en cuidar al recién nacido y su madre. Hace tiempo que llamo a esto el «argumento de Jimmy Carter», en reconocimiento a la insistencia del expresidente en su libro de 2001 Our Endangered Species de que «muchos fervientes activistas provida no extienden su preocupación al bebé que nace…». A continuación, aboga por una mayor educación sexual y un mayor acceso a los anticonceptivos, consejo que ha envejecido tan bien como el legado de su presidencia.

Una cita de 2004 de la hermana Joan Chittister ha cobrado (irónicamente, supongo) una segunda vida, apareciendo en varias redes sociales. «No creo que el hecho de que te opongas al aborto te convierta en provida», dijo a Bill Moyer en una entrevista. «De hecho, creo que en muchos casos tu moralidad es profundamente deficiente si lo único que quieres es que nazca un niño pero no que se alimente, se eduque o tenga un hogar donde vivir». En 2019, preguntada por esos comentarios, redobló la apuesta: «¿Sigo manteniendo esa afirmación? Puedes apostar que sí, probablemente más fuerte que nunca, para ser franca…». Aunque se describe a sí misma como provida, Chittister cuestiona por qué algunos que se oponen al aborto solo parecen preocuparse por los bebés no nacidos como la única «vida indefensa» que vale la pena proteger. Después de que los bebés nacen, «se les ignora», dijo.

Abundan los ejemplos similares. Daré solo uno más, de hace unos días en Twitter: «Estoy a favor del aborto. También estoy a favor del control de la natalidad y de la adopción. Tener un hijo es una decisión que cambia la vida. Nunca debería ser forzada. Mucha gente dice que puedes dar a tu hijo en adopción [sic], pero cuando les preguntas si han adoptado algún niño, la respuesta es no».

Por supuesto, gran parte de esta discusión se ha planteado en términos políticos: el GOP [el partido republicano] no es realmente provida, los republicanos son hipócritas, y los conservadores no predican con el ejemplo. Solo señalaré que una postura objetivamente verdadera y moralmente recta no queda invalidada o barrida porque el provida Smith no haga X, que haga Y, o hable de boquilla a favor de Z. La maldad moral objetiva del aborto es realmente clara. Ahora bien, ¿es el movimiento provida perfecto, libre de defectos y fallos? Por supuesto que no. Pero si la perfección moral fuera el estándar necesario para adoptar una postura sobre cualquier cosa, la élite ciborg-progresista-abortista-Hollywood-secular-medios de comunicación de masas simplemente tendría que callarse y sentarse en una esquina. Tal y como están las cosas, ellos ya están marchando, cantando y gritando por todas partes, y estos próximos meses prometen hacer que el verano de 2020 parezca un paseo por el típico parque.

Dicho esto, en lugar de exponer más argumentos, voy a contar, de forma resumida, las historias de adopción de cinco familias provida. Lo hago con la esperanza de arrojar un poco de luz sobre personas a las que a menudo se ignoran, malinterpretan o incluso denigran o desprecian.

La primera familia es una joven pareja católica incapaz de quedarse embarazada tras sus primeros años de matrimonio. Después de agotar todas las opciones moralmente aceptables, comenzaron a plantearse la adopción. Entonces, de la nada, recibieron una llamada telefónica: una niña recién nacida necesitaba un hogar. ¿Estarían interesados en ayudar? Tomándolo como una señal de Dios, dijeron que sí, y al día siguiente se reunieron con la joven madre biológica. Tras una larga y emotiva conversación, la madre biológica les preguntó si querían ser padres adoptivos. Una vez más dijeron que sí, y entonces conocieron por primera vez a la niña de 10 días. La pareja era blanca y la madre biológica y el bebé eran morenos; pero a ninguno de ellos le importó lo más mínimo. Acordaron una adopción abierta, que ha ido de maravilla. La niña adoptada tiene ahora 21 años.

La segunda pareja (también blanca) buscó una adopción a través de una agencia de adopción evangélica. Fueron elegidos como padres adoptivos por una madre biológica de treinta años. La madre biológica blanca ya tenía dos hijos, luchaba contra la drogadicción y su novio (que era negro) sufría graves problemas de salud. Se reunieron varias veces; la agencia y la madre biológica le aseguraron a la pareja que todo iría bien. Tras el nacimiento del bebé, la pareja y su pequeña hija visitaron el hospital, donde conocieron y sostuvieron al recién nacido. Dos días más tarde, mientras esperaban para firmar los papeles finales, el trabajador de la agencia les dijo que la madre biológica había cambiado de opinión y se negaba a seguir adelante con la adopción. Un par de horas más tarde, hechos polvo y confusos, volvieron a casa, intentando explicar a su hija lo que había sucedido.

La tercera familia recibió un día la llamada de un sacerdote: un bebé necesitaba un hogar y él había oído que estaban abiertos a la adopción. Tras unas cuantas llamadas y conversaciones, condujeron varias horas para conocer al niño. Ese fue el comienzo de una adopción privada interestatal larga y bastante complicada. En la familia biológica había antecedentes de drogas y enfermedades mentales, pero la pareja estaba convencida de que estaban llamados a ser los padres del niño, por muy difícil que fuera. En los años siguientes, tuvieron que hacer frente a una serie de comportamientos cada vez más problemáticos. Cuando el niño tenía quince años, tras meses de comportamiento volátil, se escapó y acusó a la familia de ser abusiva. El Departamento de Servicios Sociales [Department of Human Services, DHS sus siglas en inglés] interrogó a la pareja y presentó informes que la pareja insiste en que estaban llenos de tergiversaciones y falsedades. El DHS intentó que el tribunal ordenara (sin éxito) que la pareja se sometiera a evaluaciones psicológicas a pesar de que no había pruebas de que hubieran actuado mal; mientras tanto, su hijo vivía en la calle y fue detenido en diferentes ocasiones por drogas, agresión, robo y posesión de un arma. Ahora está en la cárcel de menores, y los padres solo han tenido un contacto esporádico con él en los dos años transcurridos desde que se fue.

La cuarta familia -un matrimonio y sus dos hijos pequeños- fue contactada por una pareja de adolescentes, que les preguntó si podían acoger a su niña y eventualmente adoptarla. La situación era ciertamente inusual, pero el padre biológico padecía de síndrome de alcoholismo fetal, la madre biológica era inmadura y estaba agobiada, y la niña de seis meses estaba claramente desnutrida y necesitaba atención. La familia no tardó en darse cuenta de que la niña no podía tomar leche artificial, así que prepararon su propia comida para bebés con leche cruda y otros ingredientes naturales. El bebé no tardó en ganar peso y empezar a desarrollarse. El proceso de adopción siguió adelante y los padres biológicos reiteraron su deseo de que la adopción se llevara a cabo. Tres meses más tarde, cambiaron repentinamente de rumbo y exigieron que el bebé volviera con ellos. Los padres del padre biológico, claramente sorprendidos y alarmados, dijeron a la familia que estaban convencidos de que era un padre inadecuado y que les ayudarían si intentaban conseguir la tutela. Tras reunirse con un abogado especializado en adopciones, la pareja decidió luchar en los tribunales por la tutela, preocupada porque la niña no estuviera bien, o incluso pudiera estar en peligro, para ver si se la devolvían a los padres biológicos inmediatamente. Poco después de que el caso llegara a los tribunales, la familia del padre biológico cambió repentinamente de rumbo y empezó a atacar a la familia adoptiva, alegando que no habían cuidado adecuadamente de la niña. El juez, aunque criticó duramente a los padres biológicos, acabó dictaminando que la niña debía volver con ellos. La pareja no sabe qué ha pasado con la niña, pero sabe que los padres biológicos ya no están juntos.

La quinta y última familia (¡blanca!) también tenía dos hijos y, al igual que algunas de las familias anteriores, no pensaba adoptar. Pero un miembro de la familia los llamó y les habló de un niño de dos años (¡moreno!) en otro estado cuya madre biológica, drogadicta, lo había entregado al cuidado del Departamento de Servicios Sociales del estado. (La madre biológica, unas semanas después, fue detenida y enviada a la cárcel durante siete años por cargos de drogas). La pareja investigó la situación; varios meses después, el DHS del otro estado se puso en contacto con ellos. Dado que ninguna familia nuclear o extendida había podido o querido cuidar del niño, ¿estarían interesados en adoptar? Aceptaron de inmediato y se sometieron a un curso de 12 semanas del DHS para poder convertirse en padres de acogida y luego en padres adoptivos. Después de completar las clases, condujeron más de 1900 kilómetros y conocieron al niño por primera vez; tres días después, condujeron de vuelta a casa y él conoció a su nuevo hermano y hermana. Ahora tiene catorce años y está prosperando.

Conozco a estas familias íntimamente. De hecho, son la misma familia: mi familia. Mi esposa Heather y yo hemos vivido todo lo anterior durante los últimos 21 años.

Los lectores de Catholic World Report saben que no escribo a menudo sobre mi vida personal. Y lo hago aquí con cierta reticencia. Pero lo hago por tres razones.

En primer lugar, estoy cansado, incluso harto, de las mentiras superficiales y a menudo desagradables que se dicen con tanta frecuencia sobre los provida en general y los padres adoptivos en particular. En un mundo perfecto -es decir, en un mundo no caído- no habría necesidad de adoptar. Pero estamos caídos; somos pecadores. Este mundo gime y anhela el escatón. Por eso estamos llamados a ser hijos adoptivos de Dios (cf. Rm 8,23; Gál 4,5), precisamente porque necesitamos desesperadamente la misericordia, la redención y el amor sobrenaturales. No doy por sentado que las dos familias a las que más me acerqué mientras crecía como protestante fundamentalista eran familias católicas que habían adoptado niños; ese testimonio tuvo un impacto profundo y duradero en mí. Y las riquezas doctrinales de la fe católica, que se manifiestan en nuestra vocación de ser hijos de Dios, no han hecho más que ahondar en mi conciencia de esta verdad profunda y radical.

En segundo lugar, oímos muchas historias de mujeres jóvenes y solteras embarazadas que, según se nos dice, deberían abortar a su hijo debido a las grandes dificultades, penurias y limitaciones a las que se enfrentarán en caso contrario. Tengo una idea real, sin duda, de lo duro que debe de ser. Por eso siento tanto respeto por la madre biológica de nuestra hija, que podría haber optado tan fácilmente por el aborto. Que Dios la bendiga. Pero las vidas de los padres y las familias adoptivas rara vez (o nunca) son fáciles. Criar a los hijos, de hecho, no es fácil. En nuestra experiencia, a menudo ha sido insoportablemente dolorosa. Sin nuestra fe en Cristo, no sé cómo podríamos haber superado tantas situaciones devastadoras. Pero también somos conscientes de que todo el mundo se enfrenta a dificultades similares.

Y este es mi último punto: nuestra historia no es única. Quizás más dramática en algunos aspectos, pero no única en cuanto a las alegrías, la oscuridad, el desconcierto, el amor, la agonía y la maravilla de todo ello. No, un aborto no es un acto de amor. Puede hacerse por miedo, presión, conveniencia o utilidad. Pero, ontológicamente, es un acto de rabia contra la realidad misma de la vida. Es un ataque al Dador de la Vida y al Amante de la Humanidad. «En esto reconocerán todos que sois mis discípulos -dijo Cristo-, si os tenéis amor unos a otros». Por mi parte, a menudo no amo plenamente, pero nunca llamaré bien al mal ni diré que el asesinato es amor.

Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,19-21).

Publicado por Carl E. Olson en Catholic World Report

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
3 comentarios en “Aborto y adopción: algunas reflexiones personales
  1. Un aviso, como padre adoptivo que soy. El artículo en el que se basa este escrito es norteamericano, USA para entendernos, y en España las leyes son totalmente distintas.
    Aquí una adopción es un larguísimo proceso, en ocasiones absurdo, en el que la paciencia y el amor entre los cónyuges se pone a prueba a diario.
    No obstante, si están decididos a adoptar, háganlo. Dios les dará fuerzas para sobrellevar todas las dificultades. Para mi mujer y para mí ha sido lo mejor que hemos hecho en nuestra vida.

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